ALEJANDRO MAGALLANES
Alejandro Magallanes (1971), nació y vive en la Ciudad de México. Estudió filosofía y artes plásticas. Es pintor, diseñador, ilustrador y poeta. Ha publicado más de 20 títulos. Sus obras se han exhibido en diferentes países de América, Europa y Asia. Alejandro obtuvo la medalla Josef Mroszczak en la XVI Bienal del Cartel en Varsovia, el tercer lugar en la bienal de carteles a favor de la ecología 4th Block en Ucrania y el premio Golden Bee en la categoría de libro en la Bienal del mismo nombre en Rusia, es un tipo singular, perito del sacapuntas, torturador de la tipografía, encargado de una carabela –la de su imaginación– que navega mares de papel y mermelada, olas de grafenberg y litorales de grafito.
Es un creador vertiginoso y desaforado, autor de chispas sádicas, humor irreverente, tedio aguado, alegría sorprendida y potente puerilidad: un ingenio lúdico fresco como un lenguado recién sacado del agua. Proteico y polimorfo, el chorro de su gracia se dispara hacia todos los registros, tal como puede (debe) verse en el desopilante ¿Con qué rima tima? Retrato de un poeta contento (porque ya comió).
El libro acaba de aparecer en la Editorial Almadía, cuyo diseño está, por cierto, en sus manos (los escritores la procuran sobre todo para ver qué portadas les asesta Magallanes a sus escritos). Lo encuentro formidable. Es un ingenio en amasiato con el diseño tipográfico y pictogramático, el dibujo, la fotografía, la escultura...
A veces, se desdobla en una música audible, que rima con la visual, como en su “Himno anglosajón de una Organización No Gubernamental” (ONG), jitanjáfora que recuerda a José Juan Tablada rimando Pekín con Nankín y palankín:
ONG
Ping pong
Hong Kong
So long
Ding dong
Hong Kong
Vietcong
So wrong
Sing a song
O a veces se lanza a ingeniosos juegos tipográficos, como el abundante “Harem” lleno de hetairas carnosas con sus tetas (. )( .), sus nalguitas ( ) ) y sus pubis V.
O tiene hierofanías luminosas: la aes una dimpotente.
O resuelve adivinanzas tan a la vista que nadie las había visto:
BL NCO
O a veces en la escuela de los carmina figurata o en los caligramas de Apollinaire, y hasta en la poesía concreta brasileña, como en “La muda agoniza”.
La muda agoniza
Alejandro Magallanes
O a veces en greguerías (esas flechas analógicas que siempre dan en el blanco) a la Gómez de la Serna: Una corcholata es una botella circuncidada.
O en poemínimos a la Huerta:
Propietaria
Soy la dueña
triangular
de cuatro centímetros
púbicos.
Celebro el ingenio de Magallanes, explorador de continentes inauditos, e invito a su lectura. Un poeta contento para lectores ídem.
¿CON QUÉ RIMA TIMA?, DE ALEJANDRO MAGALLANES
Es ilustrador, de los buenos pero no de los convencionales. Se le da jugar con palabras. Hace poemas cuando tiene tiempo. Me lo imagino sonriendo cuando se pone a dibujar/escribir. También cuando come; así se encarga de contarlo en la portada de este libro, con el dibujo que lleva como pie: “Retrato de un poeta contento (porque ya comió)”. Editorial Almadía publicó este experimento lúdico suyo, que recién terminé y del cual hace poco subí a este blog un fragmento sobre la felicidad y los mangos de manila (aquí va el link: http://wp.me/p1POGd-1pX).
Encuentro difícil describirlo, porque tampoco se trata de quitarle al lector el placer de hincarle el diente. Por decir algo, ahí van tres cosas: 1. Es una ricura, un divertimento visual y textual, una nueva vuelta de tuerca a la propuesta inaugurada por Apollinaire y Mallarmé, continuada por la poesía concreta, en la que forma y tipografía son parte del texto; 2. Hay que comprarlo y leerlo para que el autor siga sonriendo (porque tiene algo para comer); 3. Agradecería que en la reimpresión, que seguro Almadía tendrá que hacer, le ponga un papel más grueso.
Adivinanza
Mi cuerpo se compone de sal
Mi cuerpo se descompone en arena
Pero no soy mar.
