Hugo Velazco Flores 1986. Huancayo, Perú. Escritor y poeta licenciado en Educación, es autor de los libros de cuentos Juegos y rituales (2007) y El tiempo de los muertos (2012); y ha publicado además los poemarios Aya taki (2008), La memoria del cuerpo (2010), La tierra ósea (2011) y Cartografía aplicada (2012). Parte de su obra poética y narrativa ha sido reconocida y premiada en diversos certamenes literarios.
Si ahora mismo vinieras
Si ahora mismo vinieras
como una flecha roja
como una jauría asechando la noche y mi corazón
saqueado
me quedaría inmóvil
como una pluma
y pensaría en tus manos
en el aire de tus manos
Cerrando mi respiración
Entonces ¿aquello sería la muerte?
¿Aquello tendría un nombre parecido a la piedra o la paja segada?
Todo se pierde
en esta noche visible
lo no poseído
lo no amado
mi seco corazón inmóvil
Cansado.
Ahora no me mires
Ahora no me mires.
Ahora que soy un cuervo desnudo
arrancándote pedacitos
de piel de labios
porque son hojas tristes bajo la garúa.
Esto está bien,
ser una criatura entre tus dientes,
ser realmente una criatura entre tus dientes
es necesario
si quiero que te acerques a mí
con tus manos como peces silenciosos
bajo las aguas oscuras de los juncos.
Está bien ser agua oscura,
ser cuervo bajo la garúa
antes de la muerte
en el espanto de tus ojos.
Por eso, amor,
ahora no me mires.
Pero de qué puedo dudar más que de
mis propios brillantes ojos, qué perder más que la vida que es una
visión hoy esta tarde.
Allen ginsberg/ Sándwiches de realidad
La tarde se dobla como espiga o sombra silenciosa
en el borde de un camino sediento maduro amarrado al tiempo.
Me han perseguido tus ojos
hasta este cuerpo
como una catástrofe
como una ciudad
que debí poseer hace mucho tiempo.
Tu misma boca
egoísta
desmadejándose en mi boca
a veces es leche
para darle forma y calma en mi cántaro
a veces es cabra
una pobre cabra
gigantesca hambrienta
para contarle historias
y cerrar en hierba sus movimientos.
La tarde con su cuerpo envenenado
sabe estas cosas
sabe de esta ruina
de esta habitación vacía
sin entrada sin salida
a donde me persiguieron tus ojos
para poseerme
como se posee una manzana
o vino.
No hay cielo a la altura de tu rostro sediento.
No hay peces en tus párpados lentos.
No sé adónde va este incendio
pastando rojo entre lagartija y noche.
¿Dónde está la otra senda?/ ¿Dónde ladran tus ojos?
Y así porque sí surge tu boca
entonces
hecho de racimos y agua
tu boca habitada
por mi yerba de deseo.
Nada puedo saber sin que una flecha de tu mundo
hiera mi cuerpo
sin que una piedra de tu tiempo
encierre su silencio.
No basta el incendio si no es agua.
¿Dónde beben tus ojos mi memoria?
Se encienden las luces entre los muertos/la calle.
Surge tu boca.
No habrá cielo sin que haga brotar
palabra a palabra
nuestra memoria en cada piedra.
Juega en el río/desnuda.
Mira en el agua tus ojos secos.
¿Cómo entender todo lo que existe?
Las algas sueñan
las piedras silban luz
pero no dan confianza.
Río tonto y recién escuchado
¿por qué elijes mi boca para continuar tu torrente?
Junta la tierra con tus manos o pies.
Levanta una hoguera.
Suéltale las alas.
Remienda sus huellas:
la memoria es una jauría aprisionada.
El fuego es un extraño insecto.
Fuego/río/tiempo.
Entonces yo dibujo los rostros de tu nombre
como una hoguera interminable a través de los espejos nocturnos
de este desierto de lágrimas
y por su puesto se borrarán luego
como la ruta de las aves momentáneas en el viento
donde maduran las alas del silencio luminoso
como una fiesta de imágenes olvidadas
bajo el blanco rumor de los cauces de fuego
en tu lecho blanco.
Creces de la hembras salvajes
de la hierba que se abre como música de lluvia
de la noche que hace sangrar con uñas
la tierra famélica
creces de la rama de mi voz semejante a las sombras
lejanas que pueblan otros mares y otros mundos
creces de la fruta.
Y al sucumbir con tus recuerdos la distancia
en el camino desconocido que irremediablemente me llevará a ti
desciendo al infierno a través de la carne de la noche
con mi cuerpo de lágrimas venciendo tu existencia.
Se irán a tientas mis palabras para alcanzarte
se retirarán como la hojarasca con el viento para olvidarte.
Surge el día. Cierro los ojos.
Quédate en las sombras. No me veas dibujar tu nombre.
Heráldica y sustanciosa
herida
anuda para sí misma
las más sinceras estaciones.
Atardece la pena
el cambio
que violentará la puerta
donde todos llaman,
donde nadie conversa,
la puerta que nunca se abre.
Y si le falta voz para dolerme
exageran sus gestos para anunciarse
ya que nadie dice nada
ni se sabe de quién es esta sangre,
de quién es esta pena,
para quién esta herida.
Atardece ausencia
y no se sabe nada!
Detrás de ese incendio de voces en el crepúsculo
avanzas lenta en el olvido
como la última hoja removida por la brisa leve
y desde luego te consumirás bajo las sombras de una calle baldía.
La noche retorna con su cuerpo acorazado
como un luminosa travesía de tortugas en la entraña de la corriente
y me devuelve
como a los ojos la forma primigenia del alba
tu cuerpo inexistente
tu voz perdurable a través de la longitud del tiempo
y más allá del riguroso paso del viento en el otoño
y el discurrir hablador del río
cuando el silencio de los hombres no es suficiente
ni la caída estrepitosa de los colores primitivos
cuando atardece
cuando desciendes en penumbra
y los niños asustados se callan
y yo soy los niños que llevan hojas secas a la playa del río
cuando la marea sube y una hoja es un barco sobre el agua.
Por eso me aquieto en crepúsculo
cuando tus ojos no son sino la senda por donde los mundos caminan
para ver el pasado de las cosas
el primer movimiento del mar sobre la tierra
el acomodamiento de los niveles subterráneos
el primer aleteo del ave en el cielo
la primera muerte acaecida
la primera postura del hombre sobre la tierra
tu presencia desde le inicio de lo cierto.
Para hallarte construyo este momento
esta divina cabalgata de muros sobre cadáveres insomnes
y desde luego te consumirás bajo la sombras
de una calle baldía
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