Miguel Ángel
Miguel Ángel Buonarroti, en italiano Michelangelo; Caprese, actual Italia, 1475 - Roma, 1564. Escultor, pintor y arquitecto italiano. Habitualmente se reconoce a Miguel Ángel como la gran figura del Renacimiento italiano, un hombre cuya excepcional personalidad artística dominó el panorama creativo del siglo XVI y cuya figura está en la base de la concepción del artista como un ser excepcional, que rebasa ampliamente las convenciones ordinarias.
Durante los cerca de setenta años que duró su carrera, Miguel Ángel cultivó por igual la pintura, la escultura y la arquitectura, con resultados extraordinarios en cada una de estas facetas artísticas. Sus coetáneos veían en las realizaciones de Miguel Ángel una cualidad, denominada terribilità, a la que puede atribuirse la grandeza de su genio; dicho término se refiere a aspectos como el vigor físico, la intensidad emocional y el entusiasmo creativo, verdaderas constantes en las obras de este creador que les confieren su grandeza y su personalidad inimitables.
La vida de Miguel Ángel transcurrió entre Florencia y Roma, ciudades en las que dejó sus obras maestras. Aprendió pintura en el taller de Ghirlandaio y escultura en el jardín de los Médicis, que habían reunido una excepcional colección de estatuas antiguas. Dio sus primeros pasos haciendo copias de frescos de Giotto o de Masaccio que le sirvieron para definir su estilo.
La Piedad (c. 1499) de Miguel Ángel
En 1496 se trasladó a Roma, donde realizó dos esculturas que lo proyectaron a la fama: el Baco y la Piedad de San Pedro. Esta última, su obra maestra de los años de juventud, es una escultura de gran belleza y de un acabado impecable que refleja su maestría técnica. Al cabo de cinco años regresó a Florencia, donde recibió diversos encargos, entre ellos el David, el joven desnudo de cuatro metros de altura que representa la belleza perfecta y sintetiza los valores del humanismo renacentista.
En 1505, cuando trabajaba en el cartón preparatorio de la Batalla de Cascina (inconclusa) para el Palazzo Vecchio, el papa Julio II lo llamó a Roma para que esculpiera su tumba; Miguel Ángel trabajó en esta obra hasta 1545 y sólo terminó tres estatuas, el Moisés y dos Esclavos; dejó a medias varias estatuas de esclavos que se cuentan en la actualidad entre sus realizaciones más admiradas, ya que permiten apreciar cómo extraía literalmente de los bloques de mármol unas figuras que parecían estar ya contenidas en ellos.
La creación de Adán (Capilla Sixtina, 1508-1512)
Julio II le pidió también que decorase el techo de la Capilla Sixtina, encargo que Miguel Ángel se resistió a aceptar, puesto que se consideraba ante todo un escultor, pero que se convirtió finalmente en su creación más sublime. Alrededor de las escenas centrales, que representan episodios del Génesis, se despliega un conjunto de profetas, sibilas y jóvenes desnudos, en un todo unitario dominado por dos cualidades esenciales: belleza física y energía dinámica.
En 1516 regresó a Florencia para ocuparse de la fachada de San Lorenzo, obra que le dio muchos quebraderos de cabeza y que por último no se realizó; pero el artista proyectó para San Lorenzo dos obras magistrales: la Biblioteca Laurenciana y la capilla Medicea o Sacristía Nueva. Ambas realizaciones son en el aspecto arquitectónico herederas de la obra de Brunelleschi, aunque la singular escalera de acceso a la biblioteca, capaz de crear un particular efecto de monumentalidad en el escaso espacio existente, sólo puede ser obra del genio de Miguel Ángel. La capilla Medicea alberga dos sepulturas que incluyen la estatua del difunto y las figuras magistrales del Día, la Noche, la Aurora y el Crepúsculo.
En 1534, Miguel Ángel se estableció definitivamente en Roma, donde realizó el fresco del Juicio Final en la capilla Sixtina y supervisó las obras de la basílica de San Pedro, en la que modificó sustancialmente los planos y diseñó la cúpula, que es obra suya. Su otra gran realización arquitectónica fue la finalización del Palacio Farnesio, comenzado por Sangallo el Joven.
A continuación se insertan tres sonetos de Miguel Ángel traducidos en prosa y publicados en la «Revista pintoresca del Globos, formando parte de un artículo suscrito por el traductor.
I
A DANTE ALIGHIERI
Dal mondo scese ai ciechi abissi e poi
Vivo penetró en los abismos tenebrosos: vivo pasó del uno al otro infierno, y desde allí remontándose hasta Dios, su genio hizo brillar en medio de nuestra noche un rayo puro de verdad.
Estrella única, su deslumbrante llama iluminó en sus mismas profundidades los terribles misterios de la Eternidad, y por ello recibió la recompensa que la tierra culpable prodiga con harta frecuencia á los más dignos mortales.
Sí, los sublimes trabajos del Dante fueron desconocidos, asi como su inmortal audacia por ese pueblo ingrato que parece no saber ser benigno con los justos.
¡Qué importa! ¡Ojalá fuera esta mí suerte! Daría yo gozoso la felicidad mayor de la tierra por ese cruel destierro, esclarecido por tamaña virtud.
II
Halagan siempre el gusto puro y sano del artista piadoso esas obras maestras antiguas, cuyas actitudes y facciones sabe él descubrir aun entre las ruinas, obligando luego á la cera, al barro y al mármol á reproducirlas vivas.
Si más tarde el tiempo injuriador las desfigura de nuevo ó las destruye, no subsiste menos sagrada su belleza primera, y la mente que una vez la comprendió, la conserva religiosamente.
Así tu belleza, adorable monumento de los tiempos celestes, nos revela aquí en la tierra el artista eternal.
Ya se desfigure ó aniquile con los años, vivirá siempre soberana en mi alma, elevándola á aquella belleza suprema que no alteran primavera ni invierno.
III
El curso de mi vida toca á su término; atravesando este mar borrascoso, llego por fin en mi barca quebradiza al puerto universal donde cada cual ha de dar cuenta del bien y del mal que ha obrado.
ALGUNAS NOTAS A LA POESÍA DE MIGUEL ÁNGEL
Por Francisco L. González-Camaño
Poemas de circunstancia
Analicemos, para empezar, el conocido soneto suyo con dos estrambotes escrito hacia 1509 mientras pintaba los frescos del techo de la Capilla Sixtina.
Se me ha hecho ya buche en la fatiga,
como hace el agua a los gatos en Lombardía
o en cualquier otra región de que se sea,
que a fuerza el vientre se junta a la barbilla.
La barba al cielo, y siento la memoria
en el trasero y tengo el pecho de una arpía.
Y sobre el rostro el pincel aún goteando
un rico pavimento me va haciendo.
Los riñones me han llegado hasta la panza
y del culo hago en contrapeso grupa
y ya sin ojos doy pasos en vano.
Por delante se me estira la corteza
y por plegarse atrás se me reagrupa
y me extiendo como un arco de Siria.
Pero engañoso y extraño
brota el juicio que la mente lleva,
pues tira mal la cerbatana rota.
Este cadáver de pintura
defiéndelo ahora, Juan, y también mi honor
no estando yo en mi sitio ni siendo yo pintor.
Julio II era también el protector del arquitecto Bramante y del pintor Rafael, los competidores más directos de Miguel Ángel. Y es de ellos precisamente de quienes se queja el escritor en este soneto. De ellos y de la posible predisposición papal a hacerles caso.
***
***
Señor, si es verdad algún proverbio antiguo,
es el que dice que quien puede más no quiere.
Has creído en fábulas y palabrerías
y premiado a quien es de la verdad enemigo.
Yo soy y fui tu leal siervo antiguo
y a ti dado como al sol los rayos,
pero de mi tiempo ni te compadeces ni cuidas,
y menos te valgo, cuanto más me afano.
En estos dos cuartetos Miguel Ángel exterioriza sus lamentos por las intrigas palaciegas de sus dos colegas dispuestos a apartarlo del andamio de la Capilla Sixtina.
Cuando ya estaban realizadas casi la mitad de las pinturas de la bóveda el pintor reparó en unas manchas que habían salido en las molduras de los techos y paredes. Como no sabía el motivo de tal desastre se desesperó y se negó a seguir adelante con el proyecto.
Fue entonces cuando aprovechó Bramante para aconsejar al Papa que fuera Rafael quien acabara la otra mitad de la Capilla, debido a los fallos cometidos por Miguel Ángel. El Papa no se decidía y entretanto Giulianno de Sangallo, reclamado por su amigo Buonarroti que le pide consejo, da con la causa de tales manchas: la cal romana, blanca de color y hecha con travertino, tarda mucho en secarse y si se mezcla antes de tiempo con pozzolona (una especie de polvo volcánico) hace que salgan esas manchas oscuras en la superficie, que tanto desesperaban al artista.
Poemas airados
Pero donde sus críticas al Papa Julio II y a la curia romana en general arrecian y se vuelven más airadas es en el soneto de 1512 que comienza “Qua si fa elmi di calici e spade” (Aquí se hacen yelmos y espadas de cálices).
Aquí se hacen yelmos y espadas de cálices
y la sangre de Cristo se vende a manos llenas,
y cruces y espinas son lanzas y rodelas
y hasta la paciencia de Cristo se acaba.
Mas Él no debiera volver a estos lugares,
si hasta las estrellas su sangre llegase,
ahora que en Roma le venden la piel
y a toda bondad le cierran la entrada.
Si tuviera yo deseo de perder tesoros,
puesto que aquí ya perdí mi trabajo,
puede el del manto hacer lo que Medusa en Moro;
pero si al alto cielo la pobreza agrada
¿qué hacer para retornar a nuestro estado
si otra señal apaga a la otra vida?
***
Los versos centrales del poema 41 vienen a decirnos de forma sucinta y hermosa que el esplendor de la belleza carnal no es más que el reflejo de otra belleza superior de la que es emblema o en la que nos inicia:
Espíritu delicioso, en el que se espera creer
por dentro, como aparece en el rostro por fuera,
amor, piedad, merced, cosas tan raras
que nunca con tanta fe se unieron en belleza.
Me cautiva el amor y la beldad me ata.
Poemas a Cavalieri
Particularmente interesante es el poema siguiente que Frey, uno de los primeros editores de la poesía de Miguel Ángel en alemán, fecha alrededor de 1550, pero otros estudiosos como Girardi lo adelantan hasta 1525.
Si fui, ya muchos años, mil veces
herido y muerto, que no vencido o cansado
por ti, culpa mía es. ¿Ahora retornaré,
blanco el pelo, a tus promesas necias?
¡Has atado tantas veces y liberado tantas
los tristes miembros, y tanto herido el costado,
Que puedo apenas volver en mí, aunque
bañado el pecho de abundantes lágrimas!
De ti me duelo, Amor, contigo hablo,
libre de tus halagos ¿de qué sirve
tomar tu arco cruel y disparar a nada?
Como a leño en ceniza sierra o termes
gran vergüenza así es perseguir corriendo
a quien perdió ya destreza y movimiento.
Leamos, por ejemplo, este soneto, muy probablemente el primero de los dedicados a su joven amante:
Si el deseo inmortal que alza y modera
los demás pensamientos, aflorase los míos,
quizá a quien en la casa de Amor despiadado
reina, volverle podría en apiadado.
Pero como el alma por ley divina
mucho vive, y al poco muere el cuerpo,
no puede el sentido su alabanza o valore
describirlo bien si bien no lo entiende.
Entonces, ¡ay de mí!, ¿cómo será entendido
el casto deseo que al corazón enciende
por quienes siempre en los demás a sí se ven?
Mi jornada más querida no me es posible
con mi señor que escucha las mentiras,
pues al decir verdad, es embustero quien no cree.
Hasta qué punto le consumía a Miguel Ángel la pasión amorosa por su erómeno nos lo demuestran varios de sus sonetos entre los que destaca éste:
Hubiera creído, el primer día que
miré tanta belleza única y sola,
detener los ojos como águila al sol
en la menor de las tantas que deseo.
Conocí después mi caída y mi error:
Quien sin alas quiere a un ángel seguir
siembra en piedra y al viento las palabras
esparce y busca a Dios con la razón.
(…)
¿qué haré?, ¿qué guía o escolta
podrá valerme o ayudarme contigo,
si ardo al acercarme y al partir me matas?.
Por último y antes de llegar a su pasión final, la religiosa, citar algunos versos del soneto XXXV, otro de los muchos dedicados a Cavalieri, por la interesante conexión con su obra pictórica:
Apiadada de otros y despiadada consigo
nace la vil oruga, que con daño y pena
viste a los otros despojándose de su cáscara
y sólo para la muerte parece haber nacido.
Así podría a mi señor yo hacer
Vestir su piel con mis despojos muertos
(…)
Ojalá fuese sólo mi piel hirsuta
la que, a su pelo tejida, hiciese tal saya
que con ventura estrechase seno tan bello,
y hasta de día estaría contigo, o las zapatillas
que le sirven de basa y de columna
con lo que al menos le llevaría dos inviernos.
Pero no podemos despedir este auténtico “cancionero de amor” a Cavalieri sin
recordar los últimos versos del soneto más famoso, el que habla de un prisionero (el artista) que se encuentra así por un “caballero armado” (Cavalieri):
Por ello si el golpe que arrebato y robo
no puedo esquivar, que ese es mi destino,
¿quién quedará entre dulzura y duelo?
Si preso y vencido debo ser dichoso,
maravilla no es que solo y desnudo
de un caballero armado en prisión me vea.
Del mismo modo que todos los poemas dedicados a Colonna están atravesados por esa preocupación religiosa que de ahora en adelante embargará al artista de forma progresivamente ascendente, los dibujos que a ella regala también serán todos de motivo religioso: una Piedad, una Crucifixión y una Sagrada Familia, conocida como la “Madonna del Silencio”.
Bien pueden mis ojos cerca o lejos
ver donde aparezca tu hermoso rostro,
mas donde él, los pies, señora, no pueden
llevar los brazos ni las dos manos.
El alma, el intelecto entero y sano
por los ojos asciende más libre y desenvuelto
a tu alta belleza; pero el mucho ardor
no da tal privilegio al cuerpo humano
grave y mortal, por lo que mal seguirá,
sin alas además, de una angélica el vuelo,
con lo que sólo verla se gloria y lauda.
Ay, si en el cielo puedes cuanto entre nosotros
haz de mi cuerpo entero un solo ojo
para que no haya parte de él sin tu solaz.
El siguiente poema, también dedicado a ella, ofrece, sin embargo, un matiz distinto y muy característico de la última etapa de la vida de Miguel Ángel. Está escrito entre 1543 y 1544 y es uno de los sonetos más conocidos del autor:
No tiene el gran artista ni un concepto
Que un mármol sólo en sí no contenga
En su extensión, mas solo a tal llega
La mano que obedece al intelecto.
El mal que huyo y el bien que me prometo,
En ti, señora hermosa, divina, altiva,
Igual se esconde, y porque más no viva,
Contrario tengo el arte al deseado efecto.
No tiene, pues, Amor ni tu belleza
O dureza o fortuna o gran desvío
La culpa de mi mal, destino o suerte.
Si en tu corazón muerte y piedad
Llevas al tiempo, el bajo ingenio mío
No sabe, ardiendo, sino sacar muerte de ahí.
En otro poema posterior, dedicado también a Colonna, éste de 1545, la tendencia iniciada anteriormente se hace ya protagonista de su obra y de su vida y los dos tercetos dan buena fe de ello:
Y veo bien que yerra si cree alguno
que la gracia, que de vos divina llueve,
sea igual a mi obra caduca y frágil.
El ingenio, el arte, la memoria ceden:
Que un don celeste con mil hechos
otro no pagará siendo mortal.
Al final de su vida sólo parece interesarle la Pasión de Cristo, porque en ella ve
la única salvación posible. Y escribe este poema abrazado literalmente a la cruz de Cristo:
Llegado está el curso de la vida mía,
con tempestuoso mar, en frágil barca,
al común puerto, donde se va a rendir
cuenta y razón de obras tristes o piadosas.
Así la apasionada fantasía
que del arte hizo mi ídolo y monarca
conozco ahora estar cargada de errores
y lo que, a su pesar, busca el hombre.
Los amorosos pensamientos, alegres y vanos,
¿qué harán si a dos muertes me aproximo?
De una estoy cierto, la otra me amenaza.
Ni pintar ni esculpir me dan sosiego
al alma, vuelta a aquel amor divino
que en la cruz a todos nos abraza.
Resto del documento, leer:
https://institucional.us.es/fedro/uploads/pdf/n6/gonzalez.pdf
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