Wenceslao Alpuche
Wenceslao Alpuche y Gorozica (Tihosuco, Quintana Roo, entonces Yucatán, México 28 de septiembre de 1804 - Tekax, Yucatán, 2 de septiembre de 1841) fue un poeta, escritor y diputado mexicano.
Quedó huérfano de padre siendo aún niño y al contraer su madre segundas nupcias fue enviado a Yucatán a hacer sus estudios.
Realizó sus estudios primarios en la ciudad de Mérida, ingresó al Seminario de San Ildefonso en donde cursó latín, filosofía y matemáticas. Tuvo afición por el estudio de la obras de Calderón de la Barca, Lope de Vega y Agustín Moreto. Incursionó en el género de ensayo, sin embargo sobresalió como poeta lírico. Tuvo influencia de Manuel José Quintana, quien fue su autor predilecto.
Fue electo diputado a la Legislatura del estado de Yucatán y posteriormente al Congreso de la Unión. En la Ciudad de México se relacionó con José Joaquín Pesado, Guillermo Prieto y otros poetas. A su regreso a Yucatán fue elegido por segunda ocasión diputado a la Legislatura del Estado, sin embargo, al disolverse el congreso, se dedicó a la agricultura.
José Esquivel Pren, en su Historia de la Literatura en Yucatán reitera lo expresado por Francisco Sosa en su biografía sobre Alpuche:
Sus primeras lecturas literarias fueron las comedias de Calderón, Lope y Moreto y se propuso imitarlos. Una pieza teatral, no sabemos si comedia o drama, fue la que inició su carrera. Los amigos del poeta que, a su muerte, publicaron la única colección de sus poesías, en la breve noticia biográfica que precede ese libro, insinúan que aquella comedia, o aquel drama, obra primigenia de Alpuche, no le acreditaba favorablemente y añaden que por más esfuerzos hechos para adquirir ese primer y único ensayo dramático, no se consiguió y concluyen que Alpuche no estaría muy satisfecho de una producción de la que ni siquiera conservaba una copia en su poder, de la que nunca habló bien y que después no intentó ocuparse de nuevo en composiciones de esa especie...
No obstante esto, Francisco Sosa, en su ensayo biográfico sobre Alpuche (1873),4 afirma que éste:
es acreedor al aprecio y al respeto de los mexicanos, no tan sólo por el claro ingenio y brillantes dotes que la naturaleza hubo de colocar en él, sino también, y acción tan meritoria demanda justo premio, porque quiso y supo emplear esas dotes en cantar a nuestra libertad y a los héroes que nos la legaron...
Murió el 2 de septiembre en Tekax, Yucatán.
Obra
Escribió diversas odas con tintes patrióticos. Entre sus poemas y odas se encuentran "Hidalgo", "Grito de Dolores", "La independencia", "La vuelta a la patria", "La fama", "El suplicio de Morelos", Eloísa", "A una hermosa".
La vuelta a la Patria
Poetas yucatecos y tabasqueños, 1861.
Mirad, mirad. Allí por donde asoma
Hermoso el sol la brilladora frente.
Y sin cesar derrama
Lluvias de luz que inflaman el oriente,
Allí está Yucatán: mansión dichosa
Do al granizo no teme ni á la helada
Al campo desastrosa
El ágil labrador: mansión amada
De gozo celestial. Allí esta el aire
Que respiré al nacer. ¡Dios poderoso!
Salta mi corazón, mis miembros tiemblan,
Mi espíritu rebosa de alegría.
¡Y he de volver á verte, ¡oh patria mía!
¡Y he de volver á verte! Clavo ansioso
Los ojos fatigados hacia donde
Envidiosa la mar tu seno esconde.
Y no te veo; si volar pudiese
A tu playa feliz que mi alma anhela,
Como salvando las distancias vuela
El libre pensamiento.
¡Cómo volara a ti!
Mas raudo el viento
Por las fáciles olas arrebata
La deslizada quilla.
Que hoy me conduce a tu anhelada orilla
Orilla deliciosa
Que embalsamas las auras apacibles
Allí veré las palmas elegantes,
Que en numerosos grupos se levantan
Y tejiéndose en bóvedas movibles
Las miradas atónitas encantan.
Allí veré los campos, donde quiera,
Cubrirse de verdor, brotar espigas
Que al hombre alimentando, recompensan
Del labrador las ásperas fatigas.
Allí veré los rutilantes ojos…
Mas decidme por qué, por qué enmudece
La prosa resonante
¿Por qué la blanca espuma borbollante
Que arrojaba ante sí, desaparece,
Y se aquieta la mar? Horrible calma
Vendrá á enfrentar el ímpetu del viento
Y á destrozarme el alma?
