Jacques Delille
Jacques Delille (Clermont-Ferrand, 22 de junio de 1738 - París, noche del 1 al 2 de mayo de 1813). Poeta francés.
Su lugar de nacimiento un tanto controvertido, según algunos biógrafos nació en Sardón o en La Canière, según otros: Pontgibaud en Aigueperse (Puy-de-Dôme) (donde residían sus padres), o, por último, en Clermont-Ferrand, lo que es lo más probable, calle de los Zapateros, o calle del Escudo (hoy Avenida de los Estados Unidos). Delille ostentó, durante un tiempo, el título de abad porque era propietario de la abadía de San Severino; no continuó con la carrera eclesiástica y obtuvo una dispensa para poderse casar.
Jacques, hijo natural, "concebido en un jardín de Aigueperse (Puy-de-Dôme), bajo un cielo estrellado de septiembre" nació en casa de un partero, calle de los Zapateros, en Clermont-Ferrand, el 22 de junio de 1738 de Marie-Hiéronyme Bérard, de la familia del canciller Michel de L'Hospital. Fue reconocido por Antoine Montanier, abogado en el Parlamento de Clermont-Ferrand, que murió poco tiempo después dejando una modesta pensión vitalicia de cien escudos. Su madre, tan discreta como bella, le transmitió un prado, en Pontgibaud, lo que le permitió añadir a su nombre el patronímico Delille.
Hasta los doce ó trece años estuvo en casa de una nodriza en Chanonat donde recibió sus primeras lecciones de cura de una villa. Enviado a París cursó brillantemente sus estudios en el colegio de Lisieux, y se colocó como maestro en un colegio de Beauvais, más tarde fue profesor en un colegio de Amiens y, después, en el colegio de la Marche de París. Empezó a destacar por su talento como versificador, especialmente por una aptitud excepcional para la poesía didáctica.
Su éxito, conseguido de inmediato, se debió a su traducción, en verso, de las Géorgiques de Virgilio, que publicó en 1770. Luis Racine intentó disuadirle de este empeño, que juzgaba temerario, pero Delille persistió en ello convenciendo a Racine con sus primeros ensayos. Su poema fue acogido con gran entusiasmo, sólo criticado por la voz discordante de Jean-Marie-Bernard Clément, de Dijon. "Abrumado por la lectura de las Géorgiques de M. Delille, -escribía Voltaire, académico francés, en marzo de 1772-, reconozco la enorme dificultad satisfactoriamente superada, y creo que no se puede rendir mejor tributo a Virgilio y a la nación. El poema de las Estaciones de Jean-François de Saint Lambert, y la traducción de las Géorgiques me parecen los dos mejores poemas que hayan glorificado a Francia después del "Arte poético".
Delille recitando La conversación, en el salón de Madame Geoffrin.
Delille fue elegido miembro de la Academia francesa en 1772, pero el mariscal-duque de Richelieu hizo bloquear su elección por el rey aduciendo que era demasiado joven. De nuevo fue elegido en 1774, esta vez fue recibido por la ilustre Compañía, Jean-François de La Harpe escribió un artículo en el Mercure de France mostrando su indignación por el hecho de que un talento tan excepcional se viera reducido a dictar lecciones de latín a los escolares, Delille fue llamado a ocupar el sillón de poesía latina en el Collège de France.
La ascensión de Delille se aceleró tras la muerte de Voltaire que podía pasar por ser su único rival. Tanto la corte como el mundo de las letras reconocieron, unánimemente, la superioridad de su talento. Fue protegido, a la vez, por Madame Geoffrin, María Antonieta y por el conde de Artois. Ëste último le concedió la abadía de San Severino, por el hecho de haber recibido las órdenes menores en Amiens en 1762 , que le reportaba 30.000 francos.
En 1782 la publicación del poema de Los Jardines, sin duda la obra más célebre de Delille, obtuvo un nuevo triunfo, aumentado por el talento con el cual el autor supo leer sus versos en la Academia y en el Collage. El conde de Choiseul-Gouffier llegó a ofrecerle, para salvaguardarle de tanta adulación, un puesto en su embajada de Constantinopla. En 1786 vive en compañía de su amante, Marie-Jeanne de Vaudechamps, con la que se casaría en 1799.
