Manuel Gutiérrez Nájera
Manuel Gutiérrez Nájera (Ciudad de México, 22 de diciembre de 1859 - ibídem, 3 de febrero de 1895) fue un poeta, escritor y periodista mexicano, trabajó como observador cronista. Debido a que trabajó en distintos periódicos, utilizó múltiples seudónimos, no obstante, entre sus contertulios y el público, el más arraigado fue: El Duque Job.
Se le considera el iniciador del modernismo literario en México. Perteneció a una familia de clase media. Escritor y periodista toda su vida, inició su carrera a los trece años. Escribió poesía, impresiones de teatro, crítica literaria y social, notas de viajes y relatos breves para niños. El único libro que vio publicado el duque en vida, fue una antología de cuentos a la que llamó: Cuentos Frágiles (1883); fue uno de los fundadores de la Revista Azul, órgano de difusión del modernismo en México. Gran parte de su obra apareció en diversos periódicos mexicanos bajo multitud de seudónimos: El Cura de Jalatlaco, El Duque Job, Puck, Junius, Recamier, Mr. Can-Can, Nemo, Omega, etc. Se escudaba en esa diversidad para publicar distintas versiones de un mismo trabajo, cambiando la firma y jugando a adaptar el estilo del texto a cada seudónimo.
Escribió poesía romántica y amorosa. Gustó de lo afrancesado y de lo clásico, como era habitual en los intelectuales mexicanos y la alta sociedad de su tiempo. Nunca salió de México y en pocas ocasiones de su ciudad natal, pero sus influencias son europeas: Musset, Gautier, Baudelaire, Flaubert, Leopardi. Siempre anheló unir el espíritu francés y las formas españolas.
Su madre, ferviente católica empeñada en que su hijo fuera sacerdote, le impuso la lectura de los místicos españoles del Siglo de Oro y la formación en el seminario, influencia que se vio compensada por la fuerte corriente positivista de la sociedad de la época que pugnaba en sentido contrario. Gutiérrez Nájera abandonó el seminario a los pocos años, y cambió a San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Fray Luis de León, que no obstante siempre influirían en su obra, por los autores franceses del siglo y por la práctica cotidiana de la literatura en periódicos locales como El Federalista, La Libertad, El Cronista Mexicano o El Universal. En 1894 fundó, con Carlos Díaz Dufoo, La Revista Azul, publicación que lideró el modernismo mexicano durante dos años.
A Manuel Gutiérrez Nájera se le define como «especie de sonrisa del alma» por la gracia sutil de su estilo, elegante, delicado y con ternura de sentimientos.2 En el fondo fue siempre poeta romántico. Entre sus obras poéticas más importantes se encuentran: La Duquesa Job, Hamlet a Ofelia, Odas Breves, La Serenata de Schubert y el afamado poema «Non omnis moriar» (No moriré del todo). Cultivó la prosa en cuentos, a los que aportó una nueva forma, y en crónicas: el libro de relatos Cuentos Frágiles fue el único que publicó en vida como tal, pero ordenó con distintos criterios sus entregas a periódicos y revistas: Cuentos del domingo, Cuentos vistos, Cuentos color de humo, Crónicas color de oro, Crónicas color de lluvia, etc. lo que ha orientado los criterios de sus editores.
FRENTE A FRENTE
Oigo el crujir de tu traje,
turba tu paso el silencio,
pasas mis hombros rozando
y yo a tu lado me siento.
Eres la misma: tu talle,
como las palmas, esbelto,
negros y ardientes los ojos,
blondo y rizado el cabello;
blando acaricia mi rostro
como un suspiro tu aliento;
me hablas como antes me hablabas,
yo te respondo muy quedo,
y algunas veces tus manos
entre mis manos estrecho.
¡Nada ha cambiado: tus ojos
siempre me miran serenos,
como a un hermano me buscas,
como a una hermana te encuentro!
¡Nada ha cambiado: la luna
deslizando su reflejo
a través de las cortinas
de los balcones abiertos;
allí el piano en que tocas,
allí el velador chinesco
y allí tu sombra, mi vida,
en el cristal del espejo.
Todo lo mismo: me miro,
pero al mirarte no tiemblo,
cuando me miras no sueño.
