miércoles, 13 de mayo de 2015

ALINA HERNÁNDEZ [15.953] Poeta de México


Alina Hernández

Lázaro Cárdenas, Michoacán, México  1988
Escritora y editora. Dirigió la revista Síncope en su primera y segunda épocas. Actualmente forma parte de los organizadores de la Feria Interactiva de Revistas y Publicaciones Periódicas Independientes y colabora para varias revistas digitales e impresas. 





Algún día los muelles se convertirán en barcos, los puentes en olas y los viajantes en columnas
(fragmentos)



(Acto I) Una mujer espera

En cada puerto
hay una mujer esperando al mismo hombre.

Ilusas.

Él no volverá

o regresará para robar el agua de los brazos
que sostienen los pilares de los muelles.

Miradas líquidas
suben por los tobillos,
se vierten en el centro de los ojos.
Podrían abarcar el mundo
o salvar a un náufrago perdido
entre los mares de acentos extranjeros.

En cada puerto hay una mujer esperando al mismo hombre
Ilusas,

desembocan
en lo inmenso
y llegan hasta la gran revelación
de saberse tejedoras
de un abrazo inacabado.

En cada puerto,
hay una mujer acantilada
en espera de encontrar el cuerpo
y sentir el instante del abismo.




(Acto II) Hombres líquidos como columnas de mármol

Se mueven en un vaso.
Son seres condenados a vivir
en medio de lo lleno y lo vacío:

nunca repletos,
siempre faltos

del navío entrepiernado
de mujeres.




(Acto III) Awareness

Las muchachas han sentido,
saben,
intuyen el vibrar de las columnas.

Es el llanto de los seres de agua,
el eterno gemir por lo inasible,
por la falta de humedad entre sus ropas.




(Acto IV) Una despedida que no se va

Cada ciudad es un mar, cada mujer es un muelle.
Y no queda sino hondear los pañuelos
para sacudir el llanto que impregnó la despedida.
Resta sólo lamer las lágrimas y contener las olas
que hizo el barco que ha partido.
Quedarse con la manos vacías,
en espera de otra embarcación.

Ya el agua se mece en dirección lejana.
Ya los puertos describen la altura del adiós
en la punta de los labios.

Las mujeres,

las ilusas,

van a plañir,
a tejer de nuevo la zozobra que han dejado,
porque saben,

intuyen,

que la despedida
no ha de ser tan húmeda

ni tampoco eterna.
Cada mujer es un mar, cada muelle una ciudad.





***




El viajante ha de partir,
ha de buscar esa cama de común encuentro
hasta dejar los muslos tambaleantes de ilusiones.
Pero el vacío llegará y sabrá instalarse
en los pendones que sostienen a los puentes.

No habrá adiós tan cerca
que detenga el rechinar de los metales,
el pudrir del fierro por tanta saliva azucarada,
tejiendo la esperanza del retorno

o de la huida.




(Acto V) Una mujer se mira levar anclas: quise decir yo

Parte de mí un barco,
se lleva a la muchacha como si fuese otro año.
Parte de mí y se aleja en el ondear del viento
con la fuerza de las olas que descubren lo abierto del mar.

Parte de mí el tejido de los puertos
y descubro que es la misma,

la misma ilusionada

de quemar las naves
y ahogar los muelles para que los labios marineros se queden a vivir
como hombre de agua,
siempre atento a levantar los destrozos que el forastero arrastra.

El viajante se ha vuelto musgo,
se ha pegado como lapa a la memoria,
como liquen a la roca.
Su espalda es un continente que se aleja.



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