En el centro, Rosa Gaytán
ROSA ISABEL GAYTÁN GUZMÁN
(Oaxaca, México 1955), vio la luz en Santa María Jalapa del Marqués, pueblo sepultado por el vaso de la Presa presidente Benito Juárez, hoy llamado Jalapa Viejo, que sólo reaparece cuando la aridez llega a un exceso indescriptible. El Istmo de Tehuantepec siempre ha estado presente en la vida de la poeta, quien hizo la primaria en Jalapa Nuevo, la Secundaria en Tehuantepec y la preparatoria en Salina Cruz, para después venir a la Ciudad de México a cursar la licenciatura en Relaciones Internacionales, en la UNAM. Pero ella va y regresa. Siempre está en busca de la semilla.
Hija de dos profesores de grata presencia y memoria en todo el pueblo, Rosa trae la naturaleza en la médula de sus huesos y, constantemente, la deja salir a través de todos sus sentidos. Tiene una conciencia asumida de su género. Sabe que las mujeres mueven buena parte del mundo y que el Istmo es del color de sus ropas.
Ha publicado:
-La quemazón. Editorial: Instituto Veracruzano de la Cultura.Colección: Cuadernos literarios.Año 1996
-Esta lluvia es la misma. Colección Lumía. Textofilia. México, 2012.
-Práctica de caza. Textofilia / Dirección de Literatura UNAM, México, 2015.
Práctica de caza
Rosa Gaytán
Textofilia / Dirección
de Literatura UNAM,
México, 2015.
Por Alicia García Bergua
Al acecho en la oscuridad
Quisiera empezar a hablar de este libro citando una estrofa del poema de Joan Margarit, “Ruleta rusa” de su libro Aguafuertes.
Podría disparar contra la poesía.
La he buscado en mi frente tal si fuera a cazar
poemas con el trueno de un disparo en la noche.
Indiferentes duermen, apátridas, los versos.
Sólo si alguien los lee se iluminan de pronto
y, en un instante extraño, ellos somos nosotros.
He apretado el gatillo, pero había tan sólo
una página en blanco en el tambor del arma.
El título enigmático de este libro de Rosa Gaytán, Práctica de caza –que es en realidad de uno de los poemas que lo encabeza, anticipándonos un poco lo que va a decir– nos remite a la pregunta de dónde está la poesía, de dónde y cómo hallamos los poemas. Es fácil responder a esta pesquisa y decir que en el lenguaje, pero hay mucho lenguaje supuestamente poético en el que no hay poesía. La poesía está en esa iluminación de los versos, a la que alude Joan Margarit, cuando la leemos a partir de la propia experiencia. Este libro de Rosa me parece entonces un viaje de caza en busca de los versos que tocan la experiencia que alimenta los poemas y que está contenida en ese espacio memorioso y oscuro que habita uno con su mente, y que es la verdadera vivienda. Los versos pueden iluminar todo y darle trascendencia e importancia y eso es el quid de la poesía; en ellos las palabras rozan los hechos y los elevan a otra esfera donde cobran otras dimensiones. Dice Rosa en la estrofa final de su poema “Viajes”: “Salir por la mañana/ del sueño/ rumbo al azul del baño/ exige decisión,/ como subirse a un tren/ a descubrir una ciudad lejana.” Decidir hacer el pequeño y trivial recorrido al baño que todos hacemos al despertar se convierte aquí en un acto decisivo que cobra otra dimensión vital en este caso.
El libro plantea también el hecho de por qué la poesía no es estrictamente una narrativa, sino una especie de correlato que hay que encontrar en detalles muy mínimos, por ejemplo, la mirada de alguien con quien la comunicación se hace difícil por el desconocimiento mutuo de los idiomas; unos versos en el poema titulado “Añu” dicen: “Pero hay lugares a los que no llegamos,/ esos que sólo podríamos visitar/ con la ayuda de una lengua compartida./ Puedo ver el paisaje que me muestras,/ los detalles se escapan/ hay un momento en que el silencio le gana/ a nuestra voluntad de compartir.” Es en la poesía, donde sobran las explicaciones, donde se pueden observar esas dos miradas ansiosas de comunicarse cruzándose en silencio y de llegar a los lugares donde las lenguas no llegan, y así sentir la fragilidad que todo eso implica; dice el poema al principio de la segunda estrofa: “Cruzamos los puentes del Danubio/ mirando los palacios que renacen/ como hemos transitado/ de tu lengua a la mía,/ de un continente a otro/ sobre esa frágil balsa/ que son nuestras miradas.”
