jueves, 14 de enero de 2016

ENRIQUE GIL Y CARRASCO [17.902]


Enrique Gil y Carrasco

Enrique Gil y Carrasco (Villafranca del Bierzo (El Bierzo, León), 15 de julio de 1815 - Berlín (Alemania), 22 de febrero de 1846) fue un escritor romántico español. Es recordado fundamentalmente por la novela romántica historicista El Señor de Bembibre (1843), obra maestra de la prosa romántica de ficción española, que sigue el modelo de la novelística de Walter Scott.

Se educó en una familia acomodada, católica y tradicionalista. Manuela Carrasco, su madre, era natural de Zamora. Su padre, Juan Gil, administraba las fincas del Marqués de Villafranca y de la Colegiata de Villafranca. Por ello se instalaron en esta localidad, Villafranca del Bierzo. Aparte de Enrique, el matrimonio tuvo varios hijos: Juana (1813), Nemesia (1817), Eugenio (1819), Pelayo Pablo (1822), que moriría siendo niño, y Águeda (1826), que nació ya en Ponferrada. La desamortización supuso la venta de diversos monasterios de la comarca y el pase de grandes propiedades eclesiásticas, tierras sobre todo, a las manos del Marqués de Villafranca. Eso influyó en el interés arqueológico del hijo; pero el padre no perdió la ocasión de adquirir una casa y un prado, según los documentos exhumados por Jean-Louis Picoche, y tras el fallecimiento del marqués en 12 de febrero de 1821, un inspector de Hacienda descubrió una estafa del padre a los marqueses por valor de 20114 reales, que le supuso la destitución de su cargo y la obligación de devolver el descubierto a la marquesa. La familia se trasladó entonces a Ponferrada, si bien el padre continuó aún trabajando unos meses en Villafranca como administrador del capítulo de la Colegiata y de los bienes de José María Sánchez de Ulloa, heredero del Señorío de Arganza.

Enrique inició sus estudios en el convento agustino de Villafranca entre 1823 y 1828; después pasó a la fundación benedictina de Vega de Espinareda para proseguirlos, según contó su hermano en la biografía Un ensueño. Ingresó en el seminario de Astorga el 18 de octubre de 1829, donde fue más estudiante que estudioso, y lo abandonó para estudiar leyes en la Universidad de Valladolid. Allí aparece matriculado de segundo curso en 1832, porque un decreto de 1830 de Fernando VII ordenó el cierre de las Universidades. Allí permaneció entre 1831 y 1836 y conoció a Joaquín del Pino, José María Ulloa y Miguel de los Santos Álvarez. También es posible que tratase a otros personajes que estudiaban allí, como José Grijalba, Jerónimo Morán, Buenaventura García Escobar, Manuel de Assas o José Zorrilla. La leva de 100.000 hombres para ganar la guerra carlista le hizo dejar la universidad en 1835; fue soldado en el ejército cristino dos meses, pero se reincorporó en diciembre de 1835 a los estudios. Los veranos los pasaba en Ponferrada, realizando excursiones por el Bierzo. Hizo amistad con Guilllermo Bailina y con su hermana Juana, musa de sus primeros escritos.

Poeta y novelista romántico

Se fue a Madrid contra la voluntad de su padre a seguir sus estudios; consta en el libro de matrículas de 1836-1837, en sexto de Derecho. Terminó la carrera en 1839. No se produjo una reconciliación antes del fallecimiento del padre, pues éste murió en Ponferrada el 18 de septiembre de 1837 dejando el cargo de administrador de rentas reales, que era de carácter hereditario y debía corresponder a Enrique, a su hermano Eugenio y Enrique no vino ni siquiera al entierro. En Madrid el escritor berciano hizo amigos entre los liberales, uno de ellos José de Espronceda, quien leyó en el Liceo, el 7 ó 14 de diciembre de 1837, su poema Una gota de rocío; también leyó allí Espronceda su poema El cisne en 1838. Gil y Carrasco estuvo en el entierro de Mariano José de Larra como un miembro más de El Parnasillo; en este acto se dio a conocer su compañero José Zorrilla. En El Parnasillo, tertulia reunida en el Café del Príncipe, surgió el Ateneo de Madrid, el brillante Liceo artístico (del cual fue un habitual Gil y Carrasco desde su fundación en 1837), el Instituto, y otras muchas varias agrupaciones literarias.

Publicó poemas en El Español y en No me olvides, y se convirtió en colaborador asiduo en prosa y verso de El Correo Nacional, dirigido por Andrés Borrego; para él escribió 9 poesías y un cuento fantástico en 1838; ese mismo año publicó también en El Liceo Artístico y Literario hasta 1839 y en el Semanario Pintoresco Español, dirigido por Ramón Mesonero Romanos desde febrero de 1839. En los últimos meses de 1838 se inicia como crítico teatral de El Correo Nacional, pero también hay escritos suyos en La Legalidad de González Bravo, en El Entreacto y en El Piloto.