En el transcurso de la Revolución francesa, Delille perdió los beneficios que eran su fuente de subsistencia, lo que le produjo mucha inquietud, conservó, sin embargo, su libertad aunque sacrificando sus ideas a la hora de componer, a petición de Pierre-Gaspard Cahumette, un "Ditirambo sobre el Ser supremo y la inmortalidad del alma". Durante el Directorio se retiró a Saint-Dié, país de su mujer, más tarde abandonó Francia, tras el 9thermidor, cuando los "otros" entraron, se fue a Suiza, Alemania, y Inglaterra. Durante su exilio, estimulado por su mujer, que tenía gran ascendiente sobre él, trabajó denodadamente. Compuso "El hombre de los campos" (L’Homme des champs) y empiezó "Los tres reinos de la naturaleza" (Les Trois règnes de la nature), en Suiza; compuso "La Piedad" (La Pieté) en Alemania y tradujo Paradise Lost (El paraíso perdido) de John Milton en Londres.
Volvió a Francia en 1802 y retomó su carrera en el College de France y su sillón en la Academia Francesa. Al final de su vida se quedó ciego, como Homero, y este hecho aumentó la admiración, próxima a la idolatría, que le profesaban. Murió de un ataque de apoplejía en la noche del 1 al 2 de mayo de 1813. Su cuerpo fue expuesto durante tres días en un catafalco, en el College de France, la frente ceñida con una corona de laurel y, considerado como el mayor poeta francés, recibió unos funerales grandiosos, seguidos por una muchedumbre. Está enterrado en el Cementerio de Père-Lachaise.
Obra
Posteridad literaria
Generalmente se le niega a Delille, el genio de la invención, pero se le clasifica en el primer lugar, tanto en el arte de la versificación, como en el de la descripción.
Delille se consagró, casi por completo, a la poesía descriptiva. Es un arte lleno de ingeniosidad, en el que la preocupación mayor del versificador es la de encontrar las perífrasis elegantes y contenidas para describir las cosas triviales con su propio nombre, no sustituyéndoles por el lenguaje poético de la época, con el riesgo, a menudo, de resultar afectadas o ridículas.
No hay, en la poesía de Delille, ninguna emoción, ni un sentimiento emotivo sobre la belleza de la naturaleza. Cuando un verso contiene acentos románticos son, solamente, una traición del azar, no debidos a la inspiración, como el célebre:
"J’aime à meler mon deuil au deuil de la nature" (quiero mezclar mi duelo con el duelo de la naturaleza) Les Jardins, Canto IV.
La poesía descriptiva de Delille decayó rápidamente después de su muerte. Los Románticos le reprochaban su miedo a la palabra justa: Balzac, en Les Paysans, se burla de un émulo de Delille, autor de una Bilboquéide, mientras que Stendhal escribe: "los amantes tartufos de la naturaleza, como el abad Delille".
Lista cronológica
Les Géorgiques de Virgilio, 1770: Es la obra principal de Delille. "Es una obra deliciosa", escribió Jean- François Joseph Dussault, de una corrección rara, de una facilidad y una flexibilidad admirables, que supone el gusto más delicado y más refinado, un conocimiento profundo de nuestro estilo poético. Pero ¿es ésta una verdadera traducción? ¿Se reconoce el ingenio de Virgilio? El imitador francés ha modificado a los hermosos varones, imponentes y puros del original, las gracias un poco amaneradas, una especie de afectación, de coquetería, adaptándolas, sin duda, al carácter de su talento y, quizá, más conforme con el gusto de sus contemporáneos. Se dice de esta traducción que es una traducción original, y eso es verdad, pero también es la prueba de que es una traducción en la que se encuentra a Delille no a Virgilio". Más lapidario, Chateaubriand, dijo: "Es un cuadro de Rafael maravillosamente copiado por Pierre Mignard".
