Ricardo Muñoz Munguía
(Ciudad de Chignahuapan, Puebla, México 1970) es autor del libro compartido Aire corredor (Serie El Ala del tigre, UNAM) y ha participado en las antologías Bestiario Inmediato (Ediciones Coyoacán) y Vuelta a la casa en 75 poemas (Editorial Planeta), entre otras. Actualmente es columnista y coordinador de redacción en el suplemento La Cultura en México, de la revista Siempre!
Dos poemas inéditos de Ricardo Muñoz Munguía, seguido de un texto de Guillermo Samperio sobre su poesía. Muñoz Munguía ha publicado, entre otros, el poemario Amanterio. Mantiene una columna de crítica en la revista Siempre!
Abre su diario
Abeja
Nido de almas sin gozo
anhelos que vierten su sed
al envase laberíntico invulnerable
juego que fecunda renacimientos
sueño preñado al origen
de la flor enhiesta
campana hacia el firmamento
que deja sus rumores
y su ejército atigrado
en orificios de miel y veneno.
Beso
Se absorbe a veces lento a veces terco
hacia el mar de memoria incandescente
símbolos de luz con forma de sirena
labios de luna que imperan trepidantes
en corona de miradas de acero
estatuas pilares que alumbran
con su carne de sal y cemento
frenesí y brasas de boca en boca
del delirio que besa el sabor violento
al dulce candor de la piel de la fe
esperanza de fruta infantil
y aurora boreal que rodea el tiempo
del ser atado al poste senil.
Los poemas anexos pertenecen al libro Amanterio, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
El vuelo de tus manos,
mariposas nocturnales en su imperio,
son puertas que abren camino al polvo
lentamente esparcido por otras manos,
las que hurgan en la textura dócil de mis cicatrices;
veo clavarse cada uña en cada borde
hasta descarnarlas hasta recordarles el baile
alrededor de los hilos del viento,
ahora son fuertes hachazos
en medio del corazón del árbol.
Mariposa herida,
eterna injusta de lacerante acento
regresas a mis llagas,
pozo donde alivias la sed
con esta sangre,
mi
s
a
n
g
r
e
En negro y frío cristal
se reflejan ojos que insisten apagar
con lágrimas y sudores
las brasas de tu cadáver
pero sólo la lujuria incandescente
gotea por entre el vidrio
hacia tu cuerpo sediento.
El tumulto de miradas
empolvaron tus prendas
y la muerte tu figura.
La tierra, la lluvia,
el mármol y el deseo
caen en toneladas sobre tus
huesos.
En medio del firmamento
continuas erguida y sospechosa
aunque también de ahí desapareciste.
Tu cuerpo es una vela pálida
que sostiene un baile socarrón,
fuego de dos tintas
atado al hilo de mi añoranza.
El sudor te consume
-sangre muerta
en el hervor de pasiones-
sobre el candelero destendido.
Se iluminan miradas de perversión
en la cada vez más roja flama
sobre el cada vez menos color del cuerpo.
La parafina de esta voz
despide sus últimas gotas
que caen en cascadas
sobre otras velas petrificadas.
Mi cuerpo puntualmente
desciende en espiral
al fondo de la tortura fiel.
Lo quema el sabor del hambre,
clavos apuntalándose
en paredes del estómago;
la pus sacia al sediento que soy
con su enorme balde
hasta ahogar el clamor;
el deseo diorama se disuelve
en una porción de fórmula tímida,
delirio entre venas
hacia la cima del viento.
El sedante nocturnal
desprende los frutos
que cuelgan del sueño;
ella, sin nombre, y yo, sin ella,
somos eso mismo,
las frutas desprendidas
en una noche, en una vida,
alimentadas con dosis miserables
de placer y venenos,
ácido escurriéndose
de los espejos a los
pies.
La gran necedad -necesidad-
por continuarse en límites de la carne
se paga con sobreprecio
pero al fin el valor se vuelve minúsculo
porque bien se cobra: mantenerse
en la gravedad del cuerpo
para tocar otros cuerpos.