En 1838 se leen varios poemas suyos: El cisne, Polonia (una oda patriótica), El Sil, A Blanca y Paz y porvenir (otra oda). En A la memoria del Conde Alange, dedicada a José de Espronceda, y A la memoria del general Torrijos deja ver sus preocupaciones políticas liberales. Como socio del Liceo firmó en el álbum poético regalado a la regente María Cristina en la recepción oficial el 30 de enero de 1838 y asistió a la fiesta con motivo del traslado de la asociación al Palacio de Villahermosa el 3 de enero de 1839. Después se le agravó una tuberculosis que ya arrastraba de épocas anteriores y regresa a Ponferrada. En ese periodo de forzada postración, y reanimado por los vientos del otoño, empezó a escribir la novela El lago de Carucedo, que envió por correo a Mesonero Romanos en marzo y en abril de 1840, y este la publica; en efecto, en la primavera de 1840 ya se encuentra mejor y tres años más tarde concluirá la novela histórica El Señor de Bembibre. En el Semanario Pintoresco Español retoma su actividad como crítico con su artículo sobre las Poesías de Espronceda. El 28 de noviembre de 1840 obtiene un puesto fijo de ayudante segundo en la Biblioteca Nacional gracias a su amigo Espronceda. Aprovecha la documentación que allí obtiene sobre la Orden del Temple para elaborar su futura novela. En mayo de 1841, durante la regencia de Espartero, empeiza a colaborar en El Pensamiento, revista fundada por sus amigos Eugenio Moreno, Espronceda, Ros de Olano y Miguel de los Santos Álvarez. Allí trata temas como Juan Luis Vives o la literatura de los Estados Unidos. Pasó un mes durante el verano boreal de 1841 en Ponferrada. Deja de publicar desde octubre de 1841 a febrero de 1843, consagrado a la redacción de El señor de Bembibre y a los artículos de costumbres que serán editados en 1843 en la colección Los españoles pintados por sí mismos y en Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. El 23 de mayo de 1842 muere su amigo y protector José Espronceda, al que consagra ese mismo día su poema A Espronceda; se siguen los fallecimientos de otros amigos y familiares, deprimiendo al escritor berciano. El poema sobre Espronceda es publicado en El Corresponsal y El Eco del Comercio. Regresa al Bierzo el verano boreal de 1842 con su salud quebrantada y allí realizó excursiones para documentar su Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. En 1843 aparece Los españoles pintados por sí mismos, compendio colectivo de artículos costumbristas donde colabora con tres artículos, y aparecen en El Sol, los escritos que formarán el Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. Ofrede al editor Francisco de Paula Mellado su recién acabada novela histórica El señor de Bembibre. Además colabora en El Laberinto, revista fundada por Antonio Flores, desde noviembre de 1843 hasta que marche a Berlín en abril de 1844. Durante el gobierno de su amigo González Bravo (noviembre de 1843 - mayo de 1844) se le nombra secretario de la legación en Prusia. Además, el presidente del gobierno conservador era cuñado de un amigo de Gil y Carrasco, el actor Julián Romea. En ese cargo debía recorrer todos los länder y realizar diversos informes sobre la industria alemana. Su labor fue fundamentalmente restablecer relaciones diplomáticas con Prusia, rotas desde 1836 y repuestas en 1848, poco tiempo después de la muerte de Gil. Abandona su puesto de bibliotecario el 29 de febrero de 1844 y sale de Madrid a principios de abril; dedica seis horas al día a aprender alemán, lengua que acabará dominando al igual que el francés y el inglés. Visita Valencia y Barcelona tras los pronunciamientos que provocaron la destitución de González Bravo en favor de Narváez. El 20 de mayo embarca en El Fenicio rumbo a Marsella y viaja por Europa durante cuatro meses antes de llegar el 24 de septiembre a Berlín. Pasa por Marsella, Lyon, París (desde el 1 de junio hasta el 9 de agosto), Lille, Bruselas, Gante, Brujas, Ostende, Amberes, Rotterdam, La Haya, Ámsterdam, el Valle del Rin, Fráncfort, Hannover, Magdeburgo y Potsdam. Aprovecha para elaborar su informe sobre la industria alemana. Desde Francia remite dos artículos a El Laberinto y escribe un Diario, donde revela sus gustos literarios: Fray Luis de León, Byron, Schiller, Goethe. En Berlín amista con Alexander von Humboldt y conoce al Príncipe Carlos y a su esposa, a la que dará clases de español.

De su prematura muerte en Berlín

En el verano boreal de 1845 se agrava su enfermedad, pero prefiere permanecer en Berlín antes que marchar a Niza a recuperarse, también para evitar el peligro de un viaje. Regala unos ejemplares de El señor de Bembibre a Humboldt y al rey. Humboldt le ofrece en nombre del rey la gran medalla de oro de las artes y las letras; en correspondencia, Enrique solicita para su amigo la Gran Cruz de Carlos III, que le entregará en su casa a finales de enero de 1846. Pero su salud se deteriora rápidamente y fallece la mañana del 22 de febrero de 1846. Tenía premoniciones de su temprano fin, como se ve en poemas y artículos, y en efecto, murió joven, como muchos románticos. A su muerte dejó a su familia en la pobreza. Fue enterrado en el cementerio católico de Santa Eduvigis, en Berlín. Al sepelio aasistieron el barón de Humboldt, su amigo José de Urbistondo, que costeó un sencillo monumento funerario y diversos diplomáticos. Sus restos se redujeron cuando caducó la propiedad de la sepultura en 1882, y ahora está enterrado allí el cadáver de Peter Reichenperger; los huesos se repatriaron en 1987 a la Iglesia de San Francisco de Villafranca de El Bierzo gracias a las gestiones del profesor Picoce. Los apuntes y enseres de Gil y Carrasco permanecieron en la embajada de Berlín hasta la Segunda Guerra Mundial, en que desaparecieron. Entre ellos había notas de viaje y escritos de los que existe referencia gracias a César Morán. Puiblicaron necrológicas El Castellano, El Español, El Liceo de la Coruña y El Semanario.

Obra

Poemas

Aunque sólo compuso treinta y dos poemas, todos entre 1837 y 1842, Gil y Carrasco merece un puesto entre los poetas románticos. Aportó, en efecto, una rara nota de intimidad, melancolía vital, impalpabilidad lírica y preocupación postmortem que le transforman en el predecesor de Gustavo Adolfo Bécquer. Cantó la naturaleza, haciéndola partícipe de sus sentimientos de soledad, desilusión, fugacidad de la vida, futilidad del esfuerzo del hombre: así, en «La palma del desierto», «La violeta», flor que transformó en emblema de su vida, y en «Un recuerdo de los templarios», donde se evoca la decadencia del castillo de Ponferrada. Se preocupó por la política de sus días: «A Polonia» es un lamento por su reparto; «El 2 de mayo» desborda de fuertes sentimientos antifranceses; «Paz y porvenir» expresa una gran confianza en el futuro de España. Expuso sus preocupaciones del más allá en «El cisne» y «Un ensueño» y dejó una excelente elegía en «A la muerte de Espronceda», poeta a quien, lo mismo que Zorrilla, debe parte de su inspiración.

Viajes y costumbres

Escribió artículos de viajes y costumbres. Entre aquellos destacan «Bosquejo de un viaje a una provincia del interior», muy documentado históricamente, que aprovechó en la redacción de El señor de Bembibre; o los que fueron fruto de su experiencia en el extranjero, «De Lyon a París», «Diario de un viaje», con observaciones sobre costumbres y monumentos artísticos. Entre los segundos son los más notables los tres insertos en Los españoles pintados por sí mismos, de marcado sabor regionalista y de gran valor folclórico y antropológico. En «El pastor trashumante» se nos introduce con términos técnicos en la forma de vida del pastor de Babia (León): su paso a Extremadura, despedida y regreso, trasquileo, asignación de pastos. En «El segador» se habla de la depresión económica de Galicia que obliga a sus habitantes a contratarse como segadores en Castilla: dureza del trabajo, salario, viaje, peligros. Gil y Carrasco alude a un tapiz de Goya como ilustrativo del tipo. En «El maragato» hace una descripción de un mulero y guía entre Madrid y Galicia y se describe una boda en la Maragatería con todo detalle.

Crítica literaria

Contribuyó también a la crítica literaria con treinta y ocho artículos publicados entre 1838 y 1844. Resulta un crítico agudo, que aportó evaluaciones certeras de su tiempo. En «Poesías de Zorrilla», habla de poeta nacional, de la resurrección de las tradiciones, sus imágenes opulentas y sus diálogos dramáticos. De Espronceda destaca las influencias de Béranger y Byron, el escepticismo y la desesperanza y su intento por democratizar la poesía. En «Romances históricos del duque de Rivas» señala el hábil desarrollo, el colorido descriptivo, la influencia neoclásica. Aprovecha la ocasión para apuntar los defectos de El moro expósito. Hizo también reseñas teatrales y de libros; entre estas últimas sobresalen las dedicadas a Juan Luis Vives, en que percibe su sentido reformista y ataca a Rousseau, y "De la literatura de Estados Unidos, por A. Vail", en la que índica las valoraciones españolas de la literatura estadounidense.

