Luis Cortés Bargalló
Nació en la ciudad de Tijuana, México. Poeta, traductor y editor. Es hijo de los profesores Jesús Cortés Limón y María Luisa Bargalló, fundadores del Centro Escolar Agua Caliente y de la Preparatoria Federal de Tijuana.
Cursó sus estudios básicos en Tijuana y estudió la licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana, así como la maestría en Literatura Mexicana (UIA-UNAM). También realizó estudios musicales en el Conservatorio Nacional de Música en la Ciudad de México.
Ha sido coordinador editorial de las colecciones Clásicos Americanos, Libros del Salmón, las series de poesía de Joan Boldó i Climent Editores y de Ediciones Toledo, Hotel Ambosmundos, y de la colección Teoría y Práctica del Arte, editada por el CNA. Al lado de otros miembros de su generación literaria es fundador de la revista independiente El Zaguán. Fue director de la revista Amerindia, publicada por la UABC, y miembro del consejo editorial de diversas publicaciones literarias, como El Cuento, Atonal, Alforja, Luvina, Revista de Estudios Budistas y de la revista electrónica El Poema Seminal.
Como traductor ha incursionado en la obra de Gary Snyder, John Haines, Michael McClure, William Carlos Williams, Marianne Moore, Thomas Merton, entre otros, así como en la poesía de las tradiciones indígenas norteamericanas.
Fue becario del Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos (Rockefeller / Bancomer / FONCA). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Ha realizado y participado en talleres y lecturas de poesía en diversos lugares de México y del extranjero y colaborado en numerosas publicaciones periódicas nacionales e internacionales.
Es autor de la antología Piedra de serpiente. Literatura de Baja California s. XVII-XX, (CONACULTA), y del extenso estudio introductorio que la acompaña. Ha publicado libros de poesía como Terrario (Latitudes); El circo silencioso (Fondo de Cultura Económica); La soledad del polo (Ediciones Toledo); Al margen indomable (CONACULTA) y una antología personal de su trabajo poético titulada Por el ojo de
una aguja (Biblioteca del ISSSTE). En prensa ha publicado Filos de un haz y envés (Trilce ediciones), La lámpara del cuerpo (El aduanero) y Talleres de Saturno (Circa).
Reflexionando sobre la poesía de Cortés Bargalló, Alberto Blanco dijo: “Me parece sentir en momentos, que el anhelo del poeta va todavía más lejos y que entre líneas nos esboza otra meta: llegar a escribir poemas donde no sólo los seres reales que los han provocado aparezcan vivos en la carne palpitante de las palabras y no sólo conseguir que cada uno de estos seres nos platique su propia, única e intransferible historia, sino que, mediante una verdadera alquimia del verbo, lograr que esa historia no sea ya más una historia personal”.
El también poeta y ensayista, Eduardo Hurtado, escribió sobre el libro Al margen indomable: “Por su proximidad con la condición fronteriza del arte en el arranque del nuevo milenio, este libro se nos impone como una de las propuestas más vivas de la poesía mexicana reciente”.
SELECCIÓN DE POEMAS DE LUIS CORTÉS BARGALLÓ
RETABLO
Piloto celeste
llévame hasta tu merced:
un poco de comida,
un poco de sueño,
un poco de amor
Piloto celeste
que no me cueste la vida.
ITINERARIO DE “LA MOSCA”
Acompáñame a la Plaza de Loreto
donde las frutas podridas florecen
y la sombra trasnochada se evapora
frente a los tibios murales del día.
Ya nos falta poco para llegar,
dos o tres cuadras, una vida por delante
para llegar al punto de partida
porque todos allí se están yendo.
Una mirada y ya estamos,
un remanso de paz bajo los árboles,
bajo el cielo veteado de la ciudad
y los floreros cromados de los escapes.
Humo, también ojos de humo en la maleza
y el perrerío de bocinas en las calles;
incendio, vida que se incendia, bonzo
en la sorda prendezón del cemento.
MAÑANERO
Franjas rosadas en el azul intenso
distensión y tregua
tras la lluvia nocturna
que me cala hasta los huesos
bajo los árboles
el sol se mete en el lugar de la sombra
y brotan caminos allí
donde libremente viajan las esporas
rebotan por el pavimento
abriendo leves grietas de silencio
miles y miles y miles
como en toda contingencia
también los cuerpos
que florecen en mi cigarrillo
se buscan en la luz,
aman, mueren con el viento.