LA VERDADERA FELICIDAD TIENE QUE VER CON LOS MANGOS DE MANILA
“Ser feliz es muy fácil. Cuando es temporada de mangos de manila, te comes por lo menos uno al día (sin limón, sin chile piquín). Los mangos no deben tener en su cáscara manchitas negras, no deben estar verdes ni demasiado maduros. Es mejor si no son transgénicos. De preferencia quítales la cáscara con los dientes y no uses trinches. Es importante que el jugo no escurra entre los dedos más de lo normal. Trata de comerlos hasta que el hueso tenga una coloración blanca. Permanece con las fibras entre los dientes al menos por hora y media. No tires la piel a la basura. Sepárala y sácala al sol. Después tritúrala y cuando esté reducida a polvo, guárdalo en una urna, para que cuando mueras te entierren con ella. Pide a tus seres queridos que si te incineran rellenen tu boca con el polvo de mango de manila antes de quemarte. Es aconsejable que cuando no haya mangos de manila, no pienses demasiado en ello”. -Alejandro Magallanes, ¿Con qué rima tima? (Editorial Almadía)
Suscribo esta definición terminante de felicidad dada por Magallanes, notable ilustrador mexicano que coquetea con la poesía cuando está de vena (tanto él como la poesía), lo cual se ve que ocurre seguido. Está incluida en un genial volumen ilustrado que publica Almadía, editorial oaxaqueña que se atreve a hacer lo que los grandes grupos ven como locura y que los lectores aplaudimos hasta que las manos se nos ponen rojas.
PD Nota para los lectores no-mexicanos de este blog: sé que es prerrogativa de cada país llamar a una fruta como le venga en gana. Aquí decidimos nombrar “de Manila” al mango de la foto, supuestamente llegado de allá hace siglos. Hoy ya no viene de tan lejos, pero no importa: por cariño le conservamos el apellido.
¿Quién les dijo a ustedes que eran poetas?". Alejandro Magallanes
Queridos poetas:
quiero ser poeta como ustedes:
quiero percibir la belleza:
quiero entender las palabras:
quiero sentir lo que sienten los poetas.
Y lo más importante:
quiero que me digan:
por favor
¿Quién les dijo a ustedes que eran poetas?
Queridos poetas:
quiero ser poeta como ustedes:
quiero percibir la belleza:
quiero entender las palabras:
quiero sentir lo que sienten los poetas.
Y lo más importante:
quiero que me digan:
por favor
¿Quién les dijo a ustedes que eran poetas?
El diseño es de Magallanes
Es una de las presencias más notables en el diseño gráfico contemporáneo. Y también una de las más reconocibles, cuando se está ante un libro que ha pasado por sus manos. “La técnica sin idea es un engañabobos. La idea sin técnica es una lástima”, afirma Alejandro Magallanes. Felizmente, él dispone siempre de ambas cosas
Por GONZALO JÁUREGUI
"Una portada buena tiene que sugerir, de ninguna manera imponer", afirma el diseñador. Foto: Lalis Jiménez
“Es un genio, yo se lo digo medio en broma medio en serio”.
El diseñador Felipe Covarrubias revisa un libro publicado en 1996 que fue parte de una exposición presentada en Checoslovaquia. Las páginas muestran el trabajo de una generación de diseñadores, desde Vicente Rojo hasta Alejandro Magallanes. En la foto, Magallanes aparece con el pelo largo. Con 25 años apenas, es uno de los más jóvenes de la lista.
“Alejandro es del 71. Son de las primeras cosas que hizo, pero ya desenfadado, porque este dibujo, ninguno de nosotros —de la vieja guardia, digamos—, ninguno de nosotros iba a hacer un dibujo tan simplón, tan infantil como éste. Él está haciendo cosas que nadie se había atrevido a hacer, no porque no se nos ocurrieran, sino porque a uno se le hacía como hasta una falta de respeto editorial”.
Alejandro Magallanes
Covarrubias asegura que Alejandro Magallanes es “miembro punta” de una generación posterior a la de Germán Montalvo. A él se lo presentó el diseñador Rafael López Castro en una cantina. Le cayó bien. Tiempo después, Magallanes, Montalvo y Covarrubias viajaron a Chihuahua para dar unas conferencias: el primero representó la genialidad, el segundo el oficio y el tercero la trayectoria.
“Lo considero un parteaguas en este asunto de la comunicación visual. Con algo tan simple como un lápiz y un papel en blanco, Alejandro desarma cualquier concepto. Va mucho al concepto de las cosas”.
Y continúa: “¿A qué hora termina uno un trabajo? Si no le habla uno al cliente, uno sigue. Poniéndole y poniéndole y poniéndole y poniéndole. Y quitándole y poniéndole: un sombrero, una letra más grande, una letra más chica. Alejandro no. Alejandro va al concepto en cuarenta segundos. Ya está. Alejandro es artista y es diseñador. Cuando es la cosa utilitaria, la resuelve, y cuando debe ser una obra de arte, lo hace”.
Los carteles
A finales de abril, Magallanes estuvo en Guadalajara. Durante una entrevista que se llevó a cabo en el Hotel Demetria, en donde estaba para participar en Wit Feria de Diseño 2016, el diseñador nacido en la Ciudad de México recordó que su carrera comenzó cuando era estudiante de Diseño Gráfico en la Escuela Nacional de Artes Plásticas.
