sábado, 16 de enero de 2016

JOSÉ CÓRDOVA [17.921]


José Córdova

(Porcón, La Libertad-Perú, 1979)
Tiene estudios de Arquitectura y Sociología en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Depredación de las ganas (Pre-textos) (Arequipa, 2002), Perfil del desencuentro (Arequipa, 2007), Animal desbocado (México, 2012) y las compilaciones 17 cuentos peruanos desde Arequipa (Arequipa, 2012) y El árbol onírico / antología poética de Luzgardo Medina Egoavil (Arequipa, 2015). Algunos de sus poemas se encuentran en diversas antologías tales como Rito verbal: muestra de poesía peruana 2000-2010 (Lima, 2011), Me Usa, Brevísima Antología Arbitraria Perú-Uruguay (Lima, 2012), Barcos sobre el agua natal. Antología de poesía hispanoamericana desde el siglo XXI (México-España, 2012) Tea party II, muestra dinámica de poesía Latinoamericana (Arica, 2013) y Poesía en vivo. Antología poética del I Festival de poesía en comunidad (Lima, 2014). Es socio fundador de las editoriales Cascahuesos Editores, sello en el que hasta la fecha ha publicado más de 70 títulos, Editorial Tribal y Surnumérica. También dirige los blogs literarios “Panóptico Literario” y “La torre de las paradojas”.


XXV.

A este mundo que me envuelve, en su suelo tan mío como ajeno, con su bióxido de carbono que llega hasta mis pul-mo-nes, sin importar mi cáncer, mi asma, y todas las gentes, todos los prostíbulos de la Jesús con sus meretrices santas, zambullidas en sus tules nocturnos, desnudas, bailando lambadas, y sus devotos parroquianos que beben contra su alegría, mientras duerma en mi suelo sobre mi colchón de piedras y cemento, soñando con el mañana, universitario, con mi porvenir, que a las justas se puede; mientras que mi padre maquinista —para darle un sentido a su vida, qué tristeza—, cueza su reverso ante el Nuevo sol, acumulando en la semana sus cansados e incontables años de sudor para el domingo refrescarse con una cerveza, recordando su quién sabe: juventud; mientras sin descuido alguno mi madre madrugue detrás de una ventanilla y una hermosa mujercita light jaculatorie una sonrisa de perla, y así agradezca a su Dios porque yo continúe caminando con mis cartones y mi fólder, mi tinta azul y mis poemas, trasnochado y sin almorzar, mascando un chicle de optimismo en pie de lucha: yo le digo y le juro.


Poesía 

sacrificado mi pellejo sobre el esqueleto
mi cuerpo se convierte en instrumento castigado

dando la espa[l]da
mejor dicho
ocultando la cara

para reírse o para llorar
un poco doblado o descontento
más mejor,
desgranado y clandestino (sic.)
por el diente de mi diente
—o quién lo sabe, ¡nadie lo sab/ve!—

porque este cuerpo es un enorme vano hacia la muerte
por eso nomás voy a limpiarme los lentes de toda esta tristeza
y con mi piel a-penas asida en mi palma recalada al rincón de este sistema

voy a puñetearme secas lágrimas de la noche
y me voy a retirar disimuladamente a mi fúndica camisa 
este cuerpo humillado
tal / porque rehusó nacer vegetal
y sostenerse de su propio suelo

si así no hubiera sido
leche verde irrigaría y crearía un cuerpo de secoya
y me vestiría de rugosa corteza
descifrándome en las estaciones como pájaros de fruta y
semillas que
al menos servirían para algo:
y jamás tendría que pelear por mi sustento

por un poco de agua hundiría mis pies
y mi falo no
mejor mi lengua

y extendiendo mis brazos y dedos como miradas finales de hombre
nomás cogería en mi estómago verde y mi sangre
legañas de sol para vivir
(lo demás / sería fácil)
pero abro los ojos y —este es el resultado—
da que soy medio samsa
inverso
por eso estoy ingresando al píloro 
(hasta ahora el camino bajo el pie —y que-me abandona—
aún no se detiene)
esta realidad animal que me envuelve
me hace pensar en la manera
más
ordinaria de lograr que te acerques y te quedes a la sombra de mi ala
y cansado de saber
cuando estuve en lo alto viendo al hombre como hambre
desperté erguido y de polvo
y me encuentro atascado en el yeyuno por la prisa
entonces
hecho tierra me pongo a llorar
golpeando el suelo de por gusto
rasguñando el polvo
sin poder alimentarme de mi clara

y doliéndome el saber que ya no puedo
ni siquiera en mi función testicular
gimiendo por mis manos tan pequeñas
mi fecalidad hecha bagazo
de vuelta invisible
voy corriendo atroz hasta mi altura
y que me pierdo

no hallo la palanca o un cuchillo 
para darle enseguida la vuelta a mi hambre

el poco excremento se me divorcia
y así como ahora me voy quedando solo
otro suj/feto se gesta en mi cara
me he sentado a descansar sobre mis huesos
y le ruego a mi cama esta noche
no sea una tumba
para vivir todavía hasta mañana
y mañana lo mismo
así hasta no ser más
en mí
natural

luego
poder componerle un gran agujero a la máscara de la noche
¡y gritar! 
(de alguna forma morimos
algunos, ni siquiera vivimos…)
enfrentarme otra vez al mismo cuarto
encontrar la tarima aguantando tres cuerpos
muertos
los mismos cartones y oscuras ollas
como costras secas en el piso y la pared
sin contener ni proteger la pus para saciarnos
y mientras los otros van en auto
[y yo voy elegido en tran/vía
a pié / de página]
nos cierran la sonrisa sin que uno lo autorice
«juran por dios y por los pobres»
y «mío» es de propiedad privada para ellos

me siento en las rodillas de mi muerte
mi cuerpo como un jonás
toma la forma de cuatro paredes que lo contienen
, y es otro día… 
olvidado que me pongo en una piedra de cuclillas
contemplo este cierzo en mi mano
para ver si es que aparecen algunas partículas
trozos de enlutada caca que me indiquen
puedo sostenerme aún sobre estos huesos
por simple vocación y mérito adquirido
a / mi espalda (es) una cordillera y todos mis nudos
por eso ya no puedo destornillarme las heces
y sentado en la misma piedra y de reojo
bostezo fúnebres entrañas de reloj
entonces medito:
—¡hasta cuándo más he comido!—

y me interpreto
ya no puedo erizar de excremento el suelo
y herir este denso aire oscuro que me asfixia 
éste es mi alfabeto
mi abecedario insustituible:
a b1 b2 b3 b6 b12 ca d e e4 e5 fe fe1 k mg na p
las demás las he comido
y me faltan para escribir un nombre
darle vida a mis tejidos
y volver a construirme sin placenta
vomitando el hueso verde de manzana

por eso
vamos a cazar con la lengua
cúmulos para comerlos en cecina
cirros de algodón y calorías
o
(mejor
dejémoslo para la verdura
y después de amaestrarlas
—llenos de saliva—
hay que untarlas a estratos cocidos)
nimbos en pastillas para esta fiebre 

en este excremento sin
sombra, se me va la vida
si es lo último
—y me quedo—
qué he tenido
disforzado tenté presentirme
ver si en este nudo de carne
cabe aún mi esqueleto
solo de mujer y de migaja
sólo acompañado de sus piernas
que deambulan como pluma desde siempre
sobre un pedestal digestivo de melancolía para huesos

aún mi cuerpo en polvo
se arrastra impulsado por el viento
buscando en mi propia posibilidad
una verdadera bola de barro
con un verdadero y gran alfarero: 
yo

Los hombres tienen una sombra. Nosotros tenemos dos: el hambre nos sigue donde vamos. Conozco el mundo: he subido a las más elevadas jalcas […], he cruzado el ardor de los arenales […], he descendido a las selvas. El hambre es el único perro que me siguió.

M. Scorza: El jinete insomne

—esta tarde se lleva algo mío:

[el hambre es una sombra que tritura y como un oscuro ano siempre está dispuesta a devorarse los huesos…]

y aquí, sin poder asentarme y tratar de hacerle un hueco a la noche para refugiarnos de ella…

de las moscas azules

y pelear con mis órganos y por mis órganos para rellenar todo mi hemisferio con este zumo

pues no tengo nada, cuerpo no me queda… pero…—




ESTOS VERSOS DE JOSÉ O VIVIR EN NUESTRO PROPIO CUERPO
animal desbocado. José Córdova. México DF, Literal, 2012
Colección: Limón partido, 94 pp.

Escribe Helena Usandizaga[1]

(mis palabras en el aire, se deshacen y di-sueltas en oídos, diluyen
mi boca para tragárme-las suavemente de un solo bocado)[2] 
Estos versos de José Córdova[3] en animal desbocado, como todos los del libro, consiguen dinamitar las palabras en el sentido literal: hacerlas estallar en otras palabras, en los lapsus secretos, en las asociaciones de unas con otras. Las palabras de Córdova contienen otras palabras que con pavor leemos: sabueso contiene sab-hues-s.o.s, abraza contiens abraz/sa, jodidamente contiene jod-ida-mente, quiere contiene quhiere, digiero contiene dig/hiero, saber contiene sab/ver duele contiene dhuele, aparatosamente se despliega en a-pará-si-tos-a-mente (11)…

Nos equivocaríamos si pensáramos que se trata de un juego experimental: el estallido de las palabras bombardea nuestras certezas y nos asoma a un abismo intuido. Por eso es mejor leer las palabras de Córdova con la mente vacía, dejando la tentación de tomarlas como un jeroglífico que hay que descifrar conscientemente: el efecto de lectura es entonces tan potente que nos deja sin aliento. Entonces, como en la poesía de William Blake, «el ojo ve más de lo que el corazón conoce»: los significados se agolpan en nuestra percepción sin que podamos a veces descifrarlos conscientemente.

