viernes, 12 de septiembre de 2014

JUAN GUIJARRO [13.293]



JUAN GUIJARRO

Poeta. Argentina.



Cabaré
                                    
Al entrar, dos muñecos            
de levita en la puerta
me mienten que soy algo
con grandes reverencias.
 
   Como espuma de sol
las bombitas eléctricas
con luminoso talco
las faces polvorean.
 
   Todo es rojo: La alfombra,
las cortinas de seda;
todo tiene un rojizo
pincelazo a vergüenza.
 
   Disuelve un jazz-band acre
sus locuras de orquesta,
y un charlestón disloca
sus musicales vértebras.
 
   Los cigarros esfuman
extrañas acuarelas
y el humo nimba en canas
a todas las cabezas.
 
   Los mozos con un gesto
grave, que desconcierta,
como cumpliendo un rito
mixturas acarrean.
 
   Un tango se retuerce
por entre las parejas
que estiran y recogen
su elástica pereza.
 
   El vicio y las pasiones
un pacto secretean,
en tanto que las copas
y los labios se besan.
 
   Mademoiselle cocaína,
mimada, se pasea
y, en un rincón oculta,
la sífilis acecha.
 
   Lúgubres instantáneas
los espejos proyectan,
de rostros en los cuales
la muerte hace una mueca.
 
   Una mujer muy frágil,
teñida de tristeza,
cruje, allá, entre unos brazos
como papel de seda.
 
   Otra mujer pintada
de alegría, se acerca,
su desgracia me ofrece.
Le digo: ¡no! Se aleja.
 
   Y otras y otras y otras
y todas se asemejan,
porque más que mujeres
son muñecas anémicas.
 
   Unas van, otras vienen,
vienen, pasan y dejan
siempre un mismo perfume:
su misma impertinencia.
 
   «Lisset», «Lulú» se llaman,
aunque se llamen Petra;
sus nombres no son nombres
son postizos de venta.
 
   Unas mujeres lindas,
otras mujeres feas;
pero todas, ¡ay!, tienen
una madre en las venas.
 
   En algún reservado
ríen bocas que besan
y, exaltado, el champaña
decapita botellas.
 
   Exhiben su alegría
monótona las hembras
y aunque sus bocas ríen
sollozan sus ojeras.
 
   Los menos se divierten,
porque los más bostezan;
casi todos se marchan
y unos pocos se quedan.
 
   La música prosigue
sin que el arte la vea:
se rompen los platillos,
el saxofón protesta.
 
   El piano enloquecido
distribuye incongruencias:
es que le duelen todos
los dientes y las muelas.
 
   Con su voz de soprano,
el serrucho en la orquesta
a un fox-trot le suaviza
su extraña neurastenia.
 
   Insigne políglota
la batería truena,
-¡qué lástima me inspiras
hombre que la manejas!-
 
   La flauta, la comadre
del cabaré, conversa;
y el violín, aburrido
de insulseces, se queja.
 
   Las tres de la mañana...
El cansancio se enreda
con su lazo invisible
por entre las parejas.
 
   He bebido unas copas
y he bailado unas piezas,
¡oh, el tóxico hecho pétalos
de mujeres enfermas!
 
   Y en el mar de esas copas
se asfixió mi conciencia,
y le corté las uñas
filosas de protestas.
 
   Las tres. El gran narcótico
de los ojos se adueña
del ambiente y exhala
vapores de pereza.
 
   Corazón, corazón:
¡arráncate a la fiesta,
salgamos a la calle,
todavía hay estrellas!
 
   Al salir, la propina
nos asalta en la puerta
transformada en dos hombres
con dorso de manteca.
 
   Y salimos: arriba,
silenciosa y desierta,
la mañana se abre
cual una fruta fresca.
 



 
Antagonismo

   Por una calle céntrica cruzabas...
En dirección opuesta de la tuya,
con un pintarrajeo tragicómico
pasó una prostituta.
Clavó sus ojos agrios
en tu faz: escenario de ternura.
¡Cuánto odio en su mirada
sobre tu rostro de inocencia y luna!
La miraste hondamente,
dándole entera tu bondad desnuda,
como diciéndole: ¿No ves, hermana,
que no es mía la culpa?
 
 


Trabajo anónimo

   Yo construyo mi verso,
que es un fruto, a lo árbol,
y en él canta mi alma
su belleza, a lo pájaro;
mas, nunca a un verso mío
lo doy por terminado,
siempre algo le sobra,
siempre le falta algo:
ya una ágil metáfora,
ya algún ripio que extraigo,
ya alguna emoción nueva
que viene a colorearlo,
ya alguna idea rancia
que lo estaba manchando...
 
   Yo construyo mi verso,
que es un nido, a lo pájaro,
y él palpita en mi alma
que lo acoge, a lo árbol;
mas, nunca satisfecho
con mi propio trabajo,
torno a romper la obra,
la vuelvo a hacer, deshago
lo que hace unos segundos
me pareció un milagro;
y así paso los días,
en un trino, a lo pájaro.
Mas, mientras otros viven
para su oro, ¡avaros!,
yo me doy escribiendo,
corrigiendo, cantando,
y así se van las horas,
los meses y los años
y así se irá la vida:
¡ese bello relámpago!
 
   Pero, el día que muera,
mi inconcluso trabajo
que será trino y fruto
de pájaro y de árbol,
acogerán los pocos
que me saben hermano,
y yo habré satisfecho
la sed de mi entusiasmo
si en el recogimiento
de un hogar perfumado,
una madre, ya vieja,
rodeada de muchachos,
entona dulcemente,
dulcemente cantando,
los versos del que un día
se llamó Juan Guijarro,
o si algún verso mío
vive de mano en mano
y si alguien al leerlo,
bajamente, cantando
piensa mejor y siente
mejor, estimulado
por los tonos sencillos
y humildes que brotaron
del pecho del que un día
trabajara a lo árbol
y sintiera a lo hombre
y cantara a lo pájaro.







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