Su primera chamba llegó en 1993. Ese año se encargó de diseñar el logotipo de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. En ese entonces, su preferencia era hacer carteles. El gusto le nació en la biblioteca, en donde revisaba revistas suizas y japonesas que contenían imágenes impactantes y conmovedoras. Él se repetía que quería hacer un trabajo similar a ése.
Una persona que vio los carteles de la comisión lo invitó a realizar diseños para el cine. Magallanes no los firmaba porque pensaba que los carteles eran imágenes públicas y a nadie le interesaba saber quién las hizo. Sin embargo, un día el diseñador gráfico Rafael López Castro le dijo que se hiciera responsable de sus imágenes.
Después de los carteles de cine vinieron los de teatro y danza y los de festivales culturales. Al diseñador le da pena contar que una de esas imágenes, realizada para Voces Interiores, un ciclo de monólogos que se presentaría en la Universidad Autónoma Metropolitana, provocó el enojo de la actriz Susana Alexander. Magallanes había pensado que ese espectáculo se hacía desde las tripas, y por eso puso una panza peluda, grande y asquerosa.
“Siempre me ha parecido muy divertida la idea de que algunas imágenes te puedan chocar. Me parece que se produce un fenómeno de comunicación interesante. Hay muchas más categorías que lo feo y lo bonito. También puede ser estremecedor, o incluso te puede molestar. Cuando ocurre eso, el trabajo funciona como un espejo. Y cuando funciona así y reaccionas ante eso, es una imagen que va a quedar para siempre, para bien y para mal”.
En el libro Historia del diseño gráfico en México 1910-2010 (INBA, 2010), Luz Carmen Vilchis Esquivel destaca que antes que el cartel existió en México el bando. Durante el virreinato se usaba para dar a conocer informes, advertencias o comunicados oficiales y también para promocionar productos, servicios y espectáculos públicos.
En el siglo XX, los carteles se utilizaron para anunciar películas, conciertos, recitales y exposiciones de artes plásticas. Según Vilchis Esquivel, eran incipientes diseños que, en general, se limitaban a plasmar el título, el elenco, la sala de proyección y el costo de entrada. Fue el recurso de peso para la difusión de espectáculos populares o para cumplir con una tarea informativa y hasta lúdica.
Para Magallanes, en la actualidad un cartel debe responder a las preguntas cómo, por qué, cuándo, para quién. Pero también debe tener diferentes capas de contenido, como si fuera un gran sándwich, de modo que cuando una persona lo paladee no pueda descifrar por qué le gusta o por qué le molesta.
Las portadas
Según Elvia Carreño, especialista en libros antiguos, en 1558 Felipe II obligó a los impresores a poner en la primera hoja su nombre además del escritor, así como el título del libro, el lugar y el año de impresión. Estas portadillas se caracterizaron por el uso de orlas con motivos florales o por llevar grabados de xilografía centrados y acompañados por el título y los datos del autor.
Vilchis Esquivel asegura que desde entonces, las portadas de los libros tuvieron influencias del barroco, con una visión arquitectónica, ya que en ellas se incorporaban dibujos de frontispicios. En el siglo XVIII se recurrió a los elementos del periodo Clásico y en ocasiones las portadas sólo contenían un grabado caligráfico que solía presentar el escudo del impresor, del autor o del mecenas. En el XIX se regresó a los motivos góticos y se utilizaron los tipos llamados “de fantasía”, que junto con otras fuentes propiciaron diversos estilos.
Esta autora advierte que, a principios del siglo XX, la situación sociopolítica y económica frenó el trabajo artístico y las innovaciones en el diseño del libro, hasta que pintores, grabadores y dibujantes egresados de la Academia de San Carlos aprendieron el dominio de las páginas impresas. Trabajaron con tipógrafos y lograron proyectos editoriales formal y estilísticamente cuidados. Y durante la segunda mitad del siglo, el diseño gráfico creció hasta formar parte de los programas de estudio de las universidades. Los diseñadores gráficos se profesionalizaron. Uno de los primeros fue Vicente Rojo. Pero a partir de los años ochenta, la magnificación de la tecnología propició la pérdida de espontaneidad, creatividad e innovación que anteriormente permitían la manualidad y sus tiempos de reflexión.
“Es cierto que los diseñadores pueden ser más precisos, libres e independientes; sin embargo, se han contaminado con el trabajo que antes delegaban a otros quienes tradicionalmente realizaban el trabajo mecánico. Los diseñadores se enfocaban más en el concepto, la idea, la forma, en la visualización y la composición”.
