Vania Vargas
Quetzaltenango, Guatemala 1978
Poeta y narradora. Es licenciada en Letras por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Ha publicado los libros de poesía Cuentos infantiles (Catafixia Editorial, 2010), Quizá ese día tampoco sea hoy (Editorial Cultura, 2010), Los habitantes del aire (Editorial Cultura, 2014) y Señas particulares y cicatrices (Catafixia editorial, 2015).
Su obra ha sido incluida en las antologías Microfé. Poesía guatemalteca contemporánea (Catafixia Editorial, 2012) y El futuro empezó ayer. Apuesta por las nuevas escrituras de Guatemala (Catafixia Editorial/Unesco, 2012). Su trabajo narrativo se encuentra en las antologías Brevísimos dinosaurios (Centro Cultural de España, 2009) y Ni hermosa ni maldita. Narrativa guatemalteca actual (Alfaguara, 2012). Actualmente trabaja como correctora de estilo y periodista cultural.
El sacrificio
El eco de un solo disparo viajó por todo el potrero, dispersó al ganado que pastaba, se abrió paso entre las gallinas, entró violento por la puerta, por las dos pequeñas ventanas, y cortó de tajo los susurros angustiosos de la oración de la mujer. Luego hubo silencio otra vez, un silencio lleno de chicharras, de insectos, de furgones atravesando, allá lejos, la ruta, como si volaran.
La mujer se puso de pie y esperó hasta que lo vio entrar en silencio con el revólver en la mano. Lo puso sobre la mesa y se sentó.
Le dijiste que le pidiera perdón a Dios, preguntó la mujer. Dijo que no tenía que pedirle perdón a nadie, respondió el hombre.
Le dijiste que le pidiera que le quitara el dolor. Preguntó la mujer. Dijo que si él quisiera se lo hubiera quitado ya y que no iba a pedir ni mierda.
La mujer recordó la pierna gangrenada, la única que le quedaba, y el hígado deshecho por el alcohol.
Tenía que dejar de sufrir, dijo el hombre, teníamos que dejar de sufrir. Mientras la mujer salía corriendo hacia el lugar de donde él había vuelto, para abrazar por última vez a su hijo muerto.
Open / Lock
La mujer iba bajando las gradas hacia el sótano cuando se dio cuenta de que había dejado el teléfono sobre el mueble del baño. Desanduvo tres niveles y abrió con dificultad. Dejó las cosas tiradas en la puerta y entró a buscarlo. Luego, descendió sin detenerse hasta el parqueo en donde, a pesar de los espacios vacíos, un automóvil le bloqueaba la salida. Dejó las cosas sobre el capó y corrió a la recepción para pedir que el encargado moviera el vehículo. Regresó con prisa, y mientras le despejaban la salida se metió al carro, lo arrancó, se puso el cinturón de seguridad y con un solo toque cerró todas las puertas desde el botón central. Ya había quitado el freno de mano cuando se dio cuenta de que había dejado sus cosas sobre el capó. Se quitó el cinturón de un tirón y empujó la puerta sin reparar en que acababa de asegurarla. Movió el botón varias veces, pero el ímpetu había trabado la portezuela. Bajó el vidrió, intentó levantar el seguro con las manos, pujó, no lo logró. Dejó ir el sillón hacia atrás, y con sus nulas habilidades de contorsionista sacó las piernas de su espacio, pasó bocinando con la rodilla, pateó el retrovisor, lo dejó torcido, hasta que logró salir por la puerta del copiloto. Mierrrrrda, dijo acalorada. Agarró sus cosas, las aventó por la ventana hacia el sillón de atrás y con una mano trató de forzar la cerradura utilizando la llave, mientras con la otra intentaba halar el seguro que se le resbalaba entre los dedos. Empezaba a hacerse tarde y temió quebrar la llave. Desistió entre maldiciones y procedió a repetir el acto de contorsionismo de manera inversa, ahora de vuelta a su lugar desde el lado del copiloto. Compuso el sillón, subió los vidrios de nuevo, arregló el retrovisor y puso un momento la frente sobre el timón, respiró profundo, cerró los ojos.
