Jenesis Fonseca-Ledezma
(Los Ángeles, EE.UU.) Académica. Poeta. Activista
Princeton University.
Bachelor of Arts (B.A.), English Language and Literature/Letters, Certificate in African American Studies [ 2010 – 2014].
Harvard University
American Studies, Performance Studies, Postcolonial Theory, Poetry and Poetics, Immigration Law [2014 – ]
EL CAMINO HACIA EL CORAZÓN DE UNA MUJER
En mi familia siempre hay una cocina. En la cocina, siempre hay mujeres. Y en las mujeres siempre hay miedo. Miedo a que esta vez la receta no salga bien. A que el hombre deje su comida sin terminar. A que el estómago del hombre encuentre placer en el hogar de otra. A haberle servido demasiado, o demasiado poco. A que esté muy lleno, o muy hambriento por otra cosa y eso siempre será culpa de la mujer. Demasiado azúcar, o no el suficiente, supongo.
En mi familia, cocinar bien es un plato fuerte con mucho valor. Mantiene a los hombres cerca, los trae a casa todas las noches. Abuela creía que una buena comida dice “te amo” mejor que un beso. Abuela creía que una buena comida dice “lo siento” mejor que una disculpa. Como mi abuela, mi madre sirve en exceso, dice “Nunca, nunca se puede amar de más”.
Una noche, papá no volvió a casa para cenar, su plato se quedó frío en la mesa. Despertó a mamá a las 4 de la mañana después de pasar la noche por ahí bebiendo, la agarró por el pelo y la arrastró hasta la cocina exigiendo que le hiciera su comida favorita. Ella dijo “Chiles rellenos – Lo siento. Guarnición de arroz – Te amo. Otra cerveza de la nevera – Lo siento, te amo.”
El desayuno de la mañana siguiente fue la última vez que le pidió perdón. Su comida es mejor, pero los hombres de la vida de mi madre nunca se han quedado ni unos segundos. Dicen que “El camino hacia el corazón de un hombre es a través de su estómago.” No hay ningún proverbio sobre el camino hacia el corazón de una mujer, la manera de meterse dentro de ella es más importante.
Dos hijas más tarde, y años después del divorcio, mi madre todavía cocina como si hubiese un hombre en la casa. Se queda mirando la silla vacía en nuestra mesa, y me pregunta más de una vez si estoy segura de que la cena está rica esta noche. Supongo que las disculpas a veces pueden tener un sabor parecido al amor.
Yo no sé cocinar. El hombre al que amo cocina para mí. Sabe que la manera de llegar a mi corazón no es la comida, ni las rosas, sino el amor honesto que llena. Y puede que todavía no sepa cocinar, pero mi madre me enseñó a amarme a mí misma, demasiado, siempre, aunque él no se quede.
THE WAY TO A WOMAN'S HEART
In my family, there is always a kitchen. In the kitchen, there are always women. And in the women, there is always fear. Fear that this time the recipe won’t work. That the man will leave his meal unfinished. That the man’s stomach will find pleasure in someone else’s home. That she has served him too much or not enough. That he is already too full, or hungry for something else, and that it will be the woman’s fault. Too much sugar, or not enough, I guess.
In my family, good cooking is a valued centerpiece. Keeps the men close, brings them home every night. Grandmother believed a good meal says “I love you” better than a kiss. Grandmother believed a good meal says “I’m sorry” better than an apology. Like my grandmother, my mother serves in excess, says “You can never, never love too much.”
One night, daddy didn’t come home for dinner, his plate left cold on the table. He woke mommy up at 4 in the morning after his night out drinking, dragged her by the hair into the kitchen demanding she cook him his favorite meal. She said “Chiles rellenos - I’m sorry. A side of rice - I love you. Another beer from the fridge - I’m sorry, I love you.”
Breakfast next morning was the last time she apologized for him. Her cooking is best, but the men in my mother’s life have never stayed for seconds. They say “The way to a man’s heart is through his stomach.” There is no proverb about the way to a woman’s heart, the way into her is more important.
Two daughters later, and years after the divorce, my mother still cooks like there’s a man in the house. She glances at the empty chair on our table, and asks me more than once if I’m sure dinner tastes good tonight. I guess apologies can taste a lot like love sometimes.
I don’t know how to cook. The man I love cooks for me. Knows the way to my heart isn’t food, or roses, but the kind of honest love that fills. And I may not know how to cook yet, but mommy still showed me how to love myself, too much, always, even if he doesn’t stay.
Traducción de Nines B. Rodríguez
http://emmagunst.blogspot.com.es/
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