Carlos Arturo Imendia
(Sonsonate, El Salvador 5 de mayo de 1864 – Ahuachapán, 30 de noviembre de 1904) fue un poeta y periodista salvadoreño.
De muy joven fue nombrado como catedrático honorario de idioma francés en el colegio de Guadalupe de Sonsonate en 1879, mientras aun era estudiante en la misma institución. Allí se graduó de en bachiller en Ciencia y Letras. En los años posteriores ejerció cargos administrativos en el ramo de educación y llegó a ser diputado suplente por su departamento (1895). Asimismo fundó entidades educativas como el colegio San Agustín en su ciudad natal. Contrajo matrimonio en 1891 con Rosa Boquín y Guzmán
Se desempeñó como redactor en varios periódicos, entre ellos La asociación (1889) y La nueva enseñanza (1889). También fue agente de ventas de la revista infantil La Edad de Oro del cubano José Martí. Por otro lado, integró diversas asociaciones científico–culturales, entre ellas la Academia de Ciencias y Bellas Artes (1888) de El Salvador, el Ateneo de Lima de Perú, Societé pour l’ Instruction Elementaire de París, Sociedad Geográfica de Madrid, etc. En el ámbito poético fue amigo de Rubén Darío, en la primera estadía de este en San Salvador (1882-1883).
Parte de la obra de Imendia fue publicada en diversos medios escritos nacionales e internacionales. Entre los diversos medios salvadoreños se incluyen: La juventud salvadoreña, Diario del Salvador, Repertorio Salvadoreño, La Nueva Era, etc. Incluso sus trabajos se tradujeron al idioma inglés, sueco y francés. Fue el autor del himno A la bandera salvadoreña. Ganó el segundo lugar por su cuento El faro del señor Lucas, convocado por el Diario del Salvador. En general sus trabajos se encuentran dispersos en periódicos y revistas.
Murió en el centro de la ciudad de Ahuachapán, víctima de afecciones cardíacas y palúdicas. Según el poeta David Escobar Galindo, Imendia es «un neo romántico de suave tonalidad».
Obra
Lugareñas, poesía, San Salvador, 1894.
Estelas, verso y prosa, San Salvador, 1900.
EN MI CUMPLEAÑOS
(Fragmento)
I
Otras veces, de gozo conmovido,
Saludaba la aurora de este día,
Después de haber con gratitud sentido
el dulce abrazo de la madre mía.
¡Ah! Cuán distinto es lo que ahora siento
En esta fecha de pasado encanto…
¡En dolor se ha cambiado aquel contento,
Aquella risa se ha cambiado en llanto!
Hoy triste me senté cerca del lecho,
Cual si llegar mi madre allí debiera,
Para estrecharme a su amoroso pecho,
Como en tiempo feliz ella lo hiciera;
De “Repertorio Salvadoreño”, San Salvador, 1889.
Carlos Arturo Imendia Sigüenza (1864-1904)
Perfil del renombrado poeta, a 150 años de su nacimiento
Por Carlos Arturo Imendia Maza (*)
El distinguido literato salvadoreño de finales del siglo XIX nació en la ciudad de Sonsonate el 5 de Mayo de 1864. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal en el Colegio de Guadalupe en donde obtuvo el grado de Bachiller en Ciencias y Letras en 1882; motivado por su madre fue desde pequeño un asiduo lector y siendo aún estudiante fue nombrado catedrático honorario de Francés en su mismo colegio. Su innata vocación humanística la desarrolló por medio de la creación literaria, el periodismo y la docencia, a la que se dedicó con ahínco desde muy joven. Fundó y dirigió varios colegios entre los que destaca el de San Agustín en Sonsonate en 1885, año en que llegó a ser diputado suplente por su departamento. Contrajo nupcias en la Unión con Rosa Boquín y Guzmán, oriunda de Comayagua, Honduras, el 16 de enero de 1891.
Además de su labor docente, se desempeñó desde 1889 como redactor en el rotativo La Palmera de Sonsonate y fue colaborador activo en periódicos y revistas como “La Juventud Salvadoreña”, “El Porvenir de Centro América”, “La Asociación”, “La Nueva Enseñanza” y el “Diario del Salvador”. Fue agente local de ventas de la casa cinematográfica United Artists Association y de la revista infantil neoyorquina “La Edad de Oro”, que estuvo dirigida por el gran poeta y patriota cubano José Martí, quien fue nombrado miembro correspondiente en Nueva York de la Academia de Ciencias y Bellas Letras de San Salvador, de la que Imendia era un activo integrante. Asimismo, desempeñó cargos administrativos en el Ministerio de Instrucción Pública.