CAMINO A CASA
Allá bajo los pies
en el oscuro lado
sumerjo un pensamiento
paso por el centro
me pierdo en la nada viva
doy un paso, regreso.
A la velocidad de la luz
la sombra crece
llena los valles con agua negra
las ciudades naufragan
en la verdosa balsa
de luz eléctrica
prendo un fósforo
en la catedral de mis manos
doy un paso, sólo hay una vida.
LA CASCADA DE AMIDA
Si miro con los ojos del tiempo
parpadeo
las formas ceden a la textura.
Si miro simplemente
me dejo caer
en el instante de la gota.
Si miro con el ojo de la mente
el agua
chorrea transparente sobre el agua.
Esto es lo que he visto:
un copo de nieve
no vive sobre las llamas.
El circo silencioso, 1985
LUCRECIO
Hizo un descubrimiento singular
y lo llamó: “el llanto de las cosas”.
Pensaba en el viento,
en las nubes que se deshacen
como un matorral en llamas sobre el horizonte;
pensaba en la montaña de arena
vertiéndose por un cauce seco,
en el hueso de Venus
que articula el cuerpo;
el botón de la biznaga
y los dioses diminutos del azar
acechando en las espinas.
Pensaba en la lluvia y la gota
que perfora el mundo.
Tuvo que abrir su corazón allí
para llorar con las cosas.
INDIA SONG
(sobre una canción de M.Duras-d’Alessio)
Reflejos, saltos de luz
en el agua de las cosas quietas,
música oscilante de las cosas quietas,
baile interminable de las cosas.
Cadencia sin fin de las cosas,
cabrillas grises en la noche negra.
Formas que quisieran amarse
justo a la orilla de los cuerpos fatigados
justo en el vaho de los cuerpos
que se rehacen en el silencio.
Formas que se abrillantan por salir del silencio,
que nacen al trazarlas
con el dedo en otro cuerpo
en el cuerpo sin cuerpo
de un murmullo.
LÜ/ EL ANDARIEGO
If love be not in the house there is nothing
Ezra Pound
El Pájaro Lü es el fuego...
bate las alas para no incendiarse,
irrumpe con alto vuelo
y un fanal diminuto
el orden de los astros cardinales;
no es la Trenza de Oro
ni la Carrera de Santiago,
su presencia es solitaria
y apunta un trazo apenas
para el viajero que perdió la ruta;
le sirve sólo de consuelo
pues el Pájaro Lü no tiene rumbo,
se posa incansable en una
y otra rama
como si quisiera zurcir
la cota rutilante,
la inflexible arboladura de los cielos.
El viajero baja la vista
y, como quien ve de noche,
mira las blancas piedras del camino,
siente bajo la pesada ropa
el dulce pulsar se su sangre:
“¡Hay amor!, si cada paso me llevara
hacia el lago tibio de tu pecho”.
Pero el viajero no puede detenerse,
si perde el camino
pierde la casa.
Dicho sea de paso,
el Pájaro Lü tampoco tiene descanso,
el Pájaro Lü es el amor.
OJO DE AGUA
Ya que el agua de manantial
suele correr más clara...
Jaufre Rudel
1
Vuelve a llover
y entre las sábanas revueltas del cielo
luces encarnada y como dormida;
así te puedo ver
en esa mudanza que lava la tarde
y luego la pule con la franela del olvido.
(Te miro:
corres por la calle
con una camisa azul
como la noche de estrellas mojadas;
y no es que te recuerde
sino más bien te sueño
y contra los sueños no hay nada.)
2
Vuelve a llover
en el ojo verde, café y azul de la tarde
y te digo,
no, no llores mujer
porque veo una mujer tras el ojo estriado,
no, no llores.
Nos separa y nos supera
aquello que brilló entre tus ojos y los míos;
aquello que aún no sabemos nombrar.
3
Llueve otra vez
y en algún rincón
flores de jacaranda, un ojo de agua
y el verso bizantino:
“Mira cómo vuelve a surgir
la dulce primavera”.
Imágenes vacías
que ocupan el lugar del sueño.
