Jaime Torres Bodet
(México, D.F.; 17 de abril de 1902 – Ibídem, 13 de mayo de 1974) fue un diplomático, escritor, ensayista y poeta mexicano, director general de la Unesco de 1948 a 1952. Su trabajo en la alfabetización ha sido reconocido, además de haber implementado la política de relaciones exteriores durante los inicios de la Guerra Fría. Se suicidó en 1974.
Secretario de Educación Pública. Reorganizó y dio nuevo impulso a la campaña alfabetizadora, creó el Instituto de Capacitación del Magisterio, organizó la Comisión Revisora de Planes y Programas, inició la Biblioteca Enciclopédica Popular, dirigió el valioso compendio México y la cultura (1946), construyó numerosas escuelas y, señaladamente, la Escuela Normal para Maestros, la Escuela Normal Superior y el Conservatorio Nacional en la Ciudad de México, y dio, en fin, coherencia doctrinaria a la educación mexicana.
Impulso la construcción de la unidad profesional de Zacatenco del Instituto Politecnico Nacional, hoy conocida como unidad profesional Adolfo López Mateos. En homenaje póstumo, el auditorio de dicho plantel lleva su nombre.
De 1958 a 1964 ocupó por segunda vez el cargo de Secretario de Educación Pública , periodo en que inició un Plan de Once Años para resolver el problema de la educación primaria en el país, en el cual trabajó estrechamente con la distinguida economista Ifigenia Martínez, fundó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos y promovió la construcción del Museo Nacional de Antropología, del Museo de Arte Moderno y la organización y adaptación de los de Arte Virreinal y de Pintura Colonial. También dio auge al programa nacional de construcción de escuelas.
Diplomático
La siguiente etapa de su vida, a partir de 1929, estuvo dedicada al servicio exterior mexicano. Ese año aprobó el examen de oposición para ingresar a la carrera diplomática. Estuvo designado sucesivamente en Madrid, París, La Haya, Buenos Aires y Bruselas, donde lo sorprende, en 1940, la invasión nazi a Bélgica. Cabe destacar que entre 1937 y 1938 fue jefe del Departamento Diplomático de la Cancillería. A su regreso en México, de 1940 a 1943 es subsecretario de Relaciones Exteriores. Fue secretario de Relaciones Exteriores durante la gestión del presidente Miguel Alemán Valdés, de 1946 a 1948.
En noviembre de 1948 fue designado Director General de la Unesco, cargo que ocupó hasta 1952. De 1954 a 1958 fue embajador de México en Francia.
Escritor, ensayista y poeta
Torres Bodet ingresó en la Academia Mexicana de la Lengua como nombrado miembro de número en 1952 y tomó posesión de la silla XXI el 12 de junio de 1953. Fue miembro de El Colegio Nacional, al cual ingresó el 6 de julio de 1953. En 1963, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Sinaloa. En 1966 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Literatura y Lingüística de México. En 1971 recibió la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República y muchos otros honores de instituciones nacionales y extranjeras.
Las novelas y relatos de Torres Bodet -siete volúmenes publicados entre 1927 y 1941- pertenecen a la época de interés por las nuevas direcciones de la prosa narrativa francesa y españolas. Desde la perspectiva actual, son obras sobre todo representativas de la búsqueda de una nueva sensibilidad y un nuevo estilo novelesco que se realizaba por aquellos años.
Junto con varios intelectuales formó parte del grupo Los contemporáneos. En sus ensayos y estudios de crítica literaria —publicados inicialmente y en su mayoría en la revista que dio nombre al grupo, y reunidos luego algunos de ellos en un solo volumen (1928)— unía Torres Bodet un conocimiento pleno y siempre renovado de letras antiguas y modernas a un espíritu alerta y a un estilo dúctil y de transparente riqueza. Su crítica rectificó, en su tiempo, el valor de algunos falsos brillos y contribuyó singularmente a la formación literaria de las nuevas generaciones.
