ESQUILO
Esquilo (525-456 a.C.), dramaturgo griego nacido en Eleusis, cerca de Atenas, fue el primero de los grandes trágicos de esta ciudad. En cuanto predecesor de Sófocles y de Eurípides, es el fundador de la tragedia griega.
Combatió contra los persas en Maratón, el 490 a.C., en Salamina, el 480 a.C., y posiblemente, en Platea, el año siguiente. Hizo al menos dos viajes, puede que tres, a Sicilia, y allí murió, en Gela, durante su última visita. Posteriormente se erigiría en este lugar un monumento en memoria suya.
Se ha dicho que Esquilo escribió unas noventa obras. Sus tragedias, representadas por primera vez el 500 a.C., se ofrecían como trilogías, o grupos de tres, unidas habitualmente por un asunto común, y cada trilogía venía seguida por un drama satírico (una comedia vulgar en la que intervenía un héroe mitológico, con un coro de sátiros). Se conocen los títulos de 79 de sus obras teatrales, pero sólo han sobrevivido siete. La más antigua Las suplicantes, un drama con poca acción pero con muchas canciones corales de gran belleza; se cree que es la primera obra de una trilogía sobre el matrimonio de las cincuenta hijas de Dánao, que incluía las obras Los egipcios y Las danaides. Los persas, presentada el 472 a.C., es una tragedia histórica sobre la batalla de Salamina, y la acción tiene lugar en Persia, en la corte de la madre del rey Jerjes I.
Los siete contra Tebas, presentada el 467 a.C., se basa en una leyenda tebana: el conflicto entre los dos hijos de Edipo, Eteocles, y Polinices, por el trono de Tebas. Se cree que es la tercera obra de una trilogía, y que las dos primeras son Layo y Edipo. Prometeo encadenado, una obra de fecha incierta, retrata el castigo del rebelde Prometeo por parte de Zeus. Probablemente sea la primera obra de una trilogía prometeica, cuyas otras dos serían Prometeo desencadenado y Prometeo el que trae el anillo.
Las tres obras restantes, Agamenón, Las coeforas y Las euménides (Las furias), presentadas el 458 a.C., forman la trilogía conocida como la Orestiada, o historia de Orestes. En Agamenón, una de las más grandes obras de la literatura dramática, el rey Agamenón regresa al hogar desde Troya y es asesinado a traición por su infiel esposa Clitemnestra. En la segunda obra, Orestes, hijo de Agamenón, regresa a Argos y venga la muerte de su padre asesinando a su madre y a su amante Egisto. Este matricidio es castigado por las vengadoras divinidades, las erinias. En Las euménides, las erinias persiguen a Orestes hasta que éste queda limpio de su sangre culpable y le declara inocente el antiguo tribunal del Areópago gracias a la intercesión de Atenea, diosa de la sabiduría.
Al introducir un segundo actor en la obra, Esquilo creó el diálogo dramático. También desarrolló la representación del drama, al introducir el vestuario y los decorados. Los argumentos de sus obras son profundos, referidos al mito, la religión y la pasión, y encuentran expresión en un lenguaje muy poético. La Orestiada, probablemente su obra más madura, proporciona una intensa visión de sus conceptos de justicia y piedad y de su creencia en una voluntad divina con ayuda de la cual la humanidad puede alcanzar la sabiduría a través del sufrimiento.
Prometeo encadenado
de Esquilo
Nota: Traducción de Marcelino Menéndez y Pelayo (Santander, 19 de julio de 1879) incluída en su libro Odas, epístolas y tragedias.
Personajes
LA FUERZA.
HEFESTO.
PROMETEO.
CORO DE NINFAS OCEÁNIDES.
OCÉANO.
ÍO.
HERMES.
LA FUERZA
Al remoto confín hemos venido
De la tierra, a los yermos inaccesos
De la Escitia. Tú, Hefesto, los mandatos
Del Padre cumplirás, y a Prometeo
Maléfico atarás a la alta roca,
De adamantinos lazos con cadena,
Pues la llama, flor tuya, y de todo arte
Fácil materia, arrebató a los cielos,
Y a los hombres la dio. Por tal delito
Justo es que pague merecida pena,
Para que aprenda a respetar de Zeus
La alta deidad, y a no endiosar al hombre.
HEFESTO
Fuerza y Poder, vosotros ya cumplisteis
La voz de Zeus; pero no me atrevo
A encadenar en proceloso risco
A un dios de mi linaje. Dura fuerza
Es la necesidad; cumplirse debe
La voluntad del Padre. ¡Excelso hijo
De la divina Temis consejera!
A mi pesar, con lazo indisoluble,
Te sujeto a esta peña, nunca hollada
De humanas plantas, do ni forma veas
Ni voz escuches de mortal alguno,
Mas la llama del sol lenta te abrase
Y mude tu color. Cuando estrellada
La noche oculte el esplendor del día,
O el sol disipe el oriental rocío,
Siempre tu mal te aquejará presente.
Aún no nació quien libertarte pueda.
¡Tal premio por tu amor a los mortales!
¡Tú, siendo dios, las iras de los dioses,
Por honrar a los hombres, te atrajiste!
Injusto fue tu afán. Y por castigo
Este peñasco sostendrás enorme,
Estando en pie, sin que tus ojos cierre
El sueño, sin que doble tus rodillas
Larga fatiga, con lamento mucho
E inútil llanto; que de Zeus la cólera
Es dura de aplacar, y siempre recia
Es de nuevo señor la tiranía.
LA FUERZA
¿Por qué le compadeces y te paras?
¿No le aborreces cual los otros dioses,
Ya que entregó tu don a los mortales?
HEFESTO
La sangre y la amistad son fuertes nudos.
LA FUERZA
¿Despreciarás las órdenes del Padre?
¿No temes esto más?
HEFESTO
Siempre eres cruda
Y por extremo audaz.
LA FUERZA
Vano remedio
Es llorarle; lo inútil abandona.
HEFESTO
¡Malditas sean mis manos y su oficio!
LA FUERZA
No las detestes; que de tantos males
No es la causa tu arte.