Les jardins ou l’art d’embellir les paisajes, poema en 8 cantos (1782: Este poema tuvo más éxito todavía que las Géorgiques. Pero si bien la versificación es muy ingeniosa, peca, gravemente, por la ausencia de un proyecto e, incluso, de ideas. Es una sucesión de cuadros en el que, cada uno es, únicamente, un pretexto para el verso, burdamente enlazados por torpes transiciones.
Bagatelles jetées au vent, 1799
L’homme des cahmps, ou les Géorguiques françaises, 1800
Dithyrambe sur l’immortalité de l’âme, 1802
Poésies fugitives, 1802
La Pitié, poema en cuatro cantos, 1803; Delille condenó, en términos muy enérgicos los excesos de la Revolución francesa, exponiendo unas consideraciones sobre la esclavitud en las colonias, en las cuales se compadecía, sobre todo, por la suerte de los colonos. Este poema está considerado como una de sus obras menores.
Le paradis perdu de Milton, 1805: Copia en verso, más que una traducción propiamente dicho.
L’imagination, poema en ocho cantos, 1806: Este poema peca, como otros muchos de Delille, por su composición, aunque tiene numerosos pasajes muy interesantes, por ejemplo los que se refieren a Jean-Jacques Rousseau, u otros sobre las catacumbas, o el himno a la belleza. El verso más famaoso es el que se grabó en el frontón de las catacumbas de París: "¡Detente! He aquí el imperio de la muerte" .
Les Trois règnes de la natura, 1809: Se trata de una especie de tratado psíquico en verso, en el que la ingeniosidad descriptiva del poeta alcanza lo indescriptible. "En este poema, escribe Pierre-François Tissot, se ve cómo el triunfo del género descriptivo, se ha desacreditado como nunca entre nosotros (…) Todos los vicios de su estilo, los conceptos, las antítesis, la simetría de los versos en dos compartimentos, las transiciones sin arte, pululan por todo él hasta el punto de hacerse insoportables".
La conversation, poema 1812: Delille quiso plasmar los retratos de los novelistas, del erudito aburrido, del burgués, del mendicante, del desordenado, etc. Pero la composicón es monótona y el estilo, con frecuencia, poco cuidado.
Sus obras fueron publicadas por Joseph-François Michaud, 1824, 16 vol. In-8, editadas por Lefevre, con notas, 1833, 1 vol. Grande in-8; y se encuentran reunidas en un solo volumen compacto en el Pantheón literaire.
Los tres reinos de la Naturaleza
(Traducción de Andrés Bello)
de Jacques Delille
Fragmento
La ciudad por el campo dejé un día
y recorriendo vagoroso el bello
distrito que a la vista se me ofrece
el prado cruzo y la montaña trepo;
llevé por la espesura de la selva
de mi libre vagar el rumbo incierto;
del arroyuelo el tortüoso giro
seguí; pasé el torrente; oí el estruendo
de la cascada; contemplé la tierra,
y osé curioso interrogar al cielo.
El sol se puso y envolvió la noche
la creación, mas por su triple imperio
discurre aún la mente vagorosa.
Descendió de los astros el silencio
derramando en mi ser sabrosa calma;
y de mil formas peregrinas veo
el mágico prodigio todavía
y aún no da tregua a la memoria el sueño.
Pareciome mirar al Genio augusto
de la naturaleza, entre severo
y apacible el semblante, en luminosa
ropa velados los divinos miembros.
De sus siete matices Iris bella
bordole el manto; Urania el rubio pelo
le coronó de estrellas; doce signos
el cinto, le divisan; arma el fuego
de Júpiter su diestra, y su mirada
meteoros de luz esparce al viento.
Bajo sus huellas brota el campo rosas;
ábrense a su mandado mil veneros
de cristalinas ondas; las fragantes
alas Favonio agita; o silba el Euro
acaudillando procelosas nubes,
se inflama el aire, y ronco estalla el trueno.