Sus escritos relacionados con sus cargos públicos: discursos y mensajes entre los que se encuentran páginas admirables—como la oración a la madre, el discurso académico sobre la responsabilidad del escritor y el pronunciado en la inauguración del nuevo Museo Nacional de Antropología—, están dedicados a elucidar los problemas de la cultura, la educación y la concordia internacional de México y el mundo.
Padeció cáncer durante dieciséis años. Víctima de dolor, se suicidó en la sala de su casa con un disparo en la sien el 13 de mayo de 1974. Se le rindió un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes. Fue sepultado en la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México.
Obras publicadas
Fervor (1918)
El corazón delirante (1922)
Canciones (1922)
La casa (1923)
Los días (1923)
Nuevas Canciones (1923)
Poemas (1924)
Biombo (1925)
Poesías (1926)
Contemporáneos (1928)
Destierro (1930)
Estrella de día (1933)
Cripta (1937)
Sonetos (1949)
Fronteras (1954)
Sin tregua (1957)
Tiempo de arena (1955)
Balzac (1959)
Tolstoi (1965)
Rubén Darío (1966), Premio Mazatlán de Literatura 1968
Proust (1967)
Memorias (cinco volúmenes) (1961)
Artículos publicados:
«Muerte de Proserpina», en Revista de Occidente, 1930.
Ruptura
Nos hemos bruscamente desprendido
y nos hemos quedado
con las manos vacías, como si una guirnalda
se nos hubiera ido de las manos;
con los ojos al suelo,
como viendo un cristal hecho pedazos:
el cristal de la copa en que bebimos
un vino tierno y pálido...
Como si nos hubiéramos perdido,
nuestros brazos
se buscan en la sombra... Si embargo,
ya no nos encontramos.
En la alcoba profunda
podríamos andar meses y años, en pos uno del otro,
sin hallarnos.
Canción de las Voces Serenas
Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.
Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor.
Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube
y en deshojar otra flor.
Y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de las horas
que se lleva el corazón...
La Primavera de la Aldea
La primavera de la aldea
bajó esta tarde a la ciudad,
con su cara de niña fea
y su vestido de percal.
Traía nidos en las manos
y le temblaba el corazón
como en los últimos manzanos
el trino del primer gorrión.
A la ciudad la primavera
trajo del campo un suave olor
en las tinas de la lechera
y las jarras del aguador...
Invitación al Viaje
Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas...
Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:
Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas...
Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.
Música Oculta
Como el bosque tiene
tanta flor oculta,
parece olorosa
la luz de la luna.
Como el cielo tiene
tanta estrella oculta,
parece mirarnos
la noche de luna.
Como el alma tiene
su música oculta,
(parece que el alma
llora con la luna!...
Mediodía
Tener, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspira el amor...
Beber un agua pura, y en el vaso profundo
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.
Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.
Saber que todo cambia y que todo es igual.
Sentirse, (al fin!, maduro, para ver en las cosas
nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel...
Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,
y graba, con la uña, un nombre en el mantel...
Paz
No nos diremos nada. Cerraremos las puertas.
Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío
y besaré, en el hueco de tus manos abiertas.
la dulzura del mundo, que se va, como un río...
Agosto
Va a llover... Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.
Va a llover... Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.
Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.
Va a llover... Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.
Río
¡Río en el amanecer!
¡Agua en tus ojos claros!
Caer -¡subir!- en lo azul
transparente, casi blanco.
Cielo en el río del alba
-mi amor en tus ojos vagos-
oh, naufragar -¡ascender!-
¡siempre más hondo! ¡Más alto!
...Río en el amanecer...
El puente
¿Cómo se rompió, de pronto,
el puente que nos unía
al deseo por un lado
y por el otro a la dicha?
¿Y cómo -en la mitad del puente
que a pedazos se caía-
tu alma rodó al torrente
y al cielo subió la mía?
La Colmena
Colmena de la tarde, diálogo del vergel:
la palabra es abeja, pero el silencio es miel.
Ambición
Nada más, Poesía:
la más alta clemencia
está en la flor sombría
que da toda su esencia.
No busques otra cosa.
¡Corta, abrevia, resume;
no quieras que la rosa
dé más que su perfume!
