RODRIGO LANDAETA
Rodrigo Landaeta (Chile, 1976). Poeta. Licenciado en Filosofía por la Universidad Austral de Chile.
Ha publicado el poema Guayaquil (Kultrún, 2008), el libro de poemas Colección (Kultrún, 2008) y Designos (poesía, Alquimia, 2013). Colaboró en la selección y preparación de la antología Obra Viva: nueva poesía en Valdivia. 98’-12’ (Kultrún, 2012). Trabaja junto al colectivo Paratopia en la planificación y realización de proyectos de difusión de literatura chilena y latinoamericana.
Vive en México DF. -
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Observación del Pato Inca
Circula en la laguna el Pato Inca
el pato que es movido por la casualidad y el viento
dándose contra el pecho
el Pato Inca subsume su cabeza en el agua
se posa erguido para secar su pluma
y picotea su cuerpo negro
como si se comiera a sí mismo.
Las ondulaciones hipnotizan
y el Pato Inca absorto en el reflejo
gira interminable sobre su eje
igual que la semilla desprendida del tallo
vuela intacta en el espacio del aire
el Pato Inca en la laguna
flota siempre sobre la misma base.
Noumeno
No haré la facilidad de recordar tal como fueron las cosas.
Fue un ave que se movía a voluntad
más bien se detenía
estaba quieta en el arrecio
y todos -cada uno por su parte-
observó el prodigio.
También fue real, pero qué importa
la movilidad paradójica de la nube.
Columbario
Si decido verla o comer o bien dormir,
es la muerte la que prepara el día.
Si decido tan sólo algo que hacer,
entonces vendrá el destino a movilizarme.
Si voy y como en columpio
el lapso me propone quedar,
vuelvo a depender del movimiento.
Pero si realmente muriera
y luego de activar toda mi vida
recuperara en el cadáver la voluntad,
sería un instante perpetuo.
Una gloria que huele a triunfo
tanto como apestaría una corona de halagos
en la cabeza de un tirano.
Hombres sin TV
En sus cuartos los hombres sin televisor matan el tiempo
revisando antiguos folletos y revistas,
inertes en la cuenta de imágenes.
Son moradores que no buscan permanecer ahí;
imaginan otro lugar, otra vida
después de la vida en esos cuartos.
Cuando se oye a los loros graznar
los sonidos de su coro impertinente,
surge de los ojos de esos hombres
la materia de una lágrima.
Jugando un antiguo juego
orientan hacia el suelo una lupa
y encienden muñones
de papeles dispersos.
El fuego reunido controla la visión
por hipnosis de la llama.
Los embarga un fatal aburrimiento de la vida.
Luego sostienen entre sus dedos
un tembloroso artefacto
y fuman para sí mismos
la pipa de la benevolencia.
Pero el silencio
El silencio imagina la ampliación de sus márgenes.
No todos duermen como tú.
Algunos ya se han servido los cuerpos y miran las argollas de humo
que fabrican con sus cigarros.
El silencio escenifica la situación.
Estamos a la espera de una palabra con sentido,
de una muestra de sinceridad. Pero el silencio.
El umbral del celo se extiende por la ciudad.
Todo el silencio sospecha de la noche.
Eres el único de las habitaciones que no huele la humedad.
Siendo un animal de pensamiento,
refinas tu oído para escuchar las sinestesias del tránsito
y convidar de tu música a la noche.
En alguien que anda por el mar te pareces
a un celador de huellas coleccionables.
Indagas la profundidad de la pisada y su forma
del modo que lo haría un espía de balnearios.
Agua fuertes del XVIII se harían débiles
al enfocar con la lente el lento transcurrir de la erosión.
Anoche el silencio tenía más espacio.
Durante el sueño no pensaste en nada.
Ahora piensas en una mañana que quiere ser
la primera en despertarse. Piensas que defecarás
con tranquilidad la fiebre por el poro,
o que estás a punto de enfermar gravemente a otro.
Pero el silencio.
Invernadero
Las emociones deben escrutarse,
llegar al fondo donde habita su resaca,
darles una forma presente.
Cuando en el cielo de la noche
un grupo delicado de nubes
vuelan con destino incierto,
o tumbado en la arena
observas en el cielo del día
el margen ovalado del mundo,
la perspectiva de estas visiones
deben revelarte algo más que su apariencia.
Una emoción inscribe en la materia
una intangible catástrofe,
por eso quedamos por un tiempo indefinido
enterrados en el subsuelo de la memoria,
ocupando un invernadero antiguo entre
las demás especies.
Absorto
Hay suficiente metafísica en no pensar en nada
A.Caeiro
No diría que estoy desaparecido
Sino que concentrado en un punto al que presto mucha atención
Y entonces desaparezco
Es un truco de la nada tenernos parados frente al mar
mirando no sé qué infinitos
Diría que soy una roca que gusta de su núcleo
Que soy objeto de la tarde
y que es ella quien me piensa
Diría incluso que no existo
Que soy una ilusión óptica de otro
Pero no estoy de acuerdo con este silencio
En alguna parte alguien desea
y aquí mismo -con el rostro embrutecido por el enigma-
estoy yo haciéndome el invisible
pensando que no habría nada mejor que su rostro
en el instante mismo en que el sol entra
Tal espejismo es habitual:
soy tan real cuando avanzo y regreso a casa
que ganas no me faltan de ser vagabundo.
Ejercicio
“Los versos son decididamente una cosa inútil. Esas personas que escriben cosas siguiendo medidas, cadencias dadas, en que cada línea termina en sonidos parecidos, ese runruneo como el de un niño que recita, son ridículos en el fondo”
P.Leautaud
Ausenta el aullido huidizo del anillo caído
Reúne al reino rendido del silencio del piso
Promueve el ritmo irritante del enemigo
Forcejea jadeante junto a los juncos juveniles
Para que el viento no inunde con su aire
El hábito abismal de estas habitaciones.
Mancha con mar y morcilla la mesa del desayuno
Y a cada uno quita su pena quejumbrosa
Con el oportuno regocijo de tu calma.
Ama al sol solitario del mediodía
Camina pecaminoso mirando penumbras atardecidas
Vuelve pronto al promontorio prometido
Y desde ahí sorbe la insolencia de la noche
Y grita un grito de grillo
Tan melodioso y breve
Que hasta tu alma dormida al escucharlo se despierte.
R.L
“abastecido de libertad por lo libre de la caída”
R.L
Casi las mismas de ayer estas horas presentes
tras la ventana.
Las mismas de no ser porque miro otro siglo
y la velocidad me incluye en el mundo.
Casi las mismas mas con veinte años de crecimiento
en el espanto.
Suelo fértil sobre el cual camina,
transfigurado en militar de la locura.
Del que hablo soy transplantado a la época augusta,
extra en el papel del suicida instado a caer
por decepción
en el orden de los muertos.
Del que hablo soy en él la edad en que tramaba
una composición por cada cara mirada.
Ellos, los que se repiten con el tiempo
datarán a la ciudad del interés por inventarla.
De la densidad de las gafas más el vidrio tiznado,
la impresión de invierno constante.
De la opacidad del asfalto y el silencio de siesta,
el estático tono de la reminiscencia.
Del jockey apretando el vello abundante de la patilla,
una instantánea para imaginar los bordes, el anexo
infinito sin fotografiar, los muebles, los libros,
el espíritu de la época impreso en la decoración,
yo mismo en alguna parte menor de edad
husmeando sin moral mis genitales, ella
que desconozco incubando a la mujer
desquiciante, el ruido protestante,
la ira recíproca, los embates
del observador linchando
con sus versos mimos
el desaire.
Interdictos*
En el deterioro del recinto, un torso asoma estirada la mano.
Los internos, en la última fotografía
no están acompañados por sus delirantes parejas
sino -como es propio del estado-
vagan solitarios al fondo del pasillo.
Son los que se han quedado solos.
Más aún que en su aislamiento del mundo.
Porque no creen en el amor, o porque es otro
de sus manotazos,
abrazan a la tímida sicótica
para posar su diferencia.
Sonrisas deformes, parecidos con amigos
estos rostros extravagantes no lo son por glamour
ni visten raro por esnobismo.
Están solos, en el fondo
si algo pudieran encontrar,
hallarían su secreto.
Yerran en la investigación del paisaje
haciendo muecas, poses y desnudos,
pero no se desvisten para entrar en la ducha
no les importa
eructar y mofarse, ser irónicos
o infundir temor o respeto.
El sueño que los inquieta hace que sonrían de esa manera.
*(Mirando unas fotos del libro “El infarto del alma” de Paz Errázuriz y Diamela Eltit)
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