viernes, 30 de enero de 2015

JORGE MOYA DE LA TORRE [14.624]


Jorge Moya de la Torre

Jorge Moya de la Torre Muñoz-Caravaca (Húmera, Madrid; 23 de abril de 1883 - Madrid; 23 de agosto de 1933) fue un poeta, dramaturgo, maestro y periodista español. Era hijo de la maestra y activista Isabel Muñoz-Caravaca.

Hijo de Isabel Muñoz-Caravaca López Acevedo y de Ambrosio Moya de la Torre, fue el pequeño de los tres hermanos de la familia. Aunque nació en el pueblecito madrileño de Húmera el 23 de abril de 1883 y falleció en Madrid el 23 de agosto de 1933, la mayor parte de su vida estuvo vinculada a Guadalajara.

En 1895 siguió a su madre hasta Atienza, donde ella tomó posesión de su plaza de maestra. Allí vivió hasta que en 1910 se trasladó a la ciudad de Guadalajara, donde más tarde se casó y donde siguió residiendo hasta 1931. Cursó estudios de Magisterio pero nunca ejerció como maestro, quizás por las desagradables experiencias de su madre, que siempre ejerció una marcada influencia sobre él. No por eso renunció a la vocación docente familiar y obtuvo una plaza de auxiliar de secretaría en la Junta Provincial de Instrucción Pública. Al proclamarse la II República Española, Rodolfo Llopis fue nombrado Director General de Primera Enseñanza y, necesitando un secretario particular tan capaz como afín a sus ideas, reclamó a Jorge Moya de la Torre, por indicación de Marcelino Martín González del Arco y Modesto Bargalló.

Fue así como Jorge Moya de la Torre, con su mujer y su hija, acabaron instalándose en un pequeño chalé de la madrileña calle de Viera y Clavijo, junto al parque del Retiro, renunciando a su puesto como oficial de la Secretaría de la Escuela Normal de Guadalajara y a una plaza como ayudante de la sección de Letras del instituto de Guadalajara.

Obra escrita

Aunque en su juventud siguió los pasos de su padre, y formó parte del Comité provincial del Partido Republicano Federal, se aproximó al Partido Socialista Obrero Español a partir de sus frecuentes colaboraciones periodísticas con la prensa obrera y progresista de la ciudad de Guadalajara. En 1902 dio a la imprenta sus primeros versos y relatos en Flores y Abejas, y de ahí pasó a La Alcarria Obrera y Juventud Obrera, portavoces de la Federación Local de Sociedades Obreras, y Avante, órgano de comunicación del PSOE de Guadalajara, aunque también se publicaron artículos con su firma en otras cabeceras provinciales como La Orientación y El Liberal Arriacense.

En 1925 pasó a escribir en El Socialista de Madrid, entonces dirigido por Andrés Saborit, donde comenzó publicando varios poemas cada semana dentro de una sección fija que se llamaba Trinos, y que luego se denominó Folías. Su última composición, Un brindis para Torija, se publicó el 16 de julio de 1933.

Autor de versos de inspiración popular y ecos machadianos, en 1932 publicó una selección de sus poemas en su libro Cármina, siendo también el autor de La razón del mal amor, una tragicomedia en tres actos editada en 1920 en Guadalajara. Dentro del ámbito profesional, escribió Contestaciones para las oposiciones de Secretario de Ayuntamientos: primer ejercicio. Breves lecciones de escritura al dictado con ejercicios prácticos y de composición.



Jorge era el menor de los tres hijos de Ambrosio Moya de la Torre, un eminente matemático al que se debe la primera tesis sobre Probabilidad en la Universidad española, e Isabel Muñoz Caravaca, escritora que fue pionera del feminismo socialista en España. Después de una larga trayectoria de más de veinte años de colaboraciones en la prensa progresista de Guadalajara, a partir del verano de 1925 comenzó a escribir en El Socialista de Madrid, el órgano central del PSOE. Durante muchos años su colaboración se limitó a un breve poema, que normalmente aparecía en la contraportada, hasta que en 1931 pasó a residir en Madrid para ayudar a Rodolfo Llopis en la modélica reforma educativa que éste emprendió como Director General de Primera Enseñanza. Desde ese momento, Jorge Moya de la Torre se incorporó a la redacción de El Socialista como editorialista, prueba de su indiscutible valía. No por eso abandonó la poesía, y por eso reproducimos algunos de sus poemas publicados en El Socialista o recogidos en su libro Cármina.