En la esquina, el semáforo dio rojo y aprovechó el momento para instalar la memoria llena de música en el reproductor. Alguien le tocó el vidrio con tanta insistencia, que se distrajo y solo logró botarla. Cuando volteó vio al hombre que golpeaba el vidrio, cada vez con más fuerza, con la cacha de una escuadra. Se buscó el teléfono entre la bolsa para entregarlo, cuando escuchó que el hombre lo que gritaba era que le abriera la puerta y se bajara. Se quitó el cinturón lo más rápido que pudo, apachó el botón de la cerradura central, todas las puertas se abrieron, menos la del piloto. El hombre intentó abrir desde afuera, y cuando se dio cuenta de que no podía empezó a perder el control. El semáforo cambió a verde, los autos no se movieron, empezaron a bocinar, el hombre no alcanzó a escuchar sus explicaciones. Ella tiró el sillón hacia atrás para iniciar ahora un acto de contorsionismo que podía ser mortal. No iba a huir, no se estaba rehusando a colaborar. Entró en desesperación… Bang, bang, bang, bang, bang… sonaron los seguros de las puertas, hasta que tras la insistencia el botón de la puerta del piloto cedió. Respiró profundo para despejarse. Salió del auto, se paró a medio parqueo y marcó el número de la compañía de taxis. De todas maneras, ya iba tarde.
En la esquina el semáforo dio rojo, fue cuando se dio cuenta que sus cosas se habían quedado en el auto, en el asiento de atrás.
Primera plana
El hombre es joven, demasiado, quizá, para el cansancio que carga encima, que lo tumbó antes de las seis de la mañana en el último asiento del autobús, y que parece que lo presionara violentamente contra la ventanilla, con un codo invisible que le inmoviliza el cuello hasta dejarlo inconsciente en esa vergonzosa posición: la cabeza echada hacia atrás, rendido, a la vista de toda una ciudad, que seguramente lo observaría si no estuviera llena de gente tan vencida como él.
La imagen se quedó atrás cuando el semáforo dio verde. El que va en el asiento trasero de la camioneta tipo Van, la siguió sin voltear del todo la cabeza, y volvió inmediatamente para buscar entre los asientos delanteros el reloj del auto. Pasaban veinte minutos de las seis de la mañana. El hombre del bus le había recordado un poco a él mismo apenas un tiempo atrás, cuando antes de quedarse dormido contra cualquier ventanilla, intentaba ver ese otro nivel del éxodo matutino, pero éxodo al fin, desde esa posición privilegiada que permite la altura del transporte público. Piernas muy juntas donde reposaban loncheras cerradas, folders llenos de papeles; manos firmes, con anchos relojes de pulsera, aferradas a los volantes; niños incómodos, recién peinados, aferrados al sillón del copiloto, con la mochila ya puesta, viendo hacia la calle como él en ese preciso momento, detrás de una ventanilla polarizada. Intentó acomodarse de nuevo por inercia. Respiró profundo. El tráfico se ponía pesado por ratos. Volvió a consultar el reloj. Todavía tenían tiempo.
Un nuevo semáforo les abrió el paso. La Van aceleró, hizo luces y empezó a bajar la velocidad antes de alcanzar la siguiente esquina. El hombre se estiró para buscar un billete dentro de la bolsa del pantalón. Los autos que venían detrás empezaron a bocinar.
Los taxis que esperaban en la esquina, cerca de la parada del autobús, empezaron a moverse cuando el auto se acercó. Uno de los conductores que estaba comprando cereal con leche en el puesto ubicado junto a la señora de los periódicos se apresuró a pagar, salió corriendo con el cereal en la mano, le lanzó un chiflido a la mujer de los periódicos, le hizo una seña con la cabeza para que viera el auto que acababa de llegar, y como pudo se apresuró para mover el taxi.
El vidrio oscuro de la Van bajó a la mitad. La mujer de los periódicos recogió los dos que el hombre esperaba con medio brazo fuera de la ventanilla, sacudiendo un billete de 20. La mujer vio el billete de lejos y se detuvo. “No tengo vuelto”, gritó, y sin esperar la reacción del hombre, regresó a su puesto.
Las llantas del carro marcaron el asfalto cuando siguió su camino. Esa había sido la última parada. El periódico podía esperar; el trabajo programado para llenar la primera página del diario del día siguiente, no. Se acomodó el arma sobre las piernas y mientras llegaban a su destino volvió a escudriñar las calles. Así, dicen, se aprende a ver la vida a la cara.