Se deshinchan ¡ay! las velas,
Y el viento en ellas no zumba;
El silencio de la tumba
Reina en medio de la mar
Mi débil nave oprimida
Del agua que la rodea,
Se sacude y bambolea,
Pero fija en un lugar.
Cuan á paso lento, ¡y triste!
Vendrá la noche entre tanto;
Tenderá su negro manto
Como paño funeral.
Entre sus sombras envuelto
Y en el mástil reclinado,
Lloraré desconsolado,
Esta rémora fatal.
No invoco las dulces auras
Que blandamente se mueven,
A que fáciles me lleven
Sin peligro á Yucatán.
El viento que me dirija
A su ribera apacible,
Será un viento bonancible
Aunque fuese el huracán.
Huracán, huracán, á tí te imploro,
Antes que en esa calma,
Que en esta horrible calma me consuma,
Desata tu furor, la mar azota,
Sacude sus cimientos,
Hiervan las aguas. Como débil pluma
De las olas juguete y de los vientos,
Compele arrebatada
A Yucatán mi frágil navecilla,
Aunque al llegar me estrelles en la orilla.
A una hermosa
Poesías, 1887.
¿Dónde está la quietud que gocé un día?
¿Dónde está la quietud en cuyo seno
Tranquila reposaba el alma mía?
Jamás de envidia el roedor veneno
Mi pecho atormentó, ni me moviera,
Con su aliento fatal codicia fiera
Ni el soplo atroz de la ambición sangrienta.
El curso de mi vida hilaba lenta.
La mano de la parca: en dulce calma
Viera correr mis días; y ora ¡oh triste!
Hermosa situación, ¿dónde te fuiste?
Cual relámpago huyó la paz del alma
Para nunca volver… una hermosura,
De la madre de amor vivo traslado
Llevóse mi ventura.
Miré, miré agitado,
Miré con vista ansiosa
Con que se adorna el mundo:
Anhelante rendíla mis sentidos,
Absortos, suspendidos,
A sus piés por despojos:
Bebí la luz de sus brillantes ojos,
Y el balsámico olor que difundía
Me embriagó de placer, y ví agitarse
Y encenderse mi ardiente fantasía.
Y cuando viera ¡oh cielos! Desplegarse
Sus bellísimos labios, do las rosas
Depusieron sus tintas más hermosas,
Y agitar blandamente el aire vago
Con su melífluo acento, ¿quién pudiera
Resistirse al poder de tanto alhago?
Aunque insensible mármol se volviera?
Yó, desde entonces, cual deidad la adoro,
La consagro mi afán, sigo las huellas
Que dejan al andar sus plantas bellas
Y mil veces las beso enternecido
Donde quiera que vá, allí embebido
Contemplándola voy, la voy amando,
Adorando más bien; y silencioso,
Sus formas celestiales admirando;
Inmóvil ni aun respiro,
Aunque de cuando en cuando
Exhalo un ardientísimo suspiro
Que el aire con su fuego vá inflamando.
Mi alma y mis sentidos no se mueven
Un punto de sus ojos celestiales,
Que mandan copiosísimos raudales
De las delicias que mis ojos beben.
Yo te dedico las ardientes flores
De mi edad juvenil, que se marchitan
Si no las vivifican sus favores.
Ella en tanto, orgullosa,
Dominando mi espíritu cual diosa,
Y ufana con su brillo y hermosura,
Ni aun atiende mi triste desventura.
¡Pero cómo verá la ardiente llama
Que mi ferviente corazón derrama,
Si rodeada sin cesar se mira,
De tanto y tanto halago,
Que mi vista afanosa en ella admira!
Ven como bate el céfiro halagüeño,
Con su aliento anhelante,
Su divino semblante,
Y disipa las sombras de su ceño.
¡Cuál acaricia su encendida boca
Con sin igual ternura!
No con acción tan loca
Pierdas, céfiro dulce, tu frescura,
Mira que amor inflama al que la toca.
¡Ya desciendes ansiosos
Al seno delicioso,
Y batiendo las alas,
La mansión de las gracias me señalas!
¡Ya revolando en torno
Del amable contorno
Ondeas su vestido,
Y abrazas atrevido,
Sin que el pudor se ofenda,
El cuerpo airoso de mi amada prenda!
Ella, en tanto recibe,
En lánguido abandono,
Tus soplos lisonjeros,
qué gratos, placenteros,
son la delicia suya:
¡Quien trocara su muerte con la tuya!
¡Oh, cómo envidio á la purpúrea rosa,
Que en su seno prendida
Recibe de su ardor eterna vida!
¡Cómo tiende las hojas delicadas
Del fuego de sus ojos inflamadas!
