jueves, 14 de enero de 2016

JUAN NICASIO GALLEGO [17.900]


Juan Nicasio Gallego

Juan Nicasio Gallego Fernández (Zamora, 14 de diciembre de 1777- Madrid, 9 de enero de 1853) fue un poeta español de la Ilustración. Tuvo una gran importancia en la transición del Neoclasicismo al Romanticismo.

Fue el primogénito de Felipe Gallego y Francisca Hernández del Crespo, de origen noble; sus contemporáneos lo describen alto y corpulento, asmático, cordial y campechano, ingenioso, amante de las tertulias y de vez en cuando irónico. Tuvo una formación clásica en latín y humanidades con buenos maestros desde el principio, como por ejemplo Manuel Peláez, catedrático de los Reales Estudios de Zamora. Posteriormente estudió en la Universidad de Salamanca y, con una beca, en la Universidad de Osma, para doctorarse al fin en Filosofía y Derecho Civil y Canónico (1800). En 1804 fue ordenado sacerdote y en mayo de 1805 opositó con éxito a una capellanía real en Madrid; en octubre Carlos IV lo distinguió con el nombramiento de director espiritual de los pajes del Palacio Real; por entonces empezó a publicar sus poemas en el Memorial Literario. En Madrid estableció gran amistad con Meléndez Valdés y otros ingenios prerrománticos: Nicasio Álvarez de Cienfuegos y Manuel José Quintana. El histórico día Dos de Mayo, Juan Nicasio se encontraba dedicado a su Capellanía en Palacio, y escribó su oda Influencia del entusiasmo público en las artes. Se trasladó a Sevilla y después a Cádiz; recibió entonces algunas prebendas, como la de racionero de la catedral de Murcia, y fue designado diputado constituyente (como procurador suplente) por Zamora y trabajó en la comisión encargada de clasificar los informes relacionados a la convocatoria de las Cortes de Cádiz para la que había sido designado y en la redacción del proyecto de ley de libertad de imprenta. Allí vivió en febril actividad, integrando hasta ocho comisiones e interviniendo en la discusión de 71 asuntos, hasta el regreso del rey Fernando VII, quien lo persiguió por ser liberal; estuvo pues encarcelado año y medio y pasó cuatro años confinado; primero, en la Cartuja de Jerez; afectada su salud, fue trasladado, a petición propia, al Monasterio de la Luz en Moguer y de allí al Convento de Loreto en Sevilla. Tras la gesta de Rafael del Riego fue liberado en 1820. Fue arcediano de Valencia y canónigo de Sevilla, tradujo a Alessandro Manzoni y cultivó la crítica literaria. También desempeñó los cargos de juez eclesiástico y fue designado senador del reino y académico de la Lengua y de la de Bellas Artes de San Fernando. Murió en Madrid en 1852, a consecuencia de una caída que había tenido el año anterior.

Domingo del Monte hizo una edición de sus Versos (Filadelfia: Imprenta del Mensagero, 1829) que incluía sonetos, dos elegías, entre ellas "Al 2 de mayo", dos traducciones del falso bardo céltico Ossián y su tragedia en verso Óscar.


A Bernardina el día que cumplió catorce años

 Dorando alegre en la oriental ribera   
 frescos racimos que el otoño cría,   
 otra vez torna el apacible día   
 que abrió tus ojos a la luz primera.   

 ¡Oh si tan grande mi ventura fuera  
 que en él gozar te viese, Dina mía,   
 esa edad de inocencia y alegría   
 triscando como sílfide ligera!   

 Si de tu vida en el risueño oriente   
 el dulce nombre de tu madre bella  
 formar te oí con labio balbuciente,   

 ¿por qué me ha de negar infausta estrella   
 te mire ufano en tu verdor naciente,   
 y en gracias tantas competir con ella? 



A Corina ausente

 Mi solo y dulce amor, Corina hermosa,   
 anhelada mitad del alma mía,   
 de cuyos bellos ojos nace el día   
 puro como en abril purpúrea rosa:   

 El alma que sin ti jamás reposa,   
 sin ti, su única gloria y su alegría,    
 en un gemido el para bien te envía,   
 pues Febo dio su vuelta presurosa.   

