Santiago Ganduglia
Escritor argentino, de estilo ultraísta, que participó en la revista Martín Fierro y perteneció al grupo de Boedo.
Lejanía
Pullman X. 50. La luz férvida y pura
abríase en el marco fugaz de la ventana.
Sobre las aguas vívidas ahogábase la altura.
Ardió la selva densa en la mañana.
Todo se fue y mis días han sido de aventura.
Paso por el recuerdo de una mujer lejana.
Conocí la tristeza de la literatura
y amo los horizontes y la música vana.
Los ojos en recreo del país somnoliento
con árboles ansiosos y el camino estirado
disipándose en una lejanía de viento.
¡Tierra olorosa y cálida! ¡Polvareda de flores!
Entonces era bueno silbar y mi exaltado
mundo resplandecía con los siete colores.
El tren fantástico
Solo marchaba el tren. Dios lo sabía.
Solo por los caminos acerados
y con la muerte asida a los costados.
La piel de hierro azul negra tenía.
De norte a sud, de sud a norte iba.
Con sus ojos de luz desorbitados
le vio la noche por distintos lados
y en la cuesta y el bajo le halló el día.
Y el tren siguió hacia su destino incierto.
El cielo estaba puro, el aire abierto
en flancos temerosos. La luz yerta
hirió su plancha, iluminó el silbido.
Pero el tren siguió trágico, obsedido,
quién sabe a dónde por la tierra muerta.
El tren
Vibró a sus contorsiones de serpiente
la horizontal perdida del poniente.
El sol oblicuo hizose a un costado.
Estaba el cielo rojo sobre el campo dorado.
Bochornoso humo negro embetunó las cosas. 5
Aspiré el humo negro como esencia de rosas.
Después, ante los ojos en estupor profundo,
pasó la exhalación del otro mundo.
Era el tren.
La canción del maquinista
Yo he batido en tu vientre a las poleas.
Cual si en ti la matriz se hubiera hartado
con todos los deleites del pecado
entre mis férreos brazos forcejeas.
¡Qué locura la tuya! Darte al campo
pródigo en morbidez de sol y siembra.
Máquina: me pareces una hembra
con sensación eléctrica de lampo.
A tu testa acerada y a tus ojos,
las dos farolas de cristales rojos,
lanzo sobre el andén hospitario.
Y aunque presa del vértigo y el ruido
se abre tu sexo enorme y dolorido
para el alumbramiento extraordinario.
(1922)
Fogonero
Fogonero: la luz sangrienta es tuya, fogonero.
La luz, la sangre del carbón llameante,
que estremecido pinta una mancha vibrante
sobre el fondo sereno de tus ojos. El cero
lúcido de la lámpara brilla contra el acero
de la cámara obscura; y en la luz circundante
se refracta un cristal, puro como un diamante.
Y se dora la sombra gris de tu compañero.
¡Kilómetro catorce! En la noche callada
la señal verde y blanca enciende la mirada:
el tren cruza el paisaje con marcha de metal.
Y el paisaje se amansa bajo su marcha lenta.
Fogonero, en tus ojos tiembla la luz sangrienta
y tus labios retuercen una canción vital.
Impresión
Con sus ruedas cargadas de infinito
el tren desnuda el campo a la mirada.
Haciendas grises, casas pobres, árboles
pero más la distancia
como una fuerte y simple melodía terrosa.
Los caminos empolvan la canción de la marcha.
Haciendas grises, casas pobres, árboles
y siempre la distancia.
Del libro inédito Pullman. Canciones del tren, los hombres y la distancia.
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