jueves, 3 de julio de 2014

RAÚL RIVERA [12.148]


Raúl Rivera

Raúl Rivera (Valdivia, CHILE  1926). Poeta y profesor. Estudió en la Escuela Normal de Chillán. Su primer libro se tituló “Fiestas mortales” (1957).

Fuente: “Puerto Natales en la prosa y en la poesía”. Por Marino Muñoz Lagos (La Prensa Austral, Punta Arenas, 31 mayo de 1990).





Señoras chilenas

Señora Pérez, Sandoval, González,
señoras majestuosas
que crían diez chiquillos
y venden empanadas los domingos.
Señora de los pueblos más pequeños
de Pinto, de Turquía,
de Rarinco y de Púa.
Señora de los barrios y recovas,
que se abre paso a risas
con su cesta de peras,
tomates y cilantro.
Grandes amigas de la sopa humeante
y el caldo de pescado.
Señora Torres, Álvarez, Rodríguez
que matricula al niño
y teje los zapatos
de la guagua de su hija
en Rengo, en Quilicura,
en Salamanca.
Matronas del lavado y de la huerta,
esposas del maestro carpintero
o viudas de sargento.
Vecina que en carreta soñadora
va a la feria los sábados,
por caminos de sol en Chillán Viejo,
por los barreales frescos
de Osorno o Río Bueno,
a vender unos pavos,
el chancho regalón
y dos sacos de trigo.
Señora nacional, usted que lucha
contra la borrachera del marido,
que coloca en la mesa
la sandía chorreante del verano,
que le arroja las migas del mantel
a sus cuatro gallinas.
Señora Carmen, Auristela, Eufemia,
usted le dice al niño que no debe mentir,
pone la escoba en manos de la chica,
administra las compras y decide,
arma los funerales y las fiestas
y si la apuran mucho
baila sus buenas cuecas.
Así la he conocido,
preparando la chicha en Villa Alegre,
remando en Chiloé,
friendo sopaipillas en Natales,
a la luz de una vela.
Con una dignidad tan manifiesta,
con principios morales tan exactos,
tan cumplida y benévola
que la miseria no le deja apenas
más que un olor a humo,
más que las manos ásperas
y el delantal con manchas de tristeza.
Y acaso el pelo blanco
y en la frente una arruga
por cada deudo muerto.
No importa.
Su corazón es firme y alentado
y su ánimo jocundo sobrevive al dolor
y al contratiempo.
Pese a sus peregrinas molestias y dolencias
no le ha de faltar Dios
con su trabajo
ni la ropa en la artesa.
Señora,
muchas veces me he preguntado
al verla,
quién reconoce en el fondo de su esfuerzo
la decencia,
la fuerza, el equilibrio
con que usted alimenta
a este duro,
a este largo país
con forma de hijo.

En Historia de la literatura de Magallanes, 1988





Fiestas mortales
Autor: Raúl Rivera
Santiago de Chile: Eds. del Grupo Fuego, 1957

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1958-03-20. AUTOR: ALONE
Medio siglo hará, por lo menos –las “Flores de cardo” de Pedro Prado se publicaron en 1908) que toda una corriente de poetas chilenos, delgada al principio, cada vez más caudalosa, ahora total, trabaja por la renovación de los ritmos, las medidas, las imágenes.

La lucha, que supone un trabajo demoledor, no ha sido fácil. Las imágenes se aferran al ojo, los ritmos se pegan al oído, la medida parece primordial, eterna e indispensable.

¿Ha terminado ya?

“Lo que pasa –dice Tomás Lago en el prólogo de ‘Fiestas mortales’- es que la poesía críptica ha agotado sus esfuerzos para sacarnos de la realidad. Los cubos de ajedrez de su traje luciferino, un tanto deteriorado –surrealismo, mimo, jazz, existencialismo-, no han logrado trastornar las leyes de la gravedad con el encanto de sus trucos y de su falsa locura”.

Se habría cerrado una época, empezaría otra.

En este fin de etapa, dos claridades abren la misma senda: las “Odas elementales” de Neruda y los “Antipoemas” de Nicanor Parra. Por ese camino barrido están apareciendo, ligeros, alegres, limpios, familiares y aéreos, a menudo, llenos de gracia juvenil, vehículos nuevos distintos pájaros, alianzas de vocablos que no se habían juntado y que se alegran de verse.



“Un automóvil de color naranja
que avanza,
que divide la calle del crepúsculo
con su larga elegancia.
Un automóvil de ocho pasajeros
y tapiz escarlata.
La multitud, borrosa y concentrada,
balanceándose al borde de la esquina
suspende un punto su temblor,
su espera gris y rápida
para mirar el paso del solemne
cisne motorizado
para treparse imaginariamente,
en sus alas de plumas niqueladas
y perderse volando calle abajo,
traspasada
de una felicidad de goma y de naranja”.



¡Cómo hubieran reído de esto medio siglo atrás! Ahora se sonríe.

Así hace su entrada en la poesía más reciente Raúl Rivera, premio de poesía inédita de la Sociedad de Escritores de Chile, 1956, incorporado al “Grupo Fuego” con sus “Fiestas mortales”.

Sigue viaje a continuación en un “Solo de tren con acompañamiento de lluvia” hacia las tierras nerudianas, sin disolverse en la niebla, sin admitir retorcimientos, natural, preocupado de grandes y pequeñas cosas reales que la fantasía alarga, reacio al enigma.

“Hago abstracción de las influencias que pueden encontrarse en estas páginas, porque no tienen importancia en el primer libro de un poeta bien dotado… En poesía, como en todos los géneros, están los libros que se leen y los otros. Con verdadero placer digo que el presente volumen pertenece a los primeros…”

Otra vez trascribimos y suscribimos palabras de Tomás Lago.

Las influencias importan mucho al historiador de la literatura: ellas le simplifican su tarea, le dan el trabajo casi hecho, proporcionándole imponente material de comentario. A los lectores les interesan poco. Y antes, a los autores menos aun. Díganlo La Fontaine, La Bruyére, Racine, todo el mundo neoclásico. Y el clásico tras ellos.

Lo que importa es pertenecer al grupo de los libros que se leen. Si un poeta demuestra personalidad, vigor, alegría, sus papeles, ¿para qué pedírselos? Y si no, ¿de qué nos serviría su originalidad?

Entre Neruda y Parra, Raúl Rivera, indiscutiblemente, existe.

Y tiene hallazgos que acaso ninguno de los dos hubiera tenido, como estas “Poblaciones callampas”:


“La cordillera está desocupada
los vastos campos del océano
intactos.
Como monedas de oro las colinas sin árboles
como flores de plata las praderas mojadas.
El desierto está solo.
La Patagonia sola.
Solas las miríadas de islas”.



Eso se llama saber ver. Y ensanchar el dominio poético sin entrarse por los pobres territorios de la “literatura comprometida”.

Saludemos en Raúl Rivera un nuevo triunfo de la vuelta a la claridad, la sencillez, la naturalidad, dentro de una total renovación imaginaria.




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