Todo lo mismo, peor algo
dentro de mi alma se ha muerto.
¿Por qué no sufro como antes?
¿Por qué, mi bien, no te quiero?
Estoy muy triste; si vieras,
desde que ya no te quiero
siempre que escucho campanas
digo que tocan a muerto.
Tú no me amabas pero algo
daba esperanza a mi pecho,
y cuando yo me dormía
tú me besabas durmiendo.
Ya no te miro como antes,
ya por las noches no sueño,
ni te esconden vaporosas
las cortinas de mi lecho.
Antes de noche venías
destrenzando tu cabello,
blanca tu bata flotante,
tiernos tus ojos de cielo;
lámpara opaca en la mano,
negro collar en el cuello,
dulce sonrisa en los labios
y un azahar en el pecho.
Hoy no me agito si te hablo
ni te contemplo si duermo,
ya no se esconde tu imagen
en las cortinas del techo.
Ayer vi a a un niño en la cuna;
estaba el niño durmiendo,
sus manecitas muy blancas,
muy rizado su cabello.
No sé por qué, pero al verle
vino otra vez tu recuerdo,
y al pensar que no me amaste,
sollozando le di un beso.
Luego, por no despertarle,
me alejé quedo, muy quedo.
¡Qué triste que estaba el alma!
¡Qué triste que estaba el cielo!
Volví a mi casa llorando,
me arrojé luego en el lecho.
Todo estaba solitario,
Todo muy negro, muy negro.
Como una tumba mi alcoba,
la tarde tenue muriendo,
mi corazón con el frío.
Busqué la flor que me diste
una mañana en tu huerto
y con mis manos convulsas
la apreté contra mi pecho;
miré luego en torno mío
y la sombra me dio miedo...
Perdóname, si, perdóname,
¡no te quiero, no te quiero!
LA SERENATA DE SCHUBERT
¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota
Esparciendo sus blandas armonías,
Y parece que lleva en cada nota
¡Muchas tristezas y ternuras mías!
¡Así hablara mi alma... si pudiera!
Así dentro del seno,
Se quejan, nunca oídos, mis dolores!
Así, en mis luchas, de congoja lleno,
Digo a la vida: -¡Déjame ser bueno!
-Así solllozan todos mis amores!
¿De quién es esa voz? Parece alzarse
Junto del lago azul, noche quieta,
Subir por el espacio, y desgranarse
Al tocar el cristal de la ventana
Que entreabre la novia del poeta...
¿No la oís como dice: "hasta mañana"?
¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso
Cruza, cantando, el venturoso amante,
Y el eco vago de su voz distante
Decir parece: "hasta mañana, beso!"
¿Por qué es preciso que la dicha acabe?
¿Por qué la novia queda en la ventana.
Y a la nota que dice: "¡Hasta mañana!"
El corazón responde: "¿quién lo sabe?"
¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!
¡Qué azules brincan las traviesas olas!
En el sereno ambiente ¡cuánta luna!
Mas las almas ¡qué tristes y qué solas!
En las ondas de plata
De la atmósfera tibia y transparente,
Como una Ofelia náufraga y doliente,
¡Va flotando la tierna serenata...!
Hay ternura y dolor en ese canto,
Y tiene esa amorosa despedida
La transparencia nítida del llanto,
¡Y la inmensa tristeza de la vida!
¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan...
Sueños amantes que piedad imploran,
Y como niños huerfanos, ¡se quejan!
Bien sabe el trovador cuán inhumana
Ara todos los buenos es la suerte...
Que la dicha es de ayer... y que "mañana"
Es el dolor, la obscuridad, !la muerte!
El alma se compunge y estremece
Al oír esas notas sollozadas...
¡Sentimos, recordamos, y parece
Que surgen muchas cosas olvidadas!
¡Un peinador muy blanco y un piano!
Noche de luna y de silencio agfuera...
Un volumen de versos en mi mano,
Y en el aire ¡y en todo! ¡primavera!
¡Qué olor de rosas grescas! en la alfombra
¡Qué claridad de luna! ¡qué reflejos!
...¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
Y la muerte, la pálida, qué lejos!
En torno al velador, niños jugando...
La anciana, que en silencio nos veía...