 Vuelan los años ¡ay! y sin estruendo   
 fugaz los sigue juventud florida,  
 su mágica ilusión con ella huyendo.   

 ¡Feliz quien goza el sol de su querida!   
 ¡Y triste aquel, que en soledad gimiendo,   
 ausente pasa el mayo de la vida! 




A Corina en sus días

 Id, mis suspiros, id sobre el ligero   
 plácido ambiente que el abril derrama;   
 id a los campos fértiles do brama   
 en ancho cauce el orgulloso Duero.   

 Id de Corina al pie sin que el severo  
 ceño temáis del cano Guadarrama,   
 pues el ardor volcánico os inflama   
 que en mí incendió la hermosa por quien muero.   

 Saludadla por mí; su alegre día   
 gozad ufanos, y el cruel tormento  
 recordadle del triste que os envía;   

 y en pago me traed del mal que siento   
 un ¡ay! que exhale a la memoria mía   
 empapado en el ámbar de su aliento. 



A Judas

 Cuando el horror de su traición impía   
 del falso Apóstol obcecó la mente,   
 y del árbol fatídico pendiente   
 con rudas contorsiones se mecía,   

 complacido en su mísera agonía  
 mirábale el demonio frente a frente,   
 hasta que al fin, del término impaciente,   
 de entrambos pies con ímpetu le asía.   

 Mas ya que vio cesar del descompuesto   
 rostro la agitación convulsa y fiera,  
 señal segura de su fin funesto,   

 con infernal sonrisa lisonjera   
 los labios puso en el deforme gesto,   
 y el beso le volvió que a Cristo diera.   




Mis deseos a la Excma. Sra. Condesa de Toreno 
en el día de sus bodas

 Siempre, bella Pilar, siempre risueño   
 luzca a tus ojos el solemne día   
 que de tus gracias su ventura fía   
 quien se envanece de llamarte dueño.   

 Cien veces mayo ofrézcate halagüeño  
 las flores, que sin él tu aliento cría:   
 corra tu edad en plácida alegría   
 como un sabroso y bonancible sueño.   

 De amables niños, lisonjero adorno   
 de matrona feliz, fórmete en breve  
 séquito digno turba bulliciosa,   

 que al agruparse de su padre en torno,   
 entre blandas caricias le renueve   
 rasgos y hechizos de su madre hermosa. 



A la memoria de Garcilaso

 Río, ¿do está de Laso la divina   
 musa que un tiempo suspiraba amores;   
 la que tu verde sien ciñó de flores   
 y suspendió tu linfa cristalina?   

 A tu margen la alondra matutina  
 modula al son del agua sus loores,   
 y el dulce lamentar de dos pastores   
 resuena grato en la imperial colina.   

 Zagales de Aranjuez, que en lastimera   
 voz recordáis su muerte cada día,  
 vosotros los del Tajo en su ribera,   

 dejad ¡ay! que la humilde musa mía   
 de flores a su cítara ligera   
 y tierno llanto a su ceniza fría. 




A la muerte del Anti-Quijote

 En un sucio rincón doliente ya   
 el bien acuchillado Anti-Quijó   
 aborto del ingenio más idió   
 de cuantos a Madrid han apestá.   

 Gime el mísero padre su desgrá  
 y llora, y grita, y dice que es famó,   
 pero no es de extrañar que cielo hermó   
 a su negro polluelo llame el grá.   

 No llores, Setabiense, por el hí,   
 pues salvarás la vida por fortú  
 en ungüentos y drogas de botí,   

 que si alcanzara el tiempo del buen cú   
 que hizo en la Mancha el célebre escrutí    
 no se librara el tiste de hacer hú. 



A la reina Isabel en el pleno ejercicio de su voluntad

 Cual viene en pos de nebuloso invierno   
 brotando rosas la estación florida,   
 y la campiña yerta y aterida   
 revive al soplo de favonio tierno,   

 así de España al liberal gobierno,  
 débil un tiempo, sin vigor, sin vida,   
 brío y lustre darás, reina querida,   
 y harás su dicha y tu renombre eterno.   

 Lanzado en fin al báratro profundo,   
 no verterá en mi patria su veneno  
 de la anarquía el monstruo furibundo.   

 A tu sombra, Isabel, aliente el bueno,   
 y a tu cetro feliz aclame el mundo   
 de la virtud imán, del vicio freno. 



