Antonio Gullo
Poeta Argentina.
Muchacha
En las fiestas abigarradas del suburbio
apareces sencilla como un pañuelo blanco.
Eres tristeza de tango
en la monotonía de tus domingos.
Sabes que la alegría está en otro país,
y sin embargo esperas
que alguien te invente un puente
para alcanzar la luna feliz de tus deseos.
Las vidrieras del centro
te distraen el andar indeciso,
y el ensueño se cansa de esperarte
en un rincón humilde de tu casa.
Ayer vi que las puertas de un barrio lejano
se entreabrían sin nadie
y todos los umbrales
sentían la nostalgia de tu espera.
Te ibas por las calles remotas de tu imaginación
y para llenarte de frescura
hubieras descansado en cada árbol
como los pájaros que vienen en las nubes.
Por tu vestido humilde
adivino que sueñas mucho.
Los amaneceres se alejan de ti
y los crepúsculos te llenan el alma.
Las manos intranquilas de la sombra
te acarician el corazón.
Y tus ojos se apagan
como las tardes que contemplan.
El amor es un vuelo interrumpido
en medio de tus años.
Lo más cercano a ti es el sufrimiento.
Perdiste los colores de la vida
en la fugacidad de las noches olvidadas.
Pero te queda el alma
temblorosa en el agua de unas lágrimas.
Mediodía de verano
La mañana
por tus imposiciones de sol
desenredó su último grito
y huyó adonde las albas esperaban.
Ninguno abre por ti su jaula de entusiasmos
porque tienes el poder sin gracia de los gigantes.
En tu presencia
las casas se arrodillan como esclavas
y dejan que les agobies las espaldas
con la lenta caricia de tus manos grandes.
No parece que pasas.
Y es que quisieras
abandonarte
sobre todas las cosas.
Eres el dueño blanco
que tiraniza la ciudad en las esquinas.
Las calles
abren los brazos
y te entregan todas sus sombras
con un desfallecer de mujeres desnudas.
Los edificios altos
Edificios serenos de altura
que husmean el retorno de las nubes.
Altura refrescada por los vientos lejanos,
espacio
donde el cansancio de los ojos
encuentra el alivio inesperado del cielo.
Las azoteas nutren un ambiente de tiempo
e intiman con el tránsito de los pájaros.
Las torres lanzan para las hondas calles
los ecos más lejanos del sol.
Torres que gozan a las lluvias vírgenes
y esperan el asombro ingenuo de los arco-iris.
Pararrayos que oscurecieron las tormentas
sobre las cúpulas henchidas de contemplación.
Edificios que dan con su inmóvil presencia
un aliento de eternidad.
Y en el aumento de los siglos
escucharán
el regocijo solitario de todas las estrellas.
Las ciudades alcanzan la dulzura del cielo
con las agujas ávidas de los edificios.
Con mis manos alcanzo el corazón de la altura
y la vida
es un olvido de mi alma
que ha quedado en las calles
esperándome.
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