¿Y cuál es el abismo que intuimos? Quizás podría decirse, con grandes palabras, que se trata de la condición humana, pero también de la condición animal del hombre: de un saber, o no-saber, que nace en lo más material de las palabras y en el propio cuerpo, en los ojos la nuca, el talle; pero también en el intestino, el estómago, el sexo; saber que dice el gozo y la desdicha, pero también y sobre todo, el hambre, gran metáfora de la poesía de Córdova: el hambre que es carencia y es presencia tangible y que lleva a saber que «toda esta pobreza es muy completa» (47).

¿Metáfora? El hambre de la que parte el texto es hambre real, hambre del cuerpo: hambre de pan, de patatas, de arroz; de vegetales, de carne… hambre. Es como si el enunciador, la voz que nos habla, hubiera pasado días sin pan, y de ese vacío, de ese silencio naciera el poema. Por eso el silencio habla en esta poesía como un golpe: «—y ahora, ¿a quién voy a golpear? […] si con mi silencio lo digo todo» (55). Pero, más allá del silencio, un hablar casi orgánico se impone, se despliega como una necesidad; al nacer, con la respiración y el primer chillido, «¡se comienza de inmediato en una lengua!» (15).

Por eso, una vez afirmada la entidad real del hambre, podemos hablar del hambre de palabras que es también carencia y presencia: carencia cuando «hay que comernos nuestra lengua»; pero también presencia cuando se enuncia «vamos a comernos la palabra» (81), porque ocurre que «el estómago nos habla y de una bocanada semejante nos devora» (35). En el hambre de pan y en el hambre de palabras están a la vez la posibilidad de conocer y la amenaza de separación del mundo; están la máxima alienación y la única humanidad posible; están la maldad de la escritura y el delito de la carne (57), pero también el «hambre de estar satisfecho», «el hambre de… no tener hambre» (37); y, aunque «el hambre es una sombra que tritura» (84), está, sobre todo, el deseo de volver a la inocencia.

Inocencia porque «nuestro derecho es la naturaleza» (57), y lidiaríamos con ella en su elementalidad y su grandeza; pero la trama social pervierte esas relaciones animales con el mundo e impone el hambre como alienación social; el hambre de unos como hartazgo de otros (63) y el sujeto del poema pelea, grita:

Y pelear con mis órganos y por mis órganos para rellenar todo mi hemisferio con este zumo

para que el hombre sea un individuo 
para que los hombres sean señores 
y para que hasta los hombres sean animales (84)

Entonces, en este grito que no se conforma, solo el mismo dolor del hambre nos hace humanos: «—es el doler/or de vernos hambre… […] sólo con este dolor somos humanos/ sólo así nos damos cuenta que se existe, que uno es carne,/ que el pan nos sabe a consonante primitiva y repetida en ecos/ y entonces cuando nos damos vuelta, es que aprendemos a convivir en las papilas/ a ser fraternos          umbilicales/ a tajo abierto: ¡…hrmns!/ y más que siempre… in/dol(i)entes seres h(er-u)manos» (33).

En pleno siglo XXI, atravesando indemne la frivolidad postmoderna, la fragmentariedad de Córdova es la de las imágenes atroces del hambre, de la alienación y del menoscabo humano, o alguna vez de la veneración de los alimentos o del trazo inocente y animal de un crío; su globalización y su cosmopolitismo son los del hambre: «hay lugares en el mundo/ donde lo típico es morirse de hambre» (44), como reza la publicidad de DOMUND, un fragmento que compone con otros fragmentos no prestigiosos o raros y heterodoxos su discurso del collage, donde nada se banaliza sino que, por ejemplo, el graffiti con faltas de ortografía coexiste con fragmentos líricos y uno a otro se potencian. Del mismo modo, su modernidad está gobernada por los medios y la tecnología; somos «oscuros animales en píxeles» (72) y «a-sí hacemos cada día» (67), pero siempre en contraste con el anhelo de «retornar a mi naturaleza/ lavar mis cromosomas…» (64).

Esta vuelta a la naturaleza no lo es a un idílico edén antes del pecado, sino a un conocimiento animal: eso es lo que nos transmiten los poemas de José Córdova. Un conocimiento a la vez radical y atroz, que busca en la prehistoria del cuerpo, en su desnudez extrema, una conexión antigua con el mundo, «un obstinado sueño de nuestro primer estado» (23). Pero lo que resta de ese primer estado, por momentos, es un aparato digestivo presto a devorar, devorarse y ser devorado, un cuerpo que come y evacúa dolorosamente, «el hambre nace junto a nuestro cuerpo/ se alumbra con nuestra voracidad/ y aquí nomás cagando sangre:/ no se puede señalar la procesión del constelado y deprimido pan de anuncio reservado» (34). Es el hambre que define al cuerpo que somos, «este cuerpo que a veces poseo» (65), y que nos recuerda que «este cuerpo es un vano hacia la muerte» (52).

Conocer desde «la categoría de vivir en nuestro propio cuerpo» (35) es también buscar la inocencia, pero, aunque sea repetición decirlo, no aquella anterior al pecado, sino la que tiene la facultad de llegar a un conocimiento que actúa saltando por encima de patrones ya formulados —o, mejor, ignorándolos—, conocimiento que, como en el poema de Vallejo en el epígrafe, sorprende a la verdad en un movimiento animal. A propósito de Vallejo, es evidente que una lectura del poeta está tras estas páginas, pero el resultado no es el de la aparición de un epígono y muchísimo menos de un imitador: uno se pregunta cómo es posible una lectura tan profunda del hambre vallejiana, de su enfrentamiento huérfano con la palabra, de la figura de la madre que «al mirarnos/ nos pare» (71), conservando a la vez lo que es una voz potente y personal como pocas en el panorama de la poesía actual.

Valga el ejemplo del poema 29 para entrar en esta poesía:

—decir cuando el hambre existe
que un pan es la miga de nada que apenas conozco
...... decir que también se mastica la carne del agua
...... por eso el azúcar amarga la miel de mis dedos
...... por eso… por ello…
...... la yel no endulza mi aljibe
...... en esta crecida ciudad de palabras

las hojas cuadradas de papa 
plantas creciendo en la piedra 
el agua subiendo a la cima:

tampoco una vida equivale a un pan equivale a una vida equivale
a un hombre
con esta mirada extraviada del hombre
eyaculo un gran columbrado cadáver:
y, ¿qué importa…?
decir que el hambre no existe
............. ... .. decir…(59)

El potentísimo tono de esta poesía, lo más difícil de lograr para una voz poética, no es, como pudiera interpretarse equivocadamente a partir de la lectura que hacemos, un tono lastimero, ni siquiera pesimista; pues la mirada trágica que lo define va más allá y contempla nuestra miseria y a la vez nuestros momentos de entereza y clarividencia con una valentía singular. Cuando el sujeto que habla se sienta «a descansar sobre mis huesos» (74) o «en las rodillas de mi muerte» (75) no corta con la posibilidad de «volver a contemplar el firmamento / por las noches, y en silencio, y continuar…» (87).

Para todo eso «hay que tener altura» (64): un poquito de esa altura que necesitamos como lectores para que la experiencia de leer estos poemas sea la de compartir la clarividencia y la entereza de sus palabras, su dolor, su rebeldía y su furia, para seguir perpetuamente construyendo a nuestro animal y ser a veces, como el sujeto que habla, «yo, el verdadero alfarero de mi mente» (83).

Barcelona, enero de 2014


NOTAS

[1] Helena Usandizaga es crítica y catedrática española. Se doctoró en Semiótica en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París con una tesis dirigida por A.J. Greimas, y es también doctora en Filología Románica. Desde 1994, ha sido profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universitat Autònoma de Barcelona. Sus líneas de investigación son la poesía peruana contemporánea y la literatura andina. Ha publicado numerosos artículos y capítulos de libro sobre estos temas, entre los que se destacan los dedicados a Vallejo, Moro, Eielson y Blanca Varela, por un lado, y a Arguedas y Gamaliel Churata, por otro. Es editora y coautora, con un trabajo sobre los mitos en Gamaliel Churata, del libro La palabra recuperada y dePalimpsestos de la antigua palabra, con diferentes trabajos sobre los mitos en la literatura latinoamericana. Ha aparecido en 2012 su edición de El Pez de Oro, de Gamaliel Churata (editorial Cátedra), y prepara un libro sobre poesía peruana. Ha sido investigadora principal en varios proyectos sobre mitología prehispánica en la literatura latinoamericana, incluido el proyecto/grupo “Inventario de Mitos prehispánicos en la literatura latinoamericana (de los años 80 al presente)”. Es directora de Mitologías hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos.
[2] José Córdova, animal desbocado, México DF, Literal, 2012, p. 26. A partir de ahora, los números entre paréntesis remiten siempre a las páginas de esta edición.





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