ALEJANDRO SALAS
Caracas, VENEZUELA 1960-Caracas, 2003.
Narrador, poeta. Obras principales: Coloquio bajo la sombra de un piano (1978); Señales de Solsticio (1979); Textos para antes de ser narrados (1980); Erotia (1986)
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Cógeme con tu falda levantada, en la confusión de las ropas y de la carne
cógeme con tus nalgas obstinadas, netas
bandadas de pájaros suspendidas en un árbol de carne
y con tu boca cógeme y en cualquier sitio cógeme
agua de los gemidos, nazco, nulo
entre mucosas y derrumbes
Exta
sí
amela encárna
mela perfóra
mela úntame
la lámeme
la quiébra
mela
atás
camela pú
dremela está
llamela asóta
mela incúlcame
la rómpeme
la hasta que ce
da
amor
Echatele encima poema, no la dejes tranquila`
ni sueltes su nuca ni sus nalgas
perfórala con tus yambos, marcha sobre ella y aplasta
su deseo horadando su lengua rota de lujuria
con tu ritmo inflexible
que ha de removerla por dentro
como si fuera músculo e instinto quien penetra
y la hace caer hacia la vida
que sean tus palabras como el fuego poema
así que adelante
no dejes de manosearla y caerle encima, que chille
hasta el cansancio.
Invítame a acostarme contigo, invítame
si lo haces necesitaremos todo el tiempo del mundo
para arrastrar uñas y cabellos y perder nuestros nombres
en una noche eterna a pleno sol
cuando disfrutaremos de nueve coitos continuos
voraces, hasta reventarnos el alma.
Si estás dispuesta invítame
llámame, que con sólo la idea de estar a tu lado
se levanta mi sexo listo para incrustarse.
de: Erotia, Editorial Mandorla
Recuerdo de Alejandro Salas
Me crucé con tu poema y terminantes, entre paréntesis, el año de tu nacimiento y de éste, definitivo, que señalaba así de sobrio el de tu muerte.
Recuerdo que cuando apareció Erotia, la intensidad de esos versos causaron asombro y evidenciaron cierta paraplejia mental de algunos seres del medio que no concebían tanta sen-sexualidad proveniente de la figura delgada, con lentes, un tanto desgarbada más propia del ratón de biblioteca que proyectabas.
Erotia arrebató asombro, respeto y también un dejito de envidia ante el verso auténtico y por tanto difícil que muchos eran incapaces de producir sin miedo en sus propias frases, en su poesía o demás escritos, a la hora de explorar la carne.
Recuerdo también que al contrario de todos los escritores que he conocido le rogabas a Liscano, tu editor y a Milla tu distribuidor que cero bautizos, fiestas, recitales o foros. Te resignaste a aceptar la idea de las concebidas gacetillas y el ejemplar de cortesía a la prensa. Lo mismo con la antología de poesía venezolana editada por Milla, la cual (a lo mejor recuerdo mal) fue presentada por Armando Sequera contando con tu ausencia o no fue presentada en absoluto?
No menciono estos detalles por maluquería con los escritores a quienes la vanidad, el ego o el querer ser reconocidos o simplemente leídos a veces los traiciona y los hace perder asidero con la tierra, sino para resaltar el contraste de que así de callado y con una modestia a toda prueba, tu vida era escribir, investigar, traducir, hacer grabados, y demás ejercicios de libertad que se me escapan en este momento enumerar. En tí se me autenticaba lo de “el escritor escribe para sí”. Publicar, difundir era ya darle a esa entidad creada en el poema, el ensayo o las traducciones de Ashberry en ediciones limitadas, en cualquier obra producto de tu mano, el empujoncito del padre a la criatura cuando le dice que salga al mundo porque ahora es suyo a encontrarse o perderse entre los otros. Un acto de liberación más que de confrontación con el otro.
Eras un ave rara, porque justamente mi trabajo en ese entonces y por varios años lo fue el de promover las obras y los autores editados por la casa editorial de turno a como diera lugar y tú, para mi desespero, no colaborabas.
Esa extrañeza se convirtió en admiración, años más tarde, cuando tuve la madurez suficiente de entender la paz de espíritu, la seguridad y satisfacción que se debe tener consigo mismo para no requerir del gesto aprobatorio de los colegas o de los lectores. Auténtica modestia. Rara avis.
Así te tenía en mi memoria hasta que hace un par de años, de visita en Caracas, reanudamos la charla que alguna vez empezamos en las oficinas de Alfadil y que continuaban en esporádicos, fortuitos encuentros en alguna librería o en los pasillos de la GAN con años de por medio. Sonia Casanova, tu compinche de la galería, nos hizo coincidir de nuevo y la conversación continuó quedando en vilo cuando me tuve que regresar para una próxima vez que ya no será, porque el que ha partido ahora eres tú.
La vida es finita. Chiquita ante el destino sin certezas que nos traga y rejurgita como le da la gana. Ese destino que eventualmente nos pasa el suiche, nos borra o nos vindica.
No tuvistes la intención y sin quererlo finalmente se hace presente tu paso por nuestras vidas. Las de quienes te conocimos en la brevedad de encuentros esporádicos (y entonces guardábamos esta admiración), las de tus amigos, la de tu esposa. Las de quienes no necesitan sino publicar un poema tuyo y dar a entender todo, constatar tu legado y establecer en el acto, tu huella.
Publicado en www.elmeollo.net
El nocturno
Había aprendido con los meses a reconocer cada esquina de su andén, a interceptar los sonidos y desfigurarlos de la irrealidad, había hecho coincidir esa añoranza de buscar nuevos rincones y tener hallazgos en el mismo conocimiento; era indudable que el Nocturno había aprendido a entenderse a lo largo de sus horas de trabajo. Pero esto no le era reconocido. Le daban un sueldo insignificante, a pesar de los peligros que afrontaba, y su esposa, sorprendida de que estuviera aún vivo, recibía cada mes la paga con la mayor de las indiferencias; en verdad fue extraño: encontraba tanto en su propio andén, en las cuatro esquinas de su cuerpo, de sus sentidos y en la eternidad de su vida, que un hálito de iluminación, de misticismo, le alcanzaba en sus rondas. Era cosa que también lo satisfacía… llegaba a su trabajo, miraba alrededor y se sentaba en el escritorio recorriendo los caminos, pendiente de cualquier descuido dentro de los relojes
Correspondencia
Franz me escribe una carta; sin concluirla, sé que apenas comenta su situación personal; no nombra inquietudes ni sus libros por publicar. Usa pocas palabras, apenas si enfatiza alguna idea; me asombra desde el papel su brevedad. También rompe mucho manuscritos, partes de la salida han quedado inconclusas, parte de mí mismo no se ha previsto jamás. Mi reino se entrevé con facilidad en las colinas, en las pequeñas ciudades, en los sanatorios. Va asumiendo las referencias en un proceso de textura, mientras tose y la carne se corroe, la geografía lo ensimisma. Nuestra correspondencia es extremada, sus misivas llegan con regularidad, las fechas son erradas. No sé si él lo habrá notado, todas de antes de 1924. Pero éste es un detalle entendible, los laberintos me exigen seguir esperando el correo para continuarlos. A veces me preocupa si mis respuestas han llegado, si desde el castillo la eternidad pudiera ser más flexible.
Textos para antes de ser narrados. Caracas: Fundarte, 1980.
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