Señas particulares y cicatrices / Vania Vargas
Catafixia editorial, 2015
Portada de Álvaro Sánchez
Las incisiones son un vehículo de lo humano –un origen, un destino. Hace muchísimos años empezamos a delinear surcos en las cuevas, en las piedras, en las primeras vasijas. Pareciera que cada trazo es metáfora y recuerdo de eso que, irremediablemente, hace el Mundo –el Tiempo, la Vida– con nosotros: dejar sus huellas profundas y definitivas mientras se nos desdibuja el rostro. Cada imagen de este libro, cada palabra y cada poema es una señal del vacío que asoma desde el centro de una voz que intuye un desenlace. En su escritura, Vania Vargas vuelca su memoria, su anhelo y su perpetua búsqueda; da cuenta –con desgarradora autenticidad– de una vida, sus hallazgos y sus pérdidas. Este libro es luminoso testimonio de un naufragio inevitable, biografía del deseo y la imposibilidad, botella echada al mar del milagro poético. Desde los más profundos recintos interiores, Vania extiende el reflejo de nuestra soledad y nuestro miedo. Sus palabras son retratos, los trazos en la palma de su mano nos definen. Son nuestras cicatrices. Nuestras señas particulares. [Luis Méndez Salinas]
Todos los textos pertenecen al libro Señas particulares y cicatrices.
ACÉRCATE
poné tu oído aquí sobre mi pecho
escuchá cómo corren los caballos salvajes
Cerrá los ojos
imaginá las dimensiones de este desierto
EL CAOS RETOMA los espacios cada cierto tiempo
como si recordara que una vez le perteneció todo
Y sola / en medio de la devastación final
que siempre será tan parecida a los principios
te corresponderá renombrarlo todo
empezar a edificar los nuevos paraísos
que pronto habremos de perder
Deberás recordar que es obligación del demiurgo
volver al encierro para invocar mágicamente
sus nuevos rasgos sobre las paredes
hasta que en el ápice de la inmovilidad y el silencio
lo que veas sobre ellas no sea más el pasado
y un día y un lugar no sea más ese día ni ese lugar
ni sea un mejor día / un mejor lugar o uno diferente
sino que sea tan sólo uno más que pasa / por el que pasamos
en el correr de las horas y los espacios
uno cualquiera
uno por reconquistar y perder
Pero quién sabe si alguna vez aprenderemos,
a esbozar con claridad lo impalpable
la esperanza / los deseos / los temores
o seguirán siendo las rendijas
por donde volverá a detonarse el caos
o seguirán siendo esa pesada carga compuesta
por todo lo que seguís pensando que nos falta
Y allí / en proceso de reinventar la vida
de cara a la pared / de espaldas a la ventana abierta
la noche nueva
—esa que acabará de crear
quien tras haber renacido ya no existirá—
intervendrá con su desfile de luces y motores
sombras y reflejos que nacerán
como todas las noches
desde la esquina más oscura de esa nueva caverna
y volverán en la medida en que quienes los producen se vayan
un movimiento perpetuo de luces y de sombras
que entonces ya no engañará a nadie
porque como si recordaras / sabrás
que por más que reinventemos
allá afuera la realidad no es bella
mucho menos luminosa
ELLA QUIZÁ vendrá al mundo un día como hoy
en el que por primera vez la invoco
en el que en medio de un ataque de fe o pesimismo
empiezo a imaginarla caminando por los pasillos
apagando las luces / cerrando los libros
Habrá llegado un día hasta mi puerta
y entonces habré sabido que era a quien estaba esperando
para que ocupara los espacios que un día pensé compartir
pero entonces eso ya no será triste / entonces ya no importará
Y a cambio de un cheque quincenal
recibiré una atención que se parecerá al cariño
y finalmente confirmaré que la soledad
es un estado que se puede burlar
mientras se pueda comprar
una hora de conversación con el psicólogo
un taxista que llegue a tiempo cuando llueva
una ambulancia para los imprevistos nocturnos
una grúa omnipresente
los servicios de un buen librero
una buena mano / un buen pirata
Incluso una enfermera / como ella
que quizá aún no ha nacido pero sé
que estará al tanto de las tomas y los horarios
aprenderá a leer a mi ritmo / será mis ojos
y sólo ella sabrá / además de mí / dónde está el arma
dónde la única bala o bien la dosis exacta
si llegara el momento y yo no pudiera decidir
Así es como algunos días termino convencida
de que quizá no necesito a nadie / de que todo está bajo control
Afortunadamente el azar es cruel
y aún podría rescatarme
Encender la luz
poner sobre la mesa
todo lo que traje
es una rutina
Escarbarme los bolsillos
sacar con cuidado las horas
para que no vuelen
y escogerlas
tocarlas / una por una / lanzarlas
con la punta de los dedos
hacia la palma de mi mano
y dejar encima sólo
los momentos más importantes
La mesa es un día plano y oscuro
y los puntos que quedaron sobre ella
espejos en miniatura
que hacen guiños desde su pequeñez
Ver cómo los observa / divertido
es una rutina
mejor dicho: imaginarlo y reír
con la que seguramente habría sido su risa
ante los instantes que me salvan los días
La única lección vital
que he aprendido
durante estos años
en los que insisto
en armar su imagen
para que quien la lea
lo nombre
para que quien lo imagine
le dé vida
Ahora es tu turno
se llamaba Alejandro
era mi hijo
y de vez en cuando
sale a jugar
desde mi olvido
La mujer compra flores cuando va camino a casa
y recorre con ellas las calles nocturnas
Mira los ojos que la miran
imagina las historias que le inventan
una abuela enferma
una declaración de amor
un poco de fe / una devoción
Y así transita medio camino
mudando de vidas y posibilidades
mientras los autos pasan a su lado
y ella le pisa los talones a su silueta
que se adelanta por banquetas anaranjadas
silueta de mujer sola
con ramo de flores en la mano
Entonces llega a casa sonriente
con sus flores y sus historias
y siente que su abuela mejoró
que sus oraciones serán respondidas
que alguien la ama
Enciende las luces / prepara el florero
lo observa un momento
y mientras termina la noche
enciende el televisor
Yo la observo de reojo
cuando paso frente a su ventana
El reflejo azul intermitente de la TV
lanza contra la pared su silueta temblorosa
silueta de mujer sola con florero
ha de esperar a alguien / imagino
mientras cierro mi puerta
Y como si ella intuyera mis pensamientos
apaga el televisor
se encierra en su cuarto con una nueva historia
y sonríe
como si esa noche alguien no tardara en llegar
Finalmente llega el día en que uno abre los ojos y decide
que no va a dejarse dominar por la tristeza
Entonces con un esfuerzo imperceptible
que bien podría venir de la voluntad que se creía muerta
levanta la cara / se arregla el pelo / se mantiene erguido
Mira a los ojos de la gente / dice buenos días / cómo le va
logra responder / bien / con la voz serena
Escucha con atención / interactúa
como si le hubiera vuelto al cuerpo el soplo de humanidad perdida
y es hasta que retoma el silencio cuando logra sentir
cómo la tristeza / que no se ha ido
lo mantiene con suavidad sobre sus rodillas
Logra distinguir cómo es ella la que / apenas detrás
habla / con su voz / sin mover los labios
como un ventrílocuo perfecto
No pesa de más la tristeza como para salir un día
empacar algunas cosas / acomodarla
y agarrar camino
Dejar de resistirse a la tentación de detenerse
en un kilómetro cualquiera
invitarla a que descienda / recorra la orilla
baje a curiosear por los barrancos
y dar la vuelta / acelerar
perderla de vista
Imaginarla confundiendo el rastro
vagando durante días en mi búsqueda
Sé que algunas noches / antes de apagar la luz
seguramente me daría por recordar
su fidelidad / su mirada mansa
Y que el día que abra los ojos y no piense más en ella
estaría allí / del otro lado de la puerta
flaca / hambrienta
y no podría evitar abrazarla con la alegría
de los que se ven a los ojos
y saben que se pertenecen
No pesa de más la tristeza
Dentro de un momento lloverá sólo debajo de los árboles
las gotas sobre los charcos serán
una lenta cuenta regresiva hacia el vacío
en donde nacen / ascienden y explotan los ecos
que nos golpean por la espalda
Una fuerza que me sale de adentro se suelta de mi mano
sale corriendo
se parece a lo que apenas recuerdo de mí
Después del aguacero brincará sobre los ojos del abismo
con saltos infantiles
asomará a su filo la punta del zapato
nos hincaremos en el lodo
nos asomaremos a ellos para encontrar sólo nuestro rostro
¿Dónde está el abismo?