UNA TEORÍA SIN FUNDAMENTO
Bajo el sol de junio, por alguna razón, la savia se seca en las venas de la hierba y un chirriar de insectos, armas templadas y flamazos revolotean en el aire caliente. Las medusas y espirales de polvo buscan su lenta rotación como hastiados sistemas siderales.
Bajo el techo seco y basto, el canto de los termites horada, cruje, repica en los límites de la madera yerta.
Una esfera negra, un planeta diminuto —quizá naciente— busca su órbita en el vacío de la habitación. El esférico excremento del termite cae en una trayectoria incierta y el viento que pasa bajo la puerta pareciera darle vida. No obstante, termina por llegar hasta el rincón, junto al resto del ollín y el olvido inermes.
Siento como si las huecos perdieran acomodo, como si en cualquier momento, por alguna razón, el mundo se vaciara.
CEREMONIALES
Dos niños enfurecidos se revolcaban en la tierra del parque. A puños llenos levantaban una nube de polvo gris que poco a poco se les impregnaba en el rostro sudoroso, cada vez más la máscara ritual de un oficiante. Las cabelleras tupidas y prietas se habían convertido en pelambre de jabalí. Los rostros, enfrentados como en un emblema, resoplaban con ojos de piedra. El parque entero parecía haber caído bajo el conjuro de las dos bestias: el prado azufroso, el cielo de cobre, los árboles tapados de carbón y escamas minerales, las moscas sobre los odres abiertos del basurero.
Esto pasó como una nube: los niños descansaban ahora junto al brote de un laurel, un arbusto recién plantado.
ANTÍDOTO
¿Y si en verdad
la tarea no es ninguna
y todos los sueños, y todas las palabras
detonan como una parvada
por los huecos del cielo,
para perderse ahí
en esa página
lavada con los trabajos y los días inútiles,
ya reconciliados,
ya plenos en su falta de sentido?
La soledad del polo, 1990
AL MARGEN INDOMABLE (fragmentos)
2
Toda la noche un rumor que ronda en la jaula de agua.
(Ruido que articula sonidos que forman un vaho como cuerpos que tocan a la puerta del oído que abren desde adentro como embriones y rizomas espirales esqueje mugrón de nombres que se abisman al encuentro en los demás sentidos que rompen sus larvas en el laberinto que buscan su media naranja su doble pluma su nomeolvides como un corazón con el cascarón roto que anda perdido toda la noche por los rincones del cuerpo y clama con un rumor de cuerda que es un león alado una cabra una macarela una caballa víbora que ronda galopa olfatea arrastra su camino da la vuelta y forma un círculo repite y se arrepiente hasta disolver perderse nuevamente en el hueco de sus navegaciones pasos y pisadas alas invisibles garras sobre la percha en el péndulo grave y linterna oscilante pía brama silba canta balbuce siente sed en jaula de agua.)
Toda la noche un rumor que ronda en la jaula de agua.
4
Sondeando el oído, a veces la cala, el hueco estruendo animal en el arrecife: piedras vivas: piel de foca: branquias abiertas del escollo. Celda y alveolos, prominencia del hueco. Vulva castalia que succiona torrentes fosfóricos, pneuma.
Éstas son las ofrendas, o simples rasguños en la superficie:
En la arena, vidrio y oro de moscas, la trenza verde ámbar de una diosa desnuda y sin nombre; los aderezos triturados, los listones rojos salpicados de ceniza; una sola trenza sin cabeza, revuelta tras el festín, olor a tuétano y a huesos limpios.
En el aire frío, rondas de ángeles con túnicas zafiro pegadas al cuerpo de cristal. Canto. Pliegues y mangas radiales, círculos de plumas blancas.
Cubierto por la cobija de luz que en ese punto se deshilacha por el viento, el cuerpo de una gaviota muerta, seco, diamantino. Renovado retoma por su cuenta el vuelo, revive en un destello.
Máscaras de murciélagos, toros, monos, cerdos, tigres, iguanas, delfines, con pieles de alcornoque y eucalipto. Las gemas arrancadas de los ojos y del sexo donde ahora florean los oleajes como jirones de ropa vieja.
6
Tras la espuma, allá en el día corredizo, con el lomo lanceado bajo el paladar de nubes.
