Antonio José de Sainz
(Bolivia, 1893-1959)
El poeta Antonio José de Sainz, nació en Uyuni (Potosí) el 4 de abril de 1893, aunque su infancia y su juventud se vincularon fundamentalmente a la ciudad de Oruro. Su preparación pedagógica básica la realizó el colegio particular Reekie de Oruro en 1966. En el colegio San Calixto de La Paz, cursó los estudios secundarios. En la Universidad técnica de San Agustín, de nuevo en Oruro, estudió Derecho.
En La paz fundó con unos amigos una página periodística llamada “Luces del Alba” donde en forma reflexiva vertió en versos y prosas opiniones sobre temas políticos, religiosos y sociales, enrolado en la denominada generación del 25 de pensamiento nacional, patriótico y antiimperialista. En Oruro dirigió varios números de la revista crítica “Argos”, fundada en 1923. Sus poemas aparecieron publicados en “La Industria” y “La Mañana” revistas de Sucre en 1918 y en 1927 escribió en la página literaria “La Patria”.
En el año 1913 se publicó un libro de poemas “Ritmos de lucha” en Bélgica, que fue su segunda obra luego de “Cantos del sendero”. En Bélgica participó de muchas actividades culturales, y comenzó a sentir el reconocimiento de la crítica literaria. Regresó a Bolivia en 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial, ejerciendo la docencia y desempeñando el cargo de Rector de la Universidad de San Agustín. Fue además Director del museo Tihuanacu. Fue premiado por sus obras pero no concurrió a recibir los galardones, en muestras de su sencillez.
Entre sus libros en verso pueden citarse “Camino sin retorno”, cuya publicación data de 1937 y que fue reconocido con el premio municipal; “Cantos de sendero”; “Solar de Indias”, “Ritmos de lucha”, “Grandes voces”, “Tiempo”, “Collar de ópalos”, y Horas dolientes”.
Como poemas, “La duda”, “Alma lírica” “Invocación” “Canción callejera” y “Calama”
En prosa destacamos “Sombras”, “Una conquista” “Desde mi ventana” y “La piedad del lobo”.
Falleció en Lima (Perú) el 17 de octubre de 1959. El 6 de febrero de 1960 un colegio recién fundado en Oruro lo perpetuó en su nombre.
La sombra peregrina
I
Cuidar rosales, cultivar un huerto
en largas horas de labor ansiosa;
ser bondadoso con la mariposa
y sentir pena del canario muerto.
A la primera luz estar despierto;
y alegre como el alba luminosa,
hacer de nuestra vida silenciosa
un refugio de amor en el desierto.....
Abrir a la esperanza el alma mía,
Purificarla en sus remansos hondos;
Pedir a Dios para mis sueños vanos
la síntesis de toda poesía:
una muchacha de cabellos blondos
pupilas tristes y pequeñas manos!
II
Ser lago en que sonríe el firmamento;
Ser en la noche lámpara encendida,
Y luz y abrigo para dar aliento
A las sombras que pasan por la vida.
Ser fuente misteriosa y escondida;
Amar en soledad el pensamiento
Y comprender la voz estremecida
De nuestra vida, que es un ritmo lento....
Una serena paz. Renunciamiento
De todo afán que el otro yo nos fragua:
Coger la rosa y esperar la herida.
Y libre de pasión y de tormento,
ser límpido y humilde como el agua....
Amar y comprender: ¡eso es la vida!
III
-Tu sed presiente la jornada larga,
y tu cansancio la quietud invoca....
El sol, el yermo gris, la dura roca,
han de agravar el peso de tu carga.
Un vano afán tu corazón embarga:
agua que fluya de una fuente loca,
por acrecer la fiebre de tu boca,
para tu boca ha de tornarse amarga.
Desesperado de esperar en vano,
Verás la vida, más doliente y corta,
Correr hacia la mar, hacia el arcano.
Y sabrás al final de tu pasaje:
Que nada vale lo que tanto importa,
Y es siempre inútil emprender el viaje...
IV.
¿Cómo avivar sin juvenil aliento
la roja antorcha del amor humano?
Me invade, al esbozar un gesto vano,
La fatiga de un siglo en un momento!
Y nada exalta y mi pensamiento:
Ni los graves enigmas del arcano,
Ni los recuerdos. El ayer lejano,
Es una rosa deshojada al viento....
Me envuelve el tedio con glaciales tocas,
-melancolía de pasiones locas
que en tiempo inmemorial habré vivido...
