Ramón Campos Tibi
Cobija, Bolivia. Nació en 1953 y murió en febrero de 2012. Poeta, dramaturgo, abogado, profesor y políglota. Premio Patujú de Oro – 1981 (Casa de la Cultura de Trinidad, Beni). En ocasiones, ha publicado sus materiales bajo el seudónimo de Fabry Paruma (del italiano fabbro: artesano, orfebre del verso - Paruma, en memoria de su abuelo Arlindo Paruma).
Producción en Poesía: Primera elegía (1981). Transeúntes el uno y el otro y yo, transeúntes nosotros (1983). Las tres voces de Arlindo Paruma en la Amazonia (1990). De las semillas, unas cuantas mías (1990). Después de la distancia, la casa del siringuero (1993). Segunda elegía (1995). Del encuentro, felizmente la memoria (1997). Siringueros (1997). Tercera elegía (2004). Una centuria amazónica. Machetes, colinas y corazones de la Cobija bautizada (2005).
En teatro: Lucho Paruma (1973), Mamá Nana (1973), Madre Siringa (1986), La cruz milagrosa (2008) y Monólogo de mi abuelo Arlindo Paruma (1995). Sus prosas están reunidas en Illotis manibus (1983).
La casa
Pies descalzos, barriga grande y desnudo
el hijo del siringuero
desde un barranco
mira un horizonte que no entiende.
Sólo sabe que en su vida
van y vienen las noches y los días;
que hace sol y que la lluvia
viene con las grandes nubes;
sólo sabe si el río está seco o está lleno;
si hay carne, yuca y arroz.
Nada más en la rutina de este chico
que en su entraña tiene otro río,
otra historia seguramente paralela,
incolora y dirigida al monte,
al castañal, / donde la castaña y la siringa
le aseguran la otra rueda del tiempo,
pero está, / seguro que está.
Cuando la madre, garrote en mano,
golpea y golpea trapos
que antes fueron camisas y pantalones.
Cuando el padre, / trazao en mano,
yamachí a la espalda, / escopeta al hombro,
sostiene la tradición, porque la vida
en el pahuichi del siringuero
son estas cosas y mucho más:
en el pahuichi está
el hilo invisible de una historia
intacta porque es siringuera,
persistente porque es macha,
continua porque es humana,
divina porque existe.
He ahí lo que esconde la distancia:
San Antonio, / Fortaleza, / Palma Real,
una existencia continua en el castañal,
con el siringuero
respirando la brisa del atardecer,
en un barranco del Madre de Dios,
con las manos en alto, / pero vivo,
persistente, / leal.La distancia
Tercera elegía
IV
Entonces ocurrió. Desde el cielo cobijeño
el celeste claro fue cediendo a las sombras
de una muerte que venía galopante.
Como siempre, nadie sabía
que iba a derramarse sangre joven
en lucha desigual.
La tierra del camba siringuero
se iba a derrumbar.
Nadie sabía dónde
ni a qué hora, / ni cómo iba a suceder.
Se fueron enmudeciendo los árboles
porque el viento dejó de correr;
se cerraron los patios, las puertas
y las ventanas de las casas.
Nadie sabía nada de nada.
Cuando el silencio,
cuando la mudez y el dolor callaron;
cuando las mujeres y los niños se echaron a llorar,
los hombres sintieron la presencia de la muerte.
El universo se sintió indefenso
y del silencio se pasó a los llantos
de todo ser viviente.
La muerte estaba con Vanesa
en la avenida principal
de un pueblo orgulloso de ser joven,
herido en la belleza de una muchacha
definitivamente humana,
porque la muerte le pertenece a cada uno
y el hombre se amarra a la esperanza
para ser recordado,
para no morir del todo.
Siringueros
V
Las circunstancias de la vida, / a mi edad,
deben ser como la luz que ilumina el mundo,
como esa luz que, pendiente del centro del universo,
no escoge a nadie para iluminarle el camino
que guía los pasos del siringuero,
viajero inmanente en la Amazonía de mi abuelo Arlindo
que, a fuerza de aguaceros y golpes de sol,
permanece intacto
en la historia oculta de la tierra pandina.
Probablemente como una sardina
que, a sabiendas del Tahuamanu,
desciende hasta el Madre de Dios,
vigila el Orthon, / pasea por el Abuná,
regresa al Manuripi
y de paso por el Bajo Virtudes,
descansa en el Acre, allí donde, seguro,
Arlindo Paruma le dará otro encargo:
la de ser, para siempre, su mensajera de amor.
Estas circunstancias
no pueden darse en otra parte:
de Pando es la vida
en el sayubú, la chaisita y el taitetú;
de Pando es la vida
en la mioca, el mandín y el surubí;
de Pando es la vida
en la vida misma del siringuero.
¡No me digan que el tucán
se viste de fiesta / en Nueva York!
¡No me digan que el tiluchi
labra su casa / en París!
¡No me digan que la garza
se posa quedamente / en Madrid!
¡No me digan nada! ¡La vida está aquí,
aquí canta la vida,
aquí permanece por siempre
y desde siempre, la vida.
La vida no es como un tronco seco
parecido a una tumba.
La vida no es como un gajo seco
parecido al silencio.
Como un viejo abuelo a quien sólo
le queda el apoyo / de un viejo tronco seco.
Las tres voces de Arlindo Paruma
Del Padre
Mirá, hijo, si la vida lo tiene todo,
el hombre sólo tiene que vivirla.
Y si no sabe vivirla, es como un tronco seco.
¿No mirás, acaso, cómo vive la selva?
¿No mirás, acaso, cómo baila?
Pero ya soy como un gajo seco
que habla con la ayuda del viento.
Soy como un tronco seco
botado en este pueblo.
Soy como un chaco recién quemado,
sin fuerza de la vida;
como una ramita que se cae,
como toda cosa que ya no tiene voz,
como un pueblo callado
a la espera de la voz del viento.
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