HEFESTO
¡Oh si este arte
Algún otro supiera!
LA FUERZA
Nadie es libre,
Fuera de Zeus; los dioses alcanzaron
Todo, menos imperio.
HEFESTO
No lo ignoro.
LA FUERZA
No tardes, pues, en circundar de lazos
A Prometeo. No te mire el Padre
Temer y vacilar.
HEFESTO
¿Dó están los hierros?
LA FUERZA
Tómalos, y en las manos el martillo
Alza y sacude, y clávale a la piedra.
HEFESTO
Ya diligente voy.
LA FUERZA
Hiere más fuerte.
Remáchale, que es diestro, y hallaría
Manera de escapar...
HEFESTO
Ya de este brazo
No se desclavará.
LA FUERZA
Pues clava el otro;
Y entenderá que es inferior a Zeus
En industria y saber. Su pecho pase
Adamantina cuña...
HEFESTO
¡Ay, Prometeo!
Gimo al ver tu dolor.
LA FUERZA
¿Tornas ahora
A detenerte con gemidos vanos?
No te pese quizá.
HEFESTO
¿No ves presente
Espectáculo atroz?
LA FUERZA
Miro la pena
Al delito seguir. En las axilas
Clávale pronto.
HEFESTO
Ya sé que he de hacerlo;
No me lo mandes más.
LA FUERZA
Quiero apremiarte,
Y tu ardor excitar. Traba sus piernas
Con ferrados anillos...
HEFESTO
Ya acabamos.
LA FUERZA
Y con grillos sus pies ora entrelaza,
Pues en obras de hierro es eminente.
HEFESTO
Son fieras tus palabras cual tu rostro.
LA FUERZA
Sé dulce en hora buena; mas no taches
Mi firme condición y áspero genio.
HEFESTO
Encadenado está; quédese solo.
LA FUERZA
Torna ¡oh Titán! a tu insolencia antigua;
Divinos dones para el hombre roba.
¡Que los hombres te quiten esos lazos!
En vano te llamaron el prudente;
Hoy otro Prometeo necesitas,
Que de tal artificio te desate.
PROMETEO
Éter divino, voladores vientos,
Fuentes y ríos; de marinas ondas
Risa perpetua; omniparente tierra,
Yo os invoco.
¡Sol que en tu lumbre lo penetras todo:
Mira a los dioses afligir a un dios!
Mira que debo innumerables años
Aquí lidiar con el suplicio atroz.
Tales cadenas contra mí ha forjado
El nuevo rey de la mansión feliz.
¡Ay! ¡ay! Lamento mi dolor presente.
¿Cuándo el futuro llegará a su fin?
Pero ¿qué digo? adivinelo todo,
Y ninguna desdicha inopinada
Puede llegar a mí. Conviene ahora
Esta suerte fatal sufrir constante,
Ya que la ley del hado es invencible;
Duro es callar, y es el hablar más duro,
En tan negra fortuna, que padezco
Por haber conducido a los mortales,
De leve caña en el recinto hueco,
Una centella de furtiva llama
Con que las artes y los bienes crecen.
Por tal delito suspendido quedo
Con clavos a este monte. ¡Ay me cuitado!
¿Qué ruido de alas? ¿Qué perfume siento?
¿Es mortal o divino? ¿Quién se acerca
A la remota cima a contemplarme?
¿Venís a ver a un dios aborrecido
De Jove y de los otros inmortales
Que sus atrios frecuentan, porque he amado
Mucho a los hombres? ¡Ay! Más cerca siento
El batir de las plumas; se estremece
El éter sacudido por las alas.
Cuanto se acerca a mí, terror me infunde.
EL CORO
Nada receles; con ligero vuelo
Alegres ninfas a esta roca llegan,
No sin vencer la voluntad de nuestro
Padre Oceano.
Nos condujeron las veloces auras,
Cuando el estruendo del herido bronce
De nuestros antros penetró el recinto,
Ronco gimiendo.
Luego vencimos virginal vergüenza,
Y por el éter, en alado carro,
Los pies descalzos, acudimos todas.
A consolarte.
PROMETEO
¡Ay! ¡ay! de Tetis
Fecunda, prole,
Y del ingente
Padre Océano
Que en giro eterno
Circunda el orbe:
Vedme en las peñas
Encadenado,
Como custodio
Del alto monte.
EL CORO
Nube de llanto
Vino a los ojos,
Desde que vimos
Pender tu cuerpo
De agudas piedras,
Con fiera llaga;
Nuevos señores
Tiene el Olimpo;
Con ley despótica
Cronios impera.
La ley antigua
Él abolió.
PROMETEO
¡Oh si en el Orco,
Bajo la tierra,
En el profundo
Tártaro inmenso,
Yaciera atado,
Sin que a los dioses
Ni a los mortales
Contento diera
Con mis dolores!
Ora ludibrio
Soy de los vientos;
Mis enemigos
Mofan de mí.
EL CORO
¿Quién de los dioses
Se alegraría?
¿Quién de tus males
No se indignara,
Fuera de Zeus,
Siempre iracundo,
El que inflexible
La estirpe célica
Hoy tiraniza,
Y no desiste
De su venganza
Hasta que logra
Saciar sus iras,
Sin que perdone
Dolo ni afán?
PROMETEO
Aunque mis plantas
Con ignominia
Sujete el hierro,
Vendrá algún día
En que el monarca
De los felices
Saber pretenda
Lo que yo oculto:
Quién de su trono
honores sacros
Le arrojará.
Ni me persuadan
Melosas voces,
Ni la amenaza
Logre aterrarme,
Porque el secreto
Yo le revele,
Hasta que rompa
Mis duros lazos,
Y el crimen pague
Que cometió.
EL CORO
Ni la desdicha
Rinde tu audacia;
Libre y altivo
Hablas aún;
En nuestras almas
Penetra el miedo;
Por tu fortuna
Tememos todas.
¿Cuál de estos males
El fin será?
Que inexorable
Es del Saturnio
La voluntad.
PROMETEO
Ya sé que Zeus,
Áspero y duro,
Bajo su arbitrio
Pone la ley;
Mas cuando sienta
Cerca el peligro,
La ira venciendo,
Hará conmigo
Fiel amistad;
Yo la deseo,
Querrála él.