El Señor de Bembibre

Se inició como narrador con «El anochecer de la Florida» (El Nacional 1838), novelita corta sobre la recuperación de un joven desesperado, y «El lago de Carucedo» (Semanario Pintoresco, 1840), narración breve sobre el terremoto que, según 1eyenda, formó el lago. En 1844 apareció en Madrid su novela histórica El señor de Bembibre, que obtuvo un éxito resonante.

Gil y Carrasco se inspiró para escribirla en las historias de Juan de Mariana y Jerónimo Zurita, en la Crónica anónima de Fernando IV, la Historia genealógica de la casa de los Lara, de Salazar y Castro, y las Disertaciones históricas de la Orden de los Templarios de Campomanes. Sus modelos literarios son: Bride of Lammermoor de Walter Scott; I promessi sposi, de Alessandro Manzoni, por su fondo moral y religioso, y El templario y la villana de Juan Cortada, con la que coincide en varios aspectos generales.

El fondo histórico de la novela está constituido, por las luchas políticas y militares que envolvieron la desaparición de los templarios durante el reinado de Fernando IV. El tema interesar a Gil y Carrasco por varios motivos: el amor a su tierra del Bierzo, de la que era verdadero apasionado; el innegable romanticismo del asunto, pues se trataba de una orden a a las Cruzadas tii grandeza terminó en dolor; la analogía con la Desamortización de Juan Álvarez Mendizábal, hecho aún vivo en a conciencia española cuando escribía el autor.

El argumento interrumpido acá y allá por referencias a la historia de los templarios, se funda en los infaustos amores de Beatriz y Álvaro. Destinados el uno para el otro, la ambición de Alonso Osorio, padre de Beatriz frustra su destino, en conjunción con una nube de circunstancias desfavorables que entregan a la infortunada muchacha en brazos del Conde de Lemos. En el colmo de la desesperación, Álvaro se hace templario, mientras una lenta cuanto insidiosa enfermedad se apodera de Beatriz. Muerto el Conde de Lemos en lucha con Álvaro, la viuda se llena de desesperación ante los votos religiosos de su enamorado. Dispensado éste por el Papa, y cuando la felicidad estaba al alcance de ambos, muere Beatriz en plena juventud, y Álvaro recibe el hábito de San Bernardo acompañándola al sepulcro poco después. Como en tantas otras historias románticas, se destaca en ésta la frustración de la juventud y del amor por obra del esquema social: la autoridad paterna unas veces, los intereses políticos o religiosos otras. Gil y Carrasco insiste en la infelicidad individual que de ello se deriva, mostrando para ejemplo el castigo consecuente de quien no respeta los derechos del individuo. La extinción de la casa Osorio es, en la novela, un caso típico, que se comenta así:

Quedó un vivo cuanto doloroso ejemplo de la vanidad, de la ambición y de los peligros que suelen acompañar a la infracción de las leyes más dulces de la naturaleza.

Pero, fuera de esta lección moral común a los románticos, hay algo que comunica encanto singular y perennidad a esta producción artística. En primer lugar, el acentuado sentido de la melancolía y tristeza del destino humano: la felicidad pasa, quedan las ruinas, y nada puede torcer el hado implacable del tiempo. Morirá Beatriz, víctima de su propia tristeza, tras una enfermedad magistralmente descrita, que parece la misma del autor. Y todos las demás personas se verán inmersas en un sentimiento nihilista, viniendo a ser sombras que brillan un momento al sol de la tarde.

Se destaca, por otro lado, la importancia de la naturaleza, cuya descripción no tiene paralelo en la época: se trata de una naturaleza concreta, bien conocida por Gil y Carrasco, con la que, sin duda, compartió las penas de la infancia y la enfermedad: la del Bierzo, sus montañas, pueblecitos y castillos, atardeceres y mañanas, así como la cambiante vista de las estaciones, todo ha sido evocado con maestría. Hay que señalar, por fin, el ritmo lento: es una novela estática, en que la acción, mínima y simple, cede el lugar al análisis los sentimientos. Los momentos últimos de Beatriz son magníficos logros en esta dirección: emana honda emoción del intento del .escritor por prolongar unos minutos una vida truncada, que no ha mecido la felicidad sino para morir.

Ediciones

De sus obras existen estas ediciones: El señor de Bembibre (Madrid, 1844). Se han hecho numerosas ediciones posteriores. Poesías líricas (Madrid. Medina y Navarro, 1875), prólogo de Gumersindo Laverde Ruiz. Obras en prosa (Madrid, Laverde Ruiz, 1883), coleccionadas por J. del Pino y F. de la Vera. Obras completas (Madrid, Atlas, 1954), edición y notas de Jorge Campos, BAE, 74.
En el año 2014, la editorial Bierzo Paradiso inicioó la edición de las obras completas de Enrique Gil y Carrasco, junto a estudios y trabajos realizados por estudiosos de su obra, en formato físico y digital. En el mes de abril aparecieron "Biblioteca Gil y Carrasco" los dos primeros tomos: el primero recoge su obra poética, y el segundo la leyenda "El Lago de Carucedo". En el 2015, con motivo del bicentenario de su nacimiento, se completó la edición de las obras de Gil y Carrasco.



UNA GOTA DE ROCÍO

Gota de humilde rocío
delicada,
sobre las aguas del río
columpiada.
La brisa de la mañana
blandamente,
como lágrima temprana
transparente,
mece tu bello arrebol
vaporoso
ente los rayos del sol
cariñoso.
¿Eres, di, rico diamante
del Golconda
que en cabellera flotante
dulce y blonda
trajo una Sílfide indiana
por la noche,
y colgó en hoja liviana
como un broche?
¿Eres lágrima perdida
que mujer
olvidada y abatida
vertió ayer?
¿Eres alma de algún niño
que murió
y que el materno cariño
demandó?
¿O el gemido de expirante
juventud
que traga pura y radiante
el ataúd?
¿Eres tímida plegaria
que alzó al viento
una virgen solitaria
en un convento?
¿O de amarga despedida
el triste adiós,
lazo de un alma partida,
¡ay!, entre dos?