Su insoportable sombra paralela viaja, raja con sus quillas, con su diente verde y amarillo, el gis de la neblina.
7
Sin embargo, empujaría con todas mis fuerzas, con toda el alma, esa pelota que ahora levantan contra el viento de la tarde las muchachas. ¡Ah!, cómo cantan y sonríen... Con esos dedos, con esas manos jugaría a tener mi corazón en vilo, jugaría a regalarlo,
de no esfumarse todo, involuntario en la borrasca...
..........................................................................
(Aquellas manos que me hubieran cobijado, aquellos dedos que jugaban con mi vida... )
¡Oh Capitán!, te oigo llorar / Al menos una voz ¡Mi Capitán!, / por qué siempre con ese aire melancólico. Al menos una voz. Al fin ese poeta que no nos hablaba de “lo cotidiano”, fijo ante el espejo del lavabo.
Inhallables huellas, inhalables, a quién a qué caminos, en qué regreso, en qué recodo, ya condescendemos a llorar juntos.
Contar las horas nocturnas apuntadas ayer, cruzar a tientas buscar la orilla de los planos... sentimentales. Un suspiro en las branquias del escollo, prender el radio:
(What lonely hours
the evening shadows brings
what lonely hours
with memories lingering
like faded flowers
life can mean anything
when your lover has gone.
Cantada por Chet Baker.)
12
..........................................................
Mi mujer abrió la ventana y entró un aire frío y salado que me arrancó de la cama; era la realidad o ese brillo inexplicable; el magnetismo, el tumulto de las olas tempraneras, las redes azules deshilachadas como medias caídas al pie de la escalera que llevaba al mar, al verdadero mar, “hermoso guardián insobornable”. Al verlas sentí una sacudida, el temor insospechado, la moderna incertidumbre de olfatear algo cierto, definitivo, único.
Esta revoltura de aire fresco y somnolencia, esta lucidez irracional que no perdura. Como lo malo del vino, del sueño, de las drogas, eso, no perduran, sólo la vida mientras pasa, perdura y siempre. En su propia misteriosa vacuidad, perdura...
Como un extraño lamento, como música de negros, Levee Low Moan; como esa exhalación que empuja las velas y susurra su secreto entrecortado: and the wind cries Mary, and the wind screams Mary.
13
Esa gran corriente de diminutos rostros de plata, toda esa algarabía de cornetes dilatados, voces de agua, lenguas indias. Salta del mar y regresa; contra las casas del sol, por los esteros de la luna.
Ese tropel de gargantas que arrebatan el pecho sereno de las olas, que lo hacen llorar como dioses tumultuosos sobre las palmas de un peregrino aullante. Es una multitud de sonajas que lleva en hombros las reliquias; polvo que rueda a empellones con los ojos cosidos y la lengua hinchada; es una bandada que toma los caminos, conmueve los ramajes, la hierba, los arroyos, los cañones.
Un largo murmullo, que va de boca en boca; del pezón a la úvula golosa, de la madriguera del ratón al gañote prieto del cuervo que repite
¡xá! ... ¡xá! ;
una corriente de lenguas diminutas que trepa por la fronda de los álamos, que inflama los alveolos, crispa, hierve, trueca las hojas perennes (al abnegado alumbramiento / estremecimiento);
es el amasijo turbio del sotol, es la yuca que chifla con las greñas peinadas al oriente. Borrachera del cabrón coyote que pone blanca la luna.
La media luna, yaiowá jalá tukuñam, la que tiene los cuernos hacia el oeste, la luna cinco de los kiliwa, los paipai, los k’miai, que bajaron a la playa tras el susurro de Meltí ?ipá jalá (u) de palabras confusas. Los que arrancaron de las olas la raíz, el sonoro xá que calzaron a todo lo que venía del agua. Llamaron al mar grande xá tai tukuñan. Al mar de los peces xá tai iñom. A la laguna salada xá ti’ilm. Al mar del sur, desconocido por estar en la casa del padre, xá juim o’wá ?ipá.
Esas lenguas decían en el aire xá, en el abismo de su desolación, en su vuelo sin retorno.
15
Llaves en la cerradura de la roca, en el diamante seco de los grillos. Tardes junto al mar, sus orillas voraces que anudan el aire frío. Tardes que no serían sin el despojo naranja, rosa polvoriento de la infancia.
Más allá de la memoria, quiero creerlo, también hay una vida. Está una foto, con sus márgenes blancas, dentadas; una foto en blanco y negro que se lava entre la ropa también blanca de la espuma:
Un hombre con saco de lana y camisa blanca, con las sienes canas y el bigote poblado, un hombre que representa la edad de su instinto, que sonríe mientras levanta a su hijo... como que lo hace volar, lo empuja del nido para que pruebe fuerzas. En una soledad total; en un día que es como la noche emplumada de nieve. Alrededor, el mundo es el mar escalonado y ancho; la lejanía, fugas de cordeles grises que van perdiendo el foco.
—(Estoy aislado. Me cargabas sobre tu cabeza, de cara al mar, y era una tarde casi helada —digo, me represento para no hablar solo—. Respiraba sobre la piel sensible; veía como sólo un niño tan pequeño puede ver, con esos ojos en ascuas que anteceden a cualquier palabra.)
La vida de esa criatura y la mía están de alguna manera —misteriosa— conectadas, pero éste que habla solo se parece más al hombre de la foto, se parece más a su padre que a sí mismo.
Es una foto que la familia se ha encargado de escombrar con los recuerdos, con el relato que la vuelve desesperada y verosímil: “ése eres tú”, gesticulan; y así son las familias.
De cualquier manera, no se puede quitar el pozo que te dejan sin saberlo. El pozo que cada día voy alimentando.
Morder el polvo anaranjado rosa de las tardes, las márgenes picadas de la espuma;
volver a lo inasible, al paréntesis escurridizo, así sea una noche en que el mar de vino se mete por la playa hasta lamer las rocas apiladas al borde de la carretera, donde crepita, prístino en la lejanía polvorienta, el diamante seco de los grillos.
17
Y olas enloquecidas llegan hasta las orillas del país del silencio
donde los hombres sin memoria se afanan por perderlo todo.
Aldo Pellegrini
En los lavaderos de tierra, en aquellos lodazales que perfilan los meandros; en el nudo de arroyos grises que llegan al mar...
Bajo la sombra caligráfica del avefría y el chorro de hielo seco despumado en las alturas; bajo el viento fétido que dobla los juncales...
Junto al pecio que se trajo el nombre incompleto del navío, junto al chasís de un Chévrolet 52...
Un jacalón de lámina rojiza, un perro astroso, un niño, una mujer con botas de minero.
Ellos no son de aquí, llegaron hace poco, no saben cómo ganarse el sustento; sólo llegaron, como los restos de un naufragio.
Trepan por encima del tiradero, hurgan bajo los cartones y las latas, suben un poco más; sus cuerpos vibran con la luz que rebota en las aguas estancadas. Tienen la piel reseca y en la lejanía de sus ojos amarillos se dilatan una flor espinosa, un grano de arena, una carretera que cruza el desierto. Un lugar entre la tierra y el cielo: ese sillón en el patio apisonado, esos resortes salidos que empujan las nubes; esta sucia tapicería sin color ni decorado.
19
El cuerpo de mi mujer que sale del mar, su rostro de luna llena que tantas veces he besado, lunas de México, “lugar del ombligo de la luna”; luna de trigo en Kensington Gardens; lunas españolas en el Albaicín, rojas como el agua suspirante de Granada; luna de nieve y vellón salvaje sobre San Pedro Mártir y La Rumorosa.
Se ve tan hermosa con sus lóbulos mojados como perlas nativas. Y pensar que nos encontramos en la orilla, nos abrazamos en nuestras soledades, nos perdemos tristes a lo lejos como un copo de ceniza. Las ventanas, luminosas ventanas.
20
Marianne Moore: “... O tumultuous / ocean lashed till small things go / as they will, the mountainous / wave makes us who look, know / depth.”