preguntará
Y luego de un momento se encontrará con sus ojos
descubrirá la oscuridad y el vacío
se quedará en silencio
Pero ahora sólo veo cómo corre a refugiarse
cómo empuja las puertas como si le pertenecieran
y detrás de las ventanas sucias
asoma su rostro de niña
se tapa los oídos
cierra los ojos ante la advertencia del rayo
y se queda viendo cómo llueve
sobre un camino que nadie transita
cómo llueve sobre este pueblo abandonado
Pueblo por agrupación de casas separadas por años
que aquí son pasos y develan
que se ha avanzado poco
a fuerza de volver como dementes
sobre los mismos sueños
hoy ruinas similares
de casas cada vez más pequeñas
espacios llenos de hierba muerta
esbozos apresurados de un jardín
que se lo tragó todo
y se convirtió en lo único que se asoma
por las ventanas grandes
siempre abiertas
Pueblo por deseo de apropiación
de asentamiento / de pertenencia
de gana de ver el camino como parte del paisaje
como esa línea que se pierde en la nada
ese hilo que teníamos que seguir para escapar
del que teníamos que aferrarnos para
no morir ahogados
pueblo porque estábamos condenados a abandonarlo
y no lo sabíamos
pueblo porque nos condena siempre a regresar
Soy de esas ruinas / las arrastro conmigo
por eso hay días que avanzo lento
como si me costara
y veo por las ventanillas hacia la ciudad
como si fuera extranjera
No es de aquí
Pensarán
Cuando en realidad miro hacia dentro
hacia mi propio fondo
con el asombro de quien perdió el rumbo
y descubre que va dejando tras de sí
los remedos mutilados de sus Tierras Prometidas
De la nada surgen caminos que dan a la nada
los crean nuestros pasos sin rumbo
el ir y venir en el mismo lugar
el impulso colérico / la decisión de ir un poco más lejos esta vez
un poco más atrás
como si olvidáramos que venimos del vacío
Abro un nuevo surco con mi pie en el polvo
y frente a la puerta más cercana ella me remeda
espera el contacto con mis ojos
sale corriendo / me toma de la mano
me invita a caminar
La veo a mi lado
es como mi sombra más allá de medio día
somos lo mismo
caminando sin prisa en un tiempo muerto
en un lugar sin tiempo
Me busca la mirada y sonríe como quien disfruta el juego
Caminar entre ruinas / esconderse
hablar con los gatos que custodian los escombros es un juego
y no lo he aprendido / Isabel
le digo con los ojos
no he aprendido el juego donde sonríen los vencidos
Así / exactamente / es como se construyen
los pueblos fantasmas
le digo con la fuerza con que acomodo su mano entre mi mano
andando y desandando nos convertimos en su principio
algún día nos convertiremos en su final
seremos sólo ruinas bajo tierra
escombros en cajitas de madera para arqueólogos que no existen
seres imaginados que no sabrán inventarle historias a la ceniza
y la llamarán polvo e ignorarán que marcamos una Era hacia la nada
una Era que no verás porque estarás siempre aquí
le digo con los dientes apretados
Somos parte de una historia que nadie recordará
llena de batallas que duraron años y victorias de cinco segundos
donde fuimos héroes y enemigos que jugaron a matarse
a cambiar de bando / a poner su fe en cosas en las que nadie más creyó
y luego acumularon para el olvido
hojas con la crónica de sus derrotas
que ese también es un oficio / le digo
mientras veo que camina / se tropieza y sonríe con timidez
un reflejo con el que me voy transfigurando
en la medida que llego al punto del camino
donde hacia adelante sólo espera la nada
esa dimensión donde yo me vuelvo real
y ella se convierte en el fantasma
Ella ha dejado de llorar
está acostada
tiene los ojos abiertos
observa la manera en la que el aire
juega con la cortina cerrada
la recorre / la altera
la convierte en agua agitada
Entonces imagina que camina
que se asoma a su orilla
abre sus pliegues acuáticos
con la punta del pie
y se sumerge poco a poco
en su oscuridad profunda
en su noche sin fondo
Cierra los ojos
respira profundo
se hunde
Su sueño
es reencarnación
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