VÍCTOR ALEGRÍA SUPERBI
Víctor Osvaldo Alegría Superbi, artista visual y poeta. Nació el 24 de Septiembre de 1956, Santiago, Chile.
Entre los años 1980 y 1982 estudió Licenciatura en Artes Visuales, mención Pintura en la Universidad de Chile, Santiago.
Entre los 2004 y 2009 realizó el Magister en Artes, con mención en Artes Visuales en la Universidad de Chile, obteniendo el título en el año 2012.
Los profesores más influyentes en su obra encontramos a Gonzalo Díaz con quien aprendió a dar importancia al aspecto conceptual, a la estructura y a la tradición; Ximena Cristi quien lo impulsó a darle preponderancia al color y a la materia en la pintura y Rodolfo Opazo con quién determinó la importancia del tema o motivo en la obra y lo fundamental del trabajo constante y perseverante en el oficio de la pintura.
Desde 1982 se ha desempeñado como ayudante y docente en la Facultad de Artes, como también ha trabajado en cargos administrativos en el Departamento de Artes Visuales, Universidad de Chile, Santiago.
Premios y distinciones
1978 Tecer Lugar Concurso Nacional de Pintura y Escultura, Centenario de Traiguén, Municipalidad de Traiguén, Temuco, Chile.
1985 Beca Amigos del Arte, Santiago, Chile.
1993 Mención Honrosa XI Versión Concurso Nacional, Municipalidad de Valdivia, Valdivia, Chile.
2004 Beca Programa Magíster en Artes con mención en Artes Visuales, Universidad de Chile, Santiago, Chile.
2006 Primer Lugar Concurso de Creación Artística del Departamento de Artes Visuales, Universidad de Chile, Santiago, Chile.
Literatura:
Ha publicado ensayos sobre arte y literatura, como La familia Belleli. Análisis de un cuadro de Edgar Degas. (2001), Sobre Borges (2004) y La poética de Ron Mueck en la Era Biopolítica (2010), entre otros.
Obras de poesía:
-Pleamar, 2012
-Ensenada, RIL Editores, 2014
-Arte de vivir, Plaquette Publicada por la Biblioteca de Santiago, 2014
Nota.- Las pinturas son del autor, Víctor Alegría
Pleamar
Víctor Alegría
por Eugenia Brito
Este libro de poemas de Víctor Alegría estructurado en tres partes: 1. Paisaje Cierto; 2. Especias y 3. Días de Septiembre.
En el Capítulo 1, Paisaje Cierto, los poemas aparecen derivados de una emoción de la contemplación de un paisaje campestre: del campo, pero pronto, esta emoción se rompe y lo mismo ocurre con el "lugar idílico" que pintan, y esta grieta que serpentea, deteriorando el lugar.
Habría varias razones, razones de sentido anudadas a esta ruptura: la sensación heraclitiana del tiempo que transcurre, del carácter mudable y perecible de las cosas, lo que tiene que ver con lo perecible de los procesos de construcción de la realidad, con lo mudable de la naturaleza y de la condición material de lo terrestre. Circunstancias todas ellas que contribuyen a romper el "locus amoenus" que es el tópico bajo el cual Víctor Alegría diseña este poema.
Otra de las razones, es la modernización y la muerte de las culturas agrícolas que ella trae consigo, hecho que en Europa comienza en el S:XIX y tiene su apogeo en el S:XX,. A ello se suma la llegada del industrialismo y la entrada de los campesinos en el mundo de la industria y en las revoluciones tecnológicas:
"Vuelven cada noche
A una lánguida cohabitación
que no los une:
todo lazo destruye
la agosta miseria
Ya no habrá madura mies
Ni vegas, ni vastos horizontes,
Ni pechos esperanzados" (p.12)
La miseria es uno de los factores de la desarmonía, quita la esperanza pues vuelve infructíferos los campos, su antiguo sustento, su placer y su descanso.
El otro hecho es el presagio del poeta que encuentra en la pleamar, la bajamar y el ahornar, la metáfora precisa para a construcción de una escritura, que tomando como punto de apoyo la naturaleza y sus vaivenes, construye sobre ella una escritura, la de una melancolía por la isla que produce en su corazón y que semejante, a una flor, guarda en cada uno de sus pétalos, la ausencia de la amada / del paraíso/ de la felicidad.
Otra de las metáforas de la amada es el jardín. Pero lo que estremece el texto es el movimiento del mar, admirable aunque desconcertante y productor de terror: terror ante el abismo, ante la nada y en la medida en que configura la distancia entre él y las galaxias y las estrellas, el poeta siente que el abismo que observa en el mar y en el cielo, está también en él, como antaño lo sintiera el Conde de Lautréamont en Cantos de Maldoror, en su magnífico texto: oh, océano. Finalmente, como buen componente del abismo, el poeta encuentra la muerte en el revoloteo de las olas, y en el movimiento abisal e intenso de las aguas. Es el ronco ruido de las olas su manera de presagiar el final de agua que espera al destino humano, mezclado como huella en la profundidad de su tormentoso llamado. Pero aparece la figura de la amada y todo se tiñe de deseo, y el deseo como la flecha exacta que combina la muerte con la vida lo aleja del ojo de la muerte, que como todo mortal lo sabe, es una gran seductora, paralela al amor es 1 a aniquilación del cuerpo y sus sentidos.
En Especias, la segunda parte, el poemario se abre en la ruta del amor, que da vida a poemas breves y con imágenes muy bellas, de desigual contextura. En unas late la procedencia moderna, del Surrealismo y a ratos parecen evocar a Vicente Huidobro: con sus "estrellas que agonizan/ en nuestras cabelleras " (p.29). Y este otro poema, de factura postmoderna en que la pintura hace nacer una verdad revelada sólo en el lenguaje pictórico: "Pinto tus ojos/ tres generaciones /se miran / en esa fuente" p.33. Tras el elogio del amor, sobreviene una meditación sobre la condición humana y sobre el dolor: "Cada uno arrastra su dolor / a solas. Humano es/ sorber el salado mar/ calladamente. Poema quevediado de dat antigua, digamos del barroco de Góngora y Quevedo.
Llama la atención también hacia el fin de la segunda parte, este poema: "Y tú tiempo / no eres infinito. Infinita es mi/ manera / de pensarte/ a solas" (p.47), en que la muerte, lo mudable, lo abisal se vuelcan al yo y a las coordenadas que estructuran el ser, como es el tiempo.
En la Tercera Parte, "Días de Septiembre" El poema se vuelca en la separación del amor, en el que ve repetirse el mismo ciclo que antes viera en los campos, en el mar y en la mujer, lo ve ahora instalado en la relación de pareja: hombre / mujer. Pero desde dentro de sí, surge otra propuesta, una que contiene como clave toda la anterior. Se da cuenta del dolor que hay en el mundo y madurando, adopta con sabiduría esta postura kavafiana, que evoca el poema que Kavafis hiciera a la ciudad natal:
Otra suerte mejor
No desees:
Te pertenece.
Asúmela
Como el sol
Como la luna
A quienes interrogas.
Mudos son
A tus preguntas. (p.61)
El tiempo finalmente se enangosta y pasa por todas las cosas. Llega la casa del hombre y finalmente a él para terminar como dijera en sus célebres coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir", Alegría piensa en ese mismo mar antiguo al que todos por derecho propio pertenecemos.
Finalmente, dice, el ciclo de la vida termina: el rostro más querido sale de todo marco y se va en la nada. Así ha pasado, así sucederá y "alguien que quisimos, / pronunciará nuestros nombres; / como pasado lejano / y sepultado" (p.70).
