Eduardo Borjas Benites
(Lima, Perú 1984)
Estudió lengua y literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Poemas suyos aparecen en algunas publicaciones virtuales e impresas como: Morada Poética (2007), Cuervo Iluminado (2010), Letra en Llamas-Mitomanías (2010), entro otros. Desde el 2007 dirige el sello Vagón Azul Editores. Ha obtenido el primer premio, en poesía, del concurso de poesía y cuento “Hora Zero 2008” (UNFV). Actualmente se desempeña como consultor en la Biblioteca Nacional del Perú.
Collapse
Allá entre los cables enredados
que le crecen a los postes clavados en el suelo
Allá en el tremor tímido de las luces
yo escribo por amor este poema en los parachoques
para que la muerte duela menos
A Francisco Benjamín
Cuando niño
aprendió
a contar
no con gemas
ni con dedos
Aprendió
a contar las
transparencias engranadas
que habitaron
desde siempre
(como la humedad)
las paredes
de su casa
Poema para Editarte
Once años después te encontré en la misma calle
te pregunté qué fue de tus sueños
tus sueños que eran el dolor de aquella noche
cuando ebrio cerraste los ojos
y te echaste a correr por el centro / Tu sueño
comenzaba en los paneles comerciales
proyectados con violencia en la mirada de una niña
que vendía frunas en la Av. Alf. Ugarte
tu dolor proseguía en los muslos desnudos
de las prostitutas que morían en pie de cara
al crudo invierno
por esas calles sicodélicas meadas
se arrastraba pesado tu sueño / tu dolor
que era también el sueño y el circuito de la sangre
en los hospitales y en el cuerpo
que era el mismo sueño de un sinfín de piedras
bloqueando las carreteras del sur
pero nada interrumpía a tu sueño
que en su camino equivocado al sol
insistía en tirarse por la ventana cada tarde
nada lo interrumpía
ni siquiera la voz de la muchacha
gritando en la plaza Dos de Mayo
que ella era la luz que iluminaba
ese paisaje de muros calcinados
la luz que prestaba su luz a los postes
y hacía reverdecer los cables en los campos
en medio de una cruel ola de accidentes
tú perseguías a la muchacha que trazaba círculos
vacíos triángulos perfectos
en su depresión por La Colmena
seguías su rastro de girasoles adulterados
hasta el parque universitario
y entonces tu sueño provenía del dolor
de no entender cómo
cómo nadie puede verla / si aquella muchacha
es la luz que ilumina los pasajes estrechos
por los que yo voy a ciegas
Jr. Leticia
una explosión que precede el juego de luces y la destrucción una calle que se repite incesantemente una sombra que se oculta entre los algarrobos una voz que se prolonga siempre imitando la respiración quebrada de la noche los techos en el centro de Lima nos invitan a la muerte yo asistía tres veces por semana a leer sus epitafios y sobre los muros derruidos ecléctica la estructura del espanto nos veía combatir inútilmente la fiebre los espasmos mientras una obertura para siete instrumentos concertantes nos abría la noche entera como un arte efervescente en las paredes orinadas o como una prostituta ofreciendo el último baile con su sexo húmedo como un tubérculo pelado J. Braque recorría las mismas calles del centro buscando rituales tuaregs en las esquinas con su paleta de matices fosforescentes dibujando con trozos de tiza flores transgénicas en las aceras para inundar el ambiente de un olor nauseabundo artificial como la última exhalación del novillo en la arena para empañar tanta muerte años atrás el municipio mandó pintar los edificios de colores extravagantes: esta ciudad ya no es la nuestra
Danza Antigua
Hay un par de zapatos blancos obsoletos en el suelo - un álbum de fotografías - hay un techo y a él apuntan los dolores - una escalera para salir huyendo hacia la noche - largos monótonos gritos crecen en las calles periféricas - archiveros llenos de historias clínicas - banquetas y señalizaciones de una estación por donde nunca pasó el tren - un gato de hojalata se mantiene en pie sobre un montículo de muebles raídos - gallinazos y gaviotas se detienen frente al horror de las procreaciones - un roedor que se multiplica y abren paso - del amor eso queda - un espasmo lúdico cuelga de los faroles - una gaita enferma apresura su música profana nuevaolera retrayendo los prepucios - dos cuerpos semiconductores se levantan luminosos de entre los escombros como un monumento a la prosperidad - se visten se desvisten irreparablemente se hacen el amor - nada grafica mejor su soledad que la multitud corriendo - como en un rithual antique del desierto
Tomado de ME USA, brevísima antología arbitraria Perú - Uruguay (Paracaídas Editores, Lima, Perú, 2012)
Aproximaciones a TRENDELEMBURG
(Texto leído en la presentación del poemario Trendelemburg, de Eduardo Borjas Benites)
Por Pablo Salazar Calderón
Trendelemburg hace referencia, en primer término, a la posición médica del mismo nombre, en la cual, un cuerpo se recuesta boca arriba sobre una camilla inclinada, con las extremidades inferiores a mayor altura que las superiores, buscando que la sangre irrigue mejor la cabeza del paciente. Relacionada al campo de la medicina, me arriesgo a decir que esta posición asumida desde un punto de vista simbólico, visibiliza a un cuerpo en estado de infección/ contemplación terminal, que delira y visiona en una ciudad antes que esta desaparezca. La inclinación de la camilla en la posición trendelemburg, genera esa imagen, ese estado latente de caída inminente por parte de ese cuerpo.