A la señorita María de la Concepción Ganoso

 Aún en mi corazón, con fuego impreso,   
 y en mi atónito oído resonando,   
 dura el suspiro de tu acento blando,   
 más dulce que de amor el primer beso.   

 Al donoso ademán, al embeleso  
 de tu expresión y tus miradas, cuando   
 cantas el aire bético imitando,   
 ¿quién, Corila gentil, no pierde el seso?   

 Bella, sensible, juguetona, esquiva,   
 me exalto, y río, y me estremezco, y lloro  
 al eco de tu voz tierna o festiva.   

 ¡Feliz quien goce el mágico tesoro   
 de tantas gracias, y contigo viva,   
 y escuche de tu labio un: Yo te adoro. 



Soneto improvisado en broma y de pies forzados

 Ya no reina en las tablas Marco Antonio,   
 César, Yogurta ni el patrón de Plinio.   
 El trágico puñal perdió el dominio,   
 opio se emplea, arsénico, antimonio.   

 Cruces, horcas, fantasmas el telonio  
 te ofrece si haces de él fiel escrutinio:   
 de crímenes atroces vaticinio   
 es hoy la bendición del matrimonio.   

 El delirio, el furor se llaman genio;   
 ya Diana no es más que un plenilunio;  
 sólo se usa en el gálico Cilenio:   

 y en los teatros en diciembre o junio   
 tiemblan de horror los arcos del proscenio   
 de sólo presenciar tanto infortunio.   



Parabién al rey Fernando por su enlace con la princesa de Nápoles María Cristina


 Al clamor de la pública alegría   
 en que el pecho español su aliento apura,   
 de cuyos ecos a su cueva oscura   
 huye bramando la Discordia impía,   

 gozad ¡oh Rey! en tan dichoso día,  
 nuncio veraz de siglos de ventura,   
 la flor de gentileza y hermosura   
 que la bella Parténope os envía.   

 Nunca el vivo placer, Fernando augusto,   
 que en vuestra frente generosa brilla,  
 altere de fortuna el ceño adusto;   

 y a tan plácida unión deba Castilla   
 un príncipe feliz, clemente, justo,   
 a quien doblen dos mundos la rodilla. 




Los hoyuelos de Lesbia

 Cruzaba el hijo de la cipria diosa   
 solo y sin venda la floresta umbría   
 cuando, al pie de un rosal, vio que dormía   
 al blando son del mar mi Lesbia hermosa;   

 y al ver pasmado que su faz graciosa  
 los reflejos del alba repetía,   
 tanto se deslumbró que no sabía   
 si aquello era mejilla o era rosa.   

 Alargó el dedo el niño entre las flores   
 y en ambos lados le aplicó a la bella,  
 formando dos hoyuelos seductores.   

 ¡Ay, que al verla reír, la dulce huella   
 del dedo del amor mata de amores!   
 ¡Feliz el que su boca estampe en ella! 




La primavera

 Sacude abril su fértil cabellera   
 y el ancho suelo puéblase de flores;   
 el alba le saluda, y mil colores   
 en torno brillan de la clara esfera.   

 Anuncia alegre el soto y la pradera  
 la vuelta de la risa y los amores,   
 y arroyos, aves, selvas y pastores   
 cantan la deliciosa primavera.   

 Ríe el zagal; alégrase el ganado;   
 todo el placer de su presencia siente;  
 el bosque, el río, el páramo, el poblado,   

 mas yo, que estoy de mi Pradina ausente,   
 suspiro solo y de tristeza helado,   
 cual si bramara el ábrego inclemente. 



Invocando a la Virgen por la salud de la reina 
doña Cristina de Nápoles

 Dulce consuelo del linaje humano,   
 madre excelsa de Dios, sacra Lucina,   
 humillado a tus pies la frente inclina   
 con ardiente fervor el pueblo hispano.   

 Si nunca vierte lágrima sen vano  
 el que se acoge a tu bondad divina,   
 vuelve, Señora, al lecho de Cristina   
 los bellos ojos, la piadosa mano.   

 Muévate de Fernando la agonía,   
 que en zozobra cruel pregunta, espera,  
 teme, se afana, alienta, desconfía.   

 De su penar los plazos acelera,   
 y antes que su fulgor esconda el día   
 agita el viento la feliz bandera. 




Cuando no hallaba ni aun en sueño vano

 Cuando no hallaba ni aun en sueño vano   
 de mi triste prisión fácil salida,   
 por generoso impulso dirigida   
 tú me tendiste protectora mano.   

 Por ti recobro, ilustre Soberano  
 cuanto me puede hacer grata la vida.   
 Familia tierna, libertad perdida,   
 el sol de España, el suelo carpetano.   

 Que admiras hoy benévolo confío,   
 de mi tosco buril escaso fruto,  
 estos humildes rasgos que te envío,   

 mientras exento ya de pena y luto   
 por tanto alto favor el pecho mío   
 te da en su gratitud mejor tributo.   




Cargado de mortal melancolía

 Cargado de mortal melancolía,   
 de angustia el pecho y de memorias lleno,   
 otra vez torno a vuestro dulce seno,   
 campos alegres de la patria mía.   

 ¡Cuán otros, ay, os vio mi fantasía,  
 cuando de pena y de temor ajeno,   
 en mí fijaba su mirar sereno   
 la infiel hermosa que me amaba un día!   

 Tú, que en tiempo mejor fuiste testigo   
 de mi ventura al rayo de la aurora,  
 sello de mi dolor, césped amigo;   

 pues si en mi corazón, que sangre llora,   
 esperanzas y amor llevé conmigo,   
 desengaños y amor te traigo ahora. 




Al Duque de Rivas

 Tú a quien afable concedió el destino,   
 digna ofrenda a tu ingenio soberano,   
 manejar del Aminta castellano   
 la dulce lira y el pincel divino.   

 Vibrando el plectro y animando el lino,  
 logra Saavedra, con dichosa mano,   
 vencen las glorias del cantor troyano,   
 robar las gracias del pintor de Urbino.   

 Lógralo, y logre yo, si más clemente   
 se muestra acaso la áspera fortuna  
 que hoy no me deja en blando son loarte,   

 tejer nuevas coronas en tu frente   
 ya esclarecida por tu ilustre cuna,   
 ya decorada del laurel de Marte. 



A un barrilito de jerez que me regaló una señora

 Jugo Divino, honor de Andalucía   
 y envidia del flamenco y del britano;   
 tú por quien el Olimpo soberano   
 torciera el gesto al néctar y ambrosía.   

 ¡Cual me colmara el verte de alegría  
 (más que con Hebe Júpiter, ufano)   
 si a henchir mi copa con su blanca mano   
 se hallase aquí la hermosa que te envía!   

 El rubio Febo en sus collados tiene   
 puro cristal: mi labio lo rehúsa,  
 que a tan helados sorbos no se aviene.   

 Sé pues mi numen tú, y ella mi musa,   
 y al diablo doy los brindis de Hipocrene   
 y el chorro de Castalia y de Aretusa. 



A mi Caramillo

 Rómpase ya la mísera flautilla,   
 que entonando de amor tiernos cantares,   
 si no aplacó su voz soberbios mares,   
 supo alegrar los campos de Castilla.   

 En son festivo el Tormes a su orilla  
 sonar la oyó sin sustos ni pesares,   
 y hora escucha sus quejas Manzanares,   
 y el llanto ve correr por mi mejilla.   

 Mas si cantar de aquélla sólo sabe,   
 que ya no osa nombrar el labio mío,  
 la belleza gentil, los garzos ojos;   

 como mi dicha y mi esperanza, acabe   
 y envueltos con mis lágrimas el río   
 lance al Tajo profundo sus despojos. 



A Lord Wellington

 A par del grito universal que llena   
 de gozo y gratitud la esfera hispana,   
 y del manso, y ya libre, Guadiana   
 al caudaloso Támesis resuena;   

 tu gloria ¡oh Conde! a la región serena  
 de la inmortalidad sube, y ufana   
 se goza en ella la nación britana;   
 tiembla y se humilla el vándalo del Sena.   

 Sigue; y despierte el adormido polo   
 al golpe de su espada; en la pelea  
 te envidie Marte y te corone Apolo;   

 y si al triple pendón que al aire ondea   
 osa Alecto amagar, tu nombre solo   
 prenda de unión, como de triunfo, sea.  










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