Andrés Quintana Roo
Andrés Eligio Quintana Roo (Mérida, Yucatán, México 30 de noviembre de 1787 - Ciudad de México, 15 de abril de 1851), abogado, poeta, político e insurgente en el proceso de independencia de México. Fue esposo de Leona Vicario quien destacó durante la guerra de independencia de México. Hijo de José Matías Quintana y María Ana Roo, descendientes de colonos canarios que se establecieron en la península de Yucatán en el siglo XVIII y hermano mayor del sacerdote católico Tomás Quintana Roo.
Estudió sus primeras letras en el Seminario de San Ildefonso de Mérida, demostró gran capacidad para las letras; en 1808 continuó sus estudios en la Ciudad de México en la Real y Pontificia Universidad de México. Su padre estableció la primera imprenta que editó periódicos en la península yucateca, la actitud de Matías Quintana fue considerada subversiva por la corona y fue aprehendido por las autoridades del virreinato; fue mandado encarcelar en San Juan de Ulúa. Quintana Roo cursó el bachillerato de artes y cánones, se tituló como abogado siendo pasante en el bufete de don Agustín Pomposo Fernández.
Sanjuanistas
En 1802 en Yucatán se forma un grupo denominado Sanjuanistas, fue fundado por Pablo Moreno, filósofo yucateco y el capellán José María Velázquez, a este grupo se integran notables personajes como el padre de Andrés Quintana Roo y Lorenzo de Zavala; el grupo abogaba por la supresión del servilismo indígena, las obvenciones parroquiales y a los privilegios a la Corona Española. De manera casi inmediata surgió en la península un grupo opuesto a los sanjuanistas llamado los rutineros.
Independencia de México
Fue uno de los próceres de la Independencia de México. Miembro del Congreso de Chilpancingo, presidió la Asamblea Constituyente que formuló la declaración de Independencia (1813). Diputado, senador, varias veces secretario de Estado, magistrado de la Suprema Corte y miembro del gobierno tripartito (del 23 al 31 de diciembre de 1829); editó y dirigió el periódico Semanario Patriótico Americano; autor de la obra Dieciséis de septiembre, entre otras. En su honor se dio el nombre al estado de Quintana Roo, en México. Hay también un pequeño municipio en el estado de Yucatán que lleva su nombre.
Sus restos descansaron en la Columna de la Independencia desde 1925 hasta el 30 de mayo del 2010, fecha en que fueron trasladados al Museo Nacional de Historia para su conservación, análisis y autentificación.
Leona Vicario
Fue discípulo de Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, cuya sobrina era Leona Vicario, pero había un problema: don Agustín apoyaba a la Corona y Andrés apoyaba a la insurgencia. Andrés solicitó permiso para casarse con Leona pero le fue negado por sus diferencias ideológicas. Entonces Quintana Roo fue a unirse con los insurgentes; y aprovechando la forzosa separación, doña Leona prestó eminentes servicios a la Independencia en forma secreta. Leona fue descubierta en 1813 por prestar servicios a la insurgencia y fue encerrada en el Colegio de Belén (Ciudad de México), no obstante el apoyo que, pese a todo, su tío le brindó en la corte. Logró escapar disfrazada y contrajo nupcias con Andrés en Tlalpujahua, Michoacán.
Dieciséis de septiembre. Poema
Andrés Quintana Roo
[Nota preliminar: edición digital a partir de Antología de poetas hispanoamericanos, I, ed. de Marcelino Menéndez Pelayo, [s.n.], 1927 (tipografía de la Revista Archivos), pp. 75-79, y cotejada con la edición de Poesía de la Independencia, ed. de Emilio Carilla, Caracas, Ayacucho, 1979, pp. 180-184, cuya consulta recomendamos.]
Ite, ait; egregias animas, quae sanguine nobis hanc
patriam, perperere suo, decorate supremis muneribus..
VIRGILIO [Eneida, Libro XI]
Renueva, oh musa, el victorioso aliento,
con que fiel de la patria al amor santo,
el fin glorioso de su acerbo llanto
audaz predije en inspirado acento:
cuando más orgulloso
y con mentidos triunfos más ufano,
el ibero sañoso
tanto ¡ay! en la opresión cargó la mano,
que al Anáhuac vencido
contó por siempre a su coyunda uncido.
«Al miserable esclavo (cruel decía)
que independencia ciega apellidando,
de rebelión el pabellón nefando
alzó una vez en algazara impía,
de nuevo en las cadenas,
con más rigor a su cerviz atadas,
aumentemos las penas,
que a su última progenie prolongadas,
en digno cautiverio
por siglos aseguren nuestro imperio.
¿Qué sirvió en los Dolores vil cortijo,
que el aleve pastor el grito diera
de libertad, que dócil repitiera
la insana chusma con afán prolijo?
Su valor inexperto,
de sacrílega audacia estimulado,
a nuestra vista yerto
en el campo quedó y escarmentado,
su criminal caudillo
rindió ya el cuello al vengador cuchillo.
Cual al romper las pléyadas lluviosas
el seno de las nubes encendidas,
del mar las olas antes adormidas
súbito el austro altera tempestosas;
de la caterva osada
así los restos nuestra voz espanta,
que resuena indignada
y recuerda, si altiva se levanta,
el respeto profundo
que inspiró de Vespuccio al rico mundo.
¡Ay del que hoy más los sediciosos labios,
de libertad al nombre lisonjero
abriese, pretextando novelero
mentidos males, fútiles agravios!
Del cadalso oprobioso
veloz descenderá a la tumba fría,
y ejemplar provechoso
al rebelde será, que en su porfía
desconociere el yugo
que al invicto español echarle plugo».
Así los hijos de Vandalia ruda
fieros clamaron cuando el héroe augusto
cedió de la fortuna al golpe injusto;
y el brazo fuerte que la empresa escuda
faltando a sus campeones,
del terror y la muerte precedidos,
feroces escuadrones
talan impunes campos florecidos,
y al desierto sombrío
consagran de la paz el nombre pío.
No será empero que el benigno cielo,
cómplice fácil de opresión sangrienta,
niegue a la patria en tan cruel tormenta
una tierna mirada de consuelo.
Ante el trono clemente
sin cesar sube el encendido ruego,
el quejido doliente
de aquel prelado, que inflamado en fuego
de caridad divina
la América indefensa patrocina.
«Padre amoroso, dice, que a tu hechura,
como el don más sublime concediste
la noble libertad con que quisiste
de tu gloria ensalzarla hasta la altura
¿no ves a un orbe entero
gemir, privado de excelencia tanta,
bajo el dominio fiero
del excecrable pueblo que decanta,
asesinando al hombre,
dar honor a tu excelso y dulce nombre?
¡Cuánto ¡ay!, en su maldad ya se gozara
cuando por permisión inescrutable
de tan justo decreto y adorable
de sangre en la conquista se bañara,
sacrílego arbolando
la enseña de tu cruz en burla impía,
cuando más profanando
su religión con negra hipocresía,
para gloria del cielo
cubrió de excesos el indiano suelo!
De entonces su poder ¡cómo ha pesado
sobre el inerme pueblo! ¡Qué de horrores,
creciendo siempre en crímenes mayores,
el primero a tu vista han aumentado!
La astucia seductora
en auxilio han unido a su violencia:
moral corrompedora
predican con su bárbara insolencia,
y por divinas leyes
proclaman los caprichos de sus reyes.
Allí se ve con asombroso espanto
cual traición castigando el patriotismo,
en delito erigido el heroísmo
que al hombre eleva y engrandece tanto.
¿Qué más? En duda horrenda
se consulta el oráculo sagrado
por saber si la prenda
de la razón al indio se ha otorgado,
y mientras Roma calla,
entre las bestias confundido se halla.
¿Y qué, cuando llegado se creía
de redención el suspirado instante,
permites, justo Dios, que ufana cante
nuevos triunfos la odiosa tiranía?
El adalid primero,
el generoso Hidalgo ha perecido:
el término postrero
ver no le fue de la obra concedido;
mas otros campeones
suscita que rediman las naciones».
Dijo, y Morelos siente enardecido
el noble pecho en belicoso aliento;
la victoria en su enseña toma asiento
y su ejemplo de mil se ve seguido.
La sangre difundida
de los héroes su número recrece,
como tal vez herida
de la segur, la encina reverdece,
y más vigor recibe
y con más pompa y más verdor revive.
Mas ¿quién de la alabanza el premio digno
con títulos supremos arrebata,
y el laurel más glorioso a su sien ata,
guerrero invicto, vencedor benigno?
El que en Iguala dijo:
«¡Libre la patria sea!» y fuelo luego
que el estrago prolijo
atajó, y de la guerra el voraz fuego,
y con dulce clemencia
en el trono asentó la Independencia.
¡Himnos sin fin a su indeleble gloria!
Honor eterno a los varones claros
que el camino supieron prepararos,
¡oh Iturbide inmortal! a la victoria.
Sus nombres antes fueron
cubiertos de luz pura, esplendorosa;
mas nuestros ojos vieron
brillar el tuyo como en noche hermosa,
entre estrellas sin cuento
a la luna en el alto firmamento.
¡Sombras ilustres, que con cruento riego
de libertad la planta fecundasteis,
y sus frutos dulcísimos legasteis
al suelo patrio, ardiente en sacro fuego!
Recibid hoy benignas,
de su fiel gratitud Prendas sinceras
en alabanzas dignas,
Más que el mármol y el bronce duraderas,
con que vuestra memoria
coloca en el alcázar de la gloria.
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