Así pues, el poema cubre una secuencia que va desde la trizadura de un paraíso en el que se desliza, como su metonimia, la serpiente y con ella el habla que se mueve por las diferencias dejando caer el naipe marcado con la cifra de lo mudable; después sigue, casi epigramático por la segunda parte en que una mujer lo distrae con su amor y con el erotismo que ella le provoca, es su jardín, su isla y la rosa, flor privilegiada por todo poemario amoroso.
Y finalmente, por la meditación metafísica por el pensamiento de la muerte, como dato no fácil de suprimir u olvidar sino como dato que obliga, obliga a considerar todo lo amado como inexorablemente sometido a esta ley y además, al olvido, a ser menos que la ruina, puesto que ésta aún llama a la melancolía, al duelo, a la admiración y a la reconstrucción y reparación del tiempo como una especie de pasado puesto en el futuro, de manera alegórica.
Lo que suscita una axiología, una exigencia de valorar como supremo el gesto de recepción y recreación de los dones recibidos, siguiendo a la poeta chilena Stella Díaz Varín. Los dones recibidos nunca serán insepultos.
Selección de algunos poemas del libro Pleamar.
Suburbio
Atrás quedan campos hurtados
al corazón de los hombres.
Edificados hectárea tras hectárea
con un claro propósito rapaz.
Tristes campos edificados
para grises familias
sin propósito.
Vuelven cada noche
a una lánguida cohabitación
que no los une;
todo lazo destruye
la agosta miseria.
Ya no habrá madura mies,
ni vegas, ni vastos horizontes,
ni pechos esperanzados.
Especias
Encontrarás una tarde
en un baúl
poemas
escritos bajo tu reino.
Especias
de una tierra desconocida.
Navegando un mar
para rodearte
oh isla
siempre asediada
por mí.
*
En noche
por caminos
descalzo
siguiendo
estrellas que
agonizan
en nuestras
cabelleras.
*
Ríen los aromos
en tus ojos
engastados.
Danza tu pelo.
Viento
afiebrado de la tarde.
*
El aire
el agua
aún escribe
tu nombre
a ciegas.
*
Y tú, tiempo,
no eres infinito.
Infinita es mi
manera
de pensarte
a solas.
Días de septiembre
Los primeros días de septiembre
son casi primaverales.
Así habrían sido para mis padres:
mañanas luminosas,
algunas nubes y aguaceros
pero días brillantes, al fin.
El mundo no ha cambiado mucho.
Todo esto sucedería ya cercano
a mi nacimiento
el invierno habría pasado
y se respiraría un aire diáfano
y el hijo por venir.
Estarían alegres, esperanzados;
eran jóvenes, confiados.
Pagano sol
Se aleja
el verano
con rudeza.
En fuga
un pagano
sol
y en mis
brazos
aquel sueño
que fue
sobre el oro
de tu cuerpo.
Todo aquello que un día fuimos
Y todo aquello
que un día fuimos
ha de perderse con nosotros.
Otro verano como éste
no veremos.
Su bello oro y su ocio
y la risa y la conversación
sin objeto
se irán para siempre
con nosotros.
Tu rostro que enmarca
este cielo y este mar
un día desaparecerá
como el horizonte
en la bruma matutina.
Otros barcos llegarán
a este puerto
que no veremos.
Y alguien que quisimos,
pronunciará nuestros nombres;
como pasado lejano
y sepultado.
ENSENADA
2014
RIL Editores
Donde el agua se une a otras aguas
Presentación de Ensenada de Víctor Alegría
Por Diego Alegría
Nada estaba aún completo antes que lo mirara.