Las de Magallanes
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Lectura 2015, 1.5 por ciento de los lectores en México escoge los libros que lee por la portada y las ilustraciones. Quizás esto se deba a que, como escribió Gabriel Zaid (Letras Libres 210), “muchos diseñadores diseñan para el ojo que hojea, no para el ojo que lee. Arman páginas bonitas de ver (como carteles llamativos), pero difíciles de leer más allá de las fotos y los titulares”.
Uno de los que diseñan para el ojo que lee es Vicente Rojo. En 1967, la editorial Sudamericana publicó Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. La portada de la primera edición de este libro sería concebida por Rojo, pero su trabajo se extravió y la editorial tuvo que improvisar otra en la que aparece un galeón perdido en medio de una selva azul.
En una nota publicada en El Heraldo el 22 de abril de 2014, Rojo afirma que para realizar la carátula se inspiró en los diseños de viñetas mexicanos con motivos escolares y populares del siglo XIX. “A mí no me gusta que las portadas sean impositivas. Yo pienso que una portada buena tiene que sugerir, pero de ninguna manera imponer el criterio del diseñador”, dijo en esa entrevista.
Casi cinco décadas después, a Magallanes le tocó diseñar de nuevo las portadas de los libros de García Márquez. En el sitio de internet Me gusta leer, de Penguin Random House, aparece un árbol negro, deshojado, sobre un fondo azul, que acompaña a la nueva edición de Cien años de soledad. En el portal se menciona que “las portadas de los libros que forman la nueva Biblioteca Gabriel García Márquez en Literatura Random House son obra del reputado diseñador gráfico mejicano Alejandro Magallanes”.
Magallanes dice que lo que más ha hecho en su carrera son páginas. Sus primeros conocimientos del diseño editorial los obtuvo viendo la revista Poliéster. Después pasó por Alfaguara, Tusquets, Clío y el Fondo de Cultura Económica. Ha hecho portadas e interiores, libros lujosos y otros más sencillos que sólo se venden en puestos de revistas.
“Cada portada es una interpretación mía de los textos de ellos y es tan subjetiva que puede partir desde el texto, del título, de un detalle mínimo que yo pienso que, por muy mínimo que sea, tiene potencia, aunque se diluya. Es trabajo de interpretación. Es un poco lo que me provoca o me evoca ese libro o ese título”.
Hace diez años, Martín Solares lo invitó a participar en Almadía. Le dijo que era una editorial oaxaqueña, de gente muy joven y que sería increíble que pudiera proponer unos diseños. El primer libro que diseñó Magallanes fue Los culpables, de Juan Villoro. Siguió El imperio de la neomemoria, de Heriberto Yépez. Uno de los últimos que mostró en su cuenta de Twitter fue Los que hablan (fotorrelatos), de Mauricio Montiel Figueiras.
El escritor Jorge F. Hernández, quien en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara presentó su libro Solsticio de infarto, diseñado por Magallanes, dijo a los reporteros que ahora que Magallanes diseña los libros de Almadía, todos los escritores quieren publicar en esta editorial.
Diego Rabasa, consejero editorial de Sexto Piso, escribió en máspormás que, en todos los márgenes, Alejandro Magallanes “ha logrado tejer una obra que en su amplitud y variedad conserva un tono y un sentido que es a la vez estricto en la honestidad de sus intenciones y desparpajado en el despliegue de sus formas”.
En una entrevista que le concedió a la revista Tierra Adentro, Alejandro Magallanes dijo que “hay quienes critican las colecciones por ser constantes. No obstante, se debe estudiar la inteligencia que esconden esas repeticiones. Por ejemplo, en las de Porrúa sólo cambian colores. Que hayan sido constantes y todos sean iguales, me parece maravilloso. Finalmente, al no dar un tratamiento a todos los libros, sino a un solo libro de tal autor, que publica en Almadía, lo diseño con dos características: pensando que es un libro único y, también, que pertenece a una editorial que está usando una imagen”.
“Dibujo todo el tiempo”
“Dibujo. Dibujo todo el tiempo, escribo todo el tiempo. Todo el tiempo estoy pensando cosas. Es divertido. Todo el tiempo estoy imaginando cosas. Y también todo el tiempo se me ocurren cosas que quiero hacer. Me gustaría hacer un mueble, una película, pienso en cómo lo haría, con quién me acercaría, hay cosas que se podrían hacer y otras no y todo el tiempo es como un ejercicio. Quién sabe por qué pase, pero no me agota”.
Cuando era niño, Alejandro Magallanes veía a su papá hacer letras. Le gustaba verlo. Tenía buena letra. En la escuela era el alumno que dibujaba, el que hacía los periódicos murales y las caricaturas de los profesores. El dibujo lo motivó. Luego vio cómo todos sus compañeros crecieron y dejaron de hacerlo sin que nadie se alarmara.