Schubert en su piano sollozando,
Y en mi libro, Musset con su "Lucía".
¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!
¡Cuántos hermosos versos! ¡cuántas flores!
En tu hogar apacible ¡cuánta calma!
Y en mi pecho ¡qué inmensa sed de amores!
¡Y todo ya muy lejos! ¡todo ido!
¿En dónde está la rubia soñadora?
...¡Hay muchas aves muertas en el nido,
Y vierte muchas lágrimas la aurora!
...Todo lo vuelvo a ver... ¡pero no existe!
Todo ha pasado ahora... !y no lo creo!
Todo está silencioso, todo triste...
¡Y todo alegre, como entonces, veo!
...Esta es la casa... ¡su ventana aquélla!
Ese, el sillón en que bordar solía...
La reja verde... y la apacible estrella
Que mis nocturnas pláticas oía!
Bajo el cedro robusto y arrogante,
Que allí domina la calleja obscura,
Por la primera vez y palpitante
Estreché con mis brazos, su cintura!
¡Todo presente en mi memoria queda!
La casa blanca, y el follaje espeso...
El lago azul... el huerto... la arboleda,
Donde nos dimos, sin pensarlo, un beso!
Y te busco, cual antes te buscaba,
Y me parece oírte entre las flores,
Cuando la arena del jardín rozaba
El percal de tus blancos peinadores!
¡Y nada existe ya! Calló el piano...
Cerraste, virgencita, la ventana...
Y oprimiendo mi mano con tu mano,
Me dijiste también: "¡hasta mañana!"
¡Hasta mañana!... Y el amor risueño
No pudo en tu camino detenerte!...
Y lo que tú pensaste que era el sueño,
Fue sueño, ¡pero inmenso! ¡el de la muerte!
........................................
¡Ya nunca volveréis, noches de plata!
Ni unirán en mi alma su armonía,
Schubert, con su doliente serenata
Y el pálido Musset con su "Lucía".
NON OMNIS MORIAN
¡No moriré del todo, amiga mía!
De mi ondulante espíritu disperso,
algo en la urna diáfana del verso,
piadosa guardará la poesía.
¡No moriré del todo! Cuando herido
caiga a los golpes del dolor humano,
ligera tú, del campo entenebrido
levantarás al moribundo hermano.
Tal vez entonces por la boca inerme
que muda aspira la infinita calma,
oigas la voz de todo lo que duerme
con los ojos abiertos de mi alma!
Hondos recuerdos de fugaces días,
ternezas tristes que suspiran solas;
pálidas, enfermizas alegrías
sollozando al compás de las violas...
Todo lo que medroso oculta el hombre
se escapará, vibrante, del poeta,
en áureo ritmo de oración secreta
que invoque en cada cláusula tu nombre.
Y acaso adviertas que de modo extraño
suenan mis versos en tu oído atento,
y en el cristal, que con mi soplo empaño,
mires aparecer mi pensamiento.
Al ver entonces lo que yo soñaba,
dirás de mi errabunda poesía:
era triste, vulgar lo que cantaba...
mas, ¡qué canción tan bella la que oía!
Y porque alzo en tu recuerdo notas
del coro universal, vívido y almo;
y porque brillan lágrimas ignotas
en el amargo cáliz de mi salmo;
porque existe la Santa Poesía
y en ella irradias tú, mientras disperso
átomo de mi ser esconda el verso,
¡no moriré del todo, amada mía!
LA DUQUESA JOB
En dulce charla de sobremesa,
mientras devoro fresa tras fresa
y abajo ronca tu perro "Bob",
te haré el retrato de la duquesa
que adora a veces al duque Job.
No es la condesa de Villasana
caricatura, ni la poblana
de enagua roja, que Prieto amó
No es la criadita de pies nudosos,
ni la que sueña con los gomosos
y con los gallos de Micoló.
Mi duquesita, la que me adora,
no tiene humos de gran señora.
Es la griseta de Paul de Cock.
No baila bostón y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres del five o'clock.
Pero ni el sueño de algún poeta,
ni los querubes que vió Jacob,
fueron tan bellos cual la coqueta
de ojitos verdes, rubia griseta
que adora a veces al duque Job.
