Magdiel Torres Magaña
Tepalcatepec, México 1982
Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas. Es editor de la sección cultural del periódico Provincia y colabora en el periódico Público de Guadalajara. Obtuvo menciones honoríficas en el Premio Nacional de Cuento Carmen Báez en 2002, 2005 y 2006. Ganó el Premio Estatal de Poesía Carlos Eduardo Turón 2011 por su libro Los días con el otro. Ha publicado en revistas nacionales como Tierra Adentro, entre otras.
Los días con el otro
I
Perdón, es que desde que nací no he sido el mismo
Se trata de la necesidad del olvido
la de pasar inadvertido a toda costa.
No aparecer siquiera en el crédito
de la película de nuestra vida.
Tratar de ser a toda costa nadie.
Ser hombre nada más
y por la tarde no ser ni eso.
Es la necesidad de volverse silencio poco a poco
como si se quisiera ser el aire
en la garganta del pájaro
el ruido de la hoja al tocar el pasto.
Ser noche con la noche
ser verde con el árbol.
Más que hombre
quisiera ser árbol
pared
piedra o ventana.
Si fuera pared
(a lo mejor tendría ventanas)
sería dueño de mí hasta los cimientos
no sería tan volátil
tan efímero
tan susceptible en convertirme en gas
en agua o en esqueleto.
Si fuera pared
(a lo mejor tendría ventanas)
me acariciarían las manos de los niños
sería la cama vertical de un romance furtivo
escribirían sobre mí afrentas
consignas
poesía
más de un perro solitario me reclamaría como suya
y quizás lo mejor
si fuera pared
a lo mejor tendría ventanas
si fuera pared
seguramente
tampoco sería hombre.
Mi nombre tiene los silenciosos rumores de los almendros austriacos en
el siglo XVIII. Mi madre
—me dicen—
los oía nacer cuando tras el sexo
una parvada de águilas reales le revoloteaba en el vientre.
Un pequeño pelotón de sombras me ha acompañado desde entonces.
Una guardia sumisa de orgulloso porte militar.
Ya no están.
Supongo que viejos árboles y lejanas tierras reclamaron su presencia.
Sólo un oscuro soldado me escolta
y por las noches
me habla de una amante lejana y antigua
quizás tan vieja como mi nombre.
No tiene nada de malo
leer los poemas de uno
y creerse poeta secretamente.
Es como ver el álbum de fotos
y recordar los momentos que tan sólo son nuestros.
Pero no hay que decírselo a nadie
que nadie se entere de esto
porque el culto a nosotros mismos es un performance de la infamia
y leernos en voz alta
un espectáculo degradante.
Es como si nos encontraran de repente
masturbándonos con la foto de la hermana […]
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