Diana Moncada
Diana Moncada, Caracas, Venezuela, 1989. Poeta y Periodista cultural. Autora del poemario Cuerpo crepuscular, ganador del Concurso Autores Inéditos, Monte Ávila Editores. (2013). Prologuista del libro Al filo de Miyó Vestrini, del sello editorial independiente: Letra Muerta. Miembro del colectivo Letra Franca.
Vine a perder
Vuelvo sobre la misma grieta como una máquina destartalada.
Vuelvo sobre el mismo error,
sobre la misma cacería de blancos espejos.
Vuelvo, aun sabiendo que la palabra me es sensualmente inútil,
aun sabiendo que no daré nunca con ningún maldito clavo
sabiendo que nada podré decir
sobre los lobos ahogados en la carroña de mi tedio.
Vine con el poema
-ciegamente-
a perder.
Cuerpo Crepuscular (2014, Monte Ávila)
Hoy despojo de mi cuerpo
todo significado
todo uso y mal uso
todos los estigmas
todas las estéticas
todas las palabras.
Hoy mi cuerpo es SER absoluto
hoy
sólo quiere devorarme
hacerme añicos
callar mi boca
enjaularlos a todos
y explotar en una lluvia sin fin
de espasmos
que libere y mate
a los cuerpos dormidos.
*
Soy yo que canto. Olvida que soy tu presa
FLORIANO MARTINS
Habito en el delirio borroso del que me sigue soñando.
Sigo siendo la demencia alojada en esos ojos dormidos
la presa del ave perdida
que me busca en el dolor de su ceguera
susurrándome oraciones inútiles
que intento atajar en esta fiebre de creer
de sabernos.
Yo le busco también
le busco
pero no puedo soñar
he despertado para siempre
y la muerte comienza
cuando los ojos se abren.
*
Atravieso el vientre de la tierra
con mis alas añejadas de soles ya desnudos
traspaso su carne
como si derribara cada muro
que ha intentado separarme de mi bestia envenenada.
La recupero la alimento la echo a volar
se hace sangre
devora cada una de mis sombras
degolla mis nombres, todo estéril pensamiento
hace de mis pechos flamas inmortales
y de mis ojos profundos lagos para gemir.
Mi bestia ha vestido mi cuerpo
ha tensado mis huesos
ha hecho de mí, su ser
y ha destronado para siempre
mis viejas
y duras
máscaras.
*
Somos una puerta abierta en el espacio
y el espacio pasando a través de ella.
Hemos construido un no lugar en las afueras del tiempo
y hemos desgarrado las fronteras de la piel
erigiendo puentes vivos
hechos de sangre y contorsión.
Hemos fecundado un nuevo y único sexo
siempre libre y latiente.
Nos hemos habitado
sin tenernos.
Nos hemos vivido a través y fuera de los cuerpos.
Hemos engendrado olas y granos de arenas
que ahora vuelan llenos de nosotros.
Seguimos naciendo
para seguir
muriendo de amor.
*
Aquí todo arde
las paredes humean
la vida
huye por la ventana para respirar
el techo todo lo condensa
risas
cantos
letras
luz.
Menos la angustia
la angustia lloverá más tarde
y entonces
será todo
peces y dolor.
*
Soy un puñado de deseos en protesta.
Soy la marca del descenso al mar profundo.
La piel es vestidura que me pesa.
Los cabellos cubren lo que ya no deseo ocultar.
Los muslos hacen erupción.
Las manos están borrachas de texturas obscenas.
Los pies se van entregando
se van enterrando
se van desarmando.
*
Quiero nacer
quiero
desprenderme de esta sangre
despoblarme de esta muerte
desnudarme de este rostro.
Abrir las piernas entre árboles hinchados
y engendrar las selvas donde el deseo brote ciego.
Quiero
asomar mi cabeza entre los labios del mundo
lamer la noche hasta dejarla blanca
perseguir los latidos de mi pubis convulsionado
y salvarme de mí
de la rota
de la incompleta
Quiero poder nacer
nacer por fin
nacer cuerpo
ser un cuerpo alboreado.
*
Hay cuerpos que reviven en su vuelo como aves monstruosas
cuerpos consumidos en una ceguera de manos marchitas
cuerpos esclavos del tiempo y de la forma
cuerpos esféricos que aguardan en sus pozos
redes tejidas de sangre y letras
cuerpos transitables
cuerpos casa
cuerpos que sirven de puente a otros cuerpos
a otros cielos.
Cuerpos llenos de nada
y un solo cuerpo donde todos existimos:
el mío.
*
He muerto tantas veces
excepto las veces en que tuve que morir.
*
No llegamos a sabernos tumbas.
No sabemos cuántos muertos han venido a enterrarnos
ni qué olores, ni qué voces
han abandonado en nuestro cuerpo.
No hay manera de escarbar.
Ni un sabueso, ni una pala sirve.
No hay rastros visibles de quiénes nos habitan
ni de sus estados de muerte o de vida
ni de sus luchas y fiestas a la orilla de una sangre combatiente.
No sabemos.
Veo crecer la hierba mala entre mis muslos
y pregunto
¿qué manos la han alimentado?
Veo un arroyo secarse en la boca de mi ombligo
y pregunto
¿quién ha bebido de mi lluvia entrañable?
Por más rituales de media noche
masturbaciones y besos
exploraciones en las fuentes más antiguas
de nuestra geografía brumosa y selvática
no notamos el cementerio que se va erigiendo
a pesar de nuestro espejo.
Sólo ese peso
ese latido que no reconocemos como nuestro.
Ese cosquilleo en la nuca que es ceremonia extranjera.
Ese grito que nos trae de regreso.
Ese mensaje traído de otro tacto.
La respuesta innominada
a la pregunta muerta
latiendo tres metros bajo carne
donde la tumba se abre
la boca calla
y el cuerpo despierta del sueño lejano.
.
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