Si pisa alfombras no es en su casa;
si por Plateros alegre pasa
y la saluda Madam Marnat,
no es, sin disputa, porque la vista,
si porque a casa de otra modista
desde temprano rápida va.
No tiene alhajas mi duquesita,
pero es tan guapa y es tan bonita
y tiene un perro tan v'lan, tan pschutt,
de tal manera trasciende a Francia
que no la igualan en elegancia
ni la clientela de Hélene Kossut.
Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita ni mas traviesa
que la duquesa del duque Job.
¡Cómo resuena su taconeo
en las baldosas! ¡Con qué meneo
luce su talle de tentación!
¡Con qué airecito de aristocracia
mira a los hombres, y con qué gracia
frunce los labios - ¡Mimí Pinsón!
Si alguien la alcanza, si la requiebra,
ella, ligera como una cebra,
sigue camino del almacén;
pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!
Nadie se salva del sombrillazo
que le descarga sobre la sien!
¡No hay en el mundo mujer más linda!
Pie de andaluza, boca de guinda,
sprint rociado de Veuve Clicquot
talle de avispa, cutis de ala,
ojos traviesos de colegiala
como los ojos de Louise Theo.
Agil, nerviosa, blanca, delgada,
media de seda bien restirada,
gola de encaje, corsé de "¡crac",
nariz pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el coñac.
Sus ojos verdes bailan el tango;
nada hay más bello que el arremango
provocativo de su nariz.
Por ser tan joven y tan bonita,
cual mi sedosa, blanca gatita,
diera sus pajes la emperatriz.
¡Ah! Tú no has visto cuando se peina,
sobre sus hombros de rosa reina
caer los rizos en profusión.
Tú no has oído qué alegre canta
mientras sus brazos y su garganta
de fresca espuma cubre el jabón.
Y los domingos, ¡con qué alegría!,
oye en su lecho bullir el día
y hasta las nueve quieta se está!
¡Cuál se acurruca la perezosa
bajo la colcha color de rosa,
mientras a misa la criada va!
La breve cofia de blanco encaje
cubre sus rizos, el limpio traje
aguarda encima del canapé.
Altas, lustrosas y pequeñitas,
sus puntas muestran las dos botitas,
abandonadas del catre al pie,
Después, ligera, del lecho brinca,
¡oh quién la viera cuando se hinca
blanca y esbelta sobre el colchón!
¿Que valen junto de tanta gracia
las niñas ricas, la aristocracia,
ni mis amigas del cotillón?
Toco; se viste; me abre; almorzamos;
con apetito los dos tomamos
un par de huevos y un buen beefsteak,
media botella de rico vino,
y en coche, juntos, vamos camino
del pintoresco Chapultepec.
Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita ni mas traviesa
que la duquesa del duque Job.
PARA ENTONCES
Quiero morir cuando decline el día
en alta mar y con la cara al cielo,
donde parezca sueño la agonía
y el alma un ave que remonta el vuelo.
No escuchar en los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni pelgarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.
Morir cuando la luz, retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde.
Morir, y joven; antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona,
cuando la vida dice aún: "Soy tuya",
aunque, sepamos bien que nos traiciona.
MARIPOSAS
Ora blancas cual copos de nieve,
ora negras, azules o rojas,
en miríadas esmaltan el aire
y en los pétalos frescos retozan.
Leves saltan del cáliz abierto,
como prófugas almas de rosas
y con gracia gentil se columpian
en sus verdes hamacas de hojas.
Una chispa de luz les da vida
y una gota al caer las ahoga;
aparecen al claro del día,
y ya muertas las halla la sombra.
¿Quién conoce sus nidos ocultos?
¿En qué sitio de noche reposan?
¡Las coquetas no tienen morada!...
¡Las volubles no tienen alcoba!...
Nacen, aman, y brillan y mueren,
En el aire, al morir se transforman,
y se van sin dejarnos su huella,
cual de tenue llovizna las gotas.
Tal vez unas en flores se truecan,
y llamadas al cielo las otras,
con millones de alitas compactas
el arco iris espléndido forman.
Vagabundas, ¿en dónde está el nido?
Sulanita, ¿qué harén te aprisiona?
¿A qué amante prefieres, coqueta?
¿En qué tumbas dormís, mariposas?
