Luis Ángel Vargas Castro
Nació en Acapulco, México en 1989, estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Poeta. Actualmente cursa la licenciatura en Lengua y literaturas hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Su obra ha sido publicada en medios electrónicos, así como en el semanario Cauce de la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha participado en lecturas de poesía en la Fiesta del libro y la rosa de la UNAM y en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia en el marco del Movimiento Poético Mundial en 2011. Ha tomado talleres con los poetas César Rodríguez Diez y Luis Armenta Malpica. Premio Poesía Joven 2012 del Instituto Guerrerense de la Cultura. Participó en el V Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores “Acapulco Barco de Libros”.
Blog: http://angelvargascastro.wix.com/recta-abeja
El escritor acapulqueño, Luis Ángel Vargas Castro, resultó ganador del Bando Alarconiano 2013, con la obra Taxco, oro entre paréntesis, firmada con el seudónimo Figlio Perduto, quien recibirá su premio durante la inauguración de la edición 26 de las Jornadas Alarconianas el próximo 18 de mayo en la ciudad de Taxco de Alarcón.
De acuerdo a la convocatoria del Concurso Estatal del Bando Alarconiano 2013, se concederá un premio único por la cantidad de 10 mil pesos y será entregado en la ceremonia de inauguración de las 26 Jornadas Alarconianas, además el texto será leído por el escritor acapulqueño Luis Ángel Vargas Castro.
El jurado calificador, compuesto por los escritores Zenaida Cuenca Figueroa, Carlos F. Ortiz Zúñiga y Ulber Sánchez Ascencio, se reunió en Chilpancingo y firmó el acta de dictaminación del Concurso Estatal de Bando Alarconiano 2013.
En dicho documento menciona, que después de haber leído ocho trabajos, decidieron por unanimidad conceder el premio a la obra Taxco, oro entre paréntesis, firmada con el seudónimo Figlio Perduto.
“A través de un lenguaje poético, logra dar a conocer la celebración de las Jornadas Alarconianas, creando una atmósfera que invita a conocer ese espacio, donde nació Juan Ruiz de Alarcón, además de emplear recursos expresivos para hacer un llamado a disfrutar la fiesta del teatro”, exponen en el acta rubricada por los tres jurados.
(APPE Noticias México)
Díptico
«No odio»
No compartimos nada,
Quizá solo la estrella en la tienda de campaña
O el zazanil que pegó el papalote de seda en tu mejilla.
Compartimos el hecho de diferir en todo.
El cómplice río arrastró tu cuerpo por mis manos
Y caíste en engrane de roca deslavada en el Paulina.
En el sedimento
El papalote y la estrella
Esperan tu pala.
Yo nací cuando diste la tercera mordida a tus mañanas,
Y tus ojos brotaban de una tina de anonas.
En tu armadura henchida y sulfonada,
El imán de tu centro riega y mira
Una fuente sembrada de alfileres.
Yo te como con la boca caliente
Discurro en ti
Y en mis labios
Bostezan tus molduras de lirio.
¿Seguiremos diciendo que la garza mató al nenúfar con su pico,
O que el viento trocó en marfil la pulpa bruñida de la aurora?
En la errata del cuerpo
A la busca de hilo
Que cosió la garganta de tu sexo.
[Compartimos el hecho de arañar lo que amamos
Y zurcir aquello que a los demás no importa.]
En un pergamino no curtido
Corre lame
La gena manuscrita
De tus dedos albinos.
El gato en su siesta
Nos reúne
Y al compás de su pecho
Respiramos como recién nacidos.
Compartimos la dieta
Del amor sin deseo.
Ven,
Cuando el tiempo en mis surcos su voluntad recree.
«Odio»
Esta es una cara aplastada,
Una semilla que cede
A la presión de los dedos.
Como la testa de un niño bajo un martillo
Con algodón de azúcar en los dientes.
Esto es un poema del odio,
Porque no me compraron
El avión de control remoto que quería.
Por eso comencé a hundir barcos,
Levanté edificios para destruirlos,
Hice cuevas y les aventé cohetes.
Recuerdo el polvo que se levantaba
Cuando la tierra se rompía.
Pobres hormigas.
Corriendo con el tronar de mis dedos.
Relámpago y trueno,
Tornado sonoro del pulgar
Y del medio.
Esto es la memoria del cuero
Que le arranqué a las orugas del árbol de grosella,
Ellas parecían desde arriba
Una turba de mocos de toro.
Un poema del odio
Porque no me compraron mi avioncito de pilas que volaba.
Yo quería uno que lanzaba bombitas
Para inmolar más orugas,
Y me dieron un carrito retráctil
Que avanzaba poquito y se moría.
Reveló su intestino de fruta abierta,
Como la guanábana que se cae del árbol.
Yo le di fuerte y le seguí golpeando
Con el mazo pesado de la angustia.
Sabrán ustedes
Que la guanábana
Posee del cráneo de un recién nacido
La textura.
Este es mi poema del odio
Porque mi hermano tiene un mejor juguete que el mío.
¡Es un buen niño!
¡Mírale las uñas! ¡Tan limpias!
¡Parece que le brotó un arroyo en las manitas!
Yo
Nunca
He
Obedecido
Nada.
Yo no soy un buen niño.
Ni me lavo las manos porque mi tinta se disuelve muy fácil.
Esto es mi poema del odio,
Es la llama de la palapa seca en que ardió el cuerpo de mi hermano.
Yo le dije
Juguemos
A que
La casa de palma se encendía
Y yo corría con la cubeta llena
Para apagar el fuego.
Yo quise que mi hermano fuera diamante,
Para venderlo y comprar el avioncito de pilas.
No llegó la cubeta (no la hice llegar)
Y la palapa ardió
En todas sus venas,
Y le faltó carbono, o le sobró (yo ya no sé de química)
O simplemente no se acomodó del todo
Para crear el tetraedro en sus entrañas.
Esto es mi poema del odio
Porque mi hermano tenía
Un mejor juguete que el mío.
SAUNA
Ellos andan zozobrando el placer.
En el vetusto azulejo de los cuartos
ponen
dactilares sin nombre
con esposa
con perro
con hijos.
No bastará la gota,
acaso la mirada,
(hipotenusa al vértice
que se hace recta)
y seguirá tras sus pasos el olor de un cuerpo mojado.
Aquella agua,
aquel vapor ajeno
trasminando la piel lava por dentro.
Los humores del cuarto de madera
incuban una gota de fuego que se abre.
(Ese olor a árbol que ha pasado mil años
pudriéndose junto al ojo de agua.)
¡Cuánta carne goteando
en ánforas pequeñas!
La corola del cuerpo
humedece las crestas en el ojo.
Ciego el que admira la tormenta con las manos.
TARDE CON LOS OJOS ABIERTOS
Me gusta la ingenuidad de los adultos al juzgar a los niños:
pensar que la inocencia se pierde con la primera novia
y que el placer tiene cara de hombre enfebrecido
es tan burdo como el sexo que se paga a los treinta.
La infancia fue una excusa para moldear el lodo,
los días se vaciaban en los poros abiertos de mis huesos.
Lo cierto es que a los siete yo sabía que los niños eran guapos,
disfrutaba el banal surgimiento de sus risas,
era feliz en el juego de sus piernas
migrando para buscar un sol más confortable.
Desde niño he pensado que la noche
es un baile para tomarse las manos.
Agradezco a mi madre por las misas ausentes
y haberme permitido dejar la catequesis
cuando supe que dios me odiaba un poco.
Agradezco a mi padre el misericordioso día
cuando dijo que el fútbol no se juega si a uno no le gusta.
Mi infancia fue una tarde con los ojos abiertos
sumido en el abrazo pueril de mi vecino.
Yo prefiero observar a los muchachos
corriendo bajo el sol a medias
con las calcetas altas
y el torso lubricado,
prefiero a mi vecino que me mira con culpa
cuando mi madre se encuentra con la suya
y se saludan como buenas amigas.
Prefiero la intimidad del agua,
los paseos en barco
y la costa tapiada de un mundo adolescente.
Pero ahora que han pasado los años
cuando al llegar a casa
el vecino no está a la vuelta de la tarde
prefiero la compañía de Händel
y el fugaz ejercicio
de cohabitar en una partitura.
CÍMBALO PARA CALLAR LA NOCHE
Yo no quise nacer en este cielo de morada ventisca
que acumula rencores como piedras,
yo no quise profanar la pelvis de mi madre para venir al mundo.
No había necesidad de mutilarla
con la doble navaja de la esperay el dolor de parto.
No llegue para inhalar el polvo,
ni esta limadura que trepida en el labio.
Soy apenas címbalo para callar la noche de los peces,
me siento gravitar entre las hojas muertas de mis libros,
inaugurando preguntas como el primer lector del cuento de los dioses.
El incienso me quema la palma de la mano,
extingo el pabilo con lo blanco del ojo.
Me voy cociendo con el girar de la tarde.
Soy un caracol que duerme íntimamente solo,
voy dejando en la almohada el polvo más fino de mi sueño.
LÍMULO
(Fragmentos)
Yo no fui el primer hombre.
Mi voz era hacia dentro
un abismo,
una mirada que el tiempo iba cortando.
De algún modo
la aguja
comenzó a girar
su caracola.
Yo no podía nombrar
los cuatro puntos
de esa ponzoña
en que nacía
el agua argumental de la existencia.
El hombre era un exacto
aviso de nostalgia.
Cada gota era atabal
tañido sobre el pecho;
mi edad nació como presentimiento
de una angustiosa muerte prematura.
Nadie sabía de dios.
Su desabrida
copulación
con lo innombrado
afloraba un incendio
entre las muelas.
Yo esto lo vi
o lo soñé
un domingo
que la creación se adormecía
-como un herido grave-
en el regazo.
En mi sueño
mirábamos a dios
con desconfianza,
porque no era tan dios,
ni era tan verbo.
El ángel era un sexo indeclinable,
una sombra de tiempo
sobre el rostro;
era también pez
recién nacido en su abanico.
O j O placenta h i l o
que transita la pierna,
que va cayendo
la sonrisa herida
de su escama.
El sexo del ángel
no tiene acusativo,
no flexiona su rol de ningún modo.
No pertenece a nadie,
nada tiene,
y cuando va a dormir
–el ángel duerme–
sueña que dios cierra los ojos
y al abrirlos
se descubre granada
sobre el suelo.
La sombra
en el pez
se dice angustia,
su mirada des(h)oja
en un racimo de agua.
Nocturno de la voz:
en ese ojo de muerte
el futuro del pez
me llama asfixia.
Digo viernes:
de la boca
cae el día que nombro.
Digo dios:
en el párpado tengo
cada hora robada del insomnio.
Creemos que la sombra cubre
lo desnudo del cuerpo;
no del ojo
que tiene la nobleza del agua.
El ojo es la medida de lo eterno.
La primera ventisca
se produjo en el párpado.
Antes del Big Bang
los alveolos del pez
contemplaron la espina.
De esa onirialactaron los ciclones,
era un tiempo que no podía medir
el sueño con su nube.
Pero hubo
otra forma de mirar
más hacia adentro
de uno mismo.
Los ojos se inhumaron
en esa sombra interna
que nos pesa.
Y quedamos despiertos
sumergidos
en nuestra propia noche.
Los abléfaros,
así
nos han llamado
en honor
a M a c r o p i n n a m i c r o s t o m a.
No amanecía en la piel
ninguna yema,
aquella obscuridad era mi cuerpo
inmerso en lo que no había creado:
la noche es territorio
de luciérnagas.
No era dios una presencia
que convenciera a todos.
Fuimos creyendo en él según tomó
la forma de la escarcha.
la forma de la escarcha.
Era el tiempo en que dios
amanecía con putas
porque era un dios triste
que no sabía qué hacer
con lo innombrado.
Intentaba dormir,
cerrar su hastío
como una siemprenoche:
sólo él podía soñar
con lo que no existía.
Era potens supremo
de su incendio
y pasó que una vez
soñó con un sonido
que nacía desde el velo
en la garganta
para brotar fonema
en el último espacio de los labios.
El límulo era dios
cuando dormía.
Su armadura
amanecía tamiz
de arena suficiente.
Era más araña que pez,
más animal
que hombre
algunas veces.
Y esa reserva
-indefinida claridaden su taxoma-
le fue dejando
la mísera ocasión
de temerse a sí mismo.
Eran tantos ojos
una falsa piedad,
un llanto quieto
que daba mineral a su coraza.
Vivía adorando el limo
o ejerciendo
el amor sobre la playa.
Tan humano era
tan bestial
tan Polifemo
como uno que promete
apoderarse de sí
aunque es muy claro
que la edad está escrita
sobre el iris del ojo.
Yo soy el pez extinto,
el que fingió su muerte
para ser devorado por el hombre.
Yo tengo la voluntad del mar entre los dedos,
soy el fango abierto
por la dura coraza de la espera.
Los sueños fueron peces
de una consciencia triste:
su hueso derretía la liturgia
de una alarma.
No despertaba dios
no maduró
su sueño
no caía
el fruto de su insomnio.
Sólo el ojo del pez trató
con lo increado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario