GUSTAVO PREGO
Gustavo Prego nació en 1964 en la localidad santafesina de Máximo Paz. Terminado los estudios secundarios se radicó en Buenos Aires.
Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires sin terminar la carrera.
Incursionó en la novela, en el cuento y en el teatro como así también en el guión para historieta, pero fue en la poesía donde su obra es prolífica y en su mayoría inédita.
Con su poesía colaboró en publicaciones como Revistas El Bardo, El Cono del Silencio, Viento Sur entre otras.
Es autor de doce poemarios, los dos primeros editados: Ahora de ausencia (Buenos Aires, El francotirador Ediciones, 1997) y diapasón (Buenos Aires, ediciones del náufrago, 1998); mientras los restantes inéditos: bulebú (Buenos Aires, ediciones del náufrago, abril de 1998); vocalise (Buenos Aires, ediciones del náufrago, junio de 1998); expiario (Buenos Aires, ediciones del náufrago, agosto de 1998); ebriedad (Buenos Aires, ediciones del náufrago, diciembre de 1998); Blues de la Damainvierno (Buenos Aires, ediciones del náufrago, enero de 1999); veinte poemas para ser leídos en su transporte público privatizado (Buenos Aires, ediciones del náufrago, julio de 2000); finis terrae (Buenos Aires, ediciones del náufrago, diciembre de 2000); 18 poemas últimos (Buenos Aires, ediciones del náufrago, diciembre de 2012); Imágenes de vida (Buenos Aires, ediciones del náufrago, sin fecha determinada); Los cielos de otoño (Buenos Aires, ediciones del náufrago, sin fecha determinada). Ambos poemarios (Tanto el editado como el inédito) se encuentran en http://gtvprego.blogspot.com.es/
Dice de su poesía la doctora Norma Beatriz Della Motta, catedrática de la Universidad de San Juan:
…profundo trabajo sobre la lengua, una tensión que la desliza hasta el habla y en ese campo se trama una urdimbre fina, poderosa. Allí convive la sutil respiración del espíritu vuelto sobre sí mismo, con el rastreo de la realidad hecho con minucia, tomándole el peso, el espesor, en el pulso de una escritura que reafirma una y otra vez la plenitud de la palabra. Jugando seria y reconcentradamente con ellas, forzándolas a pronunciar lo indecible, produciendo una contienda de contrarios para armar-se y desarmar-se con el verbo y el mundo.
Diciendo, nombrando, trascendiendo, traspasando, liberando, interrogando, contradiciendo, integrando, desintegrando: Alfilerazos de ceniza de lo efímero / a mi soledad robinsonante.
La poesía de Gustavo Prego tiene el recóndito sentido del dolor, de la celebración, de la verdad.
De Ahora de ausencia – El Francotirador Ediciones – 1997
Adioses
lentamente dan sus adioses mis mayores
de a uno se retiran en orden y sin prisa
dejan sus trajes y sus miradas
los claveles soñados urdidos de sudores
entregan sus huesos y una cama vacía
dejan las tardes sin horas
se van los testigos del alba
toda una vida aprendiendo a irse
con la sombra del mar blanqueando el aire
al territorio donde las lluvias se alargan
al glorioso puerto de piel fosforescente
y ser un poco pájaro y tarde de los domingos
se retiran con palidez de sábana
sin el peso muerto de sus dioses
vestidos de azules y de memoria
Ella
7
Ella se demora en los espejos en los espejos
Ella se demora en los espejos en los espejos
Aprovecha las largas horas sin preguntas
Los descuidos de la mañana
Vestida de lunes y de octubres callados
En el solitario juegos de los metales
Con las mejillas a la deriva
Y los pechos como riendas en el aire apagado
La voz de los trigales en el azogue sin fechas
En el filoso cuchillo del invierno
En los espejos ella liviana de auroras
Y son sus ojos nidos vacíos
Dos panes endurecidos
En la atenta teoría de candores
De diapasón – ediciones del náufrago – 1998
En mi boca
en mi boca presencié tu paisaje
el alba prolongada en su salitre
luna con aristas de ciudades
gota a gota asistida
hermosa tortura de náufrago
nutrirse de rieles en espera
sabor que tiembla en su llegada
la seda en su carcajada discursiva
batalla en la asfixia dispuesto a nacer
agridulce paciencia de dos cielos
de largas hebras de verano
ejército invadiendo el aire en reposo
y perder el aliento en el líquido inaugural
en la sustancia luminosa de los días de lluvia
alborotar la carne humeante y cristalina
donde la victoria es apenas un consuelo
cerrar los ojos y beber la sombra
el vello asiático donde la lengua buscadora de hoguera
llega con avidez de estanque
y el mundo se resiste en sus dos mitades
y volver a esa noche que se alarga con sabor a mar
declararse mortal en ese escándalo de humores
para visitar la agonía
hasta encontrar la luz y abrazarla
Que no muera
(Haz que no muera sin volver a verte.)