Rainer Maria Rilke
Recorrer Ensenada, segundo libro de poemas de Víctor Alegría, ha significado transitar por las primeras versiones de sus textos, el instante en que nos recitaba y acogía nuestros comentarios; pero, ante todo, revivir las conversaciones íntimas entre padre e hijo sobre la verdadera naturaleza de la poesía, todos ellos momentos plenos, afortunados, donde hemos tratado de aprender el oficio de escribir, de impregnar nuestros poemas con la exactitud y detalle de la pintura. En sus tres secciones, Ensenada encarna dicha vocación por la precisión verbal, por el tono confesional y por la imagen poética como figura articuladora de los poemas, donde familiares, amigos y artistas se encuentran y dialogan en la voz del hablante.
Celaje, la primera parte del libro, constituye el eje programático del poemario y un puente entre Pleamar, la ópera prima de Víctor Alegría, y Ensenada. Por un lado, se presenta el mar, no como entidad física, sino abstracta y paradójica, en cuanto simboliza lo transitorio y lo permanente, comparada por el sujeto lírico con la aparición y desaparición de escenas de la memoria, como sucede en el poema “Aquello que fue imagen” (p.17). Al mismo tiempo, el tipo de versificación de Alegría recuerda el incesante golpe de las olas, característico de Pleamar: versos largos mezclados con versos breves que, generalmente, establecen quiebres de sentido. Por otro lado, al reflexionar en torno al proceso creativo, el hablante lírico afirma, a partir de sentencias encadenadas a imágenes poéticas análogas, que toda obra se construye por sí sola, sin la intención aparente del autor, como señalan los siguientes versos: “En el cuadro la / voluntad no cuenta: // grácil hierba / en manos del viento” (p.28). Asimismo, el artista es quien, a partir de la memoria, describe en imágenes pictóricas o poéticas el milagro de lo cotidiano. Celaje prefigura, entonces, la naturaleza y estilo de las próximas secciones, es decir, el interés por la imagen poética que se entrecruza con un tono confesional, la belleza de las acciones y objetos cotidianos, y, finalmente, el diálogo con pintores y poetas a partir de la cita y el écfrasis.
La sección número 2, llamada Tersura, está compuesta por 47 haikus, escritos en verso libre. En ellos destacan tres aspectos: la fascinación por la imagen, tanto instantánea como de la memoria, el tópico del lugar ameno y la separación amorosa, todos ellos tratados desde un lenguaje pictórico, donde confluye el detalle visual junto con sentencias filosóficas, a la manera de Celaje, donde el hablante logra comprender “ciertos caminos” (p.41). En primer lugar, la imagen instantánea, es decir, la captura de un instante a través de las palabras, recuerda el trabajo pictórico de Alegría, especialmente la serie Los nadadores, donde, con paciencia y rigor, el artista zurce la trama de un instante en un transcurso de tiempo prolongado, un momento que es, por un lado, “hermoso y fugaz” (p.37), como declara el hablante, pero que, paradójicamente, permanece recobrado en la palabra. En segundo lugar, dentro de las imágenes de la memoria, sobresale la niñez, motivo relacionado con el tópico del lugar ameno, donde el hablante adulto se posiciona fuera de lo urbano y civilizado, para marcharse a los eriales, comparando dicho des-ligamiento con un niño caminando entre la maleza. Al mismo tiempo, algunos haikus establecen una analogía entre el mar y la memoria: “la ola traza / un instante” (p.33) que se retira, pero que, de una u otra forma, regresa, al igual que un cúmulo de recuerdos. Entre ritmos entrecortados, la temática de la separación amorosa constituye una constante dentro de Tersura, donde principalmente se esbozan momentos silenciosos entre los amantes, incomunicación que se traduce en despedida y pérdida de lo amado, y en cuyo correlato se ubica la imagen del jardín y del mar, lugares que, antiguamente íntimos, sobrecogen al hablante con su inmensidad.