EL CORO
Cuéntanos, pues, por qué delito Jove,
Con tal afrenta y crueldad te hiere,
Si no te ofende el recordar tus males.
PROMETEO
Acerbo es el contarlos; más acerbo
Es aún el callar; todo me aflige.
La vez primera que encendió la ira
Los pechos inmortales, anhelando
Unos lanzar a Cronos de su sede,
Porque reinase Zeus; no queriendo otros
Que a las deidades imperase Jove;
Yo intenté persuadir a los Titanes,
Hijos del cielo y de la tierra; en vano.
Violentos despreciaron mis razones,
Ganosos de reinar a viva fuerza.
¡Cuántas veces mi sacra madre Temis
El futuro suceso me anunciara!
¡Cuántas veces la Tierra, única forma
De nombres mil, me dio a entender bien claro
Que quien prevaleciese a los Titanes,
No por la fuerza, mas por arte y dolo,
Su victoria final conseguiría!
Enojosa les era mi presencia,
Cuando hablé de esa suerte a mis hermanos:
Yo juzgaba prudente en tal conflicto,
Dar nuestra ayuda y la de nuestra madre
A Zeus vencedor. Por mi consejo,
En el profundo Tártaro sumiose
Cronos antiguo con la gente suya.
Por tales beneficios, el tirano
Este premio me dio; que a los amigos
Nunca guardó su fe la tiranía.
¿Queréis saber la causa de su enojo?
Cuando asentado en la paterna sede,
Distribuyó los dones y el imperio
Entre los inmortales, con los hombres
Ninguna cuenta tuvo; exterminarlos
Quiso más bien, y procrear de nuevo
El linaje mortal; nadie se opuso.
Yo solo intercedí por los humanos
Para que no del Orco descendieran
A la negra mansión. Tal es mi crimen,
Con horrendo suplicio castigado;
Indulgencia logré para los hombres,
No para mí; la crueldad de Zeus
Me puso en espectáculo afrentoso.
EL CORO
Quien no se compadezca, ¡oh Prometeo!
De tu infando dolor, tendrá de piedra
O hierro el corazón. Nunca quisiéramos
Tal desdicha haber visto; al contemplarla,
El dolor nuestras almas ha afligido.
PROMETEO
Digno de compasión y miserable
Es mi aspecto.
EL CORO
¿Qué más narrarnos puedes?
PROMETEO
Quité a los hombres el temor del hado.
EL CORO
¿Qué medicina hallaste a tal dolencia?
PROMETEO
Sembré en su mente ciegas esperanzas.
EL CORO
Gran beneficio diste a los mortales.
PROMETEO
Diles también el fuego.
EL CORO
¿Con que el fuego
Esos seres efímeros poseen?
PROMETEO
Con él a muchas artes se aplicaron.
EL CORO
¿Por tal pecado te atormenta Zeus,
Sin dar intermisión a tus dolores?
¿Y término les puso?...
PROMETEO
No, ninguno,
Sino cuando le plazca...
EL CORO
¿Y ya qué esperas?
¿No ves que le ofendiste? De qué modo,
Ni decirlo queremos, ni te place.
Esto olvidando, a tu aflicción busquemos
Algún remedio.
PROMETEO
No es difícil cosa
En quien tiene su pie libre de males,
A otros amonestar y dar consejo.
Nada de eso ignoraba, cuando quise
Gustoso delinquir, y por los hombres
Ofrecerme cual víctima. Mas ¿cómo
Pensar que en esta roca solitaria,
En la desierta cumbre de este monte,
Habría de yacer y consumirme?
No mi calamidad lloréis presente;
A tierra descended, y oídlo todo
Hasta el fin. Persuadidme, consoladme
En mi nuevo dolor. ¡Cómo los males
Unos con otros, ciegos, se eslabonan!
EL CORO
¡Oh, Prometeo!
Ya te escuchamos;
Con pies ligeros,
Dejando el carro,
Y el aire puro,
Senda del pájaro,
A este fragoso
Suelo bajamos;
Cuenta tus nuevos
Duros trabajos.
OCÉANO
A término llegué del largo viaje,
Gobernando sin freno, a mi albedrío,
Este alado corcel. ¡Oh, Prometeo!
Me mueven a dolerme de tus males
Nuestra sangre común, y mi cariño.
Dime en qué puedo socorrerte, y presto
Verás que no son vanas mis palabras,
Y que amigo más firme que el Océano
No le tendrás jamás.
PROMETEO
¿Y tú viniste
También a contemplar mi dura pena?
¿Cómo dejando el mar que te da nombre,
Y tus nativos peñascosos antros,
Has venido a la tierra ferri-madre?
¿Apiádaste de mí? ¿Y a verme vienes?
¡Mira cuál trata Zeus a su amigo,
A quien con él fundó la tiranía!
OCÉANO
Lo miro, ¡oh Prometeo! y yo quisiera
Aconsejarte bien. Eres prudente;
Conócete a ti mismo, y tus costumbres
Amolda al tiempo, pues monarca nuevo
A los dioses impera. No pronuncies
Esas palabras duras y punzantes,
Porque Zeus te oirá desde la altura,
Y su ira de hoy parecerate juego,
Si de nuevo se indigna. Esa altiveza
Destierra de tu mente, y a los males
Algún remedio busca. Mis consejos
Quizá parezcan viles y abatidos;
Mas ya ves, Prometeo, qué mercedes
A la soberbia lengua galardonan.
No eres humilde, y a tus penas quieres
Otras nuevas juntar. Si tú me oyeras,
No contra el aguijón te moverías,
Pues sabes que el tirano es inclemente,
Ni se rinde a razones. Quizá pueda
Yo persuadirle a que tus lazos rompa,
Si cesas en tus voces insolentes.
Eres muy sabio. ¿Por ventura ignoras
Que marca el hierro a temeraria lengua?
PROMETEO
¡Dichoso tú que habiendo sido parte
Y cómplice de todas mis empresas,
Impune estás! Mas no vayas a Jove;
Mira por ti; desiste de ayudarme;
Ni le supliques nada; no se ablanda.