Quizá tu frágil belleza,
quizá tus dulces colores,
tus cambiantes y pureza,
y tu esbelta gentileza,
tus fantásticos albores,
son imágenes risueñas
de contento y de ventura,
son citas de una hermosura,
son las tintas halagüeñas
de alguna mañana pura.
Que acaso bella te alzaste
entre el cantar de las aves
y magnífica ostentaste
tu púrpura y oro suaves,
y con ellos te ensalzaste;
que acaso en cuna de flores
viste la lumbre de día,
y blando soplo de amores
te llevó una noche umbría
en sus alas de colores.
Y en la rama sus pendida
de un almendro floreciente
oíste trova perdida,
en el perfumado ambiente
por los ecos repetida.
Ruiseñor enamorado
cantaba encima de ti,
y junto al tronco arrugado
oíste un beso robado
a unos labios de rubí.

Misterios y colores y armonías
encierras en tu seno, dulce ser,
vago reflejo de las glorias mías,
tímida perla que naciste ayer.
Pero es tan frágil tu existencia hermosa
y tu espléndida gala tan fugaz
que es un vapor tu púrpura vistosa
que quiebra el ala de un insecto audaz.
Mañana ¿qué será de tus encantos,
de tus bellos matices, pobre flor?
No habrá pesares para ti, ni llantos,
ni más recuerdo que mi triste amor.
Si tu vida fue un soplo de ventura,
si reflejaste el celestial azul,
no caigas, no, sobre esta tierra impura
desde tu verde tronco de abedul.
Pídele al sol que con su rayo ardiente
disipe por los aires tu vivir
o a un pájaro de pluma reluciente
que recoja en su pico tu zafir.
Que no naciste tú para este suelo,
para trocar en lodo tu beldad;
tú, más baja que espíritu del cielo,
más alta que la humana vanidad.
Quédate ahí pendiente de tu rama
cual blanco mensajero de oración,
que sólo verte la esperanza inflama
y alienta al quebrantado corazón.
Quizá al pasar un ángel solitario
te cubrirá con su ala virginal…
Si caes envolverá frío sudario
tu forma vaporosa y celestial.




LA CAMPANA DE LA ORACIÓN

Trémulo son
vibra en el viento…
¿Es el acento
de la oración?
¿Es que suspira
la brisa pura,
que se retira
por la espesura?

¿Es que cantan las aves a lo lejos
con voz sentida al apagado sol,
bañadas en los últimos reflejos
de su encendido y bello tornasol?

¿Es el blando ruido de las alas
de los genios del día y de la luz,
que van a desplegar sus ricas galas
a otro país de gloria y juventud?

¿Es la voz destemplada del torrente,
que trueca su mugido bramador
en un himno dulcísimo y doliente,
himno de paz, de religión, de amor?

No, que esa voz misteriosa,
como el crepúsculo vaga,
cual la niebla vaporosa,
solitaria y melodiosa,
como la voz de una maga;

Es más que el leve murmullo
del aura que se despide
y besa el tierno capullo
y un instante , más le pide
con melancólico arrullo.

Es más que el triste cantar
de los pájaros pintados,
que contemplan admirados
nube rojiza empañar
del sol los rayos dorados.

Es más que la voz sonora
que es escapa del torrente
y en himno tímido llora
el muerto sol de occidente,
y aguarda el sol de la aurora.

Es más blanda y delicada
que la confusa armonía
del ala tornasolada
del espíritu del día,
en los aires agitada;

Que es la voz de la campana,
voz de la alegría y tristeza,
de alegría en la mañana,
triste en la noche cercana,
sepulcro de la belleza.

Voz que dulce y apagada
en la oscuridad solloza,
O que rica y acerada
corre los vientos alada
y entre misterios se goza;

Que tal vez recuerda el alma
despertada por su son
horas de plácida calma,
en que, solitaria palma,
florecida el corazón.

Y entonces las oraciones
de la infancia bulliciosa
pasan en blanca visiones
cual aéreas ilusiones,
por el alma pesarosa.

Y las dulces confianzas
de solícita amistad,
las doradas esperanzas,
abandono y bien-andanzas
de la venturosa edad.

Y las pláticas de amor
entre flores y verdura,
que cantaba el ruiseñor
y embellecía el pudor
de conturbada hermosura.

Todo en los ecos se mece
del misteriosos metal,
pero confuso aparece
y sin contornos se ofrece
como vapor matinal.

Que son harto delicados
Aquellos suaves placeres
en que yacen apiñados
ensueños idolatrados
con semblante de mujeres.

Porque en otro pensamiento
se miran sobrenadar,
y siguen su movimiento,
cual marchan al sol den viento,
las escuadras por el mar.

Pensamiento, sí, infinito,
que vaga por el espacio,
pensamiento de proscripto,
en las cabañas escrito,
y en la frente del palacio.

Las músicas de la vida,
el silencio del no ser,
y la amarga despedida,
y la queja dolorida
de las hojas al caer.

La idea consoladora
de otro mundo de virtud,
y la madre que nos llora
y que, aún muertos, nos adora
contemplando el ataúd.

La imagen de la doncella
que su fe nos dio al pasar,
y que tal vez nuestra huella
busca en moribunda estrella
con distraído pensar;

Y el ánima desatada
que va a llamar congojosa
a la puerta nacarada
de la mansión perfumada,
donde el querubín reposa;

Y Dios y la majestad,
y el son de las arpas de oro
en la mística Ciudad,
y aquel inefable coro
por toda una eternidad!!

Ideas son que oscurecen
las memorias infantiles,
y ante quienes desaparecen
y en humo se desvanecen
los delirios juveniles.

Encumbrada en gigante campanario,
desde allí enseñorea al huracán,
soberana de un mundo solitario
de grave y melancólico ademán.

¿Por qué, di, tanto gozo en la mañana?
Por que al oscurecer tanto pesar?
¿Por qué en tus ecos, lánguida campana,
haces así mi corazón rodar?

¡Ay! Cantas la esperanza en la alborada,
la fe sencilla del primer amor,
y en la noche las sombras de la nada,
desengaños y dudas y dolor.

Tal vez eres escala luminosa
por do se sube a la espléndida región:
tal vez eres la senda tenebrosa
que guía al ignorado panteón.

Paréceme en las noches mas oscuras
oír entre tus ecos de metal
unas palabras tímidas y puras,
perdidas en tu acento funeral.

Palabras de abandono y confianza,
blando perfume de inocencia y paz,
ideas de fantástica esperanza,
memorias de dulcísima amistad.

Memorias, sí, del malogrado amigo,
del malogrado amigo que perdí,
que repartía su placer conmigo,
y descargaba su amargura en mí.

Que desplegó mi corazón de niño,
como el alba las hojas de la flor,
y suavizó con maternal cariño
mis ideas de luto y de dolor.

¿Quién sabe si abandona su morada
cuando vas a cantar la última luz,
y cruzando la bóveda estrellada
mezcla a tu son el son de su laúd?

¿Quién sabe si hay un punto en el espacio,
de entrambos mundos eternal confín,
más alto que la cresta del palacio,
y postrer escalón del serafín?
……………………………………………

Tú eres campana, el punto misterioso;
sobre la tierra levantado estás,
y tú sin duda al celestial reposo
del espíritu amigo servirás.

Lanza tu voz, desplégala sonora,
pues que en ella le escucha mi pasión;
si es ilusión, campana bienhechora,
¡Ay! Déjame morir en mi ilusión:

Porque es triste perder el ser que amamos,
y los sueños con él perder también …
¿para qué averiguar si deliramos?
¿para qué razonar si obramos bien?

¡Ay! Es tan dulce al alma abandonarse,
y mecerse en memorias de placer,
y luego melancólica lanzarse
a buscar la esperanza en el no ser;

Que Dios sin duda te colgó en el viento,
como flor del perdido corazón,
cual llama, que el helado pensamiento
convierte en un aroma de oración.

Tú que me traes al rayar el día
vagos recuerdos de la bella edad,
y por la noche pálida y umbría
me muestras la confusa eternidad;

Tú que entre sombras y tiniebla vana
evocas una forma celestial…
¡Bendita seas, lúgubre campana!
¡Bendito, sí tu acento funeral!




LA MARIPOSA

Recuerdos de la infancia

Mariposa, mariposa,
que das al viento gentil
de tus alas de oro y púrpura
el espléndido matiz;
que, veleidosa y ligera,
la tímida flor de abril
besas y al punto abandonas
indiferente o feliz;
tú deslumbraste mis ojos
desde el punto en que te vi,
y fuiste maravilla
de mi embeleso infantil.
Cegáronme tus encantos,
y entonces en pos de ti
vagué por valles y montes,
atropellando el zafir
de la fuente solitaria,
en que encendido alhelí
reflejaba su corona
de arrebolado carmín.
Por ti en los verdes prados
hollé el vistoso tapiz,
por ti la esbelta azucena
con su frente de marfil
en mi carrera afanosa
desatentado rompí,
y su cáliz de perfumes,
y su gala juvenil
a los pies del caminante
sin compasión esparcí.
Y tú siempre vagarosa
el aire hendías sutil
con tu gala envanecida,
sin escuchar ni sentir
las inocentes plegarias
de mi niñez infeliz,
que en fuerza de tu desdén
empañó con su gemir
el cristal puro y luciente
de su rico porvenir.
Vano fue el blando cabello
rizado en sortijas mil,
vana la frente apacible
de pura rosa y jazmín,
vanos los ojos azules
y su cándido lucir,
vana también mi pureza
de celeste serafín.
Mariposa, mariposa,
flor de un aéreo pensil,
hoy que la infancia ha pasado
bien te comprendo, ¡ay de mí!
Cayó el mágico cendal
con que vendado viví,
y pude mirar el mundo
desencantado por fin.
Harto entonces tu lección
en la amargura aprendí,
viendo que bello fantasma
en la senda del vivir
tendías las ricas alas
para esconderme la lid
que me guardaba la vida
en su lejano confín.


¡Pobre niño! ¡Qué inocente
cerré sin dudar los ojos,
con la esperanza en la frente!
¿Por qué no vía la mente
de las flores los abrojos?
¿Por qué sin faro ni estrella
cruzas el mar de la vida,
juventud, pobre doncella,
en sueños de amor perdida,
cándida, inocente y bella?
¿Por qué va tu corazón
como los aires abierto?
¿No temes que tu ilusión
desvanezca el aquilón
del arenoso desierto?
Cuando a vivir nos lanzaste,
criador del ancho mundo,
¿Cómo, di, no reparaste
que la noche nos dejaste
de desamparo profundo?
Si era ley el pelear,
¿por qué en vez del flaco pecho
no nos pusiste espaldar
de diamante, en que deshecho
fuera a estrellarse el pesar?
Porque al fin es el vivir
encarnizada contienda,
y solamente al morir
cae de los ojos la venda
que robaba el porvenir.
Mas de nuestro desvarío
¿quién tiene la culpa, quién?
Tú no la tienes, Dios mío,
que no está el cielo vacío
ni sin flores el Edén.
Si, a despecho de tu amor,
en pos corre el hombre loco
de un fantasma seductor,
deshojando poco a poco
de su inocencia la flor;
si a pesar de las lecciones
que por el mundo esparciste,
acallan sus ilusiones,
devaneos y pasiones
la conciencia que les diste,
¿quién tiene la culpa, quién,
de sus pesares y duelo
si allá en la senda del Bien
a mengua tuvo el consuelo
y le apartó con desdén?
¿Por qué imagina atrevida
el alma desvanecida
perpetua la primavera
sólo con verla ceñida
de su guirnalda hechicera?
¡Ay! Dios abrió el ancho mundo
como un libro a nuestros ojos,
y eran tantos los enojos,
las asperezas y abrojos
en el volumen profundo,
que sólo nuestra demencia
pudo mostrarnos en él
bosques de mirto y laurel
y músicas e inocencia
en encantado vergel.
¡Mal haya quien como yo
tuvo un aviso del cielo
que insensato despreció!
¡Mal haya aquel que buscó
paz y contento en el suelo!
Que no en vano, mariposa,
delante de mí volabas,
porque tú representabas
profecía misteriosa
que a mi vista desplegabas.
Fantasma de la ventura
cual ella rica y brillante,
cual ella galana y pura,
mas a par suyo inconstante,
loca, falaz e insegura,
¿por qué los ojos no abrí
para verte sin pasión?
¿Por qué insensato perdí
mis alegrías por ti
y la paz del corazón?
Cuando en la fuente bebías,
cuando libabas las flores,
cuando en el viento esparcías
hechizos y bizarrías
de tus alas de colores;
cuando entre la sombra y verdura
ibas a perderte errante,
y a gozarte en la frescura
de la selva susurrante
bajo su bóveda oscura;
y luego volvías loca,
batiendo las alas bellas,
festivo enredado en ellas
el céfiro que destoca
mariposas y doncellas,
¿por qué me dejé engañar
de tanta pompa y belleza?
¿No pude, ¡ay de mí!, pensar
que esta gala, esta pureza,
no era cosa de alcanzar?
Mas si en los juncos posada
que orlaban la pura orilla
de la espumosa cascada,
de los ojos maravilla,
mostrábase columpiada,
y allí al parecer dormida
me convidaba tu encanto,
tu vestidura florida
y tu arrebolado manto
a tender mano atrevida,
¿qué mucho que al fin cediera
a tan rosada ilusión?;
¿qué mucho que el corazón
apresurado latiera
con la mágica visión?
Mas por necio o por liviano
frustábase mi deseo,
que era necio, bien lo veo,
fiar el contento humano
de tan frágil devaneo.
Porque eras tú mi fortuna,
y volabas por ser mía,
y aun tan menguada alegría,
larga tal vez e importuna,
juzgaba la suerte impía.
Crucé los brazos al fin,
dejé caer mi cabeza,
y en nebuloso confín
perdiéronse con presteza
sus alas de serafín.
Entonces reflexioné
y en tu oscura profecía
melancólico pensé;
mas, ¡ay de mí!, que tardía
la meditación ya fue.
Tardía sí, que volaron
mis ilusiones contigo,
y solamente quedaron
incertidumbres conmigo
que mi vida emponzoñaron.
Mariposa, mariposa,
si hay en el mundo otros niños
con frente de nieve y rosa,
de cabellera sedosa,
puros y blancos armiños,
ten con ellos más piedad
que la que yo te debí,
porque es inhumanidad
ir a deshojar así
de la inocencia la edad.
Y si a mi vista apareces
no me recuerdes tus daños
sino mis cándidos años,
y mis inocentes preces
y mis dichosos engaños,
¡ay de mí!, porque mi gloria
no está, no en el porvenir
ni en su dudoso lucir;
sólo para mi memoria
hay un cielo de zafir.