Para él, el dibujo es una gramática que se aprende desde la infancia. Él dibujaba por razones emocionales, pero también para organizar el mundo que lo rodeaba. Durante su etapa como estudiante de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, escuchó muchas veces a sus maestros decirle que dejara la carrera, pues consideraban que no tenía talento. No les hizo caso.
Lo único que no le gusta de su trabajo son los plazos de entrega, pues en ocasiones resultan muy estresantes. En el futuro le gustaría hacer las cosas con más tiempo.
Magallanes dice que en su trabajo la técnica no sirve sin la idea: “La técnica sin idea es un engañabobos. La idea sin técnica es una lástima. Se deben tener las dos cosas juntas”.
“Quiero seguir teniendo trabajo. Ojalá que pase eso. Me parece que la vida de un diseñador gráfico es corta. ‘Corta’, porque no dura tanto como otras actividades. El diseñador tiene que estar muy al pendiente de las tendencias que existen y que siempre van imponiendo los más jóvenes. Llega un momento en el que te desfasas. Tienes que entrenarte muy bien”.
Actualmente, Magallanes prepara un libro de ensayos propios para la editorial Taurus y una exposición que llevará a Estados Unidos. Le interesa desarrollarse en el terreno artístico, un espacio en el que considera que no debería estar.
“Yo no me asumía como artista. Siempre da mucho pudor decir ‘soy esto o soy aquello’. Y más con palabras que son muy grandes, como artista, filósofo o poeta. Luego, la verdad, piensas: si son grandes es porque nos volvemos un poco solemnes. Uno puede decirlas sin que pase nada”.
Dice que se le etiqueta como ilustrador, aunque en realidad es más diseñador gráfico.
“Ilustro un montón. Pero también he escrito libros. Tengo dos libros de poesía, pero no soy poeta. Hago exposiciones en museos con temas artísticos, pero no soy artista. Yo creo que de ilustrador no queda duda, ni de diseñador. Todo es parte de una obra. Todo es parte de lo mismo. Somos universos súper limitados. En ese sentido, podemos escarbar un poco y es interesante ver qué nos encontramos”.
La mala memoria
Magallanes dice que, en general, la sociedad mexicana tiene mala memoria. Sin embargo, él recuerda que en los años noventa, su generación fue testigo de la revolución digital, pero también de los fraudes políticos, la corrupción y la violencia. “Fuimos la primera generación que utilizó la computadora para hacer sus diseños. Eso cambió mucho la técnica. Antes era mucho más lento el diseño, porque no se podía hacer de otra forma. Fuimos una generación que formó muchos colectivos, nos tocó el movimiento zapatista y eso nos marcó. Nos tocó cuando ‘fraudearon’ a Cárdenas. Nos dieron mucha esperanza, varios nos decepcionamos”.
Su decepción aumentó durante los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Sin embargo, considera que crear es su mejor forma de quejarse. “Dibujaría a la clase política como algo pesado, maltrecho, deforme, descompuesto, terrible. Ayer puse en Twitter que ojalá los políticos no pusieran sus caras en sus carteles. Ojalá que no pusieran sus carteles en ningún lado. ¿Por qué tenemos que ver a un señor enorme, que se está riendo, a fuerza? Está en la vía pública. Nos deberían pagar por verlo, por padecerlo”. m.
Es una de las presencias más notables en el diseño gráfico contemporáneo. Y también una de las más reconocibles, cuando se está ante un libro que ha pasado por sus manos. “La técnica sin idea es un engañabobos. La idea sin técnica es una lástima”, afirma Alejandro Magallanes. Felizmente, él dispone siempre de ambas cosas
Por GONZALO JÁUREGUI
"Una portada buena tiene que sugerir, de ninguna manera imponer", afirma el diseñador. Foto: Lalis Jiménez
“Es un genio, yo se lo digo medio en broma medio en serio”.
El diseñador Felipe Covarrubias revisa un libro publicado en 1996 que fue parte de una exposición presentada en Checoslovaquia. Las páginas muestran el trabajo de una generación de diseñadores, desde Vicente Rojo hasta Alejandro Magallanes. En la foto, Magallanes aparece con el pelo largo. Con 25 años apenas, es uno de los más jóvenes de la lista.
“Alejandro es del 71. Son de las primeras cosas que hizo, pero ya desenfadado, porque este dibujo, ninguno de nosotros —de la vieja guardia, digamos—, ninguno de nosotros iba a hacer un dibujo tan simplón, tan infantil como éste. Él está haciendo cosas que nadie se había atrevido a hacer, no porque no se nos ocurrieran, sino porque a uno se le hacía como hasta una falta de respeto editorial”.
Alejandro Magallanes
Covarrubias asegura que Alejandro Magallanes es “miembro punta” de una generación posterior a la de Germán Montalvo. A él se lo presentó el diseñador Rafael López Castro en una cantina. Le cayó bien. Tiempo después, Magallanes, Montalvo y Covarrubias viajaron a Chihuahua para dar unas conferencias: el primero representó la genialidad, el segundo el oficio y el tercero la trayectoria.
“Lo considero un parteaguas en este asunto de la comunicación visual. Con algo tan simple como un lápiz y un papel en blanco, Alejandro desarma cualquier concepto. Va mucho al concepto de las cosas”.
Y continúa: “¿A qué hora termina uno un trabajo? Si no le habla uno al cliente, uno sigue. Poniéndole y poniéndole y poniéndole y poniéndole. Y quitándole y poniéndole: un sombrero, una letra más grande, una letra más chica. Alejandro no. Alejandro va al concepto en cuarenta segundos. Ya está. Alejandro es artista y es diseñador. Cuando es la cosa utilitaria, la resuelve, y cuando debe ser una obra de arte, lo hace”.
Los carteles
A finales de abril, Magallanes estuvo en Guadalajara. Durante una entrevista que se llevó a cabo en el Hotel Demetria, en donde estaba para participar en Wit Feria de Diseño 2016, el diseñador nacido en la Ciudad de México recordó que su carrera comenzó cuando era estudiante de Diseño Gráfico en la Escuela Nacional de Artes Plásticas.
Su primera chamba llegó en 1993. Ese año se encargó de diseñar el logotipo de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. En ese entonces, su preferencia era hacer carteles. El gusto le nació en la biblioteca, en donde revisaba revistas suizas y japonesas que contenían imágenes impactantes y conmovedoras. Él se repetía que quería hacer un trabajo similar a ése.
Una persona que vio los carteles de la comisión lo invitó a realizar diseños para el cine. Magallanes no los firmaba porque pensaba que los carteles eran imágenes públicas y a nadie le interesaba saber quién las hizo. Sin embargo, un día el diseñador gráfico Rafael López Castro le dijo que se hiciera responsable de sus imágenes.
Después de los carteles de cine vinieron los de teatro y danza y los de festivales culturales. Al diseñador le da pena contar que una de esas imágenes, realizada para Voces Interiores, un ciclo de monólogos que se presentaría en la Universidad Autónoma Metropolitana, provocó el enojo de la actriz Susana Alexander. Magallanes había pensado que ese espectáculo se hacía desde las tripas, y por eso puso una panza peluda, grande y asquerosa.
“Siempre me ha parecido muy divertida la idea de que algunas imágenes te puedan chocar. Me parece que se produce un fenómeno de comunicación interesante. Hay muchas más categorías que lo feo y lo bonito. También puede ser estremecedor, o incluso te puede molestar. Cuando ocurre eso, el trabajo funciona como un espejo. Y cuando funciona así y reaccionas ante eso, es una imagen que va a quedar para siempre, para bien y para mal”.
En el libro Historia del diseño gráfico en México 1910-2010 (INBA, 2010), Luz Carmen Vilchis Esquivel destaca que antes que el cartel existió en México el bando. Durante el virreinato se usaba para dar a conocer informes, advertencias o comunicados oficiales y también para promocionar productos, servicios y espectáculos públicos.
En el siglo XX, los carteles se utilizaron para anunciar películas, conciertos, recitales y exposiciones de artes plásticas. Según Vilchis Esquivel, eran incipientes diseños que, en general, se limitaban a plasmar el título, el elenco, la sala de proyección y el costo de entrada. Fue el recurso de peso para la difusión de espectáculos populares o para cumplir con una tarea informativa y hasta lúdica.
Para Magallanes, en la actualidad un cartel debe responder a las preguntas cómo, por qué, cuándo, para quién. Pero también debe tener diferentes capas de contenido, como si fuera un gran sándwich, de modo que cuando una persona lo paladee no pueda descifrar por qué le gusta o por qué le molesta.
Las portadas
Según Elvia Carreño, especialista en libros antiguos, en 1558 Felipe II obligó a los impresores a poner en la primera hoja su nombre además del escritor, así como el título del libro, el lugar y el año de impresión. Estas portadillas se caracterizaron por el uso de orlas con motivos florales o por llevar grabados de xilografía centrados y acompañados por el título y los datos del autor.
Vilchis Esquivel asegura que desde entonces, las portadas de los libros tuvieron influencias del barroco, con una visión arquitectónica, ya que en ellas se incorporaban dibujos de frontispicios. En el siglo XVIII se recurrió a los elementos del periodo Clásico y en ocasiones las portadas sólo contenían un grabado caligráfico que solía presentar el escudo del impresor, del autor o del mecenas. En el XIX se regresó a los motivos góticos y se utilizaron los tipos llamados “de fantasía”, que junto con otras fuentes propiciaron diversos estilos.