Puéblase el ancho suelo de vivientes
y el hondo mar; en derredor el Tiempo
con mano infatigable alza, derriba,
cría, destruye; sus despojos yertos
la tumba reanima; y da la Parca
eterna juventud al universo.
Cuanto le miro más, mayor parece:
«¡Mortal!, me dice al fin, si hasta aquí fueron
las formas exteriores que este globo
muestra a la vista, a tu pincel sujeto
a empresa superior la fantasía
levanta ya; sus íntimos cimientos
cala, y de su escondida arquitectura
revela a los humanos los misterios;
los primitivos elementos canta,
su mutua lid, sus treguas y conciertos,
Mide con huella audaz la escala inmensa
que sube desde el polvo hasta el Eterno.
Haz que en sus vetas el metal se cuaje;
desarrolla la flor; somete al cetro
del hombre el bruto; eleva a Dios el hombre.
Yo a tu pintura infundiré mi aliento,
y durará cuanto yo dure». Dijo;
y a obedecerle voy; mas lejos, lejos
de mí, sistemas vanos, parto espurio
de la razón que demasiado tiempo
tuvisteis en cadenas afrentosas,
de sí mismo olvidado, el pensamiento.
Sobre apoyos aéreos erigido,
obra de presuntuosa fantasía
que desprecia el examen, un sistema
hasta los cielos la cabeza empina,
y de los hombres usurpando el culto
reina siglos tal vez; mas no bien brilla
la clara luz de un hecho inesperado,
la hueca mole en humo se disipa.
Los vórtices pasaron de Cartesio;
pasaron las esferas cristalinas
de Ptolomeo; y con flamantes alas
en torno al sol la grave tierra gira.
De sus frágiles basas derrocados
así también vendrán abajo un día
tantos sueños famosos; como aquella
estatua del monarca de la Asiria,
que de oro, plata y bronce fabricada
se sustentaba en flacos pies de arcilla;
y desprendida de una cumbre apenas
el tosco barro hirió menuda guija,
se estremece el coloso, y desplomado
cubre en torno la tierra de rüinas.
Sigamos pues de la experiencia sola
el seguro fanal; ella me dicta,
yo escribo; a sus oráculos atento,
celebro ya la luz; a la luz rinda
su homenaje primero el canto mío,
a la sutil esencia peregrina
que los cuerpos fomenta, alumbra, cala;
que el verde tallo de la planta anima,
su pureza vital conserva al aire,
llena el espacio inmenso en que caminan
los mundos, y en su rápida carrera
a la mirada del Eterno imita;
fuente de la beldad, pincel del mundo,
de la naturaleza espejo y vida.
A la celeste bóveda mi vuelo
dirige tú, Delambre, que combinas
gusto y saber, y la elegancia amable
con el severo cálculo maridas.
Y pues Newton de su potente mano
a la tuya pasó no menos digna
las riendas de los Orbes luminosos;
tiende a tu admirador la diestra amiga;
subir me da sobre tu carro alado,
y la hueste de esferas infinita,
que en raudo curso surcan golfos de oro,
o equilibradas penden de sí mismas,
veré contigo, y su dïurna vuelta,
y su anuo giro, y de qué ley regidas,
ora se buscan con amantes ansias,
ora el consorcio apetecido esquivan.
No te conduce allá la gloria sólo
de interpretar ocultas maravillas,
ni en la región te engolfas de la duda,
en que sistemas con sistemas lidian;
mas del Gran Ser la soberana idea,
y el pacto eterno exploras que armoniza
ese de luz imperio portentoso
donde al orden común todo conspira;
donde el cometa mismo, que la roja
melena desgreñando, pone grima,
guarda en su vasta fuga el señalado
rumbo, y el patrio hogar jamás olvida.
Pura es allí de la beldad la fuente,
cuyo ideal modelo te cautiva;
mas ¡ah! que en esos rutilantes orbes
do el ángel de la luz con ojos mira
de piedad este cieno que habitamos,
do te ofrece un abismo cada línea,
cada astro un punto, y cada punto un mundo,
no es posible, Delambre, que te siga.