NUBES DE VERANO

Nubes de verano
Sobre la agreste montaña
y la planicie serena
de un cabo al otro de España
truena, truena
De negros presagios llena,
torva cortina del sol,
la amenaza del granizo
extiende un toldo plomizo
sobre el paisaje español.
Menos mal
que en el campo de futbol
triunfamos por un goal,
y en el coso
es u símbolo glorioso
la oreja del “Nacional”.
Menos mal
que el astrónomo formal
nos predice un tiempo hermoso.
Pero graznan en el monte
los cuervos sobre la presa
y la oscuridad espesa
cierra sobre el horizonte.
A lo lejos
hay relámpagos reflejos:
truena, truena
y la tempestad avanza
sobre la campiña plena
de espigas y de esperanza.
Ante el fanatismo ciego
del labriego,
el padre cura
a latinajos conjura
con su hisopo el ceño arisco
de la tormenta enemiga…
Y le responde un pedrisco
que no deja ni una espiga.
El torrente
todo lo arrasa y lo anega;
y ante el dolor impotente
-¡aquí será el lamentar!-
furia loca, furia ciega,
rotos bríos
que no se supo encauzar
¡Y se nos llevan los ríos
trágicamente a la mar…!

(El Socialista, 23 de junio de 1925)





ALONDRAS DE LA VERDAD

Trinar… No hay más remedio;
trinar de todo o sucumbir de tedio.
La copla sobre el tajo, ritmo de la faena
y acorde del trabajo.
La cadena
del forzado que rechina,
y el rudo son de los remos..
todo trina;
trinemos.
Sobre el campo y sobre el mar,
en la mina y en el viento,
que sea nuestro cantar
pensamiento
que no se pueda encerrar.
Galeote o ruiseñor,
risa o queja,
realidad,
es el cantor tras la reja:
y la copla, libertad.
Alondras de la verdad,
sobre mentiras galanas,
ironías
para virtudes livianas
y para dogmas crueles;
cascabeles
contra seseras vacías
y sobre eminencias vanas…
Trinemos en este son
contra toda sinrazón
y contra toda estulticia
en el tonillo burlón,
sin acritud ni malicia
de un bufón
servidor de la justicia.

(El Socialista, 24 de junio de 1925)





ELEGÍA DE UN HIMNO

En la batahola
de la nocherniega
cantó la pianola
el Himno de Riego.
¿Quién llevó a la entraña
del clave fatal
el viejo de España
grito liberal?
Mecánicamente,
sin fe ni emoción
muere tristemente
la vieja canción
entre los bordones
del vil mecanismo
-y en los corazones
se muere lo mismo-
sin que ni ligera
cuenta de él se den
ni el pollito “pera”
ni la niña “bien”,
que toman morfina
beben pipermín,
ignoran la ruina
de Riego y de Prim
y en estas canciones
reducen su afán
a las emociones
que presta el “jazz-band”.
Al genio romántico
le dieron morfina
los que al fuerte cántico
pusieron sordina;
los que se olvidaron
de la letra fiera
y sólo entonaron
la música huera,
las voces falaces,
sin alma y sin fuego,
los “cucos” sagaces…
¡Pobre Himno de Riego!
Si fuiste simiente
tendrás otro son
que inflama valiente
nuestro corazón.
A ti todavía
te hará, en la agonía,
subir al calvario
un conde de casta
para el centenario
del hábil Sagasta.

(El Socialista, 29 de junio de 1925)






IDEAL

Era de hollín y tabaco
La atmósfera del casino,
Sobre dos mesas de tute
Y otra, mejor, de tresillo.
Al juez de primera instancia
Nunca se la da codillo.
Para él hace las puestas
El cacique del distrito
Sobre el tapete de tute,
Con más chabacano ahínco,
Maestro, secretario, albéitar,
Se baten el perro chico.
Al rescoldo de la estufa,
Dormitando un viejecillo;
Y un cura seca la negra
Bufanda de velludillo.
Dos periódicos ajados,
Y no de puro leídos,
Pregonan en el desierto
Noticias y sucedidos.
Titulares palpitantes
Que mal deletrea el chico
Del conserje, todavía
Sin sacarles el sentido.
-¿Quién va a la contra? ¿El notario?
-¿Por ocho? –Con su permiso
-¡Ah! Pero ¿es solo? -¡Con leche!
-Está bien. Vengan las cinco-.
Vienen las letras impresas
Dándonos trágicos gritos,
Y en este ambiente tan sordo
Se van muriendo de hastío.
En las cocinas humosas,
Junto a los negros morillos,
Mientras se cuecen las sopas
Se doran los torreznillos.
Parca cena, largo sueño.
Y ¡allá! Un mundo tan distinto,
Que se consume de fiebre
Mientras nosotros de frío