(la línea en llamas y telón de carne rosada reverberantes en el cuerpo sin cuerpo de una ola sombras incoloras que se desgajan desde otras vidas y la mía y el miedo el alma la trampa sueños máscaras sucesión de ropajes de agua que se hinchan como bocas de anémona se vierten como relámpagos de jibia en la férrea profundidad anudada trabazón y palanca de una lengua perdida in illo tempore como la línea blanca en el fondo la estela de una espadilla el flagelo volátil de la anguila en la cerviz del antílope en las remeras del cormorán y el collar del jabalí la línea la marca el ombligo el entrecejo la llama pálida que inflama incolora la coronilla la mancha de plancton sus dedos de tinta roja extendiéndose por la negrura elevados en las burbujas blancas del sitio donde emergen barcas de nuestra partida la ceniza que flota en la superficie de tensiones puras que ya son con su brillo martillado... el fin de la pertenencia...)
Pero no basta el tumulto ni la transparencia de las viejas sombras. Sumergido en el paisaje de la mente hay un paisaje todo él hecho de dolor y desconsuelo, piedras quebradas, brechas de fuego, zanjas, huesa de ciudades perdidas, pavesas en el humo que se quedan, vibran, vibran como una mancha de sol en la retina.
27
La tormenta
Del mar a la ciudad de la ciudad al mar y de regreso esa lentejuela de la valva seca que se arraiga tierra adentro. Como la cola velada de un film noir, como ese camellón empapado que se interna resbaloso en el invierno. Una concha inmensa cierra su apretado molusco de nubarrones y ennegrece la ciudad inerme, amedrentada bajo la sombra de un iceberg. El viento arrecia, todo arrecia y se repite ondeando sus repeticiones estrepitosas sobre la cortina de lluvia que se cierra tras los ventanales endebles de este restaurante de chinos de la Constitución. Intransitables las banquetas, los portones atascados; manos fuera del alcance; con el agua entre los muslos todos buscan asidero lejos del rumor voraz de las orillas, torbellinos interiores desatados al pavor que saja desde el cielo. Luego una avalancha, rocas, lodos que jamás coagulan, automóviles, bardas, alambradas como redes y pellejos muertos, el deshielo repentino del glaciar sobrepoblado en los cañones estruendosos. Las bombillas repitiéndose agotadas con su filamento rojo serpenteando hasta apagarse en un suspiro. Una roca gigantesca, negra como el miedo, y otra más y pulpos, envoltorios que sumergen sus tentáculos de lodo mortecino, sacos llenos con la arena del espanto y esos “hombres huecos... embutidos de aserrín” al descubierto tras su línea telefónica. Un relámpago repite y otro, se repiten vibraciones en los ventanales repetidos por el suelo, por los túmulos anegados. Aquellos dedos que jugaban con mi vida —aquellos costurones, rajas del acantilado vociferante— hasta fundirse con la oscuridad y el tiempo, sin refugio.
Antes del amanecer la superficie del agua tocó suavemente el lodo espeso de las banquetas rotas; una mujer con botas, un hombre, unos niños con jirones de aguacero, luego otros repetían los pasos, otros se cruzaban chapaleando en el limo verdoso de la madrugada. The echo of my footsteps resonando en el boquete abierto donde la tormenta se internaba en el corazón, ¿he dicho corazón?, un músculo un molusco desplazando nubarrones densos dentro del oscuro remolino de la sangre.
Parado en la orilla, en otro lugar,
(oleaje insaciable pero sosiegos los columpios de viento desmemoriado les désolantes suggestions que ce cri envoie jusqu'aux mansardes, à travers les plus hautes brumes maderos náufragos que regresan también los restos que fueron y serán la orilla y los nombres como nunca prendidos a ella la tierra la arena que los va tapando removiendo en la tormenta en la marea más alta y ahora bordes de un apóstrofe de una coma de un punto y comillas y el ojo de una o y el vacío de una u que ya escarbo en el escombro de los malecones ladrillos pilotes quebrados láminas con letras sílabas imposibles para la fonética la sintaxis desastrada sufijos preposiciones desinencias que se encajan en el lodo la tinta la celulosa la pasta en los secadores en la plana tachonada que se oxida se desbarba como basura lírica se repite una orilla un borde pacientemente una diez mil veces en los columpios desmemoriados hasta leerse a sí misma à travers les plus hautes brumes ... ol... o... que... que... da... de ... ol... vi... o... que... que... da... ad...)
en otro lugar, en la inmensidad de una letra devastada.
Al margen indomable, 1996, 2011
TENTATIVA AL CARBÓN
Miro la sombra. El otro filo
de la sombra irremovible.
Tras la superficie donde proyectada.