No te pase algún mal en el camino.
OCÉANO
Según son tus palabras, mejor sabes
A otros aconsejar que aconsejarte.
No me detengas más; tengo esperanza
Que Zeus, a mis ruegos accediendo,
Del suplicio te libre...
PROMETEO
Te agradezco
Tan buena voluntad, y agradecido
Siempre estaré; pero no intentes nada;
Será fatiga inútil, aunque quieras
Algo intentar. Descansa, y del peligro
Guárdate bien. No quiero que mis daños,
Ya que soy infeliz, a otros alcancen.
OCÉANO
A otros alcanzan, sí; también me aflige
La suerte de Atlas, el hermano nuestro,
En las hesperias playas sustentando
¡Enorme peso! con robustos hombros
Las columnas del cielo y de la tierra.
Y miré con dolor al de los antros
De Cilicia, terrígena habitante,
Guerrero monstruo de cabezas ciento,
Contra todos los dioses rebelado;
Impetuoso Tifón, que el exterminio
Por las horrendas fauces eructaba,
Y gorgóneo fulgor daban sus ojos
Amenazando destronar a Jove.
Pero cayó sobre él el vigilante
Rayo de Zeus, que llamas espiraba,
Grandisonando al descender del nimbo,
Y le hirió en las entrañas, y abrasado
Por el rayo, oprimido por el trueno,
Perdió las fuerzas, y cual cuerpo inútil
En la tierra cayó, junto al estrecho
Del siciliano mar, so las raíces
Del Etna. Y en su cumbre más erguida
Hefesto forja las candentes masas,
Que un tiempo bajarán en ígneo río
A devorar con ásperas mandíbulas
Las opulentas sicilianas mieses.
Entonces lanzará Tifón ignívomo,
Aun calcinado por celeste llama,
De hirvientes dardos, recio torbellino.
PROMETEO
Eres prudente, ni de mi consejo
Necesitas. Defiéndete, si puedes,
De la común desgracia. Yo, constante,
Padeceré la mía, hasta que Jove
Su ira deponga.
OCÉANO
¿Piensas, Prometeo,
Como yo, que de un ánimo irritado
El médico mejor son las palabras
Del amigo?
PROMETEO
Sí; cuando oportunas
No oprimen con violencia, por curarle,
El pecho do la cólera rebosa.
OCÉANO
¿Y encuentras algún mal en intentarlo?
PROMETEO
Vana molestia, y necedad insigne.
OCÉANO
Déjame adolecer de tal achaque,
Ya que siempre es fructuoso para el sabio
Su saber ocultar.
PROMETEO
Que yo me humillo
A suplicar dirán.
OCÉANO
Vuélvome a casa,
Sin nada conseguir.
PROMETEO
Tal vez funesta
Te será tu piedad para conmigo...
OCÉANO
¿En el odio de Zeus omnipotente
He de incurrir?
PROMETEO
Pues no le ofendas nunca.
OCÉANO
Aprenderé en tu daño, ¡oh Prometeo!
PROMETEO
Véte, y conserva tu presente calma.
OCÉANO
Bien has dicho; ya hiere con sus plumas
Este alado cuadrúpedo la vía
Inmensa de los aires; ¡con qué gusto
Doblará la rodilla en mis establos!
EL CORO
¡Oh Prometeo! Tu exicial fortuna
Todas lloramos; de los ojos brota
húmeda fuente de copioso llanto
A las mejillas.
Cronios dispone tan acerbos males,
Con propias leyes oprimiendo el mundo,
Y la funesta a los antiguos dioses
Lanza, sacude.
Lúgubre gime la anchurosa tierra,
Y tu grandeza y la de tus hermanos
Lloran caída, los que habitan l'Asia
De templos rica;
Las amazonas en batalla fuertes,
Y los de Colcos, y el inmenso pueblo
De los escitas, cabe el lago Meotis,
Término al orbe;
De Marte flor, los árabes ligeros,
Y los que moran la Caucasia roca,
Rugiente, belicosa muchedumbre,
De agudas flechas.
Sólo a otro dios en tal desdicha vimos,
A Atlas tu hermano, que el enorme peso
De la tierra y del cielo, en sus espaldas
Firme sostiene.
En él se estrellan las marinas ondas,
Treme el abismo, y so la tierra gime
El Orco negro. Su miseria lloran
Las sacras fuentes.
PROMETEO
No atribuyáis a hastío ni a soberbia
Este silencio mío. Los pesares,
La ingrata afrenta, el corazón me muerden.
¿No me deben su imperio y su grandeza
Esas nuevas deidades? Pero callo,
Pues que ya lo sabéis. Deciros quiero
Cómo al hombre ignorante he conducido
A prudencia y razón. Ojos tenían,
Pero sin ver; oyendo, no escuchaban;
A las sombras, de un sueño semejantes,
Siempre al acaso obraban. Ni en el suelo
Con ladrillo o con piedra construían
Sus fábricas; moraban so la tierra,
Escondidos en antros tenebrosos,
Cual ágiles hormigas. Del invierno,
Primavera florida, o del estío
Frugífero, las señas no alcanzaban.
Todo les era igual. Mas yo enseñeles
A distinguir el orto y el ocaso
De las estrellas; inventé los números,
Arte divina; les mostré las letras,
Y la memoria, madre de las musas,
Su mente iluminó. Sujeté al yugo
Las bestias, que el trabajo de los hombres
Mucho aliviaron; antepuse al carro
Frenígeros corceles, de pomposo
Ornamento arreados. Lancé al ponto
Las velívolas naves con remeros.
¡Yo, que inventé las artes para el hombre,
No encuentro hoy arte alguna que me salve!
EL CORO
Cual trastornada por dolor insano
Vaga tu mente. Médico imperito,
Tu mal acreces, ni remedio encuentras
Que te consuele.
PROMETEO
Si oyéndome seguís, han de admiraros
Mis artes, invenciones, beneficios.
Antes de mí, no la dolencia hallaba
Medicina; mas yo enseñé a los hombres
De muchas plantas la virtud salubre.
De la adivinación diles la ciencia,
Interpreté los sueños el primero,
Y las voces obscuras; del camino,
Los fatales encuentros; de las aves
De aduncas uñas el volar siniestro,
O a la diestra volar, y sus costumbres,
Odios y amores. Y de sus entrañas,
La forma y el color, y cómo aceptos
Son a los dioses hígados y hieles,
Y lomos y grosura. Los presagios
Del cielo declaré, velados antes.
¿Quién primero que yo, bajo la tierra,
Descubrió el bronce, hierro, plata y oro,
Riqueza que ignoraban los mortales?
Oídlo en suma: cuantas artes tienen,
Al solo Prometeo las debieron.
EL CORO
Demasiado te cuidas de los hombres,
Y te olvidas de ti. Quizá algún día,
De Zeus a pesar, rompas el lazo
Que hoy te encadena.
PROMETEO
Mas la Parca quiere
Que sólo tras innúmeras miserias
Esta lazada quiebre, y contra el Hado
No hay arte valedera.
EL CORO
¿Quién le rige?
PROMETEO
La memoriosa Erinnys y las Parcas
Triformes.
EL CORO
¿Es más débil que ellas Zeus?
PROMETEO
De la fatalidad ni aun él se libra.
EL CORO
¿Qué otro destino que perpetuo imperio
Pudo tocar a Zeus?
PROMETEO
No preguntes;
Que no lo has de saber.
EL CORO
Algún sagrado
Misterio ocultas.
PROMETEO
Y ocultarle quiero,
Ni es tiempo de decirle. Si le escondo,
Me salvaré de males y cadenas.
EL CORO
¡Ojalá nunca Zeus,
Universal monarca,
Su potestad oponga a mi querer!
Sacrificados bueyes
Conduciré a sus aras;
Ni en acción ni en palabra pecaré.
¡Cuán grato es larga vida
Pasar entre esperanzas
Que al alma prestan luz e hilaridad!
¡Cuán tristes, Prometeo,
Tus infinitos males;
En vez de Zeus, honrastes al mortal!
¿Qué ayuda puede darte
Ese linaje efímero
A quien la ley constriñe del morir?
Que pasa como sombra,
Y nunca lograría
De Jove los decretos destruir.
Mas un cantar lejano
Penetra mis oídos,
Como aquél que en tus nupcias resonó,
Junto a tu baño y lecho,
Cuando llevaste al tálamo,
Con muchos dones, a mi hermana Hesión.
ÍO
¿Qué tierra? ¿Dónde estoy?... ¿Quién es este hombre
Clavado en la alta peña?
Algún delito espía... ¿Entre qué gentes
Mi fortuna me lleva?
Punza de nuevo el tábano mi rostro,
Y el Argos terrígena,
Aquel pastor de innumerables ojos,
Mirándome me aterra.
Clava en mí siempre su dolosa vista,
Que ni aun la muerte vela,
Y torna del infierno, y me persigue
Como sombra funesta.
Y mientras huyo por desiertos montes,
Por la abrasada arena,
Suena incesante su encerada caña
Canciones soñolientas.
¡Ay! ¡ay! ¿Cuándo terminas mis dolores?
¿Por qué así me atormentas,
Hijo de Cronos, y en delirio insano
Se agita mi cabeza?
Abráseme tu llama, o en su centro
Sepúlteme la tierra;
Oye mis ruegos, dame como pasto
A las marinas bestias.
Harto he vagado; ni reposo encuentro,
Ni se alivia mi pena.
Oye, Saturnio; tu clemencia invoca
La virgen que astas lleva.
PROMETEO
Ésta es la hija de Inaco, por quién Zeus
Ardió en amor; la que persigue Juno;
La que el tábano hiere peregrina.
ÍO
¿Tú el nombre de mi padre pronunciaste?
¿Quién eres, infeliz? ¿Tú me conoces?
¿Sabes que un monstruo sin cesar me punza?
De su ardiente aguijón y de sus saltos
Huyendo voy; la cólera me sigue
De la implacable Juno. ¿Quién padece
Lo que padezco yo? Dime, si sabes,
Cuándo este mal acabará prolijo;
La virgen vagabunda te lo ruega.
PROMETEO
Yo te diré cuanto saber ansías,
No por enigmas, mas en frase clara,
Como siempre al amigo hablarse debe.
Soy Prometeo, robador del fuego.
ÍO
¡Oh! Tú que tanto bien al hombre diste,
¿Por qué causa padeces?
PROMETEO
No sin llanto
Acabo de narrar mis infortunios.
ÍO
¿Y a mí no los dirás? ¿Quién a esa roca
Aguda te clavó?
PROMETEO
Del Padre Zeus
La voluntad; el arte de Vulcano.
ÍO
¿Y qué delito espías?
PROMETEO
Harto sabes.
ÍO
¿Y mi errante correr, cuándo termina?
PROMETEO
Más te vale ignorarlo que saberlo.
ÍO
Lo que he de padecer, no me lo ocultes.
PROMETEO
No te lo ocultaré. Mas no te envidio.
ÍO
Dímelo todo pronto.
PROMETEO
Pero temo
Tu ánimo perturbar...
ÍO
Nada receles;
Me es grato oírte.
PROMETEO
Pues decirlo es fuerza
Y lo quieres, escucha.
EL CORO
Mas nosotras
La causa de su mal saber queremos;
Ella debe contar sus desventuras;
Tú anunciarás más tarde su destino.
PROMETEO
Cumple su voluntad, sagrada Ío;
Son de tu padre hermanas. Y es muy dulce
Contar nuestras desdichas do podemos
Lágrimas arrancar de quien escucha.
ÍO
Nada puedo
A vosotras negar. Y claramente
Contaros he por qué suceso triste
Mi mente se turbó, troqué mi forma;
De nocturnas visiones agitada,
Siempre en mi lecho resonar oía
Estas voces de amor: «Virgen dichosa,
¿Por qué tu doncellez guardas avara,
Si tálamo celeste te convida?