A LA MEMORIA DEL CONDE ALANGE

(A mi amigo D. José de Espronceda)

Aún otra vez, callada lira mía,
aún otra vez el himno de los bravos
pueble el silencio de la noche fría
y hiele el corazón de los esclavos.

¡Campo Alange!, ¡perdón!, sombra gloriosa,
perdón para el cantor de los pesares
si en tu corona de laurel hermosa
el eco va a morir de sus cantares.

No es de dolor el himno que te canto,
no es de tristeza tu inmortal memoria,
mengua fueran palabras de quebranto
sobre esa tumba que selló tu gloria.

Mis trovas serán trovas de esperanza,
como en Grecia los himnos de Tirteo,
voces de libertad y confianza
que retumben allá en el Pirineo.

¡Oh!, yo he cantado un pueblo sin ventura,
y noble indignación tronó en mis labios
cuando le vi sumirse en la amargura,
perdido por los reyes y sus sabios.

A ti como bueno pereciste,
a  ti también te cantará mi lira.
Mártir hermoso de los libres fuiste…
Mártir hermoso, tu virtud me inspira.

Cuando tronó el cañón en el Escalda
y el pendón tricolor flotó en Amberes,
marchitando en la sien de mil mujeres
del amoroso mirto la guirnalda,

y al son de fulminante artillería
tu espíritu iba en pos de ardiente bomba
que con fragor horrísono crujía,
como en la mar la temerosa tromba,

¿viste la libertad cruzar el viento,
flotante con su blanca vestidura,
perderse en el azul del firmamento
y aparecer allí radiante y pura?

¿La viste sonreírte y con el dedo
mostrarte en encantada maravilla
el alcázar antiguo de Toledo,
la morisca Giralda de Sevilla?

Y te dijo quizá: “Dulce es mi cuna,
al pie de los naranjos columpiada,
dulce es oír a la serena luna
de un bandolín la música pausada,

dulce es ver de mis hijos las falanges
palpitar de Padilla a la memoria…
Yo templaré en el Tajo sus alfanjes,
los llevaré a los campos de la gloria”.

Y en tu fervor postrado allí de hinojos
le dijiste: “Seré tu caballero.
Dulce será en la llama de tus ojos
los míos enclavar si acaso muero”.

Y guardaste tu fe dentro del pecho
como la fe de tu primer amor,
y flotaron en torno de tu lecho
imágenes de fama y de esplendor.

La libertad cumplió su profecía,
y su pendón se desplegó  en los llanos,
y allá en los montes la bandera impía
se desplegó también de los tiranos.

Y del Tajo corriste a la orilla.
En él templó la libertad tu espada,
te llevó de la mano por Castilla,
y te dejó en su hueste denodada.

Tú del poniente sol a los vislumbres,
de una reina sublime en ademán,
la contemplaste en pie sobre las cumbres
de los gloriosos montes de Arlabán.

Gigante allí se apareció a tus ojos
la sien orlada de un laurel celeste,
hollando del esclavo  los despojos,
y de las selvas en la pompa agreste.

Y te habló en una lengua misteriosa,
dulce como el aplauso de la fama,
y engalanó tu frente generosa
rico trasunto de su viva llama.

Tú, por su amor, intrépido lidiabas,
tu corcel iba en pos de sus banderas,
y otro Arlabán tal vez imaginabas
del cántabro océano en las riberas.

Los hijos de los libres combatían
de la inmortal Bilbao sobre los muros;
los hijos de los siervos sucumbían
dentro del foso reluchando oscuros.

Cuando miraste la ciudad triunfante
destacarse en lo blando de la nieve,
y del vapor de la neblina errante
desaparecer debajo el manto leve,

te soñaste cruzado de la gloria,
y otra Sión fingiste esplendente,
y las trovas del Taso tu memoria
cruzaron en tropel resplandeciente.

Y era con todo la ilusión divina
tu postrera ilusión sobre la tierra,
¡blanca nube de forma peregrina
que deshacen los vientos en la sierra!

¡Tú herido allí por una bala oscura
la víspera gloriosa del mañana
en que del monte ceñirá la altura
el humo del combate de Luchana!

¡Morir y no morir en la pelea
cuando al ronco cañón se enciende el alma
y pecho juvenil para desea
junto a la sombra de triunfante palma!.

Tu vista entonces se volvió a los cielos
empañada en vapor de amarga duda…
La libertad cruzaba con sus velos
las nubes pardas para darte ayuda.

No era el ángel que viste en el Escalda
ni la diosa que en bélico ademán
del occidente en la encendida gualda
se apareció en las crestas del Arlabán.

Era la madre que sus hijos llora,
era la virgen que perdió su amor,
y en quien de un cielo la esperanza dora
las tinieblas confusas del dolor.

Besó tu frente y con amor te dijo:
“bellos fueron tus días en la tierra,
bellos serán entre las nubes, hijo,
do te aguardan los héroes de mi guerra.
Ya no verán los soles de mi gloria
de tu sable el relámpago brillar
ni llenará más páginas la historia
con tu caballeresco batallar.
Mas eres mártir de una santa idea,
blasones y poder por ella diste…
tú mi arcángel serás en la pelea,
pues caballero de mi causa fuiste”.
Y tus ojos entonces se cerraron,
tu alma cruzó los campos de la luz,
y los fuertes guerreros sollozaron
de tu glorioso túmulo en la cruz.

Hoy que tus alas cubren las enseñas
que tu brazo otro tiempo defendía,
y en el silencio de enriscadas breñas
te muestras a mi ardiente fantasía,
hoy te pido un cantar de fortaleza
que truene por los ámbitos de España,
rico en vigor, espléndido en braveza,
rugido de un león en la montaña.
Ven, muéstrate a los ojos de los libres
que con adoración dicen tu nombre;
ora el acerco ensangrentado vibres,
ora te cerque tu inmoral renombre.
Y en tanto que en su mente entusiasmada
eco lejano del cañón retumba,
diles con voz sublime y levantada,
grave con el reposo de la tumba:
“¡himnos sin fin a la guerrera lira!
¡Su voz esparza por el mundo el viento!
¡Himnos sin fin! ¡La libertad no expira,
porque no muere el sol del firmamento!.