¡Así vuelan y pasan y expiran
las quimeras de amor y de gloria,
esas alas brillantesdel alma,
ora blancas, azules o rojas!
¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,
ilusiones que sois mariposas?
¡Cuán ligero voló vuestro enjambre
al caer en el alma la sombra!
Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?
¿No eres fresco azahar de mi novia?
te formé con un grumo del cirio
que de niño llevé a la parroquia;
eres casta, creyente, sencilla,
y al posarte temblando en mi boca
murmurabas, heraldo de goces,
"¡Ya está cerca tu noche de bodas!"
¡Ya no viene la blanca la buena!
¡Ya no viene tampoco la roja,
la que en sangre teñí, beso vivo,
al morder unos labios de rosa!
Ni la azul que me dijo: ¡poeta!
¡Ni la de oro, promesa de gloria!
¡Es de noche... ya no hay mariposas!
¡Ha caído la tarde en el alma!
Encended ese cirio amarillo...
¡Las que tienen las alas muy negras
Ya vendrán en tumulto las otras,
y se acercan en fúnebre ronda!
¡Compañeras, la pieza está sola!
Si por mi alma os habéis enlutado,
¡Venid pronto, venid mariposas!
PARA EL CORPIÑO
Las campánulas hermosas,
¿sabes tú qué significan?
Son campanas que repican
en las nupcias de las rosas.
-Las campánulas hermosas
son campanas que repican.
¿Ves qué rojas son las fresas?
Y más rojas si las besas...
¿Por qué es rojo su color?
Esas fresas tan suaves
son la sangre de las aves
que asesina el cazador.
Las violetas pudorosas,
en sus hojas escondidas,
las violetas misteriosas
son luciérnagas dormidas.
¿Ves mil luces cintilantes
tan brillantes cual coquetas,
nunca fijas, siempre errantes?
¡es que vuelan las violetas!
La amapola ya es casada;
cada mirto es un herido;
la gardenia inmaculada
en la blanca desposada
esperando al prometido.
Cuando flores tú me pides
y te mando "no me olvides".
y esas flores pequeñitas
que mi casto amor prefiere,
a las blancas margaritas
les preguntan; "¿No lo quiere?"
"¡No me olvides!" Frescas flores
te prodigan sus aromas
y en tus hombros seductores
se detienen las palomas.
¡No hay invierno! ¡No hay tristeza!
Con amor, Naturaleza
todo agita, todo mueve...,
luz difunde, siembra vidas...
¿Ves los copos dela nieve?
¡Son palomas entumidas!
Tiene un alma cuanto es bello;
los diamentes son los trémulos amantes
de tu cuello.
La azucena que te envío
es novicia que profesa,
y en tu boca es una fresa
empapada de rocío.
Buenos dioses tutelares,
dadme ramos de azahares.
Si me muero, dormir quiero
bajo flores compasivas...
¡Si me muero, si me muero,
Dadme muchas siemprevivas!
MIS ENLUTADAS
Descienden taciturnas las tristezas
al fondo de mi alma,
y entumecidas, haraposas, brujas,
con uñas negras
mi vida escarban.
De sangre es el color de sus pupilas,
de nieve son las lágrimas,
hondo pavor me infunden..., yo las amo
por ser las solas que me acompañan.
Aguárdolas ansioso, si el trabajo
de ellas me separa,
y búscolas en medio del bullicio,
y son constantes
y nunca tardan.
En las fiestas, a ratos se me pierden
o se ponen la máscara,
pero luego las hallo, y así dicen:
-¡Ven con nosotras!
Vamos a casa.
Suelen dejarme cuando, sonriendo,
mis pobres esperanzas
como enfermitas ya convalecientes
salen alegres
a la ventana.
Corridas huyen, pero vuelven luego
y por la puerta falsa
entran trayendo como nuevo huésped
alguna triste,
lívida hermana.
Abrese a recibirlas la infinita
tiniebla de mi alma,
y van prendiendo en ella mis recuerdos
cual tristes cirios
de cera pálida.
Entre esas luces, rígido tendido,
mi espíritu descansa;
y las tristezas, revolando en torno,
lentas salmodian,
rezan y cantan.
Escudriñando el húmedo aposento
rincones y covachas,
el escondrijo do guardé cuitado
todas mis culpas,
todas mis faltas,
y hurgando mudas, como hambrientas lobas,
las encuentran, las sacan,
y volviendo a mi lecho mortuorio
me las enseñan
y dicen: Habla.
En lo profundo de mi ser bucean,
pescadores de lágrimas,
y vuelven mudas con las negras conchas
en donde brillan
gotas heladas.
A veces me revuelvo contro ellas
y las muerdo con rabia,
como la niña desvalida y mártir
muerde a la arpía
que la maltrata.
Pero en seguida, viéndose impotente,
mi cólera se aplaca.
¿Qué culpa tienen, pobres hijas miías,
si yo las hice
con sangre y alma?
Venid, tristezas de pupila turbia,
venid, mis enlutadas,
las que viajáis por la infinita sombra
donde está todo
lo que se ama.
Vosotras no engañáis; venid, tristezas,
oh, mis criaturas blancas
abandonadas por la madre impía,
tan embustera,
por la esperanza!
¡Venid y habladme de las cosas idas,
de las tumbas que callan,
de muertos buenos y de ingratos vivos...
Voy con vosotras,
vamos a casa.
EFÍMERAS
Idos, dulces ruiseñores.
Quedó la selva callada,
y a su ventana, entre flores,
no sale mi enamorada.
Notas, salid de puntillas;
está la niñita enferma...
Mientras duerme en mis rodillas,
dejad, ¡oh notas!, que duerma.
Luna, que en marco de plata
su rostro copiabas antes,
si hoy tu cristal lo retrata
acas, luna, la espantes.
Al pie de su lecho queda
y aguarda a que buena esté,
coqueto escarpín de seda
que oprimes su blanco pie.
Guarda tu perfume, rosa,
guarda tus rayos, lucero,
para decir a mi hermosa,
cuando sane que la quiero.
DE BLANCO
¿Qué cosa más blanca que cándido lirio?
¿Qué cosa más pura que místico cirio?
¿Qué cosa más casta que tierno azahar?
¿Qué cosa más virgen que leve neblina?
¿Qué cosa más santa que el ara divina
de gótico altar?
De blancas palomas el aire se puebla;
con túnica blanca, tejida de niebla,
se envuelve a lo lejos feudal torreón;
erguida en el huerto la trémula acacia
al soplo del viento sacude con gracia
su níveo pompón
¿No ves en el monte la nieve que albea?
La torre muy blanca domina la aldea,
las tiernas ovejas triscando se van;
columpia su copa la enhiesta azucena
y su ánfora inmensa levanta el volcán;
Entremos al templo. La hostia fulgura;
de nieve parecen las canas del cura,
vestido con alba de lino sutil.
Cien niñas hermosas ocupan las bancas
y todas vestidas con túnicas blancas
en ramos ofrecen las flores de abril.
Subamos al coro. La virgen propicia
escucha los rezos de casta novicia
y el Cristo de mármol expira en la cruz.
Sin mancha se yerguen las velas de cera;
de encaje es la tenue cortina ligera
que ya transparenta del alba la luz.
Bajemos al campo. Tumulto de plumas
parece el arroyo de blancas espumas
que quieren, cantando, correr y saltar.
Su airosa mantilla de fresca neblina
terció la montaña; la vela latina
de barca ligera se pierde en el mar.
Ya salta del lecho la joven hermosa
y el agua refresca sus hombros de diosa,
sus brazos ebúrneos, su cuello gentil.
Cantando y risueña se ciñe la enagua,
y trémula brillan las gotas del agua
en su árabe peine de blanco marfil.
¡Oh, mármol! ¡Oh, nieve! ¡Oh, hermosa blancura,
que esparces doquiera tu casta hermosura!
¡Oh, tímida virgen! ¡Oh, casta vestal!
Tú estás en la estatua de eterna belleza;
de tu hábito blanco nació la pureza,
¡al ángel dos alas, sudario al mortal!
Tú cubres al niño que llega a la vida,
corona las sienes de fiel prometida,
al paje revistes de rico tisú.
¡Qué blancos son, reina, los mantos de armiño!
¡Qué blanca es, oh madre, la cuna del niño!
¿Qué blanca mi amada, qué blanca eres tú!
