Claudia Peña Claros. Nació en Santa Cruz de la Sierra, BOLIVIA en 1970. Comunicadora, narradora y poeta. Tiene una hija y dos hijos. Le gusta el agua por su cuerpo y que la lleven en bici (cuando no es muy lejos). Ha publicado los textos de cuentos El Evangelio según Paulina (2003) y Que Mamá no Nos Vea (2006). Como investigadora social, Ser Cruceño en Octubre: Aproximación al Proceso de Construcción de la Identidad Cruceña a partir de la Crisis de Octubre de 2003 (con Nelson Jordán, 2005) y Poder y Élites en Santa Cruz (con Fernando Prado y Susana Seleme, 2007). Como dramaturga está incluida en Quipus: Nudos para una Dramaturgia Boliviana (2008). En poesía ha publicado los poemarios Inútil Ardor (con Valia Carvalho en lo gráfico, 2005) y Con el Cielo a mis Espaldas (también con Valia Carvalho, 2007). Es la responsable de la bitácora http://inutilardor.blogspot.com/ y participa en http://ciclistasdelvalle.blogspot.com/, administrado por el Ciclista del Valle.
En términos del estudioso Pedro Shimose, el trabajo de Claudia Peña “Desentraña la condición femenina desde situaciones precarias. Su obra revela un mundo familiar sometido al dominio masculino y liberado de él. Desde la realidad cotidiana, sus sueños eróticos y sus pasiones amorosas entran en colisión con un mundo enajenado que la asfixia y la somete. El cuerpo de la mujer dialoga consigo mismo en trances, a menudo, patéticos”.
Giovanna Rivero en carta-presentación del libro El evangelio según Paulina, de Peña, anotó: “…reconozco con admiración sincera que tu narrativa es dulcísima, más no por eso menos desgarradora. Denuncias, ironizas, te ríes, gozas, te diviertes, coqueteas con tus personajes varones, los seduces, y ni siquiera hay poses en tus párrafos, quizás cierto exceso propio de todo escritor y toda escritora que se vacía en su primera vez”.
En declaraciones a ‘La Prensa’, la autora al referirse al mismo, afirmó: “El libro es como un grito antes de romper la cáscara de huevo para decir: ‘yo valgo y tengo poder y lo voy a usar’. /…/ Soy una feminista que busca un cambio pero con un tratamiento dulce”.
Uno de sus poemas de su libro Con el cielo a mis espaldas, el titulado ‘Cuando me muera’, expresa: “Cuando me muera / ojalá / alguna mujer / planche amorosa / mis sábanas blancas / coloque amorosa / sobre la cama / mis almohadas blancas / silenciosas ellas / y acompañadas / ojalá / sus manos alises / los dobleces / las dulces imperfecciones / de hilo / cuando me muera / por la noche / despejadas las cortinas / abiertas las ventanas”.
Los caballos aguerridos de mi abuelo
los caballos prohibidos
relinchan bajo mi peso.
Mientras les mancho las monturas de plata
ellos se inquietan con el olor de la sangre.
Los caballos negros del abuelo
se yerguen en dos patas
sus crines en mi cara.
Los caballos arquean las espaldas.
Esta noche abuelo
incrustaré mis huesos y mis uñas
en tus caballos delirantes.
Ya no serán tuyos los aperos y las caronas.
Ya no serán tuyas las pezuñas cortantes.
He llegado yo
hembra
infiel
y terca
para correrlos hasta espumar sus pelos
para jinetearlos hasta fundir el hierro.
Soy yo, abuelo
aquí arriba.
No me derribarán tus caballos infernales.
No desperdiciarán ellos
mi sangre en sus espaldas.
Yo domaré sus relinchos salvajes.
Sabré vencer sus cascos en el aire.
Podré cabalgarlos con la espalda
arqueada.
Acezan tus caballos abuelo
pero el día
apenas comienza.
La soledad no depende del amor
La soledad no depende del amor.
Yo, por ejemplo, soy amada.
Tampoco es cuestión de plenitud.
Yo estoy con cuerpo,
y cuerpo está conmigo.
Pero no emprendo travesías:
permanezco isla.
Así, al pasar los años
al haber yo partido
¿quién podría decir
de mi ventana generosa,
de aquella luna preñada,
de mi estar desplegado y tranquilo?
Todas esas pequeñas cosas
que hacen mi pasar
(las arrugas de mi sábana
las horas y su rutina
las voces que escucho de los niños)
se habrán, también, ido.
No habrá quien pueda
juntar las piezas
diminutas efímeras
que me dibujan.
La soledad son los hábitos
minúsculos que no compartimos.
La intimidad silenciosa.
Cierta ternura guardada.
Y los gestos inválidos, perdidos.
Días de atraso
Días de atraso:
mi cuerpo se resiste a sangrar.
Le habían gustado tanto
su risa
sus manos
que después de haber
él
partido, anhelaba
-trémula carne desterrada-
embarazarse en soledad.
El rito
A veces mi cuerpo se abre
para guarecer a un hombre
(hay hombres que arriban
sensibles / gigantes / perdidos).
A veces también confundo
ternura de vientre con verdad
(esa extraña costumbre que tienen
de desaparecer los hombres).
Mientras están, a veces no consigo
atrapar sus olores, el sabor.
Apenas puedo, cuando se han ido, reconstruir
su transcurrir de jadeos y mi deseo.
Se me da por pensar que la sangre
(puntual y cumplida) refleja
el atávico instinto de lavar
esa sombra, esa saliva.
Agotado el rito debo recorrer, ciega,
los punzantes días entre su piel y mi olvido
(hay ángeles que dejan
hambre de luz y suspiros).
Pero la ceguera es corta
y se diluye, ingenua, la ilusión
de domar el conjuro, mi destino.
El cuerpo no olvida:
el cuerpo permanece, por
siempre, nido.
gata
quizá sea gata
lamiendo mis patas
acicalándome el lomo
recuerdo su cuerpo
como un sendero de tierra
seré quizá
gata
porque desapegada
dormitando al sol
pienso que los senderos
son en realidad agrestes
e incómodos
bostezo
lánguida mi cola
ronroneando
olvido sus olores
prefiero el sol que (también)
calienta
pero que no está
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