Cultivó una profunda amistad con Rubén Darío, a quien conoció durante la primera estancia del escritor modernista nicaragüense en San Salvador en 1883, cuando ambos tomaban parte en las veladas lírico-musicales organizadas por la sociedad científico-literaria “La Juventud” de la que eran integrantes. Por correspondencia continuaron compartiendo sentimientos y las fases inéditas de muchas de sus producciones hasta que volvieron a encontrarse en Sonsonate en 1889. Quedan en la memoria de su nieta Josefa Campo Imendia las cartas, el soneto de Darío a la bisabuela escrito por su puño y letra en un abanico y las hojas de los cuadernos color sepia con escritos de Rubén y Carlos Arturo. De la estancia en la casa del mar en Sonsonate solo queda uno de los ejemplares de Lugareñas y de Estelas con sus hojas que más que papel parecen obleas, y las plumas plateadas del poeta. La última vez que los vates se reunieron fue en New York en 1893, cuando Darío se preparaba para viajar a Buenos Aires, en calidad de cónsul de Colombia. En esa ocasión, le dedicó el siguiente verso:
“A Carlos A. Imendia
¡Vengan los sufrimientos! ¡Vengan bien las borrascas inquietas!
¡Oh leones! ¡Oh águilas que pasáis entre la humanidad!
Encrespar las melenas o extender vuestras alas, poetas,
Es soberbio, es augusto, ¡bajo el soplo de la tempestad!
Nueva York, mayo de 1893”
En medio de sus responsabilidades docentes, el Poeta de Sonsonate no abandonaba su afición al cultivo de la creación literaria, a pesar de su frustración cuando su primer poemario (Páginas Rimadas, 1889) no fue publicado a última hora por la tipografía neoyorquina de la “Revista Ilustrada”. Pero este fiasco, lejos de desanimarlo, le acicateó para seguir escribiendo. En 1894 dio a la imprenta un volumen de versos titulado “Lugareñas” en cuyo prólogo el gran poeta salvadoreño Francisco Gavidia expresó: Carlos tiene su ciudad, y esta ciudad tiene a su poeta…Sonsonate es para mí una ciudad querida, y antójaseme encontrar su vida y su modo de ser en su poeta, Carlos, cuyos versos, de un ritmo campoamoriano, imitan el rumor de las palmas que allí agita un viento cálido…”.
A esta obra siguieron las letras y partituras de “Cantos Escolares” (1899), elaborado en colaboración con el músico Ciriaco de Jesús Alas, obra a la que siguió, un año más tarde, la aparición de “Estelas” (1900), una colección de versos y prosas prologada por Modesto Barrios. Reconocido entonces ya como uno de los autores más brillantes de la época, Imendia escribió el emotivo “Himno a la bandera salvadoreña”, texto al que siguió otro trabajo que venía a confirmar su peso específico en la cultura del país como fue el Discurso de apertura del parque “Gerardo Barrios” (1902, en la actualidad “Parque Bolivar”). Sus escritos se encuentran diseminados en numerosos diarios y revistas internacionales en Estados Unidos, Argentina, Guatemala y Costa Rica. Algunas de sus composiciones han sido traducidas al inglés, francés y sueco. En junio de 1904, su cuento El faro del señor Lucas se hizo acreedor del segundo premio en el concurso literario nacional convocado por el capitalino Diario de El Salvador.
Enfermo desde agosto de 1904, falleció en el centro de la ciudad de Ahuachapán, a las 15:30 horas del 30 de noviembre de ese mismo año. En 1926 el gobierno otorgó su nombre al Centro Escolar de Nahuizalco, el cual a finales de los noventa se cambió por el de Estado de Israel.
“Dolor Supremo”
Llamaron á la mesa: Muy despacio
Me dirigí á sentarme,
La cabeza inclinada sobre el pecho,
Pensando en cosas graves.
***
Ocupé mi lugar en este estado,
Y á los pocos instantes,
Volví la vista en torno de aquel sitio
Con aflicción muy grande.
***
No pude suspirar…sentí en el alma
Dolor inexplicable,
Y en mi semblante pálido surcaron
Lágrimas abundantes.
***
Terrible situación! No tuve fuerzas
Ni para levantarme…
…Por la primera vez vacío estaba
El puesto de mi madre!
1886
(*) Agradecimiento al historiador Carlos Cañas Dinarte por su invaluable estudio de la vida y obra del poeta, así como a mis tías abuelas Fita Campo Imendia y Blanca Elena Calderón Imendia por las alegres veladas en que compartieron tantas memorias del bisabuelo.
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