Alejandra Pizarnik
no puedo culparte de auroras
los días te navegan y someten
nos encontramos en la edad del adiós
donde la vida es menos rica que la noche
con ese frío tan parecido a Dios juzgándome
alientan mis ojos tus muslos en fuga
los tantos aires de tus senos
parado en los huesos del taxidermista
ahuyento el misterio del verde caliente
penetré tu aliento devastando mis esperanzas
carencia de plumas alimentando incendios
idioma de las hojas cuando caen sin remedio
deshabitándote
naciéndote los silencios/la esfinge sagrada/la respuesta
me hacías de horas
luz de ángel que arrastra sus cuchillos
metamorfosis de la seda
la porcelana que aniebla sus contornos
pensé en liberar
tu naufragio
–pensé–
tus ojos hablan desanudando los vientos
hundo mis manos de lluvia hasta modelarlos
(el árbol de la sed rodea tu cintura
cuidate de mi angustia
tan mía)
6.00 A. M.
el instante comenzó y no lo percibiste
porque cada pregunta tiene su ancestro y su necesaria voracidad
un día me tiro bajo un tren me dijiste
no cualquier tren uno del sur
el de Glew que va a Burzaco
ese estaría bien me tiro y listo eso me dijiste
la funda de los días en los hombros dormidos
donde las campanas dejaron su espacio vacío
y la noche su antifaz en algún nacimiento
y me entrás a nombrar distancias cosas de años
calendarios emparchados y caprichosos
los nombres para el olvido que se adormecen en el laberinto
en el cardumen de párpados con sus sombríos paisajes marinos
y por la puerta absurda los numéricos relieves
se alza la tierra desde su espalda con su vieja canción
canción que podemos cantar y hasta bailar aunque estemos enemistados
y te reíste y me sacaste la lengua
costumbre de los espejos
y empezaste con eso de que enturbiaste las aguas en papeles menores
para que parezcan profundos
de mandar al diablo las estrellas trepadoras
y los pájaros que entran por los ojos
insististe sabiéndome dormido
que no reacciono hasta después de una ducha
con eso de la negada planicie de caderas
acto de participar la piel del hambre declarada
hubiese preferido conocerte en vida me gritaste
no en este simulacro de jardín
de bronce y cerrojo descalzo
De bulebú – ediciones del náufrago – 1998 – Inédito
Días de marzo
contemplo la vacilación de los cables
tendidos sobre el asfalto
los pájaros se desprenden de un cielo
de sastre de barrio
marzo se apresura a darme las doce
sin ostentación de sus paredes peregrinas
tamizando en su voz la tristeza del sol
y derramando raíces en las esquinas desafortunadas
viene ceñido en resplandor deshabitado
deidad de los cristales apagados
la luna llega de asilo o de hospital
alargando el camino de la espada y de las penas
jornada de los mármoles y de pie callado
follaje febril en el aire sin estrellas
advierte la mísera ley del aguijón
nos invita con una vuelta de consuelo
hasta emborracharnos de amor desencontrado
y termina buscándonos por lo bajo
en rincones de agua y de merienda
para perdonarnos por no ser felices
y por elegir el invierno antes de tiempo
Entonces la lluvia... *
Morí por la belleza -pero no fue suficiente
Emily Dickinson
Marzo alcanza su calma de media voz.