Sombra que se cruza despegó despega
parte de la sombra en otro sitio.
Llega más allá de sí de mí de sol
la sombra en el teclado eriza. Resbalones
dedos. Y toda sombra —clara infinitesimal
oculta cuando falta sombra—
se construye se concluye —frase hecha
con su sombra— a simple vista de lo mismo
con la sombra. Sale de la sombra. Del sujeto.
Borro del follaje la presión y la corteza
—liga del volumen con la sombra—
y el recuerdo de una sombra entumecida
por su sitio. La creciente crezca —talla ampliada
hasta crecerse. Negro crezca: negro de los
intersticios y el cociente indi-visible
negro de los sexos y la entraña de un abrazo
negro de espesura. Negro el corazón
del habla ausente de la sombra
prójimos carbones retirados de la hoguera
de los tiempos más sombríos
y del ojo. Lo que cabe en la negrura
y los heraldos negros de su hora horadan.
Cabe el más estrecho abdomen de la palabra
África. Sus ébanos desarraigados en las cercas
—y el talón desnudo con su púa de aguanieve roja.
El escombro removido a la ventana de alquitrán.
Ahlam. Ahmed. Los callejones derruidos clausurados
la angostura estrangulada de la Franja de Gaza.
El traslado la mudez y los despojos desescriturados
las exhumaciones el traspatio de la América Latina.
Niños madres en la sombra de humo. Negras migas
“de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.
Y es el ojo que se cruza y ya no caben
cuarteaduras en el iris que bordeó el silencio
y el tocón el tajo que se abrió camino
desfondó los márgenes —a media tinta—
bosquejando de la rama la carencia
el enunciado arborescente
de los frutos del grafito —choque de armaduras—
bajo las literas a regañadientes
los nudillos cárdenos
los ácaros. La uña desvelada
negra. El escozor de eternidad —pulgones—
la negreada rosa de la carne viva.
Cerrar los ojos ya cerrados in abstracto
levantando el carboncillo
de las letras desenvaginadas las
nerviosas combustiones infinitas las sinapsis
amorosas. Acercado anverso de la tapia
sonic boom de los abismos
y la luz sorbida por la sed del cielo
abrirlos al momento con su sitio
y enramadas. Entregarlos. Incansables.
Que de nueva cuenta vista al gato
al garabato de la lengua —claroscura
incertidumbre—
siempre dos se enlazan
en la sombra —la parrilla—
y en su dicha pasajera
reclinados bajo el techo
se lamentan. Se deshojan
de lo oscuro ensombrecidos
cara a cara adelantados
un minuto de silencio.
Respetuosamente
—a la luz de vela un punto
el ángulo tangible. Cabecera:
Kasimir Malevitch yace
en una sábana
al carbón que vela su
Cuadrado negro
sobre fondo
blanco.
Espaciosos: sin metáforas
tampoco —sólo abiertos.
DE TÀPIES Y JOYCE
si
riuretorn del món.
Ramón Xirau
Éste es
el blanco
inicio
imagen
que desborda
late
en blanco
en banda
escribe
sí
sí quiero.
Porque duele
sí. Raspar la
sangre seca
de la tela
enjabonada
noche
donde sólida
disipa
los tachones
coagulados
líquida
como la luna
hiende
un campo
un camposanto
malva nieve:
el hueso
de su día
sí como
el granito
en su altitud
y timbre
tónico
y agudo sí
del turbio
seminal
flamazo
del desfogue
y periferia
suburbana
suspendido
sobre el punto
inmóvil
blanco
sí
por el dolor
que abrasa
e incolora
los colores
indoloros
en la imagen
la materia
que desconcha
en sí
por sí
la misma
carne trapo
escaldadura
velo ardiente
cada vez
cambiante al
desbandarnos
solitarios
al origen
intervalo
firme
cierto
en el
desierto
sólo solo
sí
EL BAÑO DE TOMOKO / TRÍPTICO
para el Dr. Rafael García Carrizosa,
para Aurorita. A la memoria
de Rafael García Gamboa (1951-2001)
1
El otoño de 1971 —poco antes de su muerte—,
Eugene Smith fotografió en Minamata
el baño de Tomoko —casi mudo, sin sosiego—
pero llegó puntual —las 3:00 p.m.—
como tantas veces en la trinchera
o en la ventana del Village,
como tantas preguntándose a través
de los jirones de cortina o los vendajes enlodados:
“¿Por qué lloro fácilmente?”
