García de Marina
Nace en Gijón en 1975, y emerge sufriendo una profunda transformación en el año 2010. Una dormida pasión por la fotografía franqueó las barreras de la intimidad, comenzando una vertiginosa carrera fotográfica caracterizada por la reflexión de su fotografía, que contrasta con la personalidad impaciente de su autor. En menos de un año, García de Marina rindió su vida ante la pasión de la fotografía, desnudó su insólita mirada fotográfica en las redes sociales y presentó su trabajo en diversas exposiciones. Tras una vida sin grandes pretensiones y sin grandes cuestionamientos, la fotografía representa un cambio de actitud personal en un contexto de crisis económica y social.
Este Poeta de lo Prosaico saltó en pocos meses de las redes sociales a las Salas de Exposiciones. Su inusitada creatividad no ha pasado desapercibida por los medios de comunicación tanto españoles como extranjeros, habiendo sido publicado su trabajo en diferentes países del mundo. Ha realizado varias exposiciones individuales y participado en diferentes colectivas, así como en diversas ferias de arte. Su fotografía es profundamente irreverente con lo real, busca transformar e imprimir nuevas identidades a los objetos, se subleva ante lo obvio y repara en la grandeza de lo cotidiano. La desnudez de su fotografía, deja todo el protagonismo a los objetos que son despojados de su esencia para ser reinventados. Busca dar emoción a un cubierto, a una cerilla o contar una historia, su propia historia, con una cáscara de un huevo. El artista no realiza ninguna manipulación fotográfica en las imágenes, sino que transforma los objetos creando escenarios y busca la mejor perspectiva para fotografiarlos. Desde el minimalismo, la creatividad de su mirada reivindica otra realidad. Desde la observación podemos crear, desde la imaginación podemos innovar.
José Luis Argüelles (crítico de arte). García de Marina no ha dejado de afinar las claves poéticas y técnicas que sustentan su depurada propuesta conceptual. A este artista le bastan unos pocos y humildes elementos para construir sus greguerías fotográficas, las metáforas de una cosmovisión presidida por la magia, la ironía y la ambigüedad con que vincula los objetos de sus personalísimas imágenes. Estamos, en fin, ante un fotógrafo que sabe captar como pocos todo lo que los demás no vemos. Es un talento tan raro que sólo podemos alegrarnos de que suceda aquí mismo, ante nuestra mirada. Periódico La Nueva España – 2014
Rubén Suárez (crítico de arte). García de Marina inventa y da vida, en un sugestivo ejercicio de prestidigitación fotográfica, a un mundo particular y mágico en el que los objetos cambian su función, su destino y hasta su naturaleza. Un mundo en el que la fotografía deja de ser testimonio de la realidad para convertirse en un lugar donde se dan cita la ironía, la paradoja, el jeroglífico o la metáfora poética contada por objetos de lo cotidiano y donde las más disparatadas asociaciones se hacen posibles. Un espacio para el humor inteligente en el que disfrutar con una sonrisa de fotografías de imágenes imposibles. Periódico La Nueva España – 2014
García de Marina y lo que los demás no vemos
En su Salón de 1859, Baudelaire reserva para la fotografía el gregario papel de "sirvienta de las ciencias y las artes". Hoy nos resultan estridentes esas palabras del autor de Las flores del mal, más cuando sabemos de su fina sensibilidad para captar algunas de las mutaciones de la sociedad en la que vivió, aquel tránsito del siglo XIX hacia una sociedad industrial y capitalista con el que las ciudades se convirtieron en una compleja metáfora de las tensiones culturales y económicas de la época. No es extraño que Walter Benjamin le reprochara al poeta, en su Pequeña historia de la fotografía, una manifiesta incapacidad para comprender "las indicaciones que subyacen en lo auténtico de la fotografía". El filósofo sabía a la altura de 1931 (habían pasado setenta y dos años y una guerra mundial) que "la diferencia entre la técnica y la magia no es sino una variable histórica", y también que "la más exacta técnica puede dar a sus productos aquel valor mágico que una imagen pintada ya no puede tener para nosotros".
Las imágenes que capta o provoca García de Marina (Gijón, 1975) desmienten, como antes las de otros artistas raptados por los mundos que surgen de la reveladora unión del ojo humano y del ojo minucioso de una cámara fotográfica, aquel cegato vaticinio de Baudelaire. Son la prueba, por volver a Benjamin (para quien lo "decisivo" en la fotografía apunta siempre hacia "la relación que el fotógrafo tiene con su técnica"), de que la fotografía tiene la capacidad de descubrirnos "espacios inconscientes" propios, de concordar una esfera autónoma y distinta a la del resto de las artes. Ofrece la posibilidad de una interpretación sutil -intelectual y afectivamente elaborada- de lo real o de lo imaginado, igual que hace un poeta con las palabras, un músico con los sonidos o un pintor con sus pigmentos.
Los étimos griegos del vocablo fotografía nos dan algunas claves: una escritura de la luz. Y sin embargo sabemos, desde aquellos pioneros experimentos de Niépce y Daguerre, cuánta importancia tiene la sombra -y las sombras- en la imagen que nos hacemos de las cosas. García de Marina es de los que buscan más allá de esa frontera. A este fotógrafo autodidacta, de fulgurante trayectoria (en apenas tres años ha pasado de hacer las tópicas fotos familiares a desplegar una muy personal visión plástica y conceptual), le interesa precisamente lo que está detrás o en los bordes de la luz, todo aquello que el ojo perezoso y refractario a lo insólito suele ignorar, según he escrito ya a propósito de este artista notable por su agudeza para recoger en sorprendentes composiciones la extrañeza de lo cotidiano, la poética de la insospechada relación que establecen entre sí los más diversos materiales, la ambigüedad de las señales con las que nos comunicamos, el relato oculto de las cosas que nos rodean.
Tuvo su epifanía el día que en vez de fotografiar tal cual el magno edificio de Laboral Ciudad de la Cultura, historiada piedra inmensa en las campas de Cabueñes, optó por captar la visión del inmueble en la curva elástica de un ojo atento, como si el edificio fuera una fantasmagoría, una cifra monumental, una ecuación de luz, volúmenes y tiempo en el revés de la percepción. Aprendió ahí, en ese instante decisivo, que el arte es siempre una encontrada o buscada revelación que aporta una manera más compleja (y más completa) de filtrar y entender el mundo. Desde entonces, García de Marina no ha dejado de afinar las claves poéticas y técnicas que sustentan su depurada propuesta conceptual. A este artista le bastan unos pocos y humildes elementos para construir sus greguerías fotográficas, las metáforas de una cosmovisión presidida por la magia, la ironía y la ambigüedad con que vincula los objetos de sus personalísimas imágenes. Estamos, en fin, ante un fotógrafo que sabe captar como pocos todo lo que los demás no vemos. Es un talento tan raro que sólo podemos alegrarnos de que suceda aquí mismo, ante nuestra mirada.
José Luis Argüelles
http://boek861.blog.com.es/2013/10/19/garcia-de-marina-fotografo-de-lo-prosaico-16620932/
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