Gira el verde de los miembros fragmentados.
Sin horas que alarmen las investiduras
de letra en acecho y reflejo de águila.
El crepúsculo es ahora escamoso y oscuro.
He perdido mi color distintivo,
mi piel lustrosa y blanca que dibujaba contornos sobre el tablero.
El cuerpo del rocío en la caja vaga.
Sólo se sostiene de mí el llanto de la espada
muriendo en incandescencia estremecida
el admitido decorado de la lágrima.
No puede mi corona asomar a los otros,
apenas la sacude lo que persevera allí del viento;
pesa horriblemente
como el humo de las catedrales de mi frente
y me impide elevarme a la luz,
al aire.
No pude inclinarme y la tristeza del mármol.
Solía el Señor abrazarla con sus dedos temblorosos
(siempre temblorosos al tocarme)
las manos sarmentosas soportando la estrategia
para desplazar mi puesto otra casilla,
más guarecida,
más fiel,
inexpugnable.
He rodado otras veces,
pero sus manos presurosas evitaban todo golpe,
todo sesgo de noche o sorpresa madura;
he rodado,
pero entonces avanzaba sobre territorio conocido
a una velocidad inusitada,
con aristas de alba y lluvia evidenciada;
creí conocer el vértigo,
el día y sus imperfectas sumas de corceles,
pero aquello tenía fondo,
rescate,
fin,
descanso.
Era miedo o incertidumbre sobre cuando acabaría,
la cifra premiada en su puñalada,
no esta certeza de inmutable eternidad,
de Destino.
Aquello no era vértigo,
era sólo un presagio.
¿Habría servido no haberlo ignorado tercamente?
¿Me abría ahorrado, acaso, el oprobio?
Tragado de planicie y de disfraz eterno.
No hay enemigos.
No hay duelo.
Las bocas y las voces se confunden cotidianas.
En este día prolongado de cristales
soy una corteza que vivirá cien años.
Sólo he volado alzado en manos del Señor,
y aún así, no alcancé gran altura.
A veces, dubitativo, me mantenía despegado del suelo durante unos instantes;
podía contemplar la total extensión parcelada del tablero,
no temía,
estaba en sus manos,
no caería;
no,
no temía.
Sentí a través de su pulso el mudo estruendo del combate interno.
Yo era un símbolo de la victoria o la derrota.
Sosteniendo la mirada de las tumbas.
El fin pendía de mi salvación o muerte.
Hoy conozco la muerte; ya no soy un símbolo
y el tablero entra por los ojos como un llanto al revés,
espuma de los atardeceres tan míos.
Me he mezclado con otras piezas que pensaba dispares,
durante los trayectos de la casa a la plaza;
habité el mismo espacio,
la misma lúgubre caverna.
Bruñido en silencio y en cuchillo hecho mariposa.
Entonces
presentía la apertura
y la venerable luz que habría de distinguirme del resto.
Los cobijaba con mi emblemático valor,
pero amé ese resguardo sólo hasta donde se proyectaba mi sombra.
El juego iba mal; perderíamos.
El esfuerzo de los más débiles para salvarme.
Peligraba,
fue una angustia larga y feroz,
nació en mí,
culpa por el desenlace ya próximo.
En un momento, se disipó la fijeza en su mirada;
contemplaba el cielo que vi en sus ojos
cerrado en súbito oscurecimiento,
mármol a punto de estallar.
Resistimos.
El tiempo perdió su construcción de flecha.
El viento cubrió el tablero de vegetales muertos.
Algunos cayeron,
yo me mantuve sosteniendo la cruz de mi corona
hasta caer como los otros,
pero más lejos,
más aislado.
Entonces la lluvia...
como limones que se exprimen sobre una mancha.
