Alberto Marrero Fernández
(Ciudad de La Habana, Cuba 1956). Poeta y narrador. Máster en Historia en 1989 y miembro de la UNEAC.
En el año 1986 publicó su primer poemario con el título Inclinación de balanza bajo el sello editorial Extramuros. Autor del poemario El pozo y el péndulo, publicado en la primera edición de la colección Pinos Nuevos, Editorial Letras Cubanas, en 1994. En 2001 obtuvo el Primer Premio del concurso de poesía Regino Pedroso, del periódico Trabajadores. En 2003 conquistó el Premio Nacional de Narrativa Hermanos Loynaz con el libro Último viento de marzo, posteriormente publicado bajo el sello de Ediciones Loynaz en el 2005 y reeditado en el 2010. Su libro Los ahogados del Tíber mereció en 2004 el premio de cuento del concurso Luís Rogelio Nogueras, del Centro Provincial del Libro y la Literatura de La Habana, publicado por Ediciones Extramuros en el 2005. Ese propio año Ediciones Unión dio a conocer su poemario La cercanía infinita. En 2007 publicó el libro de cuentos Efecto Babel por la Editorial Letras Cubanas. Premio de poesía Julián del Casal de la UNEAC 2009 con el libro El límite del tiempo abolido y premio de cuento de La Gaceta de Cuba también en el 2009. Poemas y cuentos suyos aparecen en las siguientes antologías: Poesía de hoy en Cuba, Editorial Zero, 1991, España; Cuentos con aroma de tabaco, Editorial Popular, 2008, España; Entre los poros y las estrellas, Casa Editora Abril, 2009; Caminos de humo, Editorial Oriente, 2009.
del libro “El límite del tiempo abolido”, 2009
MARINA
quien llora no es una mujer, es una roca.
[Marina Tsviétaiva]
Días antes de suicidarse, rogó que le asignaran trabajo como lavaplatos en comedor que se abriría en el Fondo de Literatura. No quería morir, sino dejar de ser, ya escribió lo que tenía que escribir, esta mujer pálida, de temprana blancura en corto y abandonado cabello, no podía más y lo sabía, no aguantaba más y lo percibía en paredes heladas, estufa muerta, alacena también muerta, hija que no regresaba, esposo que no regresaba, en verdad pocos regresaban, eso también lo sabía y pesar de su tristeza infinita, solicitó empleo para limpiar platos de colegas, bazofias de colegas oscuros o geniales, por momento felices de su suerte. No deseó culpar a nadie, tampoco se culpó a si misma, era destino, simple destino después de borrar toda cosa exterior. En Moscú no hubo un lugar para ella, un pequeñísimo espacio para ella. Es doloroso creerlo, pero Moscú no le dio tregua a su mente más rusa.
INEFABLES VENTAJAS DE LOS DESESPERADOS
a Rito
El hombre esférico es aburrido.
Solo los desesperados hallan fuerzas para tejer los hilos de la duda.
Este invierno no vale nada, aviva mi catarro.
Lo que veo apenas se parece a lo que siento.
¿O quizás lo que siento es tan banal
que ya no tiene sitio entre los hombres?
El cuerpo engañado por la lluvia,
la lluvia que no para de figurar mensajes,
las hecatombes dormidas, el juego de la espera.
Qué somos sino una brizna en el arreglo cósmico.
El hombre seráfico no sobrevive a las mutilaciones
ni al estornudo del cielo ni a las cifras tan acres como la muerte.
Solo los irritados pululan bajo carpas vacías, en atajos vacíos,
bajo el invierno simulado y las malditas lenguas del viento.
AMPARO, ESFERAS
La salvación puede estar en un leve giro hacia el azul.
Sabemos que las miserias cobran un sentido letal,
que la belleza es otro abismo.
Apenas sé silbar pero lo intento cada crepúsculo.
Es mi llamada al perro enfermo por el cual he cedido la paz.
No me avergüenza el trueque:
el hombre siempre ha sido un animal de trueque.
Entre pelambre y pústulas soy tan insólito que canto.
Abro ventanas para que escape la pesadumbre,
el espíritu tenaz de la ceniza.
Mi perro y yo somos simples esferas rodando hacia el azul.
DESGRACIAS
Debo lavar mi corazón, aliviarlo de penurias irrelevantes. Digo lavarlo como si restregara pústulas de idolatría, coplas de gente irritada. Las desgracias no vienen solas, dicen, traen visiones y ahora saltan cetáceos en la pantalla de vidrio, tal vez delfines acosados por máquinas y ojos parricidas. También revientan edificios y el polvo borra las caras que la desgracia exhibe como trofeos. Muchos se mueren sin conocer el alcance de su sangre, los misteriosos latidos de la felicidad. Los jazmines del barrio ya no esparcen su aroma al anochecer, comenta mi vecina en un arrojo de cursilería. La oigo y creo que ha subido escalones buscando corrientes que la calmen, soplos distintos. Bebo en jarro el rocío de la madrugada. Es un ardid para que la lluvia conquiste desde adentro, para que los jazmines retornen a abanicar la sequedad. Lo aprendí de una abuela que miraba con ojos de pájaro la amenaza del aire.
ENSAYO DEL NADADOR
Revivo al nadador que emerge con un pez rojo entre las manos. Bajo fiebre y escarceos de tensión, entro en el corredor de mi padre, en su pudor lastimado por figurillas de poder. Todavía me duele su ahogo en medio de un ajedrez de camas chirriantes: tubo de oxígeno en la boca, mirada que se extendía como brazos de despedida. La rabia de Ángel Escobar me hace subir a la azotea. Desde allí puedo entrever ese núcleo de albor que las voces no pudieron restallarle. Entre antenas y tanques de agua, el nadador que soy juega con el pez del antiguo poema hasta que éste salta al firmamento y es una estrella más.
HISTORIA COMÚN
La primera muchacha que amé usaba un perfume común,
y un vestido común y unos zapatos también comunes.
En esa época todos usábamos cosas comunes.
Hasta nuestras palabras y caricias parecían comunes.
En medio de tanta igualdad,
la primera muchacha que amé decidió abandonarme
porque en el fondo no eres mas que un chiquillo común,
así dijo y echó a correr bajo el terrible bochorno.
Y tenía razón la primera muchacha que amé.
Al cabo de los años sigo siendo un tipo común
que escribe versos que a la postre no dejan de ser comunes.
del libro “Las tentativas”, inédito
CONEXIONES
Yo no sé escribir y soy un inocente.
[Gastón Baquero]
Ver pasar los pájaros y no estornudar. Debajo del pelo teñido de una mujer no se esconde el invierno. Al menos eso he comprobado acariciando la verdadera raíz y no el intento de reducir el desgaste.
Todos somos culpables, dice un tipo de mano manchada de aceite y aquel otro de mirada tupida lo confirma echando nubes por la nariz.
No sabría ser inocente: puedo escribir palabras que rocen la inclemencia En lugar de la arena escojo el reverso de viejos papeles, a veces pequeñas etiquetas desprendidas.
Todo es efímero como ese triángulo de pájaros que embiste el horizonte, me han dicho hasta la saciedad y uno obedece por esa extraña manía de siempre obedecer.
La idea me asusta, pero ¿qué otra cosa buscar sino esa corriente que viaja hacia una depresión que pocos sospechamos?
Los laberintos confunden y el árbol sin nombre permanece en la playa. Cuesta mucho emprender un camino no vigilado con insistencia.
Las conexiones del dolor están ahí como siluetas, pasan por encima de la mesa y alguien tiene la desvergüenza de negarlas.
Me acuesto sabiendo que mañana seré un poco más culpable de vivir, aunque no escriba en la arena mi desesperación ni este fallido proyecto de inocencia.
FRESCOS DE LA CAPILLA DE SANTA MARÍA
DE LA ARENA
Gracias a la clarividencia de Giotto, por primera vez los seres divinos se acercaron más a los mortales. Maravillados, los devotos notaron expresiones y sentimientos distintos, el drama intenso de sus vidas.
En sus frescos las escenas transcurren en medio de un silencio expectante, bajo una impavidez figurada o una simpleza que conmueve. Los gestos son contenidos, pero debajo hay pliegues de dolor.
Contemplando La degollación de los inocentes he visto la impotencia de las madres, de todas las madres que han perdido y todavía pierden a sus hijos.
En El Beso de Judas, el semblante blando y enigmático de Cristo contrasta con la exaltada bajeza del traidor (con aires de primate), de todos los traidores.
En esta antigua capilla de Padua, despreocupados turistas accionan sus cámaras digitales. Sus rostros no reflejan el éxtasis de aquellos primeros feligreses.
Me marcho con la sospecha de que pocos reconocen la angustia de Giotto mezclada con firmes colores, el relieve de su mirada como el instante supremo, como depósito de lo que fuimos y aún somos, como el pecho desnudo de la desesperación.
LETANÍA DEL SOÑADOR
El sexo de la mujer que deseamos no es como lo soñamos
(ni sus senos ni su saliva ni su cara al amanecer).
La casa que conseguimos habitar no es como la soñamos
(no tiene balcón ni tan siquiera un pequeño jardín
donde plantar árboles, flores, hierbas medicinales).
Nuestros amigos casi nunca son como los soñamos
(un día se revelan tan pedantes que dan lástima).
Nuestros padres no son como los soñamos
(guardan secretos y alguna que otra vez fueron injustos).
El país no es todavía como lo soñamos
(el mundo mucho menos).
La dialéctica no explica toda la incertidumbre
que albergamos, todas las manchas que soportamos
(tampoco la metafísica ni el psicoanálisis).
Si embargo, la verdadera catástrofe ocurrirá
el día en que dejemos de creer
que todo puede y debe ser soñado,
aunque nada (o muy poco) al final sea como lo soñamos.
LA MOSCA EN EL CAFÉ
Desde el fondo de la taza sube una mosca. Nadie percibe que de mi taza humeante emerge una mosca con las alas mojadas.
La observo escalar con gran esfuerzo y alcanzar el borde. No me explico cómo ha logrado sobrevivir a la temperatura del café.
Hay tantas cosas que no me explico que pronto olvido el incidente.
Pero otras tazas de café llegan (también mi vida es una sucesión de tazas de café) y con ellas el recuerdo del insecto con las alas empapadas, y su voluntad de ascender, y el vuelo final, y mi mirada atónita siguiendo un punto negro que escapa por la ventana.
El VENDEDOR DE VINAGRE
Una vez al mes espero la llegada del vendedor de vinagre.
Sin pretenderlo se ha convertido en un acto casi instintivo,
una rutina que el vendedor me agradece
con reverencias que no sabría describir.
Es un hombre pequeño, de cara roja,
que viaja en bicicleta cargado de botellas.
Con voz estentórea se anuncia al pie del edificio.
A lo mejor un día le cuento sobre el soldado romano
que dio de beber a Jesús durante su agonía
un vino muy parecido al vinagre que me vende.
Era un vino ligero y agrio que los legionarios llamaban acetum.
EL TIEMPO CERO DE ITALO CALVINO
Ya conocemos la incertidumbre del cazador en el instante en que la flecha y el león se encuentran suspendidos en el aire, a casi un a tercio de sus respectivas trayectorias.
Se me ocurre suponer que ambos coinciden en el punto X (una de las probabilidades advertidas por el escritor).
El león cae abatido por la flecha y el cazador cree que ha ganado y corre satisfecho hacia su víctima.
Pero el león no muere de inmediato. Los leones son resistentes como las manchas amarillas de la memoria, como la tierra sedienta de las praderas.
Antes de expirar ahogado por su propia sangre, derriba de un zarpazo al cazador.
TIEMPO DE CUENTAS
No alcancé a ser un hombre nuevo, y ya es tarde para intentarlo. Tal vez me faltó valor para derramar el agua antes de entrar al desierto, como en el poema de Borges, o me casé varias veces y me divorcié otras tantas y fui infiel a todas las mujeres que amé, desatinado, frágil, egoísta, y tuve hijos con ellas que no siempre eduqué, y bebí ron y lluvia sin respetar la hora y ciertas normas, y vendí objetos que no debía de haber vendido, y dije mentiras que parecían verdades, y escribí versos que eran remedos de versos antiguos, y una noche tramé mi muerte cansado de tantas pérdidas y del círculo de hierro de la costumbre, y dudé cuando estaba prohibido dudar (y que conste que no fue tratando de caminar sobre las aguas), y al final estoy solo y feliz y sucio o casi limpio, qué más da, y hambriento de todo lo que veo y amo y toco y después maldigo.
En realidad, no sé si me importaba tanto llegar a ser un hombre nuevo.
CAFÉ MATINAL
¿Qué habré de contestar?
Eugenio Florit
Sin querer, he derramado mi café sobre la mesa.
Pido otra taza pero me anuncian que hay cambio de turno.
El acto de retrasar el café matinal me intranquiliza.
¿Cómo voy a afrontar el día? ¿Qué habré de contestar
cuando perciba las claras preguntas del aire?
El líquido ha formado una enorme mancha
que se extiende a otras mesas, a otras caras.
Las camareras se dan cuenta y me piden a gritos
que acabe de pagar y me aleje sin decir una palabra.
AMIGOS
Nunca pensé que sobreviviría a mis amigos
(eran tan vitales que parecían eternos).
He comprado vegetales para la sopa de la noche:
una sopa ligera me librará de empachos asesinos.
Mis amigos tenían la costumbre de comer hasta el aturdimiento.
Ahora intuyo que su voracidad era como los cantos de una época
que se apagaba en los estanques dormidos,
o entre las patas de una caballería sofocada.
Las madres de mis amigos insisten
en regalarme sus mejores camisas y varias cajas con libros.
LOS MUCHACHOS OYEN CANCIONES DURAS
Los muchachos oyen canciones duras,
a veces despiadadas, a veces absurdas.
Veo un continuo trasiego de ladrillos,
más allá un enjambre de triciclos sonoros,
luego carpas, improvisadas marquesinas
de donde escapan olores desafiantes.
Los muchachos canturrean estrofas tan crudas
como negocios y oscuros trueques, como calles hundidas
y soportales apuntalados, techos de barras desnudas.
CUBA Y EMPEDRADO
Ella me dice que suba y yo miro las cabillas desnudas,
los fragmentos de techo que aún yacen sobre los escalones,
mezclados con colillas de cigarro y latas de cerveza.
Al tercer o cuarto peldaño el olor a orine de perro me detiene.
También hay mierda de gatos nocturnos en los descansos,
sobre un mármol empercudido, con hondas rajaduras.
Ella me invita a subir y yo la sigo temeroso de que se pierda
detrás de infinitas cortinas que sustituyen puertas,
y no la vea más, y al final termine como un idiota
burlado por una mujer que ascendía al cielo de las ruinas.
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