En Rompiente, la última parte de Ensenada, encontramos dos registros alternados. Primero una poesía descriptiva, al igual que en las secciones anteriores, donde, al dibujarse con palabras, el paisaje toma algún sentido, como señala el sujeto lírico en el poema “Niebla”. Imágenes poéticas claras, precisas en la construcción de un significado unitario, nunca fragmentario, donde generalmente no se utilizan verbos, por cuanto es poesía de la permanencia de las cosas. En ellos destaca, asimismo, la utilización del écfrasis, es decir, la representación verbal de una obra visual, como en el caso de Gonzalo Millán en Claroscuro. Sin embargo, Ensenada logra superar el cuadro, entendido como modelo de escritura, para incorporar un tono confesional que se traduce en el segundo registro: el coloquial, donde el hablante lírico no se detiene precisamente en las pinturas de Zurbarán, Corot, Rembrandt o Sisley, sino en el proceso mismo de creación. La obra se funda y se resuelve en los estados anímicos del autor y en su propia biografía, fenómeno también presente en la poesía de Alegría, donde constantemente se hace referencia al júbilo del espacio familiar, que es, a su vez, íntimo, cotidiano y divino, donde el sujeto lírico exclama en el poema “Dádiva” que su existencia “ha sido obra de la gracia para ellos” (p.113). Al mismo tiempo, en Rompiente parecieran resolverse las problemáticas interiores del hablante, quien encuentra en la amada, ahora cercana y serena, el aprendizaje de “la ciencia simple // de vivir” (p.111), y en el verano y las vacaciones, un lugar idílico hecho presente.
El libro de Alegría constituye un poemario híbrido en su construcción verbal y emocional, pero íntegro en su línea temática, que despliega una galería de escenas cotidianas y biográficas, mezcladas con reflexiones metafísicas y referencias a la historia del arte y la literatura, temas y motivos expresados con precisión, sutileza, pero a la vez intensidad lírica. Ensenada significa, entonces, espacio donde el agua se une a otras aguas.
No existe
el retorno
sólo el golpe
de la ola
que vuelve
arena
la roca.
***
Quizás hubo silencio
en la soledad
del cosmos.
Un soplo
fue la causa
de este latir cansado
trashumante.
***
En el cuadro la
voluntad no cuenta:
grácil hierba
en manos del viento.
***
Libre
por los eriales.
Absurdo volver.
***
La lluvia y el viento
arroja manzanas
sobre la cabaña.
***
Hoy. Vivir con prisa
sin comprender
nada.
***
Te veré
como hoy.
Siempre.
A un Zurbarán
Habitaciones umbrías
recoletas.
Existencia monástica.
Un cántaro agua
rosa fresca
luz de cera
en la pátina
del tiempo.
Vacaciones
Era la época de la canícula.
Por la tarde íbamos a la
piscina, bajo los sauces.
Padre y madre descansaban.
Nosotros competíamos
a lo largo de las
aguas esmeraldas.
Luego contemplaba las ondas
desde la orilla
hasta bien entrada la tarde
(me gustaría alguna muchacha,
sin esperanza).
Volvíamos a nuestros cuartos.
Padre y madre charlaban
bajo la sombra
fresca de los álamos.
Ahora viajan.
Siempre.
Rompiente
Era mediodía.
La luz se filtraba
entre los pinos;
la sombra azul
caía sobre la carretera.
Grupos de personas
subían y bajaban
desde las rompientes.
En las casas, cada palmo
con motitas de luz
en paredes y jardines.
Mientras caminábamos
un horizonte de acero bruñido
con blancas y pequeñas velas
se descubría.
Bajamos la cuesta
con todo el tiempo del mundo
por delante.
Corot
Corot prefería pintar
al alba o al crepúsculo
cuando la luz
difumina los contornos
y dora el paisaje.
Nunca olvidó la lección
aprendida en Italia:
los tonos dependen
de las relaciones
de unos con otros
pintando los atardeceres
de Roma.
Su ejecución era franca
casi se diría, ingenua.
Aquellos de siempre
veían torpeza
donde no había
más que genuina
contemplación
ante el paisaje.
Dádiva a nuestro
perturbado corazón.
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