En pos de objetos, que a Virgilio mismo
dieron pavor, no vuelo ya. Campiñas
y prados y boscajes me enamoran;
ellas, como al mantuano, me convidan;
a gozar voy su asilo venturoso;
y mientras tú con alas atrevidas
corres tu reino etéreo, y pides cuenta
de su prestado resplandor a Cintia,
o del soberbio carro del Tonante
contemplas la lumbrosa comitiva,
te veré yo desde mi fuente amada
en los astros dejar tu fama escrita,
y menos animoso, a cantar sólo
la bella luz acordaré mi lira.
A cada ser su colorida ropa
viste la luz; si toda le penetra,
oscuro luto; si refleja toda,
pura le cubre y cándida librea.
Rompe también a veces y divide
su trama de oro en separadas hebras,
y reflejada en parte, en parte al seno
osando descender de la materia,
visos le da y matices diferentes.
Mas otras veces rápida atraviesa
el interior tejido; y lo más duro,
variamente doblada, trasparenta.
Ora a la superficie en que resurte,
con ángulos iguales busca y deja;
ora a diverso medio trasmitida,
según es denso, así los rayos quiebra.
Antes que de Newton el alto ingenio
de la luz los prodigios descubriera,
mostrose siempre en haces concentrada.
Él descogió la espléndida madeja
y de la magia de su prisma armado
del iris desplegó la cinta etérea.
Mas a las maravillas de tu prisma
precedió, inglés profundo, la ampolluela
de jabón, con que el niño sin saberlo
desenvolviendo los colores, juega.
Lo que inocente pasatiempo al niño,
fue a ti lección; así naturaleza
fía al atento estudio sus arcanos,
o un acaso felice los revela,
De los siete colores la familia,
si toda se reúne, el brillo engendra
de la radiante luz; y si con varia
asociación sus varios tintes mezcla,
ya del metal el esplendor produce,
ya el oro de la mies que el viento ondea,
ya los matices que a la flor adornan,
ya los celajes que la nube ostenta,
y de los campos el verdor alegre,
y el velo azul de la celeste esfera;
su púrpura el racimo, y su vistosa
cuna de nácar le debió la perla.
¿Y quién los dones de la luz no sabe?
Triste la planta y lánguida sin ella
niega a la flor colores, niega al fruto
dulce sabor, y adonde alcanza a verla,
allá los ojos y los tiernos ramos
descolorida tiende y macilenta.
¿Ves de enfermiza palidez cubrirse
la endibia en honda estancia prisionera?
¿Ves en la zona do a torrentes de oro
derrama el sol su luz, cuál hermosea
florida pompa el oloroso bosque?
Empapadas allí de blanda esencia
bate las alas céfiro lascivo,
dorada pluma el avecilla peina,
abril florece sin cultura eterno,
y toda es vida y júbilo la selva;
mientras del norte la región sombría
de funeral horror yace cubierta.
¿Pero qué digo? allá en el norte helado
es do mejor sus maravillas muestra
la bella luz; brillantes meteoros
el largo imperio de la noche alegran,
y la atezada oscuridad en llamas
rompe de celestial magnificencia,
con quien el alba misma no compite
en el clima feliz que la despierta.
Ora la lumbre boreal el aire
cautiva tiene en tenebrosa niebla,
ora le da salida y la derrama
en fúlgidas vislumbres; ora vuela
en rayos dividida, ora se tiende
en ancha zona; aquí relampaguea
bruñida plata; allá con el zafiro
el amatiste y el topacio alternan
y del rubí la ensangrentada llama;
ya un alterado piélago semeja
que de furiosa ráfaga al embate
montes lanza de fuego a las estrellas;
ya estandartes tremola luminosos;
bóvedas alza; en carros de oro rueda;
columnas finge; o risco sobre risco,
fábrica de gigantes, aglomera;
y hace el horror de la estación sombría
de maravillas variada escena.