Pues algo se pudre en Lima, por una calle, un pasaje, una avenida, en tránsito hacia el fin ¿cómo por “un largo camino hacia la desesperación”? me pregunto, parafraseando el libro de Carlos Oliva, poeta perteneciente al grupo Neón de la Generación de los Noventa, diría que no exactamente. Eduardo Borjas atraviesa la ciudad solo, con el grandísimo poder de su Yo, surfeando su “Mardelirio”. Avanza por esa ciudad desierta en escombros y como en el mito de Orfeo, encuentra en la muchacha que habita sus poemas a su propia Eurídice, a la cual necesita traer de vuelta aunque sea por breves momentos; su presencia es clave, para iluminar aquellos lugares de remembranza, de un espacio más amable que el que recorre el sujeto poético, como si lo abandonara.
El rastro de ella, insufla vida a esta urbe desolada. Le ofrece al poeta aquella flor que termina siendo un poema a escribirse sobre las paredes, en los parachoques, colchones y catres para soportar el camino.
Las imágenes deslumbrantes, sostenidas en un ritmo definido de manera magistral, y la musicalidad de los textos que conforman el conjunto del libro, aparecen en este contexto, no como aspectos aislados, sueltos, meramente estetizantes, sino como depositarios de un canto desesperado por parte de aquel que apela a la belleza y perfección de su arte (como hiciera Orfeo) en pos de recuperar aquello que perdió.
Eduardo se interna en esta Lima, digamos apocalíptica, con su poesía. Recorre sus calles, tramo a tramo, como quien atraviesa a un ser enfermo, deseoso. Encuentra sobre esos muros en ruinas, cubiertos de afiches y orines: seres ocultos, rastros, fantasmas, siluetas que guían. Cada nuevo paso siguiendo al anterior, genera una progresión que propicia la danza, el ritual invocatorio que reanima al mundo, que reconcilia a los miembros de la urbe, con aquellos antiguos pobladores que estuvieron antes en esta tierra, antes que sea bautizada, pero también invadida, destruida por unos y otros.
Esta relación que se establece con el pasado, como un espacio que ha sido trastocado, crea vasos comunicantes con otras poéticas, como la de Vallejo, por ejemplo, en la alusión que se hace al poema “Idilio muerto” de este último.
El estudioso José Cerna Bazán ubica a Belén, como el espacio primigenio, el hogar donde la madre, la familia y el primer amor moran, dentro de la cosmovisión vallejiana; en contraposición con la capital, que no lo acoge de la misma forma, sino con desamparo y extrañamiento. Lima, simbolizada en aquel lugar que Vallejo llama Bizancio.
El idilio de esa vida, ese mundo ideal de Belén, muere al alejarse de su seno, como reza en el título de ese conocido poema de Vallejo, Idilio muerto, y que el poeta Eduardo Borjas utiliza para describir aquel sentimiento hondo, de nostalgia, vuelto jirones, destrozado y absorbido por las pistas, por donde los autos cruzan, veloces, breves fuegos destinados a desaparecer.
Algo se resiste al fin, sin embargo, algo que parte de la verdadera poesía aspira, y que Octavio Paz bien llama el salto mortal, que siembra en el ser humano ese impulso, ese sueño, de ganarle a la muerte aunque parezca inevitable.
Las motivaciones para querer emprender tal salto, son diversas, una de las más poderosas es aquella signada por el amor que uno perdió, el objeto de deseo con el cual ya no podremos interactuar para seguir recreando ese sentimiento de plenitud. No tenerlo es tornarnos seres vacíos, deseosos, desequilibrados, errantes, pero también hay otras, como la ESPERANZA, que en este libro subsiste, con gran fuerza.
En este punto es que vuelvo al título del libro, Trendelemburg, y a la necesidad de establecer un juego semántico con él, imaginando una alusión a un viaje en un tren, en ese misterioso “Trendelemburg” a través de esta ciudad sin identidad, habitada por sombras, la cual necesitamos cruzar, ya que aquí yace enterrado, cubierto por el óxido, por la humedad, nuestro verdadero lugar. Por eso este sujeto necesita ir y perderse en todo su fango y sus calles grises. Dice en su poema Provenza:
“Largas pesadillas regurgitan y florecen
Largos estallidos vacíos e interiores
Yo suelo –por eso- sonreír a los transeúntes
Que se pierden felizmente en esta ciudad triste”
Pero luego se vuelve a la realidad. Ese tren se pierde entre las sombras. Solo queda esa camilla de hospital inclinada en posición trendelemburg y algunos recuerdos verdaderos que nos llegan desde lejos, como lejanas explosiones: el recuerdo de esa muchacha muerta por el mismo mal que está matando la ciudad, transfigurada en objetos o seres que generan resplandores, en medio de esta densa neblina, como el resplandor en los ojos de la niña que vendía frunas en la Av. Alfonso Ugarte o el recuerdo de aquellos antiguos habitantes que señalara anteriormente.
Este pasado desechable a diferencia del que acabo de describir, se expresa en muchos pasajes, como en el poema que da título al libro: “cientos de fotografías en serie, cascajos en el suelo, el camión municipal recicla los recuerdos depositados en la acera”- dice.
Las fotografías en sí mismas tienen sentido cuando conservan instantes evocadores sobre lo que somos nosotros. En este caso, el camión de basura es el destinatario que conserva estos recuerdos plasmados en fotos, reciclando ese absurdo.
Solo los recuerdos de esa muchacha, funcionan como disparadores para regresar al mundo real, al mundo perdido, primitivo, descrito por los verdaderos peruanos en los petroglifos.
La búsqueda de sentido en medio de este hábitat infernal no acaba allí. Aunque de manera vaga, está presente también, por ejemplo, en la alusión a la música antigua, digamos a la que hacían los Belkings o a esa tonada nueva olera que se deja escuchar desde algún segundo piso cercano, referido en otro poema, en contraste con lo que ocurría afuera.
Esta tendencia a resistir, comienza a adquirir una fuerza inusitada. Esas lejanas explosiones de las reminiscencias que nos llaman, comienzan a oírse más claramente y provocan la impresión de que pronto se desatará la lluvia que lavará nuestros pecados como un diluvio. Esa fuerza hace despertar a todos los moradores de Lima, provoca que dejen el aletargamiento y vacuidad en que vivían y que se pongan a danzar, en largos poemas delirantes, estrepitosos de alegría, como ríos caudalosos que traen la vida, donde parecía que la muerte lo aniquilaría todo.
TRENDELEMBURG
cientos de fotografías en serie cascajos en el suelo el camión municipal recicla los recuerdos depositados en la acera el tiempo fluye indistinto entre semáforos ruidos calles vacíos que se repiten espasmos fosforescentes de luz violeta anaranjada a ratos iluminan aquel paraje repleto de letreros oxidados / es medianoche: el cableado clandestino forma una maraña que determina las putrefacciones un matiz gris sáxeo se apodera del paisaje / una jauría de perros vagabundos como violines rotos se aparea a la sombra de la garúa interminable una mano emerge desde las alcantarillas una muchacha muerta años atrás se desliza entre los hedores que le trepan hasta las rodillas una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más el amor es esa acción punzocortante que se repite una vez más STOP una vez más el amor
No hay comentarios:
Publicar un comentario