En sueños ufanos de amores contemplo
alzarse muy blancas las torres de un templo,
y oculto entre lirios abrirse un hogar;
y el velo de novia prenderse a tu frente,
cual nube de gasa que cae lentamente
y viene en tus hombros de encaje a posar.
A UN TRISTE
¿Por qué de amor la barca voladora
con ágil mano detener no quieres,
y esquivo menosprecias los placeres
de Venus, la impasible vencedora?
A no volver los años juveniles,
huyen como saetas disparadas
por mano de invisible Sagitario;
triste vejez, como ladrón nocturno,
sorpréndenos sin guarda ni defensa,
y con la extremidad de su arma inmensa
la copa del placer vuelca Saturno.
¡Aprovecha el minuto y el instante!
Hoy te ofrece rendida la hermosura
de sus hechizos el gentil tesoro,
y llamándote ufana en la espesura,
suelta Pomona sus cabellos de oro.
En la popa del barco empavesado
que navega veloz rumbo a Citeres,
de los amigos del clamor te nombra,
mientras tendidas en la egipcia alfombra,
sus crótalos agitan las mujeres.
¡Deja, por fin, la solitaria playa,
y coronado de fragantes flores
descansa en la barquilla de las diosas!
¿Qué importa lo fugaz de los amores?
¡También expiran jóvenes las rosas!
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¡SI TÚ MURIERAS!
Anoche, mientras fijos tus ojos me miraban
y tus convulsas manos mis manos estrechaban,
tu tez palideció.
¿Qué hicieras -me dijiste- si en esta noche misma
tu luz se disipara, si se rompiera el prisma,
si me muriera yo?
¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado,
las sombras a la noche, los dardos al soldado,
los cuervos al ciprés.
No pienses en lo triste que sigiloso llega;
los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega
con tus desnudos pies.
La juventud nos canta, nos ciñe, nos rodea;
es grana en tus mejillas; en tu cerebro, idea,
y entre tus rizos, flor;
tenemos en nosotros dos fuerzas poderosas,
que triunfan de los hombres y triunfan de las cosas:
¡la vida y el amor!
Comparte con mi alma tus penas y dolores,
te doy mis sueños de oro, mis versos y mis flores
a cambio de tu cruz.
¿Por qué temer los años, si tienes la hermosura;
la noche, si eres blanca; la muerte, si eres pura;
la sombra, si eres luz?
Seré, si tú lo quieres, el resistente escudo
que del dolor defienda tu corazón desnudo;
y si eres girasol,
seré la pare oscura que en hondo desconsuelo
sin ver jamás los astros se inclina siempre al suelo;
¡Tú, la que mira al sol!
La muerte está muy lejos; anciana y errabunda,
evita los senderos que el rubio sol fecunda,
y por la sombra va;
camina sobre nieve, por rutas silenciosas,
huyendo de los astros y huyendo de las rosas;
¡la muerte no vendrá!
La vida, sonriendo nos deja sus tesoros:
¡abre tus negros ojos, tus labios y tus poros
al aire del amor!
Como la madre monda las frutas para el niño,
¡Dios quita de tu vida, cercada de cariño,
las penas y el dolor!
Ahora todo canta, perfuma o ilumina;
ahora todo copia tu faz alabastrina,
y se parece a ti;
aspiro los perfumes que brotan de tu trenza,
y lo que en tu alma apenas como ilusión comienza,
es voluntad en mí.
¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado,
las sombras a la noche, los dardos al soldado;
los cuervos al ciprés.
No pienses en los triste que sigilos llega;
los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega
con tus desnudos pies.
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LUZ Y SOMBRA.
Yo soy el ave errante que solitaria llora,
y en áridos desiertos -cruzando siempre va;
sé tú la verde rama que brinde bienhechora
al ave que ya muere dulcísimo solaz.
Yo soy brisa que pasa, yo soy hoja que rueda,
arista que arrebata furioso el huracán;
no sé por do camino, no sé ni en donde pueda
de mi incesante lucha el término encontrar.
Yo soy el sol que se hunde, allá tras la montaña,
envuelto en el sudario rojizo de su luz;
sé tú la blanca aurora que el horizonte baña
y rasga de las sombras el lóbrego capuz.