Esta autora advierte que, a principios del siglo XX, la situación sociopolítica y económica frenó el trabajo artístico y las innovaciones en el diseño del libro, hasta que pintores, grabadores y dibujantes egresados de la Academia de San Carlos aprendieron el dominio de las páginas impresas. Trabajaron con tipógrafos y lograron proyectos editoriales formal y estilísticamente cuidados. Y durante la segunda mitad del siglo, el diseño gráfico creció hasta formar parte de los programas de estudio de las universidades. Los diseñadores gráficos se profesionalizaron. Uno de los primeros fue Vicente Rojo. Pero a partir de los años ochenta, la magnificación de la tecnología propició la pérdida de espontaneidad, creatividad e innovación que anteriormente permitían la manualidad y sus tiempos de reflexión.
“Es cierto que los diseñadores pueden ser más precisos, libres e independientes; sin embargo, se han contaminado con el trabajo que antes delegaban a otros quienes tradicionalmente realizaban el trabajo mecánico. Los diseñadores se enfocaban más en el concepto, la idea, la forma, en la visualización y la composición”.
Las de Magallanes
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Lectura 2015, 1.5 por ciento de los lectores en México escoge los libros que lee por la portada y las ilustraciones. Quizás esto se deba a que, como escribió Gabriel Zaid (Letras Libres 210), “muchos diseñadores diseñan para el ojo que hojea, no para el ojo que lee. Arman páginas bonitas de ver (como carteles llamativos), pero difíciles de leer más allá de las fotos y los titulares”.
Uno de los que diseñan para el ojo que lee es Vicente Rojo. En 1967, la editorial Sudamericana publicó Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. La portada de la primera edición de este libro sería concebida por Rojo, pero su trabajo se extravió y la editorial tuvo que improvisar otra en la que aparece un galeón perdido en medio de una selva azul.
En una nota publicada en El Heraldo el 22 de abril de 2014, Rojo afirma que para realizar la carátula se inspiró en los diseños de viñetas mexicanos con motivos escolares y populares del siglo XIX. “A mí no me gusta que las portadas sean impositivas. Yo pienso que una portada buena tiene que sugerir, pero de ninguna manera imponer el criterio del diseñador”, dijo en esa entrevista.
Casi cinco décadas después, a Magallanes le tocó diseñar de nuevo las portadas de los libros de García Márquez. En el sitio de internet Me gusta leer, de Penguin Random House, aparece un árbol negro, deshojado, sobre un fondo azul, que acompaña a la nueva edición de Cien años de soledad. En el portal se menciona que “las portadas de los libros que forman la nueva Biblioteca Gabriel García Márquez en Literatura Random House son obra del reputado diseñador gráfico mejicano Alejandro Magallanes”.
Magallanes dice que lo que más ha hecho en su carrera son páginas. Sus primeros conocimientos del diseño editorial los obtuvo viendo la revista Poliéster. Después pasó por Alfaguara, Tusquets, Clío y el Fondo de Cultura Económica. Ha hecho portadas e interiores, libros lujosos y otros más sencillos que sólo se venden en puestos de revistas.
“Cada portada es una interpretación mía de los textos de ellos y es tan subjetiva que puede partir desde el texto, del título, de un detalle mínimo que yo pienso que, por muy mínimo que sea, tiene potencia, aunque se diluya. Es trabajo de interpretación. Es un poco lo que me provoca o me evoca ese libro o ese título”.
Hace diez años, Martín Solares lo invitó a participar en Almadía. Le dijo que era una editorial oaxaqueña, de gente muy joven y que sería increíble que pudiera proponer unos diseños. El primer libro que diseñó Magallanes fue Los culpables, de Juan Villoro. Siguió El imperio de la neomemoria, de Heriberto Yépez. Uno de los últimos que mostró en su cuenta de Twitter fue Los que hablan (fotorrelatos), de Mauricio Montiel Figueiras.
El escritor Jorge F. Hernández, quien en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara presentó su libro Solsticio de infarto, diseñado por Magallanes, dijo a los reporteros que ahora que Magallanes diseña los libros de Almadía, todos los escritores quieren publicar en esta editorial.
Diego Rabasa, consejero editorial de Sexto Piso, escribió en máspormás que, en todos los márgenes, Alejandro Magallanes “ha logrado tejer una obra que en su amplitud y variedad conserva un tono y un sentido que es a la vez estricto en la honestidad de sus intenciones y desparpajado en el despliegue de sus formas”.