A Jove hirió la flecha del deseo;
Quiere gozar de ti. Sal a los valles
Hondos de Lerna, a los establos ricos
De tu padre, y recibe la mirada
Amorosa del Dios.» Tales ensueños
Mis noches ocupaban. A mi padre
Osé narrar lo que en el sueño oyera.
Él de Pitho y Dodona a los oráculos
Mensajeros envió, que preguntasen
Cómo a los dioses aplacar podría.
Con ambigua respuesta se tornaron;
Mas al fin manifiesto vaticinio
A Inaco ordenó que me arrojara
De su casa y familia, y que vagase
Yo desterrada hasta el confín del orbe,
Y que, no obedeciendo, Zeus el rayo
Contra nuestra progenie vibraría.
A la voz del oráculo sumisos,
Triste mi padre y triste yo, su casa
Abandoné. Mi ánimo y mi forma
Mudáronse a la vez. Yo deliraba.
De cuernos erizose mi cabeza;
El tábano voraz en mí sus dientes
Clavaba, y yo con salto furibundo
Por la mansa corriente del Cencrea
Y el collado de Lerna discurría,
Siempre tras mí con infinitos ojos,
Argos, pastor de bueyes, mis pisadas
Iba siguiendo. Inopinado caso
Le privó de la vida. Arrebatada
Yo de furor; por el sagrado azote
Perseguida, vagué de tierra en tierra.
Ya mi historia sabéis; si puedes algo
De mi futura suerte revelarme,
No me halagues con voces engañosas;
Nada más torpe que razón fingida.
EL CORO
¡Ay, ay! Nunca pensé que tales nuevas
Insólitas sonaran en mi oído,
Y que tan triste y lúgubre espectáculo
Mi ánimo vacilante aterraría.
¡Ay, ay! Suerte fatal, fortuna de Io,
Horror causa tu vista.
PROMETEO
¿Ora te espantas
Y llenas de temor? Pues aún espera
Lo que falta sufrir.
EL CORO
Dílo, que es grato
Al que padece conocer primero
El término fatal de sus dolores.
PROMETEO
Ya la oísteis narrar sus propias cuitas.
Ora sabed qué males le reserva
La indignación de Juno. ¡Hija de Inaco,
Fija bien en tu mente mis palabras!
Caminarás primero hacia el Oriente,
Por campos que aún no ha roto el corvo arado,
Verás a los escíticos pastores
Que lanzan diestros voladoras flechas,
Y conducen en carros sus moradas;
No te acerques a ellos; por la orilla
Del mar camina, mas las rocas huye.
La gente inhospital de los Calybes,
Forjando el hierro, a la siniestra habitan;
Guárdate de ellos. Llegarás a un río
Que no sin causa llaman el Soberbio,
No le pases; su tránsito es difícil;
Mas por otro camino te endereza
A la cima del Cáucaso, eminente
Sobre todos los montes; de su cumbre
Desciende de agua poderosa vena,
Y a los cielos su frente se avecina.
Llegarás por la vía meridiana
Al pueblo que aborrece a los varones:
Las Amazonas. Morarán un día
En Temiscyra, cabe el Termodonte,
En las fauces del Ponto, en Salmydesia,
Escollo a naos, madrastra a navegantes.
Ellas te mostrarán por qué camino
Puedes llegar a las estrechas bocas
De la laguna, al Bósforo Cimmerio,
Que así han de apellidarle los mortales,
Cuando con pecho audaz e ingente gloria
Las Meóticas fauces atravieses.
Dejando entonces de la Europa el suelo,
Del Asia tocarás el continente.
¿No os parece que el tirano Jove
Es en todo violento? Porque quiso
De esta mortal gozar, a tal carrera
Luego la expuso. Ingrato amante, Io,
La suerte te otorgó. Lo que he narrado
Es tan sólo el proemio de tus males.
ÍO
¡Ay, ay de mí!
PROMETEO
¿Y lloras y suspiras
Otra vez? ¿Qué será cuando conozcas
Lo que te resta aún?
EL CORO
¿Y aún resta algo?
PROMETEO
Un tempestuoso piélago de horrores.
ÍO
¿Para qué he de vivir? ¿Por qué del risco
No me despeño súbito? Acabaran
Entonces en la tierra mis trabajos;
Más vale morir presto, que la vida
Pasar lidiando con fortuna adversa.
PROMETEO
Mas yo soy inmortal; ni ese refugio
Me queda, y durarán mis aflicciones
Hasta que Jove de su solio caiga.
ÍO
¿Y alguna vez caerá?
PROMETEO
¿Te alegrarías
Si destronado vieras al tirano?
ÍO
¿Cómo no, cuando tanto me ha afligido?
PROMETEO
Sabe que ha de cumplirse; es ley del Hado.
ÍO
¿Y quién del regio cetro ha de privarle?
PROMETEO
Sus mismas imprudentes voluntades.
ÍO
¿De qué modo?
PROMETEO
Él hará tal matrimonio,
Que le pese después.
ÍO
¿Divino? ¿Humano?
PROMETEO
No es lícito decirlo.
ÍO
¿Por la esposa
El reino ha de acabar?
PROMETEO
Parirá un hijo
Más fuerte que su padre.
ÍO
¿A tal fortuna
Ningún remedio encontrará?
PROMETEO
Ninguno,
Hasta que libre yo de estas cadenas....
ÍO
Contra el querer de Zeus, ¿quién librarte
Podrá?
PROMETEO
Quieren los hados que tu estirpe
Produzca al vengador.
ÍO
¿Un hijo mío
Te librará?
PROMETEO
Generaciones trece
Antes han de pasar.
ÍO
¡Presagio obscuro!
PROMETEO
No me preguntes más de tu destino.
ÍO
Antes me lo ofreciste; ora lo niegas.
PROMETEO
La narración es doble; elegir puedes.
ÍO
¿Qué narraciones son?
PROMETEO
De tus trabajos
Te diré el fin, o quién estas cadenas
Ha de romper.
EL CORO
Refiere lo primero,
En gracia a Io, y a nosotras habla
De tu libertador. Lo deseamos.
PROMETEO
No lo quiero negar; graba, ¡oh Io!
De tu memoria en las tablillas esto:
Cuando el río atravieses que separa
Entrambos continentes, hacia el orto
Y la cuna del sol tu paso guía,
A los campos gorgóneos de Cisthene
Llegarás, de las Fórcides ancianas,
Tres, cygniformes, con un ojo solo
Y un solo diente, habitan, ni reciben
La luz del sol, ni de la tibia luna,
No lejos, las alígeras hermanas
Con sierpes por cabellos; las Gorgonas
Enemigas del hombre, que no puede
Su vista resistir, sin que se apague
El aliento vital. De tales sitios
Huye veloz; más monstruos aún te esperan.
Verás los grifos, los de agudas garras
Mudos perros de Jove, y los jinetes
Arimaspos, monóculos, que habitan
Del aurifluo Plutón en las riberas.
Guárdate, no te acerques. Aún más lejos
Verás el negro pueblo que las fuentes
Del sol conoce y del etíope río.
Seguirás por su orilla, hasta que llegues
A los biblinos montes, de do el Nilo
Su veneranda y fecundante linfa
Manda a la triangular tierra egipcíaca.
Allí es donde los hados te conceden
Fundar colonia. Imperarán tus hijos
En remotas edades. Si algo obscuro
El vaticinio fuere, a declararlo
Estoy pronto; pregunta; que más ocio
Del que quisiera tengo.
EL CORO
Decir puedes
Lo que te reste; mas si ya expusiste
Su peregrinación, cuéntanos hora
Lo prometido.
PROMETEO
De sus viajes todos
Ya sabe el fin. Y para que comprenda
Que mi adivinación no es ciencia vana,
Brevemente diré lo que ha pasado
Antes de aquí llegar. Fuiste primero
A los molosios campos y a la excelsa
Dodona, en que el oráculo y la sede
De Zeus Tesfroto está; do las encinas
Fatídicas esposa te llamaron
De Jove, si algún día la fortuna
Propicia se mostrare. Arrebatada
De súbito furor, por la marina
Al seno ingente de la madre Rea
Viniste; mas de nuevo te llevaron
Tus pasos hacia atrás. El mar de Jonia
Tu nombre llevará, cual monumento
Que denuncie tu paso a los mortales.
Ya ves que lo pasado yo conozco
Como lo porvenir, en vista clara.
Ora escuchadme todas; en Egipto
Canopo está como ciudad extrema,
En las bocas del Nilo; fuerte dique
A las marinas ondas. Allí Jove
Tu mente calmará, con suave diestra
Halagándote. Y luego al negro Epafo
Parirás. Cuanto riega el Nilo undoso,
Suyo será. Mas vírgenes cincuenta
De su quinta progenie, al suelo de Argos
Bien a disgusto tornarán, huyendo
Las nupcias de sus primos. Como sigue
El gavilán a tímida paloma,
Tal ellos correrán por alcanzarlas;
Pero sin fruto. La pelasga tierra
Recibirá sus cuerpos, cuando caigan
Bajo el hierro cruel de sus esposas,
En una misma noche atravesados.
¡Para mis enemigos, tales bodas!
Moveráse a piedad una tan sólo,
Y a su consorte salvará, queriendo
Antes tímida ser que sanguinaria.
De ella procederá la estirpe de Argos,
Y de esa estirpe el fuerte saetero
Que estos lazos me quite. Tal oráculo
Me dio mi madre, la titania Temis.
ÍO
¡Ay! ¡ay! convulsión súbita
De nuevo me arrebata;
Mi mente se enloquece
Furiosa e inflamada;
El tábano me punza,
Se agitan mis entrañas;
Los ojos ya sin rumbo
Se retuercen y vagan;
Me lanzo a la carrera,
Frenética de rabia.
La lengua no obedece;
Mis confusas palabras
Estréllanse en las ondas
De mi horrenda desgracia.
EL CORO
Por cierto que fue sabio
El que afirmó primero
Que desigual amor no convenía.
Ni amante de riquezas,
Ni de linaje excelso,
Quien vive por sus manos ser debía.
Nunca, nunca las Parcas
Nos miren ser esposas
De Jove, o de los otros celestiales.
¡Mirad la pena de Io,
Por Juno perseguida!
¡Ay de la virgen que odia a los mortales!
¡Que nunca su mirada
De amor inevitable,
Ninguno de los dioses en mí fije!
En esta cruda guerra,
De resistir no hay modo
A Zeus soberbio que los cielos rige.
PROMETEO
Ya será humilde Zeus, cuando quiera
Tal matrimonio hacer, que del imperio
Y del trono le prive. Cumplirase
La maldición de Cronos aquel día
Contra su hijo usurpador del solio.
Y nadie, sino yo, indicarle puede
Su salvación entre peligros tales.
Yo lo sé, y aunque ocupe el alto Olimpo,
Y lance el rayo, entre el mugir del trueno,
Nada le ayudará para librarse
De ignominiosa ruina. Que hoy educa
Contra sí un luchador, monstruo indomable,
Que una llama tendrá que venza al rayo,
Y un rugido mayor que el de los truenos;
Monstruo marino que herirá la tierra
Y romperá el tridente de Poseidón.
Entonces el monarca destronado
Verá cuál distan reino y servidumbre.
EL CORO
Cuanto te place contra Jove dices.
PROMETEO
Anuncio lo futuro y lo que anhelo.
EL CORO
¿Y ha de esperarse que domine a Zeus
Otro dios?
PROMETEO
También él caerá vencido
Con mayores miserias.
EL CORO
¿Y no temes
Decir tales palabras?
PROMETEO
Si no puedo
Morir, ¿qué he de temer?
EL CORO
Mayor trabajo.
PROMETEO
Él me le imponga; ya lo espero todo.
EL CORO
Quien venera a Adrasteia inevitable,
Es sabio.
PROMETEO
Veneradle, obedecedle
Mientras reinare. Impere, tiranice
En este breve plazo; de sus iras
Nada me cuido; pasará bien pronto
Ese poder. He aquí su mensajero.
Alguna nueva trae.
HERMES
A ti, sofista
Insolente y acerbo, de los dioses
Enemigo, que diste a los mortales
Efímeros, su honor; ladrón del fuego,
Te manda el padre que reveles pronto
De qué nupcias hablabas, quién del solio
Ha de arrojarle. Y dílo sin enigmas
Ni ambajes, Prometeo. No me obligues
A repetir el viaje. Tus palabras
Para calmar a Jove no aprovechan.
PROMETEO
Soberbio, altisonante es tu discurso,
Cual de ministro de los dioses. Nuevos
En el imperio sois, e inexpugnables
Os juzgáis. Pero yo desde esa altura,
¿No he visto descender a dos tiranos?
El tercero caerá con ignominia,
Y muy pronto. ¿Imaginas que yo temo
De esos dioses de ayer la fiera saña?
Libre de miedo estoy. Vuélvete, Hermes,
Por do viniste. Ni preguntes nada,
Que nada he de decir.
HERMES
Tu tesón loco
Te trajo a estas miserias.
PROMETEO
Yo no cambio
Mis males por tu oficio, y antes quiero
Padecer a esta roca encadenado
Que de Jove ser nuncio. Con injuria
A la injuria respondo.
HERMES
Que te alegras
De tus presentes daños imagino.
PROMETEO
¿Yo alegrarme? ¡Ojalá que mis contrarios,
Y entre ellos tú, tal gozo conocieran!
HERMES
¿También a mí me achacas tu infortunio?
PROMETEO
Yo aborrezco a los dioses, cuantos fueron
Al beneficio ingratos...
HERMES
Tú deliras.
PROMETEO
Si es un delirio odiar al enemigo,
Yo delirante soy.
HERMES
¿Quién te sufriera
En la prosperidad?
PROMETEO
¡Ay de mí, infeliz!
HERMES
Nunca conoce tal palabra Zeus.
PROMETEO
La aprenderá, que el tiempo enseña todo.
HERMES
Mas tú nunca aprendiste a ser prudente.
PROMETEO
Verdad; que si lo fuera, a ti, su esclavo,
No te hablaría.
HERMES
¿Nada me respondes
De lo que el Padre quiere?
PROMETEO
¡Complacerle
Debo sumiso!
HERMES
¡Tú de mí te burlas,
Como de un niño!
PROMETEO
Y aún más simple eres
Que niño alguno, si saber esperas
Algo de mí. Ni Zeus con tormentos
Logrará, o artificio, que yo hable,
Si no suelta mis lazos. Aunque arroje
Candente llama contra mí y en blanco
Torbellino de nieve, o subterráneo
Terremoto, confunda el orbe entero,
No me doblegará. No he de decirle
Quién será el sucesor.
HERMES
No te conviene
Tal terquedad... repara...
PROMETEO
Todo visto
Y decretado está de largo tiempo.
HERMES
Aprende alguna vez, ¡oh temerario!
En tus presentes males la prudencia.
PROMETEO
Molesto estás. Yo sordo cual las olas;
Nunca imagines que podré, aterrado
Por el rayo de Zeus, como débil
Mujer, tender mis manos suplicantes
Al que aborrezco más, porque me libre
De estos dolores. Nunca en tal afrenta
He de caer.
HERMES
Ni yo tornaré a hablarte;
Vano será, pues como indócil potro
El freno tascas, y violento luchas
Contra la rienda. Nada te persuade
Ni te aplaca. Es tu cólera impotente,
No la rige prudencia. Pero escucha,
Si no me obedecieres, qué tormenta
Caerá de males sobre ti. Primero
Estas ásperas rocas se harán trozos
Con el rugir del trueno, y con la llama
Del rayo, y en su centro pedregoso
Tu cuerpo ocultarán. Tras largos días
Volverás a la luz, y el perro alado
De Júpiter, el águila sangrienta,
Encontrará en tus carnes alimento,
Y vendrá cuotidiano convidado
En tu hígado negro a apacentarse.
Ni esperes ver el fin de tu suplicio,
Hasta que un dios por ti quiera ofrecerse,
Y al Orco descender caliginoso,
Y al Tártaro profundo. Delibera
Que no son éstas vanas amenazas,
Sino anuncio seguro. No la boca
De Zeus es falsa nunca; cuanto dice
Luego se cumple. Piensa, reflexiona;
Mejor que pertinacia es la prudencia.
CORO
No son intempestivas las palabras
De Hermes; él te aconseja que depongas
Tu obstinación y rindas tu soberbia.
Obedécele; al sabio es vergonzoso
De lo recto apartarse.
PROMETEO
Nada ha dicho
Que yo ignorase; ni es extraña cosa
Que el enemigo al enemigo oprima.
Suelte, pues, contra mí la cabellera
Roja del rayo; se conmueva el éter
Con trueno y lucha de encontrados vientos;
La tierra en sus columnas sacudida
Arranque de raíz el torbellino,
Y las olas del mar suban mugiendo
El curso a interrumpir de las estrellas,
Y la fatalidad mi cuerpo lance
Al Tártaro profundo. Nada puede
Hacer que muera yo.
HERMES
Son de un demente
Tal pertinacia y voces. ¿Qué le falta,
Para ser manifiesta, a tu locura?
Vosotras, de sus penas compañeras,
Alejaos de aquí; no os aterre
El horrendo mugido de los truenos.
EL CORO
No nos des tal consejo, ni nos mandes
Crueles ser; pues compartir queremos
Cuanto padezca él. Son los traidores
La más odiosa peste.
HERMES
Pues mi aviso
Nunca olvidéis, ni atribuyáis a Zeus
Ni a la Fortuna, la improvisa suerte,
Ya que vosotras mismas, a sabiendas,
De la calamidad os envolvisteis
En las inmensas redes.
PROMETEO
Ya se mueve
La tierra; ya del trueno el fragor ronco
Resuena; ya de polvo torbellinos
Remolinados vienen; ya los vientos
Unos con otros lidian, y sacuden
El éter y la tierra. Amedrentarme
Quiere sin duda Zeus con tal estruendo.
¡Oh santo numen de la madre mía!
¡Éter que das la luz a los mortales!
¡Ya veis cuánto padezco injustamente!
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