DEL INFIERNO AL CIELO:
Polvo de pabilos, de Ricardo Muñoz Munguía
… poesía es espera que mira en la media luz, poesía es abismo en presentimiento de crepúsculo, en espera en el umbral, es comunidad y soledad al mismo tiempo…
Hermann Broch
Broch afirma que la meta de toda poesía es mostrar la totalidad, la simultaneidad “en que descansa lo eterno”. Por ello, este fenómeno, que nació, creció y se desarrolló con la música para luego separarse y cobrar cierta independencia, es el amanecer de la palabra, que despierta y se asoma al mundo con nuevos bríos y frescos ojos. La poesía auténtica hace que los objetos cotidianos pierdan su carácter accidental, contingente, mecánico, a fin de recobrar su esencia, su singularidad o transformarse violentamente. Víctor Sklovski se refiere a la desautomatización que provoca el arte en general. En palabras de Helena Beristáin, se trata de la emoción estética, del impacto síquico o extrañamiento. Esta sensación revitaliza la mirada ante las cosas, y sólo el verdadero poeta —en el sentido etimológico de creador— es capaz de ex-presar, hacer existir (poner fuera de su esencia a los objetos para conferirles otra, o recobrar su esencialidad primigenia), mediante mecanismos y estrategias —entre ellos, los recursos retóricos— que el artista ha asimilado, de los que se ha apropiado para manipularlos con su libertad e imaginación. Sólo así puede ex-traer a las cosas de sus asociaciones cotidianas y liberarnos de lo que Sklovski llama automatismo: “La mirada de los árboles/ entre los ojos y las hojas/ del ebrio y la prostituta/ nace y muere a diario. El día terminado/ sube su memoria/ a los músculos de las ramas.” Estos versos, extraídos de Polvo de pabilos (2009), último poemario de Ricardo Muñoz Munguía, son un claro ejemplo de la desautomatización del lenguaje, de la transfiguración del vocablo. Las presencias, los objetos se perciben como si se percibieran por vez primera.
Muñoz Munguía, autor de Amanterio (2005), poemario en que descuella Eros, fuerza revitalizadora del recuerdo y de la vida, sacó a la luz pública recientemente el mencionado Polvo de pabilos que, con sus seis secciones, conduce al lector —Dante implícito— del infierno al paraíso, de la caída al éxtasis, del Tánatos al Eros… De la enloquecida perra que “arranca trozos de mi pecho/ para alimentar su rabia”, hasta “El principio donde nuestros cuerpos…,/ no son caricias sellándose una sobre otra/ al hacer de su pasión siameses/ que fueron fundidos en su lucha/ para someterlos en un solo grito”. Y si es verdad que, como afirma René Char, “el único dios que puede ser propicio a los poetas es el Relámpago, que algunas veces nos ilumina y otras nos parte”, este último poemario de Muñoz Munguía, es, en efecto, iluminador y destructor a la vez. Ya en el epígrafe que abre las puertas del “Infierno” (título del primer poema), aparece el desgarramiento de las vestiduras y del yo interior. Es claro entonces el descenso a las regiones subterráneas del ser y de la conciencia: “Algo nace dentro del infierno/ algo sin nombre y sin dios/ algo entre llamaradas”. Sin duda, las imágenes anteriores, que también hacen nacer al libro; esas imágenes de “ángeles perdidos” transformados en “espinas encarnadas en frases”; este “bestiario calcinado en la nación del sueño”, son la habitación de algo que nace sin nombre y sin dios: ¿el poeta mismo? “La tormenta acude”, afirma el yo lírico… ¿Se vislumbra el Relámpago de René Char? “Arder el canto”, siniestra sinestesia que da título al segundo poema, es —nuevamente— una visión de descenso, acaso una prueba iniciática. La primera parte se halla tejida de fibras nerviosas, inflamadas en luz y sombra, en crepúsculo, en la clarivigilia (expresión de Miguel Ángel Asturias), que no es ni estar dormido ni despierto, sino en un punto intermedio. Allí, “la muerte mora” y se percibe el “Desorden del alba”: signos negativos que trascienden la palabra y desconciertan los sentidos.
“Furia de soledades”, primera sección del poemario, desemboca en “Cenizas de silencio”, y éstas en “Lumbre en cálamo”, que continúa su camino hacia los “Rumores de la tumba” para tragar “Bocanadas de luz negra” y llegar, finalmente, a la “Realidad que sueño es”, con el último y más extenso poema del libro: “Paraíso de brasas”. Aquí el fuego, la lumbre, ya no posee connotaciones infernales, pues se trata de versos eróticos:
El principio donde nuestros cuerpos…
no son mis voraces manos hambrientas
deslizándose sobre tus prendas
convertidas cada vez más en carne.
No son las que han de transitar por tu espalda
tornada en dos horizontes
ondeando sus esculpidos valles
en que mis manos se extravían…
El poeta, ese “arco sobre las cuerdas de la realidad” —a decir de Luis Cardoza y Aragón—, imprime un impulso peculiar a las cosas, mira cómo se consume una vela y es como si contemplara lo efímero y contingente del signo humano. Mira el mar de Veracruz, mas allí observa símbolos que descuartizan los sentidos o los envenenan de oscuridad: un “visitante leproso” con arañas en las manos, “gritos de sangre”, “nervios estrangulados”… es el mar de Veracruz que, al estrellar sus brazos sobre las rocas, se mutila en cada ola.
Los poemas no concluyen con un signo de puntuación, con un simple punto y aparte, sino con una vela encendida. La última vela del poemario sigue iluminando la zona onírica, pues la poesía es —advierte Novalis— la “religión original de la humanidad”. Por ello el poeta es el creador por excelencia de mitos y religiones; por ello se explica el mundo con esos mitos emanados de su sensibilidad, de sus sueños y pesadillas, de sus angustias y temores, alegrías y tristezas, estados que jamás se miden con el tiempo mecánico de los relojes, sino con la intensidad de la vivencia. La mirada de Muñoz Munguía en Polvo de pabilos es intensa al recobrar, recrear, reinterpretar realidades. En estos “poemas-serpientes hundidos en los sueños”, el poeta no formaliza la forma ni materializa el fondo destruyendo la unidad (fondo es forma), sino que —como lo quiere Johannes Pfeiffer— encuentra el “punto medio en que esencia y palabra se funden”.
Aproximaciones a Ricardo Muñoz Munguía: de los pormenores del asombro, la luz.
Publicado el marzo 6, 2014 de The Mexican Cultural Centre (MCC)
Juan Carlos Recinos
Si se extiende la luz
toma la forma
de lo que está inventando la mirada
JEP
I
Para Marco Antonio “El Yuca” Murillo.
Poesía, es todo y es nada. Nombra, duda, absorbe, traduce y traslada. El poeta es una voz que el tiempo moldea en silencio, el poeta es un espejo donde la palabra significa. Polvo de pabilos (K editores, 2009), de Ricardo Muñoz Munguía (Chignahuapan, Puebla, México, 1970), es un libro que de principio a fin deletrea, donde el eco de su voz se difumina en las cosas que designa. Este poemario integrado por seis secciones Furia de soledades, Cenizas de silencio, Lumbre en cálamo, Rumores de la tumba, Bocanadas de luz negra y Realidad que sueño es, advierte la búsqueda de una angustia, que uno como lector ve desplegarse en el primer poema de este libro:
Algo nace dentro del infierno
algo sin nombre y sin dios
algo entre llamaradas.
Escucho.
El poeta en estos primeros versos, entreteje el paisaje de su alma y traza, con notable oficio, la geografía que experimenta cada poema como un sol de nadie. Convierte los versos en un festín de palabras que cincelan el asombro, fluye con naturalidad. Muñoz Munguía asume su oficio con tal intensidad y nos dice:
Crepúsculo donde la muerte mora
es inicio del fin de algo, de lo que deja de ser.
Los elementos perfectamente visibles en los ojos del poeta, iluminan estas páginas, gobiernan con buena poesía y verifican de manera eficaz todo aquello que ha sido nombrado y que nos interroga. Furia de soledades la primera parte de este poemario es un testimonio donde el poeta busca permanecer, donde su risa en lugar de llanto, es una flama invisible. Los poemas de esta sección contienen diálogos con voces simples, condición que permea en todo el libro como una comunión, no como consigna. Aquí el poeta rezuma su muy particular manera de transcribir el mundo. Cenizas de silencio expresa, exacta y legiblemente, una música natural, digamos que el misterio es un signo frágil, al cual el poeta da respuesta: Al pabilo lo sembraron / entre sangre nocturnal, / veladora de alientos silenciados. Se podría decir que aquí reza cierta fuerza expresiva y original que permite ver una mínima porción del mundo del vate. Lumbre en cálamo y Rumores de la tumba, son dos apartados de Polvo de pabilos, donde en el goce del texto, por simpatía con la poesía o por un esfuerzo en particular, uno se acerca de manera espontánea a un poeta que sabe comunicar y decir. Poemas que son frutos maduros y de los cuales se sabe, es una virtud de pocos redondear la hazaña epifánica, donde se reconcilia la realidad y la textualidad que tensan la experiencia que se establece a manera de una revelación poética:
*
Sólo los muertos
recorren con libertad
los sueños,
no tienen obligación de despertar.