Yo soy la negra noche, sin luces, sin estrellas:
yo soy cielo de sombras, rugiente tempestad;
sé tú la casta luna que con su luces bellas
disipe de esa noche la horrible obscuridad.
Yo soy la navecilla que el aquilón azota,
y que, sin rumbo, en medio del anchuroso mar;
juguete de los vientos entre arrecifes flota
y sin timón ni brújula se mira zozobrar.
Sé tú la blanca estrella que alumbre mi camino,
el faro que me guíe al puerto de salud;
no dejes que en los brazos de mi cruel destino
me arroje en el abismo y olvide la virtud.
Yo soy la flor humilde sin galas ni belleza,
sin plácidos colores ni aroma embriagador;
tú, pálida azucena de eólica pureza
cuyo perfume casto es hálito de amor.
Mas si la flor humilde amara la azucena,
si venturosa viere premiada su pasión,
alzara, su corola, tal vez de aroma llena,
irguiérase en su tallo al soplo del amor.
II.
Yo vivo entre sollozos, mi canto es el gemido,
jamás mi labio entona la estrofa del placer;
mi pecho siempre exhala tristísimo alarido,
mi rostro siempre abate terrible padecer.
Muy lentas son mis horas; muy tristes son mis días;
horribles horizontes limitan mi existir,
caverna pavorosa de obscuras lejanías,
preséntase á mis ojos el negro porvenir.
La luz que iluminaba mi lóbrego camino
y que tranquilos goces en la niñez me dió,
dejándome entre sombras, cual raudo torbellino,
ante mi vista atónita por el espacio huyó.
Tan triste es lo que siento, tan negro lo que veo,
que sólo me consuelan mi llanto y mi gemir;
ya no en la dulce dicha, ni en la ventura creo,
ya sólo me presenta la muerte el porvenir.
La duda con sus garras destroza mi creencia,
marchita con su aliento las flores de mi amor;
hay sombras en mi alma, hay luto en mi conciencia,
mi vida es una estrofa del himno del dolor!
III
Tu vida ángel hermoso, cual cándido arroyuelo,
deslizase entre flores con suave murmurar,
tu corazón es puro como el azul del cielo,
jamás tu frente empañan las nubes del pesar.
Tú ignoras, niña bella, del mundo los engaños,
no sabes cómo muere del alma la ilusión ;
no sabes cómo agotan terribles desengaños
los sueños más hermosos del triste corazón.
No sabes cual se llora al contemplar perdida
aquella fe sublime que guió nuestra niñez;
no sabes cómo amarga las horas de la vida
la duda que nos cerca de eterna lobreguez.
Es blanca tu conciencia y azul tu pensamiento,
rosados horizontes te ofrece el porvenir,
ninguna nube empaña de tu alma el firmamento,
ninguna pena enluta tu plácido existir.
Cuando del sacro templo en las soberbias naves,
murmuras una tierna, purísima oración,
suspenden al oírla, sus cánticos las aves,
y un ángel la conduce al trono del Señor.
Los cielos te sonríen, la tierra te da flores,
las fuentes su murmullo, las aves su cantar;
tu corazón es nido de cándidos amores,
con tu mirada ahuyentas las nubes del pesar.
IV
Mi vida es un suspiro, tu vida una sonrisa;
mi alma negra sombra, la tuya blanca luz;
eres arroyo y ave, eres perfume y brisa;
yo lágrimas y duelo, tristísimo sauz.
Convierte los abrojos de mi cruel destino
con las hermosas flores de tu bendito amor;
y entonces, vida mía, al fin de este camino,
irán nuestras dos almas al trono del Señor.
Tal vez en mi alma existen en sombra aletargados,
los gérmenes sublimes de gloria y majestad:
sin ámbito ni norte dormitan cobijados
en el sudario lúgubre de horrible obscuridad.
Alumbra con tus ojos mi obscura inteligencia,
sé tú, mi vida, el norte que mire mi ambición,
y me alzaré gigante y arrancaré á la ciencia
el más hermoso lauro que anhela el corazón.
Si de tu amor el hálito mi espíritu alentara,
si de tu amor sintiera la llama celestial,
yo el vuelo poderoso con majestad alzara,
y un rayo alcanzaría del sol de lo inmortal.
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