Dédalo
Enterrado vivo
en un infinito
dédalo de espejos,
me oigo, me sigo,
me busco en el liso
muro del silencio.
Pero no me encuentro.
Palpo, escucho, miro.
Por todos los ecos
de este laberinto,
un acento mío
está pretendiendo
llegar a mi oído.
Pero no lo advierto.
Alguien está preso
aquí, en este frío
lúcido recinto,
dédalo de espejos...
Alguien, al que imito.
Si se va, me alejo.
Si regresa, vuelvo.
Si se duerme, sueño.
"¿Eres tú?", me digo...
Pero no contesto.
Perseguido, herido
por el mismo acento
-que no sé si es mío-
contra el eco mismo
del mismo recuerdo
en este infinito
dédalo de espejos
enterrado vivo.
Lied
La mañana está de fiesta
porque me has besado tú
y al contacto de tu boca
todo el cielo se hace azul.
El arroyo está cantando
porque me has mirado tú
y en el sol de tu mirada
toda el agua se hace azul.
El pinar está de luto
porque me has dejado tú...
y la noche está llorando,
noche pálida y azul,
noche azul de fin de otoño
y de adiós de juventud,
noche en que murió la luna,
(¡noche en que me has dejado tú!)
SONETOS
Continuidad
I
No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
-donde una parte de tu ser reposa-
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.
Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.
Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo;
pues te clavó la muerte tan adentro
del corazón filial con que te abrigo
que, mientras más me busco, más te encuentro.
II
Me toco... y eres tú. Palpo en mi frente
la forma de tu cráneo. Y, en mi boca,
es tu palabra aún la que consiente
y es tu voz, en mi voz, la que te invoca.
Me toco... y eres tú, tú quien me toca.
Es tu memoria en mí la que te siente;
ella quien, con lágrimas, te evoca;
tú la que sobrevive; yo, el ausente.
Me toco... y eres tú. Es tu esqueleto
que yergue todavía el tiempo vano
de una presencia que parece mía.
Y nada queda en mí sino el secreto
de este inmóvil crepúsculo inhumano
que al par augura y desintegra el día.
III
Todo, así, te prolonga y te señala:
el pensamiento, el llanto, la delicia
y hasta esa mano fiel con que resbala,
ingrávida, sin dedos, tu caricia.
Oculta en mi dolor eres un ala
que para un cielo póstumo se inicia;
norte de estrella, aspiración de escala
y tribunal supremo que me enjuicia.
Como lo eliges, quiero lo que ordenas:
actos, silencios, sitios y personas.
Tu voluntad escoge entre mis penas.
Y, sin leyes, sin frases, sin cadenas,
Eres tú quien, si caigo, me perdonas,
Si me traiciono, tú quien te condenas...
Y quien, si te olvido, me abandonas.
IV
Aunque si nada en mi interior te altera,
todo, fuera de mí te transfigura
y, en ese tiempo que a ninguno espera,
vas más de prisa que mi desventura.
Del árbol que cubrió tu sepultura
quisiera ser raíz, para que fuera
abrazándote a cada primavera
con una vuelta más, lenta y segura.
Pero en la soledad que nos circunda
ella te enlaza, te defiende, te ama,
mientras que yo tan sólo te recuerdo.
Y al comparar su terquedad fecunda
con la impaciencia en que mi amor te llama,
siento por primera vez que te pierdo.
V
Porque no es la muerte orilla clara,
margen visible de invisible río;
lo que en estos momentos nos separa
es otro litoral, aun más sombrío.
Litoral de vida. Tierra avara
en cuyo negro polvo, ávido y frío,
del naufragio que en ti me desampara
inútilmente busco un resto mío.
Es tu presencia en mí la que me impide
recuperar la realidad que tuve
sólo en tu corazón, cuando latía.
Por eso la existencia nos divide
tanto más cuanto más tiempo en mi alma sube
la vida en que tu muerte se confía.
VI
Sí, cuanto más te imito, más advierto
que soy la tenue sombra proyectada
por un cuerpo en que está mi ser más muerto
que el tuyo en la ficción que lo anonada.
