viernes, 14 de diciembre de 2012

ANTONIO ZIBARA [8819]





Antonio Zibara nació en Cali, Colombia, en 1944. Ha publicado entre otros los libros de poemas Identidad secreta (1980), Ciudad de los ausentes (1986), Al sigilo de la máscara (1989), El Árbol digital (1993), y En el lomo del viento (1995). Es poeta y narrador. Poemas suyos han sido traducidos al francés y publicados en Les cahiers du Lez, en Montpellier.




UN LUGAR DETERMINADO

Esta noche ha decidido bajar a ese
agujero
para tener una charla con los muertos,
soñar una parte de su cuerpo entre
cipreses,
el aire detenido en sus rodillas
como un trazo sediento de la hierba. 





CLAVE

En cada puerta
siento tu llegada

A veces
crujen cerraduras
y me oprime la dicha

Parece que vivieras
en el misterio de una llave




ESPACIO

Tu cuerpo
es una puerta
de latidos

Mi mano…?
Llave que persiste
en la sombra




TRANSPARENCIA

Cuando duermes
tu sueño es más grande
que la noche
Que la estampa del día
Que los rostros pausados
en los signos del agua
en siglos de piedra




MEMORIA

A Orietta Lozano

El parque es inocente
al lecho frío de las bancas
Al juego de los niños 
en el viento
A las palomas celestes
del día
Pero no a la mujer que se orina
en la estatua




CABELLERA

Te vas
—ahora—
quizá nunca estuviste

Nada traías
todo me has dado

La indescifrable forma
de sentir el viento




LA VENDEDORA DE FRUTAS

La vendedora de frutas
deja caer una naranja
sobre el pavimento
y estalla un pequeño sol
sin crepúsculo
¿Qué hora es?
Tampoco es mediodía
son todas las horas
en su rostro ungido
y borrado por el viento




LA RANA

La rana de siempre
abastece de párpados 
el aire
Puebla el mundo 
iletrado
con su canto
venido del último
manantial de sus latidos




RAZONAMIENTO SIMPLE

Si se tratara de una simple música 
para adormecer 
a la serpiente,
pero el flautista llora
la desdicha de un mundo
desnudo fatal
una vez perdida la inocencia





Fugaz presencia

Quédate allí, por un instante detenida
y comparte tu pecho con la luz
de los duraznos,

Con espuma en tus muslos y una llave
en el vientre,

Bajo el ciprés poblado de hormigas;

Estruja el papel y arroja la página,
-ahora- que escribo en tu cuello
sin que el pulso me tiemble demasiado,

Conmemora los colores en un cuadro de Chagall,
En la vertiente del aire,

En el latir de la hierba con miradas de lince,
Al pie de la cascada o en inocencia del barro.






Adolescencia

Aquella muchacha todavía no conoce el paraíso
sin embargo,
le parece suficiente poseer dos pechos
con los que abre la llave del alba y desafía
el horizonte,
una flor del otro lado de la carretera o en mitad
del precipicio.
La he visto saltar la cuerda bajo espesor del cielo
antes de espolear la ventana,
caminar sonámbula por el corredor e incorporarse
en la apiñada tapia, 
gestar un aro en el filo de los párpados,
bañarse en el oleaje de la sala y dormir en el sillón
junto a la tristeza del perro.
El tiempo se ha detenido en una parte de la casa;
Quizás, en este patio tapizado por sedientas
bugambilias,
por el húmedo olor de las pilastras y la corteza
de los árboles,
en la cerradura de esa puerta que no da a ninguna parte,
excepto, al sótano donde duerme la siesta un dinosaurio,
Dios y un sonido sordo de campanas que evocan
la historia de este país y un muladar
que ofende a las estrellas.






Dulce morada

Durante la siesta contempla la mudez
de los árboles,
de esos árboles que han sido esencia
del aire y piel donde sueñan las hormigas.

Esta experiencia le recuerda su infancia,
al hombre que pasa con su cajita de música
y extravío de huesos,
al sol que derrama leche en los muros,
tu cuerpo desafiando el equilibrio
de las piedras,
al caracol en la vertiente y esa dulce morada
escuchando el silencio




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