Mario Zetino
(Santa Ana, EL SALVADOR 1985). Licenciatura en Letras en la Universidad de El Salvador. Miembro del taller literario de la Casa del Escritor Fue invitado al V Festival Internacional de Poesía de El Salvador, (2006)
Uno dice
Uno dice neblinas, sabe sueños,
oye luces lejanas con olor de palomas en la mañana verde,
sabe platas quemadas hacia viento y caballos,
pronuncia mariposas de vidrio y lo que entiende,
lo que cree que entiende del país de su sombra
y lo poco que sabe y lo que mucho que siente,
confundiendo palabras con relámpagos negros
que germinan y escapan y no dicen y queman,
que le queman la boca, las pupilas a uno
-que es uno y los que han sido y los que vienen-,
y no saben que uno no los sabe ni un poco,
aunque nazcan de uno y de sus muertes.
Uno surge huracanes de los dedos
cuando hay lluvia en el mundo y uno llueve.
Uno sabe que saben las palabras
una vida distinta de paredes,
que ya eran sin uno,
que fueron porque uno las habitó de hélices,
y que van a quedar cuando uno,
aunque uno no quiera,
no quede.
Uno dice silencios de fuego.
Uno quiere decir y no puede.
Uno sabe el Abismo.
Eso es todo.
Uno dice y no entiende.
Eso duele.
Pero eso no importa.
Uno dice.
Eso es suficiente.
Lloro
Despierto en el silencio y siento y lloro.
No hay nada singular en despertar. Y lloro.
Y lloro ante la aurora y su mudez de oro.
Ante la inmensa aurora mueren mis sueños. Lloro.
Lloro porque hay los lejos, las muchachas
que nunca pude amar y extingo y nombro.
Lloro porque mi nombre no es mi nombre,
porque otro hay que es yo y yo soy otro.
Lloro porque no tengo explicaciones
para llorar de este o de aquel modo.
Lloro porque las lágrimas son lágrimas
y son para llorarlas como lloro.
Lloro desnudo en mis habitaciones
porque despierto y soy desnudo y solo.
Lloro la noche que despierta muerta
dentro del precipicio de mis ojos.
Lloro invadido de silencio y sábana.
El mar huye dos olas de mi rostro.
Lloro por nada, tiempo, frías hojas,
por hojas frías, tiempo, nada, todo.
De pronto soy. No sé. No me pregunto.
Ayer pude dejar de ser de pronto.
Despierto y son los lejos, la muchacha...
Despierto en el silencio. Siento. Lloro.
Carta de marzo
Hoy que se marchen todas las hojas de este marzo
tal vez pueda decirte estas palabras ciegas.
Hoy cuando partan todas las calles y las alas,
cuando tus alas partan y partas tú con ellas.
Este verano tuvo la luz de mil veranos
y tuvo los crepúsculos más verdes de la tierra.
El nombre del verano fue el verde nombre tuyo.
Este verano tuvo tu claridad de estrella.
Hoy que se quemen todas las hojas de este marzo
y me quede en las manos la luz de sus hogueras,
te diré que ya nunca será igual el ocaso,
que nunca será el mismo verano sin tus huellas.
Me queda tu alegría de luz volando crines
en las velocidades del sueño y las colmenas.
Tu melodía mía para viajar el tiempo
y el eco de tu abrazo diciendo adiós me quedan.
Diré que este verano duró lo suficiente
para incendiar los días del tiempo con luciérnagas.
Diré cuánto te quise. Me hilvanaré en el alma
cenizas que me extingan cuando ya no te quiera.
Hoy que ya vuelan todas las hojas de este marzo
desenredo las lámparas boreales de tu ausencia.
Y hacia la tarde arrojo caballos de silencio,
y lanzo al horizonte estas palabras ciegas.
Sonata
Alguien hay a lo lejos que te nombra,
que edifica con hojas tu sonido,
y te trae del tiempo en que sucedes
y despierta la luz en que dormías.
Alguien es a lo lejos de los días
que te dice y parece que cantara,
que te dice y parece que no fuera
y parece que no dijera nada.
El silencio se puebla de tu nombre.
Una ciudad nocturna enciende lámparas.
De tu nombre las cosas surgen todas,
y surge el sueño todo y las palabras.
Alguien te hace palabra y dice todo.
Todo deja de ser si alguien te calla.
Todo encuentra su muerte en tu silencio.
En tu ausencia completa todo es nada.
A lo lejos del tiempo que te envuelve
una voz te susurra y te desata.
Lleno de hojas y música es el viento.
Hay otoño a lo lejos. Alguien canta.
Deseo por los vientos
De vigilias sin ojos ni costados,
de arañadas estrellas y de dientes,
de cuernos, de contornos y de frentes,
yacentes son los vientos derrotados.
Pena el césped doliente derrumbado
al peso de sus restos inclementes.
Yacentes vientos son. Vientos yacentes
de muerte sin descuido ni cuidado.
En pleno prado están. En pleno prado
imitan a las rocas y a los muertos
por lunas y rocíos socavados.
Asomo tras asomo me he asomado
a verlos, a llorarles los abiertos
manojos de latidos arrancados.
Y al verlos corazón no me ha sobrado
para desearlos vivos y no muertos.
Mas muertos siguen, y descorazonados.
Réquiem por un mosquito
Un mosquito maté sobre un soneto,
y para resarcir su infausta suerte
me obligó a cometer hasta dar muerte
Al poema que exhibe su esqueleto.
Y la empresa por un verso me meto
(ay, soneto, qué ganas de tenerte
En mis manos, y verte y ya no verte,
Parido de la pluma por completo!
Y zumbando con más fragor que galgo
y con más hidalguía que el hidalgo
(advierto: no es poético delito
decir que resta ya decir poquito,
por otro verso confesado salgo
Que un soneto maté sobre un mosquito.
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