Y cual viejo fakir indiferente,
sin la ventura que soñó mi mente,
¡sólo busco el reposo en el olvido
V
Yo soñé con un mundo que no existe;
Y al ir en pos de gloria y de ventura,
Quise olvidar por siempre la amargura
De haber nacido soñador y triste.
Hallo dolor en todo lo que existe;
Fue mi vida sin gloria y sin ventura,
Y un hondo hastío vuelca su amargura
Sobre mi vida soñadora y triste.
Al recordar mi juventud perdida,
El tedio se apodera de mi vida....
Y su paso la muerte no apresura!
¡Tengo piedad tan honda de mí mismo,
que quisiera perderme en el abismo
tenebroso y fatal de la locura!
VI
Resignado a vivir sin alegría,
Yo persigo el misterio alucinante
De mi ser verdadero, -caminante
Que me conduce por la obscura vía....
Porque su voz, maléfica y sombría,
puso en el sueño de mi vida errante,
tras el esquivo goce del instante,
la pesadumbre y la melancolía.
Triste de soledad y escepticismo,
contemplo mi alma con sutil mirada
en el cambiante espejo de mi mismo.
¡Y solo veo por distinto modo,
en este caminar hacia la nada,
la irremediable vanidad de todo!
La raza aymara
Mirad: las hordas nómadas en el dolor inerte
del crepúsculo... Lloran el rigor del destino
que vuelca sus tormentas y sus furores vierte
sobre el desconsolado rebano peregrino.
La raza que era grande, la raza que era fuerte,
Hoy riega con su sangre las piedras del camino.
En estas hordas nómadas que marchan a la muerte,
Hay algo muy grandioso que es hondo y es divino...
Los hijos del sol tienen sueño desolado...
su frente no se yergue, su corazón no late...
es porque ya no quieren con ímpetu sagrado,
haciendo de sus penas el mejor acicate,
desenterrar con brío del arca del pasado,
el hacha de la guerra y el arco del combate.
La biblioteca
Urania rige el Cosmos. El estudioso labra
los versos de un soneto, pero no ve la mueca
y el desdén con que el fauno muestra la rama seca
desgajada en el bosque por sus cuernos de cabra.
Se oye gemir el cierzo: y en soledad macabra
La tarde teje el hilo de una invisible rueca
Mientras las sombras mudas guardan la biblioteca.
Grave como un sarcófago que oculta la palabra.
Bajo las altas bóvedas el aprendiz medita:
- hay que vivir; la gloria del Arte es infinita...
La voz del Tiempo dice: no sueñes... Nada queda;
¡Lo que vive en la tierra se acaba en un momento!
(Ante la fría ráfaga del viento en la arboleda
vuelan las hojas rojas del otoño en el viento.
La intensidad
de un fogonazo, puede que solamente,
y también una antigua inclinación humana
por confundir belleza y significación.
Imágenes hermosas de una historia
que no es toda la historia.
Jaime Gil de Biedma
RECONOCE LOS VAGOS ESTÍMULOS
que otros transforman
en materia literaria,
los incipientes síntomas de un absoluto:
la luz, el viento de lija
de noche, en primavera, en el balcón;
la placidez vespertina,
acuosa y equilibrada,
de sombra y tiempo;
la mañana aún fresca
que contiene cada cosa en su lugar
y es, así, una prolongación ideal de nosotros mismos;
los sueños, por fin,
los deseos inventados e improbables.
Sabe que si la vida,
esa imagen que construyen con la memoria
y proyectan hacia otros espacios,
resulta grata,
se debe a su condición pretérita
y su fijación escrita
y, por ello, inmensamente falsa.
No importa el sentimiento real de entonces
ni la falsificación hipócrita, convencional, de la escritura:
la realidad apenas tiene cotos donde habitar.
EMPIEZA UN NUEVO TIEMPO,
desocupado, expectante.
La isla se encoge;
el viento delgado
se queda solo en las calles en sombra.
Un silencio luminoso.
El día,
idéntico en todas las latitudes.
Un silencio luminoso,
y el tiempo florece
con los adornos antiguos
que seducen y envenenan.
LA DIFÍCIL TAREA
de organizar el caos,
de resistir las embestidas hueras
del tiempo rancio y el sudor.
Un escenario distinto,
tan ajeno que sólo se hará propio
cuando la rutina de ahora
nos despierte de golpe
en el recuerdo.
El verano,
de improvisto y sin agenda.
LA REALIDAD APENAS EXISTE.
Las cosas que se tocan
—el papel, el sol, una llave—
tienen cuerpo,
la solidez de la materia.
Pero la realidad,
que apenas existe,
que quizá desde siempre ha sido escasa,
es una interferencia
de representación, significado y sentimientos.