Los poemas están hechos en gran medida del deseo de comunicar eso que nos pasa por dentro pero que no se puede enunciar trivialmente o completamente y hay que encontrar las palabras para poder cazarlo o capturarlo; por ejemplo observar que la figura y la actitud de alguien delata un origen campesino, y hacer de esta observación algo sutil y personal que hace trascender un hecho que podría pasar completamente inadvertido o considerado algo trivial; dice en su poema “Perspectivas”: “Aunque comparte/ el sudor de la jornada/ con los otros, es diferente de ellos./ Creo que viene/ del sol rotundo de los surcos/ del sudor del esfuerzo/ sin la paga y las propinas/ que aquí encuentra./ Tal vez tenga otra razón/ para esa alegría sospechosa/ que nos muestra,/ pero no me atrevo a preguntar,/ sólo sonrío y agradezco.”
Dice Joan Margarit en el poema citado al principio, que al leer los versos y hacer que iluminen algo, ellos se convierten en nosotros. Estos versos de Rosa que acabo de citar expresan la percepción y la duda que le suscita un personaje, y su perspectiva como poeta, porque en realidad la poesía está hecha de esas diferentes distancias con las que nos aproximamos, y son en realidad las que más importan, una distancia y una luz generales no iluminarían lo que se trata de decir. Dice el poema “Círculo”:
Mi nariz es origen
de la conciencia
que va tras un pañuelo
cuando aún duermo.
Prendo la luz
en busca de certeza.
Sangro
y con la sangre
un temblor primario
acompaña
al repentino miedo.
Despierto
para engarzar sueño y vigilia
con clarear el día
La luz no trae respuestas
ni certeza, la acompaña el olvido
que sostiene las horas
hasta el siguiente sueño
y sus temores.
Otra vez aquí el poema toca lo inexpresable: ese temblor o temor primitivo de sangrar que se vuelve trivial cuando amanece porque la luz que acompaña a la vigilia no ilumina de la misma manera lo que sucede por la noche, pues el sueño y la vigilia son finalmente estados de la mente que no se tocan en nuestro caso, sí en el de los delfines por ejemplo, que duermen con una parte del cerebro consciente de la respiración; no respiran automáticamente. Nosotros tenemos los poemas para tratar de engarzar ambos estados, para ponerlos al menos en un mismo plano del lenguaje. Pero también entre los poemas de este libro hay uno donde la autora logra gracias a las olas, saltar de la vigilia al sueño, dice en su poema “Olas”: “Hemos saltado todo el día estas olas./ Cuando el sol se ocultaba/ nos salimos del agua / sólo para entrar en la cama./ Con los ojos cerrados/ el paisaje se abre luminoso,/ azul, lleno de pájaros./ Y en una cierta ola/ llega el sueño.” En la poesía se pueden engarzar o no, estos dos estados, parece decirnos Rosa en este poemario.
La poesía para ella no es cuestión de iluminar sino de oscurecer y salir a cazar los versos, dispararles a ver si se iluminan con las palabras. Dice su poema “Oscurecer la casa”, que en mí parecer encierra su poética:
Oscurecer la casa
y hacer que cada paso
se vuelva lento y suave
asomado a sí mismo.
Mirar adentro
un tiempo que no consiente luz,
el de la palabra
que busca una salida
y encuentra
sólo en esta palabra
a la que escribe,
la que tiene el caldero
repleto de preguntas
Oscurecer la casa
y esperar las respuestas
por si vienen.
La práctica de caza que la autora lleva a cabo en este libro, la hace precisamente en la oscuridad, como reza la última estrofa del poema que lleva ese título. Dice, en él “Traigo este animal/ para lucir su pelaje/ deslizarme en la oscuridad/ y practicar la caza/ Estoy atenta a su respiración,/ a todo movimiento,/ a cualquier verso./ Hoy es él quien me tiene”. Hay en este libro un empeño de oscurecerse y de acechar el transcurso de la propia vida para que de éste surja a la luz de las palabras, un empeño de mirar atrás sabiendo el peligro que implica y a la vez remontarlo, distanciándose en cada caso según lo necesite para encuadrar lo dicho en el poema –como si fuera una fotógrafa–, y para verlo en perspectiva, asiéndolo con las palabras como si eso fuera una forma de consuelo y de resistencia.
Al final del libro hay un apartado titulado “Cacería” cuyos poemas vuelven a la fragilidad de la persona que escribe, sobre todo el poema final, cuya segunda estrofa dice: “Voy de la tierra al mar/ sin lograr la comunión del pez./ Busco al pájaro que vuela/ y, si es preciso, pisa tierra/ o se arriesga en el agua./ Yo apenas planto el pie y respiro del aire.”, que parece decirnos que pese a que uno puede sentirse muy fuerte cazando los versos, éstos se escriben no solo desde la oscuridad sino desde el titubeo, el desasosiego y la búsqueda continua de lo que no se encuentra, en realidad desde la condición humana; ella nos obliga a tomar todo desde perspectivas muy variadas, y ésa es la gran riqueza que nos da la poesía: obligarnos a tantear siempre en la oscuridad, no dar nada por visto ni por hecho, y esta parece ser la forma en que se fue haciendo este libro, cuya lectura recomiendo mucho.