En una entrevista que le concedió a la revista Tierra Adentro, Alejandro Magallanes dijo que “hay quienes critican las colecciones por ser constantes. No obstante, se debe estudiar la inteligencia que esconden esas repeticiones. Por ejemplo, en las de Porrúa sólo cambian colores. Que hayan sido constantes y todos sean iguales, me parece maravilloso. Finalmente, al no dar un tratamiento a todos los libros, sino a un solo libro de tal autor, que publica en Almadía, lo diseño con dos características: pensando que es un libro único y, también, que pertenece a una editorial que está usando una imagen”.
“Dibujo todo el tiempo”
“Dibujo. Dibujo todo el tiempo, escribo todo el tiempo. Todo el tiempo estoy pensando cosas. Es divertido. Todo el tiempo estoy imaginando cosas. Y también todo el tiempo se me ocurren cosas que quiero hacer. Me gustaría hacer un mueble, una película, pienso en cómo lo haría, con quién me acercaría, hay cosas que se podrían hacer y otras no y todo el tiempo es como un ejercicio. Quién sabe por qué pase, pero no me agota”.
Cuando era niño, Alejandro Magallanes veía a su papá hacer letras. Le gustaba verlo. Tenía buena letra. En la escuela era el alumno que dibujaba, el que hacía los periódicos murales y las caricaturas de los profesores. El dibujo lo motivó. Luego vio cómo todos sus compañeros crecieron y dejaron de hacerlo sin que nadie se alarmara.
Para él, el dibujo es una gramática que se aprende desde la infancia. Él dibujaba por razones emocionales, pero también para organizar el mundo que lo rodeaba. Durante su etapa como estudiante de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, escuchó muchas veces a sus maestros decirle que dejara la carrera, pues consideraban que no tenía talento. No les hizo caso.
Lo único que no le gusta de su trabajo son los plazos de entrega, pues en ocasiones resultan muy estresantes. En el futuro le gustaría hacer las cosas con más tiempo.
Magallanes dice que en su trabajo la técnica no sirve sin la idea: “La técnica sin idea es un engañabobos. La idea sin técnica es una lástima. Se deben tener las dos cosas juntas”.
“Quiero seguir teniendo trabajo. Ojalá que pase eso. Me parece que la vida de un diseñador gráfico es corta. ‘Corta’, porque no dura tanto como otras actividades. El diseñador tiene que estar muy al pendiente de las tendencias que existen y que siempre van imponiendo los más jóvenes. Llega un momento en el que te desfasas. Tienes que entrenarte muy bien”.
Actualmente, Magallanes prepara un libro de ensayos propios para la editorial Taurus y una exposición que llevará a Estados Unidos. Le interesa desarrollarse en el terreno artístico, un espacio en el que considera que no debería estar.
“Yo no me asumía como artista. Siempre da mucho pudor decir ‘soy esto o soy aquello’. Y más con palabras que son muy grandes, como artista, filósofo o poeta. Luego, la verdad, piensas: si son grandes es porque nos volvemos un poco solemnes. Uno puede decirlas sin que pase nada”.
Dice que se le etiqueta como ilustrador, aunque en realidad es más diseñador gráfico.
“Ilustro un montón. Pero también he escrito libros. Tengo dos libros de poesía, pero no soy poeta. Hago exposiciones en museos con temas artísticos, pero no soy artista. Yo creo que de ilustrador no queda duda, ni de diseñador. Todo es parte de una obra. Todo es parte de lo mismo. Somos universos súper limitados. En ese sentido, podemos escarbar un poco y es interesante ver qué nos encontramos”.
La mala memoria
Magallanes dice que, en general, la sociedad mexicana tiene mala memoria. Sin embargo, él recuerda que en los años noventa, su generación fue testigo de la revolución digital, pero también de los fraudes políticos, la corrupción y la violencia. “Fuimos la primera generación que utilizó la computadora para hacer sus diseños. Eso cambió mucho la técnica. Antes era mucho más lento el diseño, porque no se podía hacer de otra forma. Fuimos una generación que formó muchos colectivos, nos tocó el movimiento zapatista y eso nos marcó. Nos tocó cuando ‘fraudearon’ a Cárdenas. Nos dieron mucha esperanza, varios nos decepcionamos”.
Su decepción aumentó durante los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Sin embargo, considera que crear es su mejor forma de quejarse. “Dibujaría a la clase política como algo pesado, maltrecho, deforme, descompuesto, terrible. Ayer puse en Twitter que ojalá los políticos no pusieran sus caras en sus carteles. Ojalá que no pusieran sus carteles en ningún lado. ¿Por qué tenemos que ver a un señor enorme, que se está riendo, a fuerza? Está en la vía pública. Nos deberían pagar por verlo, por padecerlo”. m.
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