La materia por sí, apenas importa,
apenas existe.
Un cadáver,
sin la distancia que lo convierta
en representación,
que lo insufle de sentimiento,
que lo unifique con el valor
que otros ojos le otorgan,
es sólo una materia más,
neutra, insignificante.
Y la vida,
imperceptible
de tan pegada a nosotros mismos,
a menudo deja también de ser real.
Estos días azules y este sol de la infancia
Antonio Machado
ESTA DESGANA,
este sentimiento lánguido,
la falta de estrategia
con que enfrentarse al tiempo,
la canción que falta,
el libro inencontrable.
y que no rellena el hueco del universo,
el poema inacabado,
las trompetas sordas que nada anuncian,
que no abren las puertas doradas
de los deseos incumplidos,
del ideal que pertenece a versos imposibles,
la desconfianza
que no es siquiera la ilusión insolente,
que es sólo un agujero,
un zarpazo sin convicción en el aire...
EL CIELO DENSO
sobre los restos de la fiesta:
vasos de plástico, cajetillas arrugadas,
cáscaras de avellanas, estiércol;
la textura húmeda del aire
que empapa
la tristeza más amarga,
la que sucede a la alegría;
la cubierta infranqueable
de esta primera tormenta de verano,
después del solsticio;
la tristeza de olor a orín y vómito
en las esquinas,
en los rincones junto a los garajes.
La tristeza absoluta,
sustantiva,
del día después,
y su silencio clarividente.
DEJAR DE ESCRIBIR
es a la literatura
—le ha puntualizado alguien—
lo que a la vida el suicidio.
No importa si su esencia es la metafísica
o el tiempo
o ser un refinado objeto de consumo.
El mundo permanecerá inmutable
aunque no escriba
y se limite a observar
desde lejos,
a no pensar a una velocidad distinta,
que nada tiene que ver con la razón,
a no escribir libros que se leen en dos direcciones,
igual que los crucigramas.
Levanta un instante los ojos
y piensa aún si se disparará un tiro
que seque la tinta de sus manos,
si se arrojará a la hoguera
del silencio,
si demolerá el edificio de su conciencia
hasta aniquilar su malestar
y permanecer indiferente
al hueco extrañado que quedará después.
Avísate bien, que yo llegaré
a ti a deshora, que non he cuydado
que tu seas mancebo o viejo cansado,
que qual te fallare tal te levaré.
Anónimo
LA MUERTE
nos llenaría de su pánico irreprimible
si no fuera por su fecha inconcreta,
que la convierte en una hipótesis verosímil pero remota.
En realidad,
lo que no podemos sufrir
es nuestra muerte
—no la abstracción del hecho—,
el tiempo en nuestra ausencia.
La muerte de los otros
se convierte en un ritual de compasión,
de dolor, de nostalgia,
en un ritual de literatura.
Y la muerte,
la real, la que nos estrecha el esqueleto,
tiene sólo la mudez restallante,
súbita,
de lo que no puede ser comunicado,
del pánico desnudo
al vacío.
EPÍLOGO
Lo extraordinario,
con su repetición,
acaba también por convertirse en rutina.
Lo distante,
por la propia inercia del tiempo,
se desfigura como un sueño,
como la visión de un presentimiento,
como lo improbable.
Sólo quedan las palabras,
sus destellos,
cada vez más menguados y débiles.
Aquel cuarto,
el sol sobre los patios
atravesando su oro los visillos,
los estímulos casuales,
ya sin interés, sin densidad real,
sólo pueden ser ya motivos literarios,
huellas oscuras,
idénticas a las de ahora,
símbolos,
palabras.
Contempla a veces el valle,
las montañas,
vuelve, algunos minutos ociosos,
a hojear las páginas del cuaderno.
Sólo desearía la rutina,
sumergir lo que suceda,
lo que ha de suceder,
en la disposición idéntica de los días,
cada objeto, cada acción
encajados en su lugar,
en su momento irrevocable.
Y escribir o dejar de hacerlo
tendrá también su acomodo.
Contempla la luz pálida del cielo en el verano de aquí.
A veces mira hacia adentro
y aún le sorprende
la confusión anudada a su conciencia,
resbaladiza,
de ser a la vez tantos y ninguno.
Nada acata la voluntad
de los símbolos.
Y, en el fondo,
todo queda afuera, al otro lado,
al final del poema.
no me gusta
ResponderEliminarPena por tu ignorancia, de entender la poesía profunda.
ResponderEliminarQue pena por tu ignorancia popu
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