Madrid, 8 de noviembre de 1838



NIEBLA

Recuerdos de la infancia

Niebla pálida y sutil
que en alas vas de los vientos,
no así callada y sombría
desaparezcas a lo lejos,
en pos de ti correré ,
sin vagar y sin sosiego,
porque está sedienta el alma
de tus sombras y misterios.
Acuérdate, engañadora,
del inocente embeleso
con que, niño embebecido,
contemplaba tu silencio,
por si en él resonaban
perdidos y blancos ecos
de las arpas melodiosas
de las magas de los cuentos.
Crédulo entonces y puro
rasgar intenté tu velo,
pensando que me ocultaba
sus palacios hechiceros,
sus fantásticos pensiles,
sus músicas y torneos,
y los flotantes penachos
de encantados caballeros.
Rasgada en pedazos mil,
cual perdido pensamiento,
te vi envolver cuidadosa
y con solicito anhelo
las almenas carcomidas
del alcázar, que en un tiempo
escándalo fue del mundo
por su pompa y devaneos
sin ver que era vano afán
y descabellado intento
velar sus rotos blasones
y su mutilados fueros
con tu liviano ropaje,
y más liviano deseo;
y con todo alguna vez
el sol te daba contento
reverberando apacible
del torreón altanero
en el musgo húmedo y triste;
roja chispa de su fuego,
que después tú disfrazabas
hasta mentir el reflejo
de perfilada armadura
de rutilante yelmo.
¡Cuántas veces me engañaste
con dolosos sortilegios,
haciéndome atropellar,
desapoderado y ciego,
las ruinas del castillo,
cándido infante, creyendo
mirar de pie en su poterna
membrudo y alto guerrero
como lúgubre guardián
de la prez de sus abuelos!
¡Cuántas veces ¡ay! Mis lágrimas
por tus mentiras corrieron
al ver que mi fantasía
y mi dulcísimo ensueño
tornábase en mis manos
manojo de musgo seco,
que en vagas ondulaciones
flotaba a merced del viento!
Y a la verdad no era mucho
que el sol oyera tu ruego;
porque nunca le engañaste
para mostrarte severo:
y, a pesar de tus engaños,
yo te adoraba en extremo.
Y aún te adoro, parda niebla,
porque excitas en mi pecho
memorias de bellos días
y purísimos recuerdos;
porque hay fadas invisibles
en el vapor de tu seno,
y porque en ti siempre hallé
blando solaz a mi duelo.

¡Ay del que pasó la infancia
a sus ilusiones muerto!
¡Ay de la flor que fragancia
consume y pura elegancia
en apartado desierto!
¡Ay del corazón de niño
que se abrió sin vacilar,
sin reserva y sin aliño,
pidiendo al mundo cariño,
y no lo pudo encontrar!
Niebla que fuiste mi amor
y de mi infantil desvelo
amparo consolador,
que sola bajo el cielo
comprendías mi dolor;
¡Qué mucho que yo te amara,
yo, desterrado del mundo,
que en ti perdido vagara,
y a ti sola confiara
mi desamparo profundo!
Tú a mi espíritu algún día
dabas tus húmedas alas,
y, demente de alegría,
el vago viento corría
descomponiendo tus galas.
Cuando, en el llano tendida,
los contornos de los montes
ocultabas atrevida,
fingiendo en los horizontes
vaga mar desconocida;
y de la verde montaña,
que asomaba la cabeza
con altiva gentileza,
isla formabas extraña
de delicada belleza:
bogaba la fantasía
por tu misteriosos mar,
y en su ignorancia creía
la virgen isla lugar
de ventura y alegría.
Y crédula soñaba
puerto en la vida seguro,
y desde allí imaginaba
un porvenir que llegaba
sereno, radiante y puro.
En tu piélago tal vez
de gótica catedral
la fábrica colosal
flotaba con altivez,
fortaleza feudal.
Y el ánima embebecida
en entrambas se fijaba.
Y ya  la veleta erguida,
ya la almena esclarecida
solitaria acompañaba.
Que en los mares de ella edad
no flotan, no, de otra suerte
mundana pompa y beldad,
hasta que en la oscuridad
relumbra el sol de la muerte.
Todo confuso y borrado
en tu seno aparecía,
vaporoso y nacarado
y en celajes mil velado
como luna en noche umbría.
Y la mente virginal
que sólo a ver alcanzaba
las rosas en el zarzal
y otros vientos no soñaba
que la brisa matinal;
Tus enigmas resolvía
a favor de la inocencia,
y calma tan sólo veía,
y solamente escondía
amor sin fin y creencia.
Que hay una edad placentera
de vistosos arreboles,
pura como azul esfera,
de espléndida primavera
y mágicos tornasoles.
En que se goza el dichoso
porque en la dicha confía,
en que se goza el lloroso
viendo fanal luminoso
allá en el bruma sombría.
De pura nieve y carmín
formada está el alma nueva:
no es mucho, pues, que se atreva
con el destino, y que beba
en las copas del festín.
Vaga niebla sin color,
no es mucho que vea en ti
serenas noches de amor,
labios de ardiente rubí
y verdes prados en flor.
No es mucho; porque ilusiones
de tan vistoso jaéz
pasan tan sólo una vez
para velar sus blasones
en perpetua lobreguez.
Su blanca luz placentera
brilla un instante no más,
y en la amorosa carrera
de juventud hechicera
no vuelve a lucir jamás.
Niebla, ya no puedo ver
en tu misteriosos espejo
los vergeles del placer,
que el corazón está viejo
de quebranto y padecer.
Pasó mi infancia muy triste,
más pasa mi juventud;
que entonces tú me acogiste,
y hoy mi ventura consiste
en la paz del ataúd.
Mas, ya que has sido mi amor,
envuélveme con tu velo,
dame sombras y consuelo,
que tú sola mi dolor
has comprendido en el suelo.



LA VIOLETA

Flor deliciosa en la memoria mía,
ven mi triste laúd a coronar,
y volverán las trovas de alegría
en sus ecos tal vez a resonar.
Mezcla tu aroma a sus cansadas cuerdas;
yo sobre ti no inclinaré mi sien,
de miedo, pura flor, que entonces pierdas
tu tesoro de olores y tu bien:
Yo, sin embargo, coroné mi frente
con tu gala en las tardes del abril,
yo te buscaba orillas de la fuente,
yo te adoraba tímida y gentil.
Porque eras melancólica y perdida,
y era perdido y lúgubre mi amor;
y en ti miré el emblema de mi vida,
y mi destino, solitaria flor.
Tú allí crecías olorosa y pura
con tus moradas hojas de pesar;
pasaba entre al yerba tu frescura,
de la fuente al confuso murmurar.
Y pasaba mi amor desconocido,
de un arpa oscura el apagado son,
con frívolos cantares confundido
el himno de mi amante corazón.
Yo busqué la hermandad de la desdicha
en tu cáliz de aroma y soledad,
y a tu ventura asemejé mi dicha,
y a tu prisión mi antigua libertad.
¡Cuántas meditaciones han pasado
por mi frente mirando tu arrebol!
¡Cuántas veces mis ojos te han dejado
para volverse al moribundo sol!
¡Qué de consuelos a mi pena diste
con tu clama y dulce lobreguez,
cuando la mente imaginaba triste
el negro porvenir de la vejez!
Yo me decía: “buscaré en las flores
seres que escuchen mi infeliz cantar,
que mitiguen con bálsamo de olores
las ocultas heridas del pesar”.
Y me apartaba, al alumbrar la luna,
de ti, bañada de moribunda luz,
adormecida en tu vistosa cuna,
velada en tu aromático capuz.
Y una esperanza el corazón llevaba
pensando en tu sereno amanecer,
y otra vez en tu cáliz divisaba
perdidas ilusiones de placer.
Heme hoy aquí: ¡cuán otros mis cantares!
¡cuán otro mi pesar, mi porvenir!
Ya no hay flores que escuchen mis pesares,
ni soledad donde poder gemir.
Lo secó todo el soplo de mi aliento,
y naufragué con mi doliente amor:
lejos ya de la paz y del contento,
mírame aquí en el valle del dolor.
Era dulce mi pena y mi tristeza;
tal vez moraba una ilusión detrás:
mas la ilusión voló con su pureza,
mis ojos ¡ay! No la verán jamás!
Hoy vuelvo a ti, cual pobre viajero
vuelve al hogar que de niño le acogió;
pero mis glorias recobrar no espero,
sólo a buscar la huesa vengo yo.
Vengo a buscar mi huesa solitaria
para dormir tranquilo junto a ti,
ya que escuchaste un día mi plegaria,
y un ser hermano en tu corola vi.
Ven mi tumba a adornar, triste viola,
y embalsama su oscura soledad;
sé de su pobre césped la aureola
con tu vaga y poética beldad.
Quizá la pasar la virgen de los valles,
enamorada y rica en juventud,
por la umbrosas y desiertas calles
do yacerá escondido mi ataúd,
irá a cortar la humilde violeta
y l pondrá en su seno con dolor,
y llorando dirá: “¡pobre poeta!
Ya está callada el arpa del amor1”



UN DÍA DE SOLEDAD

L´esprit de la priere et de la solitude
qui plane sur les mots, les torrents et les bois,
dans ce qu´aux yeux mortels la terre a de plus rude
appelá de tout temps des ames de son choix.
LAMARTINE

Hay una voz dulcísima, inefable,
de tierno encanto y apacible nombre,
alada, pura, mística, adorable,
música eterna al corazón del hombre.

Es soledad su nombre acá en la tierra;
mas bendición los cielos la apellidan:
un misterio sin fin allí se encierra,
y a su festín los ángeles convidan.

En alas de un espíritu divino
el alma vagarosa se levanta,
hiende el éter azul y cristalino,
y envuelve en nubes su ardorosa planta.

Y cuando acababa triste, acongojada,
su peregrinación de luz y gloria,
cuando llega hasta el suelo quebrantada,
pobre en ventura, espléndida en memoria;

Entonces mira en rutilante espejo
reflejarse de Dios la omnipotencia,
y, de la gloria pálido bosquejo,
estremecerse el mundo a su presencia.

Y el sol, esplendoroso mensajero,
los prados matizar de bellas flores,
cual esclavo rendido y placentero
que prepara el festín de su señores.

Ve al céfiro mecer las arboledas
en homenaje al Rey del firmamento,
y cual pendones de flotantes sedas
ondear sonorosas en el viento.

Hombre es ya el alma que ángel se miraba,
ser formado de muerte y esperanza.
Nave rota la quilla y en mar brava,
de dudas y de fe triste balanza.

Y con todo, la luz y la armonía,
las aguas y los bosques y collados,
los himnos de tristeza ó de alegría,
los árboles sombríos y apiñados,

Vuelven la paz al conturbado pecho,
apagan el volcán de las pasiones:
duérmese el alma, cual en blando lecho
tímida virgen llena de ilusiones.

Sí; porque un eco a nuestra voz responde,
cual la bóveda santa a las plegarias,
y un ángel Dios en cada gruta esconde
para oír nuestras quejas solitarias.

¡Oh! ¿por qué el genio triste y abatido
cuya cabeza abraza un pensamiento,
y que le ve marchito, escarnecido,
rodar de la ciudad el pavimento;

Por  qué, Dios mío, busca en la amargura,
lejos del mundo, asilo y esperanza?
¿Por qué corre a ocultarse en la espesura,
cual ciervo herido de enemiga lanza?

Nuestro espíritu es obra de tus manos,
infinito cual tú, señor del mundo;
y todo el esplendor de los humanos
no llenará vacío tan profundo.

Para escuchar tu voz consoladora
el ser contemplador deje los hombres,
que vanidad ridícula devora
y mueren por las letras de sus nombres.

Tú pueblas de visiones apacibles
la dulce soledad, inmenso templo,
formas aéreas, suaves, bonacibles,
de tu poder y tu bondad ejemplo.

Por eso en los suspiros de las ramas
suena la voz de un padre cariñosa,
y el alma de un amigo en dulces llamas
arde tal vez en nube silenciosa.

Por eso mira el enlutado amante
allá a los lejos entre parda bruma
flotar la vírgen que perdió distante,
cual en mar borrascosa blanca espuma.

¡Oh Dios! ¿qué explica el delicioso llanto,
la dulce turbación que agita el alma,
bálsamo de amargura y de quebranto,
brisa templada en la profunda calma?

¿Es precursora de la paz divina,
la paz que goza el alma solitaria?
Y ese fanal de amor que la ilumina
¿Es de tu gloria santa luminaria?

¡Oh Dios! ¡una morada en el desierto,
un pájaro que cante tu alabanza,
con una flor sobre el peñasco yerto
meciéndose, cual nave en la bonanza!

¿Para qué más riquezas ni ventura?
¿para qué vanidades pasajeras?
¿De qué sirven amores ni hermosura,
las palmas de la gloria lisonjeras?

¡Ay! Nuestro corazón es un abismo
y cegarlo con flores un delirio:
es el hombre verdugo de si mismo
y por mentida fe sufre martirio,

Buscad la paz orilla de los mares,
pedídsela a la bóveda estrellada,
buscadla en las ruinas y lugares
que recuerden los tiempos y la nada.

Que delante de Dios y lo infinito
truena la voz la verdad sonora;
y cruza el alma, mísero proscrito,
un golfo hacia su patria encantadora.








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