El Señor buscó;
lo vi recoger unas piezas indiscriminadamente:
caballos negros,
peones;
oí un zumbido parejo,
grité,
grité.
La confusión de aire arremolinado le impidió encontrarme
antes que el suelo se quebrara bajo mi cuerpo
en un escalón de piedras ubicadas sin orden,
sin atender a la forma
o al color.
No era mi sitio,
no esto.
Vi al Señor descender,
sumando escalones y no nubes,
mi piso primero,
luego otro
y otro
y otro...
hasta perderlo por completo en el olvido.
Mi patíbulo ahora es prolongado y perfecto.
La distancia ha muerto en su resplandeciente prestigio.
La hiedra acontece en su feudo.
El zumbido no ha cesado,
persistente,
suena el diapasón del desamparo.
Sólo yo lo escucho.
¡Oh, Señor!
¿Por qué me has abandonado?
* Adaptación del relato El rey blanco de Nora Sánchez
Encuentro con el ángel
emerger envuelto en el plumaje fugitivo del cielo
despertando nubes asaltadas de floresta
suaves y sedientas inundadas de púrpura
declina la luz en esta aurora que llega a hacernos de alimento
y este azul es tan intenso que es imperioso cerrar los ojos
para que no estallen como uvas en la peregrinación al vino
los abismos boca abajo y sus cielos húmedos de imán
yo prendido del ala que muere y del alba rabiosa
busco al ángel que aguarda en la roca
maravillado de no vernos sucumbir
me dejo caer de mi ala aprovechándome del otoño
lo miro a los ojos y me dice vengo del vacío sin dejar rastro
traigo fango de estrellas de mi andar desolado
en su roca el sol descubre sus miembros de niebla
alza su cabeza cuando me siento a su lado
y comprende que mi soledad no es ya de este mundo
me dice sin mirarme
que encuentra en los astros la ternura de mí madre
que lo que es de la desdicha a nadie pertenece
por eso la del Amor con sus ojos que saben
y su equilibrio de elixir no me pertenece
y que la muerte no significa nada
si un horizonte superpone a otro
De vocalise – ediciones del náufrago – 1998 – Inédito
de un hachazo de libélula
brotó el silencio
tenía la desnudez humilde
del arroyo de mi pueblo
pero fue tocado
y zozobró
dejó las lluvias
y las noches de invierno
y la luz lo desconoció
hasta abandonarlo
terminó mezclándose
con el cemento
y las palabras
y ante tanto dolor
y desconcierto
prefirió la voz de dios
De expiario – ediciones del náufrago – 1998 – Inédito
te hallé donde los días se pierden. esbelta de confines llevabas mi alegría. donde los pájaros descienden a beber de tu equilibrio. estabas para entender de mares y tierras divididas. ángel perdido en su ceguera de basalto. labios que redimen el brillo de la muleta. expandiendo el vicio de página siguiente. quitándole el después a las horas de las lluvias. reservaste para el final el llanto del artesano.