*
La casa conmigo escapa en el rumor nocturno,
tiempo en que los sueños iluminan la sombra.
*
En Bocanadas de luz negra uno asiste a un mundo pausado por el asedio de la materia iluminada, a un enjambre de relámpagos que habitan estas páginas y que buscan establecer un juego con la memoria.
Tiempo sostenido en la maraña
del visitante leproso,
recién desembarcado en Veracruz.
Le vi arañas vivas en sus manos,
hilos que eran gritos de sangre,
nervios estrangulados
sobre la piel bañada de sufrimiento.
El hombre me respondió lo que deseaba saber
a pesar de no hacer la pregunta:
“He venido para que mutilen mis manos”,
y apretó los puños.
Se fue.
Las palabras caen y testifican en su descenso, la restitución del tiempo, tiempo finito e infinito que da identidad al mundo en un punto de inflexión entre cada una de las secciones que integran este poemario. Asombro que alcanza su punto más alto en Realidad que sueño es sección donde un solo poema Paraíso de brasas vibra como una resonancia cautivadora.
El principio donde nuestros cuerpos…,
tampoco es tu mirada
que posas al fondo de mis ojos
cuando las bocas abren sus horizontales puertas
y dejan a solas el tremendo ataque de las lenguas
besándose con todo su cuerpo,
batiéndose entre la sangre del deseo,
haciéndose cada vez más fuerte una y otra
conforme el dragón salival les concede brío y calor.
Sin embargo, siguen sostenidas
a pesar de sus esfuerzos dados por el dolor del deseo;
no podrán arrancarse para dar nuevos frutos en otra boca,
pondrán su sabor en la falda de tu pubis
y trazarán, como si de una ciudad se tratara,
caminos a lo largo de tu cuerpo,
rumbos que sólo míos habré de recorrerlos
en este instante en que tu nombre
hace sudar mi lengua
La música emotiva que se desprende logra una atmósfera definida, precisa y altamente expresiva, donde un mundo múltiple y diverso, asombra por la paciente construcción de una voz que devasta la noche con una fluidez y un pensamiento único. Cada una de las partes que componen este libro, abren un diálogo distinto sin escisión en la totalidad de la misma. Cobran forma en los fundamentos del espíritu humano, donde nombrar es una verdadera prueba de amor y fe en el poder de la palabra.
II
La palabra alude a un mundo natural, reactiva la memoria en ecos que se apoyan en los recuerdos que laten al paso del tiempo. No hay tema que no pueda ser poesía. Ricardo Muñoz Munguía en Melodías del suplicio, pareciera querer demostrarnos en los poemas que integran este libro, que la palabra, misteriosa e iluminadora, es un acto de conocimiento en la inmediatez de la creación poética. Este poemario integrado de 4 secciones, Sacrilegio de cicatrices, Estuario, Plegaria por las ciudades y Luciérnagas núbiles, se abre como una rosa de los vientos, cada apartado apuntando hacia un rumbo determinado por el poeta. La fluidez con la que se despliegan los poemas, su secreta fugacidad y la eficacia con la que rebasa la simple experimentación es una factura precisa que aparece con toda naturalidad en quien hace de la poesía su propio periplo:
Busqué en toda mi vida
una frase para mi epitafio,
que me definiera como escritor,
pero sólo encontré fantasmas dictándome.
Este fragmento que cito de Sacrilegio de cicatrices, revela el desafío del poeta hacia el tiempo, la meditación inusitada para convivir con algo deliberadamente ambiguo: la muerte. Toda la imagen poética contenida en este palabra, vivifica una experiencia de vida, tan real como palpable, que establece un juego de múltiples voces, que se abisman y contradicen, pero que en el diálogo contienen la reflexión en el universo del lenguaje propuesto por el poeta. En Estuario, uno asiste a una celebración donde la palabra cobra la forma del deseo, uno testifica que el cuerpo es entonces lo sagrado y que la primera razón de su validez no reside en la propia experiencia, sino en el mundo creado a través del ejercicio poético:
He visto mi cuerpo
seguir
sus pasos
sin mí,
y desde tu casa le grito que no se vaya
pero se va
y así, huérfano,
me defiendo a vivir en ti.
El tono armónico que Muñoz Munguía resalta en este conjunto de poemas, reafirma su constante convicción de su ejercicio creativo, de su mirada que, como lo indica el título de esta sección Estuario, en la fluidez hacia la desembocadura, se asume el asombro de la muerte como una variación de la memoria y el olvido. Pacto que se inicia bajo el árbol que vivifica lo sagrado:
¿Dónde más?, sino tu boca
sea el mejor sitio donde me guardo,
que si de ahí me arrojas
le arrancaré la lengua a tu corazón frío.
Una mirada penetrante como la del poeta, sabe hallar los asombros de la vida, iluminarlos, reconocerse en ellos. Su oficio es nombrar, dar testimonio de lo que transita en su escenario lírico. Y parece ser que Muñoz Munguía asume el quehacer poético con su palabra precisa, no otorga concesiones en sus construcciones verbales:
El sabor sepia que en ti deja
esta figura mía, es para que el silencio
con sus activos acentos brote
a mitad de la navegante noche
y te exclame la onomatopeya
del tic-tac golpeando en tus puertas
con el aroma de mi nombre.
En palmas de tu mano
se desmembra la razón,
entonces resbalan voces ocres
que van dando color
al camino rugoso
por donde he venido
hasta tu hermosa casa.
Nada queda al azar, todo se hilvana de una manera sabia y serena. Todo lo que es misterio se nombra. Como un itinerario, la rosa de los vientos nombra las emociones palpables de la noche, nombra y fundamenta. En Plegaria por las ciudades y Luciérnagas núbiles, las melodías a las que el autor alude en el título del libro, producen correspondencia cuando dice:
La marcha hacia mi ciudad es lenta,
raíces nacientes del orbe de sueños
van a la cima de la montaña de tinieblas
donde mis pies escapados de la lumbre
dejan su desnudez y su rastro sobre rocas
en que cimenté mis infortunios reacios.
Pareciera que el poeta no sólo construye un libro de poemas, las sonoridades que surgen de sus textos, parecieran pequeños universos vivos, que se suceden con inquietante delicadeza, como olas, van dejando su huella para que cada uno entreteja su propio universo:
SEMILLA DEL DÍA
Al abrir el puño una parvada de golondrinas
escaparon veloces hasta perderse
en el voraz horizonte que tragó el plumaje
de la breve biografía de la primavera,
donde dibujaron el rumbo del tiempo muerto
formando con su vuelo terco y desordenado
frazada para las rudas caricias sobre cicatrices,
las que muerden la carne hasta sangrar el olvido.
Las horas primeras lamen el cielo
sobre el alba soñolienta
en el naciente desafío del día.
El canto de luz ha subido inclemente
a la derrota de los pies solitarios,
imperio de la sarna de mendigos y
huellas de acaudalados malditos:
eternamente hambrientos hombres de oro
eternamente desmoronadas mujeres de plata
que no demoran su bandera sagrada,
de colores insulsos acuñados por falsas monedas.
Ricardo Muñoz Munguía, es un poeta que define el acto poético como una celebración muy rigurosa, donde prestigia la experiencia en ejercicios muy depurados, que proyectan multiplicidad, pero a la vez, son una ventana a la memoria, esa en la que se reivindica la sensibilidad y la inteligencia de quien sabe sentir el mundo. Para el poeta, la enseñanza es un secreto:
donde la pasmada razón prismática
es gota enredadera sobre paredes
que cobardes y valientes trepan
conforme la generosa muerte
los bendice con el vasto beso
que incendia el vigor turbulento.
Nota del editor: Texto leído en el marco de la XXVI Feria Nacional del Libro de León (FeNaL), México, 2013. Se publica en el Mexican Cultural Centre con la autorización del autor y la FeNaL.
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