Toda tarde es la misma
La tarde elemental ronda la casa.
La de ayer, la de hoy, la que no pasa.
J.L. Borges
Toda tarde es la misma
con su luz
que me lleva
a extrañar cada día
que se va con el sol
pero deja su huella
en este cuerpo
que se distancia más y más
de su primera tarde.
La noche es una pausa
donde parece no haber incertidumbres,
pero abre un nuevo día
y me arrastra
de vuelta a la inquietante tarde
en la que siempre pienso
que malgasté mi tiempo y mis monedas.
Sin embargo,
la misma luz oblicua de esas horas
y su clemente intensidad,
me ayuda a vivir con tal zozobra
hasta la noche, a confiar
que la daga del día tiene un filo
pero también un lomo
sobre el cual avanzar.
Oscurecer la casa
Oscurecer la casa
y hacer que cada paso
se vuelva lento y suave,
asomado a sí mismo.
Mirar adentro
un tiempo que no consiente luz,
el de la palabra
que busca una salida
y encuentra,
sólo en esta penumbra
a la que escribe,
la que tiene un caldero
repleto de preguntas.
Oscurecer la casa
y esperar las respuestas
por si vienen.
Desajuste
Crece mi lado derecho
a costa del izquierdo
que atribulado y silencioso
sigue siendo el mismo.
Truenan mis huesos
en busca del necesario ajuste
entre el lado que se mueve
y el que espera.
De un lado el ímpetu
en el otro la calma.
Fueron igual de sosegados
en su casi perfecta simetría
hasta que vino mi padre
a tomarme de esta mano
que hoy, como enredadera,
abraza todo mi cuerpo,
me acaricia el caballo,
rodea mi cintura
y desarregla el equilibrio
de mis hemisferios.
No sé si el lado izquierdo
imitará al contrario,
si lo verá independizarse
o qué vendrá.
Estoy segura de este pulmón
que maneja más aire,
de la nueva fortaleza
de la pierna y el brazo
y del desasosiego entre ambos lados.
Puede ser que el remedio
sea llamar a mi madre
a sostener el lado izquierdo
y con el contrapeso
me acerque un poco
a la armonía imposible.
Rosa Gaytán. Esta lluvia es la misma . Colección Lumía. Textofilia. México, 2012.
Por Lucía Rivadeneyra
'Ella sabe que no sólo somos agua, sino tierra, polvo y fuego', nos dice la columnista sobre Rosa Gaytán y su reciente libro de poemas.
El poeta Marco Antonio Montes de Oca escribió en "Algo más que la sed":
El noventa por ciento del cuerpo humano
Se compone de agua
Y yo voy a licuarme por completo:
Si estás presente
Se me hace agua la boca
Si estás ausente
Los ojos también se me hacen agua.
Y a mí me pasó lo mismo con los poemas de Rosa Gaytán, en su libro Esta lluvia es la misma , ya que son una especie de "viaje a la semilla". Está tan lejano el tiempo de la infancia, que los ojos se me hicieron agua; sin embargo, gracias a los versos de la autora, está presente la vida y la conciencia del paso del tiempo. A pesar de esta conciencia, mientras haya vida, la boca se puede hacer agua con alguna frecuencia.
Rosa Gaytán (Oaxaca, 1955), vio la luz en Santa María Jalapa del Marqués, pueblo sepultado por el vaso de la Presa presidente Benito Juárez, hoy llamado Jalapa Viejo, que sólo reaparece cuando la aridez llega a un exceso indescriptible. El Istmo de Tehuantepec siempre ha estado presente en la vida de la poeta, quien hizo la primaria en Jalapa Nuevo, la Secundaria en Tehuantepec y la preparatoria en Salina Cruz, para después venir a la Ciudad de México a cursar la licenciatura en Relaciones Internacionales, en la UNAM. Pero ella va y regresa. Siempre está en busca de la semilla.
Hija de dos profesores de grata presencia y memoria en todo el pueblo, Rosa trae la naturaleza en la médula de sus huesos y, constantemente, la deja salir a través de todos sus sentidos. Tiene una conciencia asumida de su género. Sabe que las mujeres mueven buena parte del mundo y que el Istmo es del color de sus ropas.