(Cármina, 1932)






LA TÍA ROSA

Domaba la greña cana
debajo del pañizuelo,
y otro pañuelo de rosas
se le cruzaba en el pecho.
Calzaba patín de lana
bajo la abarca de cuero,
y llevaba otro amarillo
sobre el refajo bermejo.
Tenía firmes las piernas,
trotadoras de senderos,
y encallecidas las manos
del lentisco y del barbecho.
Tenía el perfil agudo,
y, sobre el rostro moreno,
besos de todos los soles,
soplos de todos los vientos.
Blanda, porque fue pastora,
balaba como un cordero;
pero avizoraba el lobo
bajo el agresivo ceño.
De cuando estuvo en amores
guardaba dulces recuerdos,
y una sonrisa sin dientes
de cuando tenía celos.
Todo se le fue marchando,
y todo estaba tan lejos,
que ya todo lo contaba
entre historia y entre cuento.
El hijo que fue a la guerra,
el hombre que fue al destierro,
la moza que fue a la corte…
¡Todos se fueron, se fueron!
Y ella se quedó a la puerta
del abandonado techo,
con la rueca en la cintura,
con el huso entre los dedos.
Hilando los copos blancos,
hilando los copos negros,
retorciendo las memorias
y devanando los tiempos.

(Cármina)





RETRATO

El tío Romero,
con su cinturón de cuero
-broche de bronce-, un ibero
de chamarreta y calzón,
en el hombro el azadón,
noble y levantado el pecho,
derrochaba bizarría
e iba seguro y derecho
todavía.
Tenía fibra, tenía.
Tenía duro el pellejo,
generoso el corazón,
y era un viejo
sesentón.
Era fina
la gracia de su anguarina.
Tenía el porte severo,
ceremonioso el sombrero
para pedir el danzar
con la Virgen del lugar,
como aquel sacerdote ibero,
en aquel rito gentil
entre el son del tamboril
y el soplido del gaitero.
Al tío Romero,
gran soldado del trabajo
campesino,
ni le amilanaba el tajo
ni le traicionaba el vino.
Sabía poner buen tino;
tenía justa medida
de la vida.
La vista, aguda y certera,
y la frente,
serena e inteligente,
ante la moza ligera,
ante la vieja vencida,
ante el mozo jaranero,
ante el viejo pordiosero
y la riqueza perdida,
tenía un gesto severo
y una acertada medida
de la vida
el tío Romero
que era un hércules ibero.

(Cármina, 1932)





VIOLETAS

Ya hay violetas moradas.
De entre la mata dormida
bajo las duras heladas,
van saliendo avergonzadas
a la vida.
Pequeñitas,
sin presumir de bonitas,
olorosas,
generosas
de su exquisita fragancia,
la salen a repartir,
y no le dan importancia,
con la suprema elegancia
de no quererse lucir.
Flores sin cuidado, campestres,
en los bordes del hocino,
y entre los setos silvestres
del camino.
Flores en pueblo: tempranas,
siempre unidas
como unas buenas hermanas
que saben fundir sus vidas
en una esencia de amor…
¿No es así?
Aprended, flores de mí…
las lecciones de una flor.
Florecillas
que parecen pensamientos,
esparcidas en semillas
por los vientos.
Nuncios de la primavera
tras la angustia del invierno.
También para el hombre de fuera
renuevo eterno
lo que sólo es ilusión,
si en nuestra vida no hubiera
añadas sin primavera.
No lo creas, corazón;
pensamiento, no lo creas;
jamás hubo floración
sin ideas,
sin fe, sin abnegación.
Sin esparcir en el viento
corazón y pensamiento
para que en faustas mañanas
venga el Sol a calentar
las violetas tempranas
que acertemos a sembrar.

(Cármina, 1932)







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