Leonor de la Cueva y Silva
(Siglo XVII - 1705), poetisa y dramaturga española del Siglo de Oro, sobrina del también dramaturgo Francisco de la Cueva.
Nació en Medina del Campo (Valladolid) a comienzos del siglo XVII. Su primera composición literaria data de 1621; no consta que se casara y se desconocía la fecha exacta de su muerte, aunque se ha descubierto el acta de su fallecimiento en 1705. Dedicó un soneto a la muerte de la reina doña Isabel de Borbón (1645) y otro a la de la reina María Luisa de Orleáns, fallecida en 1689. Aunque de poca originalidad, se tiene a Leonor de la Cueva por una de las más notables poetisas de la época. En cuanto a su producción teatral, su única pieza dramática conocida es La firmeza en la ausencia, de la que se conserva el original autógrafo en la Biblioteca Nacional de España, aunque parece que no llegó a subir nunca a los escenarios y si se representó debió ser en alguna casa particular de Madrid. Es una comedia palatina que se desarrolla en la corte del rey Filiberto de Nápoles. Su argumento es muy lineal y en ella se encuentra una defensa de las mujeres como firmes en el amor frente a los reproches que se les suelen hacer de ser volubles como veletas. Sin embargo, las protagonistas asumen que la mujer es un ser inferior frente a otros modelos femeninos más independientes y que se fraguan sus propios valores, como los de María de Zayas o Ana Caro de Mallén.
Cueva y Silva, Leonor de la
Medina del Campo. Valladolid. 1650
Poetisa y dramaturga.
¿De qué sirve querer un imposible?
Basta, Amor, el rigor con que me has muerto;
cese un poco, rapaz, tu ardiente fuego,
pues ya del alma el señorío entrego
por los ojos no más a dueño cierto;
y aunque es el bien que añoro tan incierto,
que no pasa de vista, a sentir llego
tu fuerza de manera, que me anego
en mil mares de amar sin hallar puerto.
Riño unas veces a mis libres ojos,
mas por respeto de lo que han mirado,
detengo el castigarlos lo posible,
y viendo que padezco estos enojos,
digo entre mí a mi pecho enamorado:
¿de qué sirve querer un imposible?
Soneto
Ya ha salido el invierno: ¡albricias, flores,
árboles, fuentes, prados y arroyuelos,
que del rigor de sus helados velos
os saca el mayo derramando amores!
Ya os cantan dulcemente ruiseñores
llenos de gusto y libres de desvelos,
y liberales los empíreos cielos
os dan la variedad de mil colores.
Ya compone los bellos cuadros Flora,
desafiando el arte a la natura,
a quien vence la hermosa jardinera
que por la vista alegra y enamora,
el alma suspendiendo en la hermosura
de la verde y galante primavera.
Soneto
Ni sé si muero ni si tengo vida,
ni estoy en mí, ni fuera puedo hallarme,
ni en tanto olvido cuido de buscarme,
que estoy de pena y de dolor vestida.
Dame pesar el verme aborrecida
y si me quieren, doy en disgustarme;
ninguna cosa puede contentarme,
todo me enfada y deja desabrida;
ni aborrezco, ni quiero, ni desamo;
ni desamo, ni quiero ni aborrezco,
ni vivo confiada ni celosa;
lo que desprecio a un tiempo adoro y amo;
vario portento en condición parezco,
pues que me cansa toda cosa humana.
Soneto a Floris
Ausente estoy de tus divinos ojos;
en fin, ausente y lleno de desvelos;
si al ausencia cruel siguen los celos,
confieso, Floris, que me dan enojos.
¡Ay! ¡Quién gozara de tus rayos rojos
sin tantos sobresaltos ni desvelos,
pues mientras duran los nublosos velos
he de tener la rienda a mis antojos!
¿Cuándo se ha de acabar, Floris divina,
la rigurosa pena de no verte
y el cobarde temor de tu mudanza?
Que aunque eres en firmeza peregrina,
vive mi amor dudoso de perderte,
aunque más le sustenta la esperanza.
A los celos
Siempre guerra me dais, terribles celos;
celos, nunca acabáis de atormentarnos;
injustos celos, no queréis dejarnos,
pues que siempre nos dais tantos desvelos.
Ladrones sois de el nombre de los cielos,
que os disfrazáis ansí para matarnos,
pues de vuestra ponzoña no hay librarnos,
aunque más por huir alcemos vuelos.
Veneno sois, bastardos, mal nacidos,
de el alma pena y de la vida infierno,
flecha de el corazón, de el pecho fuego,
donde se abrasan todos los sentidos,
y al fin sois, celos, un tormento eterno
laberinto intrincado de amor ciego.
Introduce un pretendiente, desesperado de salir con su pretensión, que con el favor de un poderoso la consiguió muy presto
Sin esperanza en su tormenta esquiva
un navegante, por el mar perdido,
de mil olas furiosas combatido
rota la nave, al agua se derriba;
y aunque su furia de el sentir le priva,
se anima contra el mar embravecido
y sale al puerto de una tabla asido,
muerta su pena ya, su gloria viva.
¡Ay, débil pretensión, que ansina eres
navegante en un mar de mil temores!
rota la nave, muerta la esperanza,
al agua del olvido echarte quieres,
donde, asiendo la tabla de favores,
sales triunfante al puerto de bonanza.
Introduce a una dama que se aficionó a un galán...
Puse los ojos ¡ay! que no debiera,
en quien ya de las flechas de Cupido
mostraba el tierno corazón herido,
para que yo sin esperanza muera.
Huir fácil me fue de la primera
ocasión que a tal daño me ha traído
con resistir mirar tan atrevido,
mas fui mujer, y al fin mujer ligera.
Grillos amor me puso a los sentidos,
y la causa cruel de tantos daños
con sus regalos aumentó mis glorias,
pero sabiendo ¡ay Dios! que eran fingidos,
he sepultado en caros desengaños
mi firmeza, mi amor y mis memorias.
Soneto a la muerte de doña Isabel de Borbón
Este grandioso túmulo erigido,
fúnebre pompa de cristiano afeto
al más hermoso y al mayor sujeto
que injusto triunfo de la Parca ha sido.
Este consigo mismo competido,
de lealtad y de amor piadoso efeto,
de lealtad y de amor piadoso efeto,
funesto ocaso es hoy del más perfeto
sol que gozar España ha merecido.
Con un golpe mortal en breve instante,
al gran Filipo, su divina aurora
la Lis francesa, la beldad galante
quitó, llevó la muerte robadora.
Mas si en eterno imperio más brillante
tantos de gloria grados atesora,
¿para qué España llora
a Isabel de Borbón, que muerta yace,
si al cielo Fénix inmortal renace?
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