Sombra de tu cadáver inexperto,
Sombra de tu alma aún poco habituada
A esa luz ulterior a la que he abierto
Otra ventana en mí, sobre otra nada...
Con gestos, con palabras, con acciones,
creía perpetuarte y lo que hago
es lentamente, en todo, deshacerte.
Pues para la verdad que me propones
el único lenguaje sin estrago
es el silencio intacto de la muerte.
VII
Y sin embargo, entre la noche inmensa
con que me ciñe el luto en que te imploro,
aflora ya una luz en cuyo azoro
una ilusión de aurora se condensa.
No es el olvido. Es una paz más tensa,
una fe de acertar en lo que ignoro;
algo -tal vez- como una voz que piensa
y que se aísla en la unidad de un coro.
Y esa voz es mi voz. No la que oíste,
viva, cuando te hablé, ni la que al fino
metal del eco ajustará en su engaste,
sino la voz de un ser que aún no existe
y al que habré de llegar por el camino
que con morir tan sólo me enseñaste.
VIII
Voz interior, palabra presentida
que, con promesas tácticas, resume
-como en la gota última, el perfume-
en su paciente formación, la vida.
Voz en ajenos labios no aprendida
-¡ni siquiera en los tuyos! -; voz que asume
la realidad del alba estremecida
que alcanzaré cuando de ti me exhume.
Voz de perdón, en la que al fin despunta
esa bondad que me entregaste entera
y que yo, a trechos, voy reconquistando;
voz que afirma tan bien lo que pregunta
y que será la mía verdadera
aunque no sé decir cómo ni cuándo...
IX
¿Ni cuándo?... Sí, lo sé. Cuando recoja
de la ceniza que en tu hogar remuevo
esa indulgencia inmune a la congoja
que, al fuego del dolor, pongo y atrevo.
Cuando, de la materia que me aloja
y cuyo fardo en las tinieblas llevo,
como del fruto que la edad despoja,
anuncie la semilla el fruto nuevo;
cuando de ver y de sentir cansado
vuelva hacia mí los ojos y el sentido
y en mí me encuentre gracias a tu ausencia,
entonces naceré de tu pasado
y, por segunda vez, te habré debido
-en una muerte pura- la existencia.
Civilización
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y -como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.
Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
frío de la piña rebanada
sobre el plato de la ca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.
Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a un hombre.
Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír -en Platón- morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...
Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo
se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra -a mano armada-
en la vida indefensa de otros hombres.
súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.
Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germen,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!
México Canta en la Ronda de mis Canciones
México está en mis canciones,
México dulce y cruel,
que acendra los corazones
en finas gotas de miel.
Lo tuve siempre presente
cuando hacía esta canción;
¡su cielo estaba en mi frente,
su tierra en mi corazón!
México canta en la ronda
de mis canciones de amor,
y en la guirnalda con la ronda
la tarde trenza su flor.
Lo conoceréis un día,
amigos de otro país:
¡tiene un color de alegría
y un acre sabor de anís!
Es tan fecundo que huele
como vainilla en sazón
¡y es sutil! Para que vuele
basta un soplo de oración...
En la duda arcana y terca,
México quiere inquirir:
un disco de horror lo cerca...
cómo será el porvenir?
¡El porvenir! ¡No lo espera!
Prefiere, mientras, cantar,
que toda la vida entera
es una gota en el mar;
una gota pequeñita
que cabe en el corazón:
Dios la pone, Dios la quita...
(¡Cantemos nuestra canción!)
NARANJAS
Naranjas que caían
al corral de mi casa
de una casa vecina,
rodando por las tapias...
Encendidas naranjas
que trae, en su canasta,
una niña que viene
cantando desde el alba:
"Naranjitas de China,
¿no me compra naranjas?..."
¡Ay, cómo me recuerdan
el solar de mi casa
con el color alegre
de sus hojas amargas!
¡Cuántas cosas me dice
de mi vida lejana,
esa niña que viene
vendiendo unas naranjas!
Sol ... provincia ...canciones...
¡Esa niña que pasa
no comprende que, a gritos,
va vendiendo mi infancia!
.
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