¡Oh, venturosa flor, cuán fervorosa
A torrentes envías tus fragancias
Al delicado olfato, que se goza
En tanta amenidad; y con las ansias
De su agitado seno te regala,
Sobre tí sus miradas multiplica,
Y tierna y agradable,
Con su aliento inefable
Te recrea, te inunda y vivifica!
Vive por siempre, delicada rosa,
Nunca, nunca abandones
Esa mansión donde el placer reposa.
¡Oh, si cual tú pudiera
Ese pecho besar! ¡Oh, cómo ardiera,
Cómo ardiera mi labio en vivo fuego,
Y arder también hiciera
Su seno hermoso, aunque de nieve fuera!
Pero no pido, no, no pido tanto,
Más fácilmente, objeto peregrino,
Más fácilmente puedes
La nube disipar de mi quebranto,
Mitigar el horror de mi destino,
Vuélveme á ver siquiera,
Verás cual huye mi congoja fiera:
Vuelve un momento á mí tus ojos bellos,
Un momento no más, y en recompensa
Recibe el holocausto de mi vida;
Que si al morir te miro enternecida,
Brindándome piadosa tus caricias,
Entónces para mí será la muerte
El dulce manantial de mis delicias.
A una mejicana
Poesías, 1887.
No así con tus encantos arrebates,
Mejicanita hermosa,
Este inflamable corazón, en donde
La pasión ardorosa
De amor hierve sin fin; esconde, esconde,
Ansioso te lo ruego,
Esa frente purísima, esos ojos
Que han acabado ya con mi sosiego,
Y esa graciosa boca,
Y ese tu labio de carmín bañado,
Que sin cesar provoca
El beso ardiente del amor… no muevas
El talle delicado,
Ni tan airosamente al hombro inclines
Voluptuoso el cuello,
Ni al viento así abandones el cabello,
Que ya sufrir no puedo
Tan violenta emoción. A tus mejillas,
Quién de rosa y jazmín dió los colores?
Quién la inefable gracia con que brillas?
Quién te dió los encantos vencedores?
Quién la armoniosa voz, que cuando suena
Blandamente halagando mis oídos,
Deja mi alma extasiada
Y en suave deliquio mis sentidos?
Eres más bella que jardín cubierto
De flores agrupadas, que se mecen
Sobre el vástago débil; más airosa
Que el tallo de la rosa:
Más que el lirio gentil: joven amable,
Si el vivo afán, la llama inapagable
Que mi ferviente corazón devora
Pudieras tú sentir; o si piadosa
La violenta pasión de quien te adora
Quisieras consolar, y dulce y tierna
Me amases tú también, ¡cuán venturosa
Fuera entonces mi suerte! ¡cuán eterna
Mi gratitud! A tu adorable lado
Viérasme siempre absorto, embelesado,
Fijos en ti mis ojos anhelantes,
Contemplar tus encantos expresivos,
La atmósfera aspirar que tu respiras,
Gozarme en el placer que tú me inspiras,
Y devorar tus dulces atractivos.
Bella joven, y no me dejes
Morir así de amor… ¿nunca has sentido
El divino placer de verte amada?
Nunca tierna, sensible, abandonada
De un amante feliz á las caricias
Te has visto sumergida entre delicias?
Bella joven, piedad… Infortunado,
Ignoro por ventura
Que en este clima helado
Amor que no puede arder. Las mejicanas,
De encendido color, de rostro hermosos,
Al placer y al deleite al hombre incitan;
Mas, tranquilas sus almas,
De deleite y placer jamás palpitan.
Y son, me dicen, ¡ay! como la cumbre
Pura de Iztaccíhuatl, que reverbera
Del claro sol la brilladora lumbre,
Bellísima á la vista, pero fría,
Eternamente fría. ¡Oh Dios! Posible
Será, adorada mía
Que un corazón abrigues insensible!
Oh sol ardiente de la patria amada!
Oh sol de Yucatán, en cuyo suelo
Con tu luz inflamada,
Jamás consientes la frialdad del yelo
Allí arder haces la fecunda tierra,
Arder haces allí del sur el viento,
Que el soplo helado de aquilón destierra;
Arder haces del aire
Las diáfanas regiones,
Y con benigno influjo
Arder haces también los corazones.
Si tú, bien mío, en Yucatán nacieras,
Sin poderlo estorbar de amor ardieras,
De amor inextinguible. Dime, amada,
¿No es cierto que insensible á mis halagos,
No es cierto que insensible á mis caricias
Tu pecho no será? Dílo al momento:
Tu labio desvanezca
El bárbaro tormento
Que me oprime cruel: haz que fenezca
La duda de una vez; y si la suerte
Heló tu corazón, y no haz de amarme,
Y á vivir desamado he de entregarme,
Hiérame al punto la implacable muerte.
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