Heiner Valdivia
(Arequipa-Perú, 1978)
Estudio Literatura y Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. ha publicado los libros de poesía Vesperia (2004), El denario habitual (2013), y la plaqueta The maniak letters (2014).
Vesperia (2004)
Vesperia
Parecía interminable
Que la forma nos retorcía el cuerpo,
El abismo de inefables colmenas
¿Jurar?
Quién hubiera abjurado un poco de perdón
Sabiendo un poco de latín,
En sus verdes flamas,
Los almohadones llenos de pulgas.
Persiste la marea sin respuesta,
Tu mirada a desafío,
Un lago inicial de rezongados días.
Persiste, persiste el limbo escarchado de tu cabellera,
El monte que desafía el riesgo genético de las rosas,
Mi dios instruido y ya sin historia.
Tu litografía sin rostro,
Está bien, ¡no existes!
Púlpito solar de inocencia.
Hay quienes se confían,
Que sigilosos vestidos nos ven romper,
Sabiendo un poco de perdón,
¿Fuiste tú,
la obligación de unos
Dioses?
El polen que oprime
una siniestra hernia entre los saurios.
Tú que nos enredas, el quebranto,
El hospitalario molino,
La alta permanencia de una lámpara,
Las criptas que aguardan un brutal enredo.
Juego con un labio cortado por el medio,
A creer que los universos nos consumen.
Estallar en la cuaresma de tu cuerpo,
Recurrente bruma y resina,
Esponsales de titanio, abismales fetos,
Culpable en nuestras riquezas,
En nuestros barco esfumados.
Alecto
II
Quizás sepa que existes
En la inercia de las tuercas,
Poco prevista de escamas,
Azulejos turcos,
Tu nativo color
De ocre zurdo.
Con un mortal respiro
Que nos ahorca,
Células hibridas,
Hidras medulares.
Quizás sepa de una carta ingenua
Que muere de frio,
Bebiendo el roble
Mensaje de las ofrendas.
El denario habitual (2013)
putrefactio
En mi última morada
la bestia que mostraba sus garras
y los límites que tienen a un áspid
oculto bajo el aire sin aroma
Que nos tuesta
desde arriba hacia abajo
sus larvas que crecen sedientas
y mi organismo que se infla
aullando demasiado
en sus nogales fuertes
o la noche
que se abraza a mis costillas
creciendo sin presión
en su asepsia
que revienta el espacioso
agujero de éter
Muerte espectral
abrázame
en tu hora nauseabunda
donde mi peso brilla más que en sus semillas
el mañana que llega
con los bordes sombreados
con los parásitos del río.
***
Es como la piedra
que permanece en un durazno
y el tiempo en una lápida sin lluvia
Es como el río
que se convierte
en barro
Y los árboles que dejan de tener sus raíces
(cruzan los desiertos) / las quijadas
de equinos sin rumbo
buscando el encanto de su aire
sin amanecer
El cuerpo de cáliz no es un fardo sagrado
cae como pluma sin gravedad
en un organismo sin molde
y las hojas que caen sobre nosotros
son lejanas gotas que la obstruyen
y sus varas de incienso
son tan fugaces como el rayo pasajero
las ciudades anteriores que duermen
bajo el edén recubierto con sus pisadas.
coniunctio
Hoy permanecemos tan callados
con las tinieblas que fueron
creadas para la sed
Una edad
en la que podamos jugar
musitar la humedad
el profundo sueño que es un
sonido despierto.
Es como la mujer cubierta de espejos
la que nos visita en cada oscuridad
la que nos habla de otro lenguaje
Sus cartas
que nos recetan una figura tristemente vaga
Una tabla de esmeralda
las cuatro verdades
que se repiten
en una hembra sin forma
entre la sal de su agua aplomada
y el garrote de sus muslos
Con sus garras
de ausentes quimeras
que se recuestan sobre
el sedal de las nubes
mis flechas
que ya no duermen
en su regazo sino entre sus piernas.
