lunes, 6 de marzo de 2017

ALEXANDER SHURBANOV [19.986]


Alexander Shurbanov

(Sofía-Bulgaria, 1941). Poeta, profesor y traductor. Ph.D. en Literatura inglesa por la Universidad de Sofía (Bulgaria) y doctor en Filología por la misma universidad. Se desempeñó, durante más de cuatro décadas, como catedrático de Literatura inglesa en la Universidad de Sofía (Bulgaria). Su trayectoria literaria ha sido reconocida con prestigiosos premios obtenidos en calidad de escritor, traductor e investigador. Sus traducciones incluyen las tragedias de Shakespeare y su versión al búlgaro de Hamlet ha sido puesta en escena durante los últimos cinco años en el Teatro Nacional de Bulgaria. Además tradujo Los cuentos de Canterbury de Chaucer, El Paraíso Perdido de Milton, la poesía y prosa de Coleridge y la poesía completa de Dylan Thomas. Ha publicado en poesía The Third Hand (1977), Forgotten Clouds (1983), A Place for Man (1987), Flowers of Frost (1994), The Ring of Time (1997), Frost-Flowers (Bilingual Bulgarian-English Collection, 2001), Beware: Cats (Bilingual Bulgarian-English Collection, 2001), Dove at My Window (2006) y Reflections (2011), entre otros.


Antes de que la nieve caiga. 11 poemas de Alexander Shurbanov


Se presenta, por primera vez en español, 11 poemas inéditos del poeta búlgaro Alexander Shurbanov, que serán próximamente publicados por la editorial Scalino en Sofia. Shurbanov es uno de los escritores y traductores más reconocidos del panorama literario búlgaro contemporáneo, cuya trascendencia poética se pone de manifiesto en este ciclo de poemas dedicados a los árboles.


Por Alexander Shurbanov
Traducción del búlgaro Reynol Pérez Vázquez
Crédito de la foto el autor


¡Con cuánta agilidad
se encarama al árbol
la ardilla!
Pero la paloma
la ha aventajado hace ya mucho:
está balanceándose en la cima.
Y es tan simple
su secreto:
dejar de lado toda clase de respaldo,
apoyarse
únicamente en aquello
que respiras
y abrir los dedos
a todo lo ancho,
hasta donde las uñas
olviden que son uñas
y se abandonen,
para florecer en alas.



Llovizna

Entre los escasos árboles del parque
la llovizna
no cesa…

Dos estudiantes de secundaria
de camisolas oscuras
fuman a escondidas.
Taciturnos y desolados.
Silenciosos.
Como si fueran a retarse a duelo.

Una llovizna
sin cesar está cayendo sobre el parque,
pero el follaje aún sigue seco.



Parque público

Y la gente plantó el bosque
–el cual había talado–
en el corazón de la árida ciudad.
Y las verdes cimas de los árboles hicieron oír su alboroto.
Llegaron también los pájaros,
porque conocían el bosque,
y se instalaron en él,
y despertaban la mañana con cantos.
Y llegaron las lluvias
y el sol,
lo mismo que las plantas
y las hormigas,
porque conocían a los árboles
y los amaban.
Llegaron a su vez los vástagos de la gente
y colmaron las sombras de bullicio.
Y sonrió Dios
al ver
que tenía ayudantes
y la creación
continuaría.



Tengo tiempo

Un arborzuelo –despeinado y travieso–
por un instante se separa de los demás,
ordenados junto a la línea,
y se lanza hacia el tren
con todas sus ramas erizadas:
–¡Bu!
–pretende asustarlo.

El tren, sin embargo, no le presta atención.
Se ha echado a correr para cumplir con la tarea
que le han encomendado:
¡no tiene tiempo para jugar con pícaros!

Sólo yo,
pese a que me traslada el tren,
sin afeitar incluso,
sin prisa por llegar a sitio alguno
y con las manos tendidas al viento
a través de la ventanilla bajada,
tengo, tengo tiempo,
arborzuelo, tengo tiempo,
tengo…



Reflejos

El árbol se inclina sobre el agua,
donde igual que algas
crecen
rumbo a él las ramas de su reflejo.
Manos,
tendidas
unas hacia las otras,
sin osar el tocarse del todo.

Como animales hipnotizados
los árboles de uno y otro mundo
se  miran con fijeza mutuamente.
Y pese a pasar tan cerca
y que brillara la luna por encima de mí,
no tembló ni siquiera una hoja.



El jazmín

Más insolente que la grama,
acometedor,
implacable
en el jardín contra sus convecinos,
el jazmín
se introduce en todas partes,
ahoga, echa fuera a empujones, atropella,
quiere más lugar
para sí,
sólo para él.
Un arbusto como éste
no es del todo atrayente.
Pero cuando en junio
se cubra de flores de un blanco nupcial
y colme el aire templado
de su aroma
como perfume del paraíso,
¿quién recordará entonces
sus pecados?



Zarzamora

Malévola es la zarzamora,
ha afilado contra todos
sus innumerables espinas:
¡para que no roces su tronco siquiera!
Es malévola.
Ha penado, según parece.
Sin embargo, antes de que la nieve caiga,
justo desde adentro de su corazón
inquieto
se desentume a través de todas sus corazas
y sus frutos
ofrece a manos llenas
a cada transeúnte.
Y esos frutos,
pese a no llamar la atención en absoluto,
son dulces y olorosos
y ligeramente
ásperos al paladar,
como un amor
que ha guardado silencio
largamente.




Al pie del árbol

El árbol pone su mundo vertical a disposición
de cualquiera que sepa cómo alcanzarlo.
Aquí la ardilla casca tranquilamente sus avellanas invernales,
aquí el arrendajo pasea la mirada por los territorios bajo su tutela,
aquí mi infancia trepa descalza hacia el cielo,
aquí incluso el gato –fiera doméstica– se desliza con astucia,
para probar la dulzura de lo montaraz.
Para cada uno aquí palpita su rama dorada.
Y sólo el perro y el hombre envejecido
alzan desde abajo penosas miradas terrenales
y fascinados se quedan cierto tiempo al pie del árbol
antes de continuar por sus caminos llanos.



Un viajero tardío soy yo

Paso por el camino
al lado de tu casa.
Y el árbol,
que se asoma
por arriba de tu barda,
me regala generoso
sus frutos maduros.
No importuna al árbol.
La barda, ya lo veo, es tuya.
El árbol no.
No importa
que lo hayas cuidado.
Ha crecido solo.
Por encima del camino él tiende
a los viajeros ocasionales
unas ramas alegres e indóciles.
Y tú, el amo y señor, presta oídos:
cada noche
en ellas duermen aves de paso
que tú no conoces.



Paisaje invernal con corneja

La carretera
está cubierta de nieve.
Como si no existiera.
Como si la hubiéramos soñado.
Nos desplazamos lenta y silenciosamente
–un coche detrás de otro–
como niños luego de una travesura.
Confiamos en que debajo de nosotros se halla
la carretera.
Un árbol,
emblanquecido y somnoliento,
a un lado nos señala
que allí es campo raso.
Encima del árbol
se ha posado una corneja.
Es negra.
No la ha tocado la nieve.
Aguarda a que pasemos de largo.
La gente siempre
pasa de largo.



En mi juventud
arrancaba las rosas con más facilidad
y las regalaba,
como si fueran algo
inventado por mí.

Ahora las miro
y las gozo
floreciendo en el rosal.
No las toco.

Ruego que el viento también
conserve intacto
su encanto frágil,
puesto que ignora
cómo repetirlo.

http://www.vallejoandcompany.com/antes-de-que-la-nieve-caiga-11-poemas-de-alexander-shurbanov/



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