(XIV)
De ebriedad – ediciones del náufrago – 1998 – Inédito
poema 45
se desencadena remoto lacerado a contraluna
recuerda y recorta errante del reino
sobreviene calla sabe el nombre y calla
jadeante de caminos sin júbilo y estacas
penetra extravíos y el sonido detenido
busca bordes en el grito hondo de la especie
juega a anochecer abruptamente
y sólo espera del alba un mundo aligerado
De Blues de la Damainvierno – ediciones del náufrago – 1999 – Inédito
lo poco que permitió saber a los mortales
fue su verticalidad de panal y desvelo de espina
querella de pan y fervor de labios en sus cabales
entre charlas de porcelana y aquello que hubiera valido la pena
en su húmeda caída de hembra niña propiciatoria
vida sin cómplices ni tratativas de huesos
subida a los trenes y a las lluvias con afán de desaparecer
alejándose con la tristeza de un vestido tras una vitrina
que la laberinta en encrucijadas de hechos y pavor
el tiempo en su espesura abanicará sus otoños
en esta extensión de roca el vientre y su perfil confunden
favorecen al asombro y a la herida de la luz
y esta tramposa quietud flota en recintos hechizados
condenados por caricias y cercanías incandescentes
un horizonte nos atrae con su ferocidad inalcanzable
arrastrando nuestro túnel con mirada nocturna
noche de mujer sin nombre
miro el cielo que se angosta
no voy a decirte que te amo en este conjuro
en esta fatalidad
sólo describir la inmovilidad de esta muerte del aire
ningún fuego ningún mensaje
nada que se teja o que vuele apenas
el rumor del mar
en fría escalinata
anunciada por las aguas para que corra
para no hundirme dos veces en su carne
y atarme a su sangre deshabitando los regresos
al marco indisciplinado de la cicatriz
y a la sílaba tenaz que tomó mi forma
el instante de tus caderas y las tinajas de tus pechos
las admiré con manos que desconocía
los acaricié con ojos de postales amarillas
una luna de jade parpadea sus tatuajes de viejo esplendor
la sangre emprende sus esquinas veraniegas
hora de asistir al llamado del mar salvajemente
a golpes de albatros en el muelle del aire
la llamé a cielo limpio
y a espaldas de palabras
en cada estación
con el color de sus frutos
en el desorden de la esperanza
ocultó sus soles
en la más antigua de las miserias
su fuga imprecisa
De Veinte poemas para ser leídos en un transporte público privatizado – ediciones del náufrago – 2000 – Inédito
20
no hay música
en esta transparencia del aire
ni sílabas de flor
andar por la vida
en estos suburbios
no es lo que esperábamos
de estar vivos
a mitad de la noche
hacemos un alto de cordura
estiramos la mano
para que el futuro
nos dé un lengüetazo tibio
De finis terrae – ediciones del náufrago – 2001/2010 – Inédito
hoy en tanto
las tantas muertes visitan mi osamenta
no puedo rechazar sus países de alas y muelles solitarios
el amanecer es una confusa máscara para mi corazón
y voy de mi reloj al dueño de las estrellas
me habitan con estremecimientos de oleaje y de leyenda
frecuentan mis libros y las aristas de los muebles
hablan de manera alocada para no contestar una mísera pregunta
llegan inoportunos a excitarme de horizontes en la sangre detenida
me acompañan enfundados en sus ropas marinas
cuando se alejan con temor de calendario
arrastrando el alma acariciada por los vientos
giran errantes con su vociferar fosforescente
insomnes en su piel de hospitales y besos que son de mi demencia
me invitan a un corto vuelo de pájaro con sus manos lluviosas
pido acompañarlos pero una risotada de tren se pierde
entre las sombras
y a la deriva se deslizan como una plegaria
no hay hechizo de la memoria ellos saben el desenlace
sus abrazos buscan mi cuerpo furioso
deseosos de vida dan portazos o hacen crujir una silla
estarán siempre en mí con la piedad y la sabiduría del final
una dádiva de muerte para dar empuje a esta vida
alguna vez tuve algo que ver con ellos pero ahora son como niños
se hacen los desentendidos del amor y de que se los echa de menos
exijo por las respuestas que se llevaron pero eso los aleja
sin antes desordenar los papeles que me atan a la vida
esos malditos muertos tan queridos que me alejan de
casa
De 18 poemas últimos – ediciones del náufrago – 2011 – Inédito
4
es dar ese paso
de rostros en lentitud
irreversible
de noche espumosa
que sumerge a los trigales
descendiendo a un cielo
ligado al adiós
y a prendas de mujer
asomadas a la palabra
por canales de graciosa muerte
y otros desamparos
ese viaje de un paso
que nos aproxima tan lejos
tan ajeno como un sueño
y el grito de las campanas
promesa de elocuencia o desarraigo
entreabre perfumes y hechizos
y errantes serán
centímetros de asombro
en el mediodía del color de los tigres
desnuda pensamientos de luna
en su pretensión de cristal
hacia atrás
siempre corto de travesía
y de repartida claridad
para quedarse
y ver qué pasa
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario