Antonio de Zayas
Antonio de Zayas-Fernández de Córdoba y Beaumont, duque de Amalfi (Madrid, 3 de septiembre de 1871 - Málaga, 1945), diplomático, poeta y escritor español del Modernismo.
Aristócrata de origen granadino, fue amigo de los hermanos Manuel y Antonio Machado y del actor Ricardo Calvo y militó en el Modernismo contra el academicismo y la retórica decimonónica. Protestó junto a Valle-Inclán, Villaespesa y tantos otros, por el nobel concedido a José Echegaray e hizo amistad con Juan Valera y Marcelino Menéndez y Pelayo, a quien escribió un elogio fúnebre cuando murió en 1912. Se vinculó poéticamente a un Parnasianismo no extranjerizante y tradujo hacia 1907 Los Trofeos (1893) de José María de Heredia, el libro más importante de esta estética. Como diplomático vivió algún tiempo en Estambul, ciudad a la que dedicó el libro de recuerdos A orillas del Bósforo, Estocolmo, San Petersburgo, Bucarest, Berlín y México. Obtuvo la Gran Cruz de la Estrella Polar de las manos del Rey de Suecia, y también la Gran Cruz de la Corona, a propuesta del Ministro de Rumania. Destinado en Buenos Aires en 1926, en febrero de 1927 es cesado repentinamente por una protesta junto al aviador Ramón Franco por el establecimiento de una línea aérea regular entre Francia y Argentina, con lo que España se veía así postergada; eso le valió a Franco un arresto y a Zayas la “disponibilidad”. Pasó la Guerra Civil en la Legación Real de Rumania, donde fue diplomático.
Escritos
A su primer libro, Poesías (1892), de retórica decimonónica y trasnochado Romanticismo, sucedió Joyeles bizantinos (1902) -aunque el libro sea menos decadente que su título- Retratos antiguos, del mismo año, Paisajes (1903), su más clara incursión en el simbolismo, en cuanto que no se tiende a pintar marmóreamente lo exterior, sino el alma; y Noches blancas y Leyenda de 1905 y 1906, donde se acentúa una veta de exaltación del pasado histórico de España que será desde entonces habitual en su obra. Demuestra en estos libros un notable dominio del lenguaje y su don para la versificación. A partir de 1907 -de forma muy declarada y nítida- Antonio de Zayas abandona cualquier veleidad modernista y se dedica a defender lo que llamará la tradición patria, con una retórica (sólo formalmente parnasiana) cada vez más vieja. Antonio de Zayas detestó el modernismo extranjerizante y decadente por patriotismo y razones morales y religiosas. Con Plus Ultra (1924), Epinicios, segunda serie (1926) y Ante el altar y en la lid (1942) agotó su trayectoria lírica. Murió en Málaga de arterioesclerosis en 1945.
Obras
Poesías (1892).
A orillas del Bósforo. Libro de viajes.
Joyeles bizantinos (1902)
Retratos antiguos (1902)
Noches blancas (1905)
Leyenda (1906)
Ensayos de crítica histórica y literaria (1907)
Epinicios: Poesías (1912)
Plus Ultra: Poesías (1924)
Epinicios, segunda serie (1926)
Ante el altar y en la lid (1942)
El Conde Duque de Olivares y la decadencia española: Conferencia dada en el Ateneo de Madrid el día 4 de junio de 1895
Calas en torno a la visión orientalista de Antonio de Zayas
Por Carlos PRIMO CANO
La obra del poeta español Antonio de Zayas Beaumont (1871-1945) está considerada como uno de los escasos ejemplos de lírica parnasiana en la España de fin de siglo. El objetivo de este artículo es estudiar el modo en que Zayas se aproxima a Oriente y al Orientalismo a través del análisis de textos poéticos pertenecientes a Joyeles bizantinos y A orillas del Bósforo, un poemario y un libro de viajes surgidos tras la estancia del autor en Estambul en calidad de diplomático.
Centraremos nuestra atención en la temática erótica, asociada a la feminidad del harén, y en la religiosa, vinculada a la observación de distintas celebraciones islámicas.
POEMA INCLUIDO EN A ORILLAS DEL BÓSFORO
Viste la noche serena
con su capuz melancólico
de Stambul los alminares,
las mansas ondas del Bósforo;
La más apacible calma
reina en el Cuerno de Oro
y en él las mezquitas copian
sus gigantescos cimborrios;
Rompe el nocturno silencio,
turba el solemne reposo,
la plegaria del almuédano
triste cual largo sollozo.
Rumor las aguas esparcen,
aromas los verdes sotos,
claro fulgor las estrellas,
dulces caricias Favonio.
Al compás con que los remos
baten los ágiles mozos
que a un tiempo brújula y vela
son del caik en que bogo,
Mi corazón indolente
da sus latidos isócronos
y mi fantasía vuela
de gratos sueños en torno.
En dulce sopor sumido
pienso que confusos oigo
ecos de voces calladas,
ayes de tiempos remotos.
Por mi memoria discurren
grandezas de Teodosio,
reminiscencias de Troya,
ondinas del Helesponto,
Victorias de Justiniano
apostasías de Focio
y ensangrentadas efigies
de Isaurios y Paleólogos.
En la Cristiana Basílica,
de las centurias asombro,
pienso que el kalifa esgrime
feroz el alfanje corvo;
Y de la antigua Scutari
en los dormidos contornos
el cementerio descubro
con sus cipreses añosos.
Todo a recordar me invita,
a soñar me exhorta todo,
desde los ricos palacios
hasta los templos ruinosos.
Del pensamiento en las alas
siglos y siglos recorro,
héroes de ayer resucito
trágicos días evoco:
Dulces recuerdos me exaltan,
siniestros fantasmas forjo,
y, si me animan los unos,
me atemorizan los otros.
De tan vagas sensaciones
logran librarme tan sólo
las armonías que salen
de bello harén misterioso.
A él puesto el atento oído
y fijos en él los ojos,
oigo extasiado murmullos,
diviso luces absorto.
De un bandolín las cadencias
me causan secreto gozo
e iluminado contemplo
el antes palacio lóbrego.
Hacia el harén me encamino
por la atracción de lo ignoto
y el leve caik detengo
ante su muelle marmóreo.
Son sus ventanas corintias,
sus capiteles son jónicos
y combinados ostentan
la serpentina y el pórfido.
Aspirando aquel ambiente
respirar apenas oso,
¡Que si entrar allí no puedo
salir no puedo tampoco!
Allí el dios de los amores
bate sus alas de oro;
allí las flechas dispara
de su carcaj caprichoso;
Allí odaliscas del Cáucaso
tienden los cabellos blondos
sobre la nieve turgente
de sus helénicos torsos.
Allí los brazos arquean
en bailes voluptuosos,
enrojecen las mejillas,
levantan los senos mórbidos;
De narghilés transparentes
los cristales policromos,
como espirales de incienso,
lanzan vapor aromoso;
Y, entre aromáticas frutas
que sazonaron los trópicos,
el néctar de Moka hierve
y el té del Pérsico Golfo.
Allí en marmóreas albercas
vierten sus límpidos chorros
aguas que de Armenia aroman
los pebeteros exóticos;
Y, como lluvia de perlas,
despiertan placeres hondos,
de dulce voz femenina
los nunca igualados tonos.
Voz que del cielo parece,
voz cuyo timbre melódico
al escuchar me estremezco
y al recordar me alborozo.
Mi alma en el harén penetra
aunque en él el pie no pongo,
y allí el suplicio de Tántalo
apura con temple heroico.
Oye la pálida Venus
indiferente mi lloro
y sus destellos apaga
del sol rutilante al orto.
Da fin la ignota odalisca
a sus cantares eróticos:
con el de las rosas mezclan
su olor los claveles rojos,
gorjean los ruiseñores
en los ribazos frondosos,
lanza de nuevo el almuédano
al viento cantos monótonos,
y, del concierto sublime
que entona en inmenso coro
Natura cuando festeja
el fausto arribo de Apolo,
Sólo me quedan grabados
del corazón en el fondo,
ecos de voces calladas,
ayes de tiempos remotos.
CARAVANA A LA MECA
Sube a la silla del cielo dorada
el de la luz dadivoso Kalifa,
y la del mar vestidura rizada,
orla del valle la verde alcatifa.
De silenciosos rebaños remedos,
corren los turcos la margen de Euxino
do las mezquitas levantan sus dedos
como la mano implacable del sino.
Finge una inmensa turquesa el espacio
que de los bosques engarzan las copas,
y del altivo Sultán al Palacio
suben resueltas de Albania las tropas.
No más apuesto cabalga en Babieca
el Cid al son de los roncos clarines,
que va el Sherif canciller de la Meca
sobre un caballo de díscolas crines.
Siguen ancianos de negras pupilas,
lacios los rostros orlados de armiños,
y van detrás en monótonas filas
ágiles mozos y pálidos niños.
Y los caducos Ulemas e Imanes
bandas ostentan de gro carmesíes,
crujen las sedas de luengos caftanes,
lanzan del pecho fulgor de rubíes.
Nupcias celebran color y sonido,
y al difundirse el estrépito y zambra,
vaga el recuerdo de aromas ungido,
de la mansión de placer de la Alhambra.
Ensalza el sol con epítetos rojos
de los creyentes los mustios semblantes;
todos elevan al cielo los ojos,
todos se adornan con níveos turbantes.
No van a ver los viciosos vergeles
donde brillaron las musas de Aspasia;
van a la patria de todos los fieles,
van a aprender los misterios del Asia.
Van a sentir las caricias de fuego
del huracán que mortífero zumba;
van a cruzar los desiertos, y luego
del gran Profeta a extasiarse en la tumba.
A contemplar la Potencia Divina
del desierto en el mudo espectáculo,
y en la Mezquita a rezar de Medina
de los viejos kalifas oráculo.
Van, de palomas prolífico enjambre,
a remontar por los aires el vuelo,
y ni la sed les detiene ni el hambre,
que les presagia la incuria del suelo.
Junto a los turcos de corvas facciones,
negros caminan de torsos titánicos;
alzan los unos bermejos pendones
ennoblecidos por lemas Koránicos,
Y asnos conducen del diestro los otros,
carga llevando de sobrios manjares,
y van mancebos jinetes en potros
amamantados en sirios aduares.
A recibir las islámicas bulas
van a Yildiz con sus rojas banderas;
llevan a lomos de dóciles mulas
ricos presentes y blancas literas.
Cierran solemnes la fiel caravana
pardo tropel de cansados camellos,
interrogando al dudoso mañana
con sus prolijos y lánguidos cuellos.
Sale el Señor de Palacio a la puerta;
radian sus ojos litúrgicas preces,
y a sus conjuros se agita y despierta
la ola de rojos pendones y feces.
Y del clarín militar a los sones
y de las ondas al vago lenguaje,
van de las turbas los doctos Santones
brújula a ser en el santo viaje.
La caravana de vista se pierde,
tibio Favonio del Mármara sopla,
y el Muezín de la túnica verde
lanza a los vientos su tétrica copla.
FIESTA DE LOS PERSAS
El dios Ocaso con adusto ceño
de Mayo mira el pabellón de flores,
antes que venga a convidar el sueño
la luna con sus rayos soñadores.
Bajo el dosel morado que le tiende
el crepúsculo sordo, el ham de Persia,
en su recinto nebuloso, enciende
el volcán de apagada controversia.
Con el mismo furor, con la fe misma
con que en sus templos los Derviches danzan,
los bárbaros satélites del cisma
a la sangrienta saturnal se lanzan.
Símbolo de la fe de sus mayores
se alza el Imán en pedestal de encina,
y orlado de siniestros resplandores,
las sacras preces del Korán fulmina.
Bajo los níveos pliegues del turbante
una mirada de huracán fulgura,
y cual su raza fatalista errante,
vaga en su tez la pálida amargura.
Su agrio mirar y quejumbroso acento
de sus pasiones el furor retratan,
y mil antorchas que despeina el viento
las luces tenues de la tarde matan.
A embriagarse con odios en la fiesta
se agolpan los fanáticos creyentes,
y ahogan los sones de inacorde orquesta
con cavernosos gritos estridentes.
Tremolando el Profético Estandarte
que sus caducas glorias resucita,
como escolta flamígera de Marte,
la muchedumbre al ham se precipita.
Los niños, tonsuradas las cabezas,
cabalgan en corceles cachazudos
a emular las estériles proezas
de los Señores de su adoar membrudos.
No saben dónde van:.. mas van ufanos;
en los pálidos labios la sonrisa,
los fúlgidos alfanjes en las manos,
la voluntad a la de Dios sumisa.
Las vagas sombras del pavor ahuyentan
con la luz de la estúpida ignorancia,
y en inconscientes raptos ensangrientan
las virgíneas estolas de la infancia.
Con las túnicas negras, a los sones
de destempladas trompas y atabales,
los persas en compactos pelotones
evocan las orgías infernales.
Yertos ancianos, cálidos donceles
que del martirio ansían la guirnalda,
con haces de cadenas van crueles
amoratando la desnuda espalda.
O con aire solemne se pasean
por el fragor del temporal deshecho,
y con ímpetus locos se golpean
en los hercúleos músculos del pecho.
O el entusiasmo aventajar pretenden
de los de Alí fervientes coetáneos,
y con las hojas afiladas hienden
sin vacilar los indefensos cráneos.
Giran en espantoso remolino;
giran y arrastran de su fe la ofrenda...
recorren de su lúgubre destino
la enmarañada y pavorosa senda.
En medio de la horrible algarabía
al son de los discordes instrumentos,
cantando van el funeral del día
y amedrentando a los absortos vientos.
El rojo chispear de los hachones,
el horrible rugir de los creyentes,
del Imán las confusas oraciones,
el choque de las armas relucientes.
La fresca herida que el vigor agota
del viejo débil o el infante tierno,
la turbia sangre que a raudales brota...
presagian las torturas del Averno.
Sangre los muros por doquier esmalta;
doquier se escuchan ayes angustiosos;
desfallece la luz, el aire falta...
y ¡siguen los combates sanguinosos!
Tiende la noche el asustado velo,
y la siniestra confusión aterra
de la cárdena túnica del cielo
con el purpúreo manto de la tierra.
Y ávida acopia su botín la muerte
en la persa legión desfallecida,
cuando la luna sus tristezas vierte
en el silencio de la mar dormida.
Poema El Condotierro de Antonio de Zayas
A continuación vamos a analizar el poema El Condotierro de Antonio de Zayas, includo en la obra Retratos Antiguos, inspirado en el cuadro del mismo nombre de Antonello de Messina.
Este poema forma parte de la obra Retratos Antiguos de Antonio de Zayas y fue publicado en el año 1902.
La composición describe el cuadro El Condottiero de Antonello de Messina que actualmente se encuentra expuesto en el museo del Louvre de París.
El cuadro lleno de claros-oscuros, observamos a un hombre, del cual se desconoce la identidad, con semblante serio.
La estructura del poema es de soneto y su rima es consonante rimando: ABBA; ABBA; CDE; CDE. Es una rima abrazada. El poema esta en voz activa.
En el poema observamos un acróstico en el orden de los elementos gráficos: primero habla de los ojos (“Arden los ojos de la faz lampiña”), a continuación de los labios (“de su labio carmín frunce fiero”) y finalmente nos habla de su pecho y cuello (“Pecho de gladiador, cuello de atleta).
En el poema encontramos una prosopografía (“Pecho de gladiador, cuello de atleta”), una etopeya (“licenciosas costumbres de asesino, // y dúctil corazón de artista grande”), y una pragmatografía (“saca el puñal e impávido lo blande”).
Encontramos una ligera aliteración, en toda la composición, de la letra s:
de su labio carmín frunce fiero,
y en su nombre no más, infausto agüero
en el vasto confín de la campiña.
En el poema observamos una retórica, se repite una y otra vez la idea de violencia, los rasgos negativos del personaje retratado (carnicero, rapiña, sangrienta infausto, asesino, etc.)
En el verso 11 encontramos un quiasmo: “y dúctil corazón de artista grande”
ADJ. SUST. SUST. ADJ.
El verso 12 se produce una geminación, repitiendo la palabra “nada” : “nada la da pavor, nada le inquieta”.
No nos pasa desapercibida la enálage en el verso 12: “nada la da pavor, nada le inquieta” se sustituye el articulo le por el artículo la.
También encontramos un polisíndeton , en el verso 13, “y entre los dados y el amor y el vino”.
El poema nos presenta a un hombre, del cual no se menciona su nombre, pero si nos da bastante cualidades negativas del mismo. Nos presenta al personaje como un ser cruel y peleón, un hombre fornido con “instinto de carnicero”.
Ante todas estas características negativas nos encontramos en el verso 11 con lo siguiente: “y dúctil corazón de artista grande”, esto lo podemos entender de dos maneras:
Como un guiño al autor del cuadro. El poeta comenta que gracias al gran corazón del artista no ha plasmado aún más todos los rasgos negativos del retratado.
El personaje en el fondo es una buena persona.
El retratado es un hombre vicioso (“y entre los dados y el amor y el vino”), se dedica al juego, a las mujeres y a la bebida.
Encontramos un final sorpresivo, aunque a lo largo de la composición nos hemos ido topando con aspectos negativos del personaje, no nos podíamos imaginar que al final se cometiese un crimen (“saca el puñal e impávido lo blande”). El final es una final trágico.
[Por Belén Moreno Garrido]
El Condotierro
Arden los ojos de la faz lampiña
tostada por el sol del Condottiero
era insaciable instinto carnicero
que no igualan las aves rapiña.
Tesón denuncia en la sangrienta riña
de su labio carmín frunce fiero,
y en su nombre no más, infausto agüero
en el vasto confín de la campiña.
Pecho de gladiador, cuello de atleta,
licenciosas costumbres de asesino,
y dúctil corazón de artista grande,
nada la da pavor, nada le inquieta,
y entre los dados y el amor y el vino
saca el puñal e impávido lo blande.
Andalucía inspiraría algunos de sus poemas recogidos en su libro Paisajes (1903):
Ondulados campos rayados de olivos,
al pie de romeros do liban abejas,
cortijos risueños, macetas de vivos
claveles que aroman balcones y rejas. (…)
Llanuras doradas, abundantes eras,
sol incandescente, cielo de zafir,
pitas que adormecen sobre las riberas
las canciones moras del Guadalquivir (…)
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