Creyolas la ignorancia largo tiempo
ígneas exhalaciones que en la densa
nieve del septentrión reverberadas,
a las naciones presagiaban guerra,
iras, tumulto, y vacilar hacían
del tirano en la frente la diadema.
Otros el polo helado imaginaron
ver envuelto en el limbo de la inmensa
atmósfera solar, cuyos reflejos
denso el aire o sutil rechaza, alberga,
difunde en modos varios o acumula,
y su luz tiñe, y formas mil le presta.
Refieren los poetas (de natura
elegantes intérpretes) que Jove
a dos bellas hermanas hizo reinas,
una del rico oriente, otra del norte.
La Boreal Aurora cierto día
(añaden) viendo que su hermana el goce
de la divinidad obtiene sola
y el incienso le usurpa de los hombres,
al Sol su padre va a quejarse, y mientras
que de sus ojos tierno llanto corre:
«¡Oh eterno rey del día! ¡oh padre!, exclama,
¿hasta cuándo será que me deshonren
los que hija de la tierra me apellidan
y parto vil de frígidos vapores?
¿Hasta cuándo querrás que oprobio tanto
infame tu linaje? El manto rompe
de púrpura que visto, y de mis galas
la inútil pompa en luto se trasforme,
arranca de mis sienes la corona,
si por hija ¡ay de mí! me desconoces.
¡Oh cuánto es más feliz la hermana mía!
La hospeda el cielo, y la bendice el orbe,
conságranle sus cánticos tus musas,
y en blando coro la saluda el bosque.
¿Y a qué beldad honores tales debe?
¿Por qué la adora el mundo, y de mi nombre
se acuerda apenas? ¿Vale tanto acaso
el falso lustre de caducas flores
que a un leve soplo el ábrego deshoja?
Siempre descoloridos arreboles
la ven nacer, y de abalorios vanos
las trenzas orna que a tu luz descoge.
Mas yo de oro y de púrpura y diamantes
recamo el cielo; yo a la parda noche
hago dejar sus lúgubres capuces
y alas de luz vestir; por mí depone
su sobrecejo la arrugada bruma;
por mí Naturaleza, en medio el torpe
letargo del invierno, abre los ojos
y tu brillante imperio reconoce.
Mi hermana, dicen, a servirte atenta
madruga cada día, y tus veloces
caballos unce, y a la tierra el velo
de la tiniebla fúnebre descorre.
Sí, sábelo el Olimpo, que dejando
la cama de Titón, va con el joven
Céfalo a solazarse, y no se cura
de que a la tarda luz el mundo invoque.
¿Por qué, pues, ha de ser la hermana mía
única en tu cariño y tus favores?
¿Por qué, si hija soy tuya, no me es dado
beber contigo el néctar de los dioses?»
«Cese tu duelo, cese, ¡oh sangre mía!
tus lágrimas enjuga (el Sol responde);
yo vengaré tu largo vituperio.
Un mortal he elegido que pregone
la alteza de tu cuna, y a su cargo
con noble empeño tu defensa tome.
El diga tu linaje; y las estrellas,
cual hija de su rey, de hoy más te adoren».
Dice; ella parte; el rey del cielo un rayo
de su frente inmortal desprende entonces
(de aquellos con que a espíritus felices
de estro divino inflama, y lleva a donde
los haces de tus obras confidentes,
naturaleza, y tus arcanos oyen);
el nombre en él grabó de su hija amada
y la estirpe y las gracias; y lanzóle
al ilustre Mairán; el dardo vuela,
hiérele; y ya inspirado los blasones
de la hiperbórea diosa canta el sabio.
La Aurora de los climas de Bootes,
como la del oriente, es ensalzada,
y adoradores tiene, imperio y corte.
Así cantaron las divinas musas.
Otros la vasta atmósfera suponen
de eléctricos principios agitada,
que en intestina lid hierven discordes,
y el cielo hinchiendo de tumulto y guerra
alzan sobre el atónito horizonte
lúcidos meteoros; mas, en medio
de encontradas hipótesis, esconde
su lumbre la verdad, y el juicio ignora
donde la planta mal segura apoye.
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