En sus ocho patas abiertas
hacia los espinazos del sol
en un baúl que no encuentra
sus papiros de savia
sus huesos color de luna
Eklosión (2015)
Vivir,
detallar una parte indecente de mi piel,
si tuviera una parte de oscuridad
ya anunciaría mi lejanía
(y no saber que algo corresponde
a otra medida).
He oído, de lejos o muy cerca,
vegetales extintos,
vértebras que el mar se cansó de expulsar.
Que son sensibles a la cercanía de los ríos,
como una membrana
que nos deja una materia oscura,
que nos ata cada vez más al mundo,
a la corteza umbilical.
Ver es permitir un nombre en la extrañeza
o tocar el cuerpo más infinito,
lejos de las gravitaciones,
entre mi tejido y su engranaje desorbitado,
o robarle lo imposible al cosmos,
los gestos que dicen contigüidad,
una probeta ajustada
al reloj del infinito,
al cuello de un cormorán simiesco.
Son agrupaciones, fisiologías,
ribosomas cancerosos,
y el genoma es como otra radiación
si ando escapando de inhóspitas tuberías,
como llegar a contemplar la cercanía
de los edificios.
Nacer puede ser algo que no tiene
sus mismas formas,
y el dolor es una espina de clavel,
como la enzima untada
es la proteína de la cobardía,
una sarna antigua
de plaquetas suscritas.
Hay principios que no se pueden
sustraer a una cosa:
Las hojas caen y se detienen.
La muerte que se dirige a su mismo habitáculo
(uno mismo es la marca en la herrumbre)
Porque crecer implica mira a destiempo,
vaciar la copa diaria, existir sin ropajes,
casi en propina,
en una forma suscrita a los templos.
Es como asistir al final de la creación,
en nubes que no encuentran lo ácimo de la uva,
y el miedo de tocar lo palpable,
una tierra extranjera.
Cerca del manantial,
uno se cansa de desollar las piedras,
de oír los brebajes como figuras alambradas,
donde no puedo encontrar
ni el rumbo ni menos la cabida.
Las porciones que se acuestan
sobre el olor de una deidad dormida.
El norte que ya no tiene los mismos
rumbos que se dirigen hacia el sur,
un animal que no deja rastros sino en la arena.
Las huellas, nervaduras recientes,
el círculo que se parece a una caja en miniatura,
y la sombra es la humedad,
la misma grieta sellada
bajo montículos de carbón,
un hueso que no puede crecer muy alto
sin caer en sus mismos cauces,
donde sus paredes
son los perfiles de una mucosa altiva
como la forma de un embrión de fruta,
y la saliva que llega a desprenderse
ya no pertenece al intervalo en donde el agua
de solo caer es un caudal de silencios.
Siento el mismo daño,
mi pierna y el colmillo,
la pesadez de un ruido en la frontera
de otra maquinaria,
sino por el descuido de ese alguien.
Me da miedo existir,
huir del futuro
hacia una bolsa desocupada por su cadáver,
sin saber que huyo de ser distinto,
una caja forense que no tenga sus verdades,
que mis vendas sirvan para dividir el hocico
como cualquier diagnóstico.
No se nos permite tener un pánico,
sudar bajo las cenizas,
bajo el humo que arde a tientas,
tener una memoria,
que tengo la suerte desatada,
recordar si puedo lactar por otro,
si debo oler como antorcha,
mientras vivir sea lo mismo que ser ninguno.
Hace millones de siglos que emanamos
de las simples variedades,
al igual que una torre mal orientada,
donde su creencia escondida
es un sabor amargo de fuente prolija
que no deja escapar el sustento de la horca.
Y las encierra en una forma de inmortalidad
si es que existe ese alguno,
sus cadenas que ya son fermentos ,
cubriéndose con la mucosidad de la escama.
Pues,
el instante dura más que la hazaña,
y tal vez mi cabeza
se descontrole de sus riendas,
y yo sea un hormiguero esperando
el temporal de la balsa.
El silencio puede ser a veces
una virtud equívoca
(tendón y ligamento),
un diagnóstico que remplaza a sus símbolos,
es saber un poco más de lo debido.
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