Ella sabe que no sólo somos agua, sino tierra, polvo y fuego que aparece de repente, en ocasiones incontrolable, a veces hecho tiempo y de pronto hay fuego en la nostalgia del fuego. Y hay en los suspiros, un aire que aviva el fuego. Es justo el aire el que seduce la falda, la enagua, que las mujeres istmeñas lucen con altivez. Todas las que caminan por esta zona del país dejan tierra y aire a su paso, dejan aromas. El viento se encarga de llevarlos y traerlos. De vez en cuando, el viento viaja con agua y quien nace en el agua o cerca de un río sabe que la vida corre y se va. Por eso, Rosa -con el nombre que heredó- va como una flor buscando el sol. Y o encuentra entre palabras. Así, llena de humedades ofrece sus recuerdos.
Esta lluvia es la misma es un deseo conseguido, logró aprehender el tiempo lejano, que sólo se detiene por momentos en la memoria. Qué seríamos sin la memoria, sólo una broma de mal gusto. Por tanto, esta oaxaqueña agarra sin temor sus recuerdos. Y resucita a una abuela amorosa, rescata el tiempo de las trenzas, del río, de la actual laguna, de los peines de madera, de la piel lastimada por el tiempo, del altar de muertos, de la tumba y el ayer mezclado con el futuro.
Herencia
(III)
Abuela, hoy no pondrás una uva sin piel
entre mis labios, no pondrás hoy al sol
mis vestidos ni comeré de tu mano
como en los días en que juntas
caminamos la cantera de nuestra ciudad.
Hoy quiero sentir que tu fuerza es la mía,
que hay otro precio por el beso de un hombre,
algún camino que no duela.
Hoy te llamo,
a que, como en otro día,
me lances una cuerda
para alcanzar la vida.
Gracias a que el tiempo no se detiene, se puede celebrar la aparición de este poemario que seduce y convence. Gaytán supo atar su pertenencia a un terruño y anclar su palabra en la memoria, en el continente de su tiempo. Sus versos están rodeados de agua dulce, y de sal. Las imágenes de las mujeres que aparecen en este trabajo están vistas por los ojos de una niña y florecen en la madurez.
"La acequia"
Frente a tu puerta
corría por la acequia el agua
como tu paso por la casa,
abuela,
ahí donde entibiabas el agua de mi baño
en apasle de barro
bajo el compasivo sol de nuestro valle,
donde el geranio aún se multiplica
en el perfume que te trae a mi lado.
Esa casa que guardaba regalos
para mí en cada visita
y que huele a mezcal, a chocolate
y al matutino peine de madera.
Esta casa donde faltaban los espejos
que yo necesitaba,
porque decidiste que no valía la pena
mirarte más en ellos.
El espejo era una puerta que cerrabas:
a mí me abría el camino
como el agua del apasle o de la acequia.
La poeta va y viene, está en el pasado, en el hoy y en el mañana. Sus ojos abarcan el tiempo. Se detiene en las aves, en el patio, en el altar de muertos, en las sombras, en el mercado, en el agua, en la leña, en la abuela. Y todo es movimiento, cambio, excepto los cubiertos acomodados sobre el terciopelo. Pero si el mundo fuera como el "remanso del estuche de cubiertos / brillantes y pacíficos" no nos conmoverían estos versos.
En el poema "Brazos", la autora reafirma el sentido del tiempo, del ir y venir del asombro:
Miro mi brazo aún firme
y aparece aquel otro
que ceñido en lo alto por la blusa
se levantó un día ante mis ojos.
Desde abajo
miro el brazo moverse
hacia el cabello en trenzas.
Me asombra que tanta carne cuelgue.
En el rostro sonriente
veo la luz de sus ojos
mirando con dulzura mi niñez.
Frente al espejo
el recuerdo anticipa
que algún día mi brazo
ha de asombrar alguna infancia.
En su calidad de internacionalista, Rosa Gaytán presenta sus cartas credenciales con Esta lluvia es la misma . Parece que los astros se alinearon para que este libro suave, aparentemente sencillo, viera la luz con una presentación del poeta Antonio del Toro y llegara a nuestras manos en una edición que se deja acariciar.
Por fortuna, Esta lluvia es la misma , la que cayó hace algunos ayeres y humedeció la tierra nos hace recordar que el agua, por momentos, la traemos adentro de los ojos. Gracias Rosa Gaytán por ofrecernos estas pinceladas de recuerdos tan presentes que, al igual que la lluvia, son los mismos, los tuyos, los nuestros, es decir, la memoria entre el aire, la tierra y el fuego, en el riesgo constante de la lluvia. Gracias por apresar y compartir, en aguas vivas, las palabras.
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