lunes, 13 de abril de 2015

INGRID SOLANA [15.564] Poeta de México


Ingrid Solana 

(Oaxaca, México 1980).Estudió la licenciatura y la maestría en Letras en la UNAM; ahora realiza un doctorado también en letras y en la UNAM. Ha escrito los libros: De tiranos (poesía), Contramundos (poesía), El juego del mundo (poesía), La gacela y el abismo (ensayo) y Barrio Verbo (FETA, 2014 ensayo). Los dos primeros se publicaron en Limón Partido (2007) y el Instituto Mexiquense de Cultura (2009), respectivamente. Algunos de sus textos han aparecido en revistas como El Jolgorio Cultural, Casa del tiempo, Contrapunto, Andamios, Punto de Partida. De 2009 a 2011 tuvo la beca de creación en ensayo literario en la Fundación para las Letras Mexicanas. Actualmente escribe una novela, una obra de teatro y entrena box para descargar la ira contra un costal y no en el tráfico del DF.


De Tiranos


Dos Tiranos



6.

hay casas limpias, paredes yermas que revientan un silencio hinchado,
pero las sombras se esconden en las macetas, en los lápices, en
las sábanas oscuras, en las bocas sin lengua


7.

(A Gema)

en la palabra sílice, donde los clavos se guardan, la vocal sinfonía
abre con caricias el papel blanco. tortuosa navegante y sirena se
incrusta. es una madeja prestada que los pescadores recogen cuando
sube la marea. llama con su linterna espectral de faro deshabitado.
un horizontal se escribe minucioso y el oído musita transcribiendo
las frases mustias que escapan de la boca enferma. un punto muerto
en el papel que el cuerpo abarca



9.

los caballos han muerto
en la mañana clara
han dejado sus gritos
en el ocre estertor
de la tristeza
los caballos huyeron
sin jinete
hacia la guerra

los caballos relinchan
un horizonte de
aguas doradas y
atardece sin tiempo

los caballos están en la horca
asesinados
sin mutilación

los caballos solos
cuelgan


20.

la sangre de la tortura está sobre el suelo; la sangre de los esclavos y
de los libres. nadie ha aprendido a recordar con claridad los días de
horizontes heridos. nadie está en la calle memorizando los muertos
y los vivos. hay una fiesta de Satán afuera y los árboles tocan flautas
y tambores




24.

¿habrás intuido la putrefacción de tus hijos
tú, sí: tú, Sylvia
la metálica, la silla sin ruedas?




27.

las casas son incendios breves
fuego amarillo
repetido en doscientos

alumbran la carretera
como pianos infinitos

despiertan a los niños
murientes en los pastos

sueño interminable
cuando germinan
viajes de infancia
cuando nada
detiene la fantasía
y los imaginarios
se dirigen sin jinete
al encuentro de las islas

ya no queda
ni pizarra ni regaño ni padre
ya solo

pez enorme
suspendido en los maizales
película olvidada
repetida en doscientos







DEL LIBRO EL JUEGO DEL MUNDO 

Nota introductoria: La Era es un barrio muy pobre en el Distrito Federal. Asentado en los linderos de unos cerros, se encuentra en una zona llamada Santa Fe, en la que también se alberga una de las zonas más enriquecidas de la ciudad. Las dos zonas están una frente a la otra. Desde los grandes y progresistas edificios de la zona rica se miran esas costas de pobreza semejantes a las favelas. La Era se caracteriza, además, por ser un barrio sumamente peligroso, en el que hay altos grados de delincuencia.



Proposiciones

DETENTE frente a La Era. ¿Qué ves?
El  lenguaje convertido en la vergüenza.

Tengo miedo de mirar. De atravesar las calles del pensamiento.
De perderme adentro y no poder salir hasta ser castigada
por el muro de la vergüenza, el silencio de la vergüenza,
el lamento de la vergüenza, el destino de nuestra vergüenza.





Neutra

El lenguaje a manera de foso deja caer
las sensaciones agrupadas.
Nunca se alcanza lo percibido.
El tacto trata de articular una expresión,
los signos incendian los gestos,
la movilidad se apropia de lo escrito
en cuanto desaparece mi voz.



Sin lugar

La Era no tiene lugar. No combate, se atrinchera. La atraviesan los puentes, las mañanas del verano, la vegetación imposible. Ella expande su ruido pero nadie lo escucha; es un grillo que silba con esfuerzo, apenas si pinta su aire.

Miro la zona a distancia. En mi casa ahora prenden veladoras, como si ellas fueran el porvenir, como si anunciaran los hijos que no tendré, la primavera de cada año, ¿quién hará la luz aquí?

Tuve un sueño, vi la destrucción del mundo en un eclipse, los rostros amarillos de los pasajeros sin documentación y yo en medio de ellos cargando mi maleta ordinaria.

Soy una fractura en el tiempo, una mirada cobarde intentando escribir sin jamás dar en el blanco. Soy el ruido de los cerros y apago las veladoras de mi casa cada noche al terminar.




La Era está repleta de inquietud. Escribir es entrar en conflicto con la lengua que hablo; la que dice origen, tierra, nacimiento.

¿Las lenguas perpetran crímenes?



Rumor

Martillos alrededor de La Era. La Era somos. Retornaremos negándola cada vez que nuestra boca intente relatar nuestros cimientos. Cada vez que la mentira invada esa porción densa y profunda del lenguaje: un árbol crecido en el fondo del mar.



(Sin título)

“No podemos decir el tiempo fluye si por tiempo
nos referimos a la posibilidad de cambio.”
Wittgenstein


La falacia de los centros,
la podredumbre que nos circula en los brazos.
Acostumbrados a la mentira
solemos plantearnos refugios aparentes,
soluciones precarias para todo estado de esclavitud.
La distracción interrumpe la claridad
como una infección en los ojos que perturba el escenario.



Mar de márgenes

Sucede que el lenguaje también, al límite,
confirma la importancia de los márgenes.
Lo hace para que las claves
dejen de asfixiar.
Parece que las orillas de La Era son toda orilla.
Una máscara que cifra las desconocidas superficies.
Conozco la superficie.
La palpo cada segundo en el que no puedo
aplicar a nada el misterioso poder de mi lenguaje.
La humanidad, una orilla sumergida en las palabras:
jugando sin ley en cuanto escribe.




Vértebras

¿De dónde obtener lo múltiple? El movimiento de los puentes, la arqueología en una plaza llena, las poleas y las construcciones, las bicicletas y su letanía de rieles, el pan duro, los hombres y su risa. La realidad se diluye en la escritura; no hay mundo en ella pero parece llenarse con nuestras percepciones; es imposible fijar la mutación, el cambio, aunque todo se despliega entre los signos. Mi edad es cada vez más corta; el paso del tiempo ahuyenta mi identidad con salvajismo. El encuentro con los espejos es voluble. Allí no se guardan los combates ni las promesas de otras horas, las huellas de otros cuerpos; los tatuajes borrosos de la falsa memoria. Escribo: las vías, los surcos de los pájaros, los motores, las calles, los parques, sus palomas; los maniquíes colgados de los vidrios; ondas radiales, solares, eléctricas; redes, radios, rutinas; la inclemente necesidad de una mirada; estas ganas de gritar ahogadamente una palabra que resuma esta visión siempre parcial del universo. Amo como una fiera, carnívoramente, y muerdo mi entorno con todos mis actos.





Origen

Austerlitz pensó en su vida como un punto detenido.
Infames los destellos al transcurrir las horas lentas, su imprecisa saciedad.  
Pensó, sobre todo, en su origen sin origen. 
Ácidos los espejos de la salud. Encriptados de judíos. Judíos. Judíos. Imre Kertész sumergido en su sonrisa, la fugacidad de un tren que pasa, una vida siempre al borde de la locura por escribir. 
Parece que la escritura es trivial; la hacen unos y no los otros y ¿cómo es que el hombre ha podido situar en ella todos sus duelos? 
Quisiera saber qué hace de esto algo más allá de la muerte. 
Es posible que en aquellos campos haya cambiado la historia y el hombre ya no confió más en la escritura, pero sólo quedaba la escritura y alguna manera de construir una historia sorda a través de las palabras. Y, ¿nosotros? Se mueren las personas cada día y no podemos escribir sus nombres. Sólo sus nombres. Fueron asesinados y no tenemos sus cuerpos. No habrá lápida que escriba sus nombres. 
¿El nombre es un cuerpo?, ¿por qué es más sencillo dormirse?
Duermen acompasados los segundos de la ternura en la voz de Celan, Celan, Celan.



Desencuentros

Nada sugería el posible encuentro con los objetos a  través  del papel. Los signos permanecían lejanos. Su identidad arbitraria eludía las cosas. Apenas si rodeaban las presencias. Resguardados por los nombres permanecemos en ellos a la manera de una montaña que ampara el campo. Partimos de la amplitud, encarnamos lo minúsculo.

A lo lejos se pueden contemplar los caballos atravesando la lentitud. Trotan sobre un festín verde. Se puede consignar el movimiento aunque los caballos pasean la nulidad y hablan el idioma de lo silencioso. 






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