En Minamata ya no había escamas en los cestos,
la lechuga reclinaba su corona negra, sus maullidos
entre surcos demenciales. Esto es literal
como esas dos mujeres de flagrante luz
que lo esperaban tras el vano
como el vano mismo con su lámpara de sal.
2
En el cubo de la bañera
la madre toma entre sus brazos
toma el cuerpo estremecido de Tomoko
que se extiende por el arco gutural de sus parálisis.
La muchacha inclina la cabeza bajo el techo claudicante
y la astilla que el miedo descañona de su pelvis
anticipa sobre el agua un aleteo descarnado.
La madre —con un pañuelo blanco en la cabeza—
con un ala sin sombra en su mirada, sin la sombra
limpia el pecho, las axilas liminares, los humores.
Lava la negrura contra el charco que en el fondo
se evapora. Si es que tienen fondo las pupilas.
Los cuerpos tiemblan de amor —su desamparo—
lo descubren y se tocan. Son el uno para el otro
son las hojas de una planta de raíz herida. Dos mujeres
pendientes de una luz azul y dolorosa, placentaria.
Prendidas al instante que revela
con su contractura la fracción precisa,
la simple fracción que dobla sus articulaciones
musitando una plegaria muda.
Dime, señora, ¿qué te asiste?, ¿quién?
Pero la madre arropa a la cría indefensa
la cubre con sus alas de vapor atribulado.
Aunque llorar no es fácil
esta desnuda Pietà en blanco y negro
nos echa una mirada como dando unas semillas
a los pájaros famélicos. De mirada en mirada
se alimenta un surco. De mirada en mirada
crece cierta luz —otra mirada—
se hace sombra y el vapor de sombra. Se anudan
esos cuerpos desolados aunque tibios.
Entre una mirada y otra sube una marea amarga, estéril
como los terrenos de Minamata —donde los trabajadores
de la Chisso Corporation edifican a matacaballo
centros de investigación sobre “la enfermedad de Minamata”.
3
Poco después de tu muerte
—Rafael, como tu padre—
recordé la foto de Smith que nos dejaba mudos, desarmados,
y el poco miedo que tenías de tu propia, prolongada muerte.
Y el enorme dolor, “¡Ké dolor!”, decía el telegrama del Ruben
—lo encontré doblado en uno de tus libros— cuando supo
en los ochentas de la muerte de tu madre y de tu hermana.
Cuando al poco tiempo el Ruben se volvía ausencia.
—tanta muerte taladrando en ese telegrama que mandó la vida,
“¡Ké dolor!” en esa entrega inmediata, para recordarme vivo, deshojado.
Y sentir tanta vergüenza, tanta pena, tanta muina.
Tu otra hermana, Tita, no puede decir nada, nunca ha podido y sobrevive lejos de tu muerte en una silla de ruedas, su regazo claudicante;
tu padre está despoblado, ecce homo, pero saca alguna fuerza
y acaricia a Tita. Quien te amó aún te ama y eso dura lo que
dura una verdadera eternidad en su demora.
Y hablar en el vacío con vehemencia
es algo que a la mala hacemos bien... y a medias
si se trata de vivir en el vacío
y escuchar la vida que nos ciñe cuando la invocamos
y embocamos y la lengua se retrae y quema;
cuando apenas puede devolvernos una espina
que tutea, te tutea, nos tutea
y es la vida la que aprieta, y cómo me tutea, te tutea.
Y la muerte sólo sabe mascullarle sus espasmos a la vida
porque no le queda dónde más hincar
el tiempo desmedido de su diente.
La foto que nos entristecía es muda. Y apariencia.
Se trata de la vida hablándole a la vida más allá de las palabras
—y a esto le llamamos belleza y acudimos a sus grados quebradizos.
La vida es muda como esa reproducción de la Pietà en miniatura
que se queda en la mesa limpia de tu comedor
como una especie de esencia abandonada en este lado de la escena
donde todo clama derrumbado por algún sentido.
Hubo un tiempo en el que fuimos al cine tres veces al día,
nos desvelábamos hablando de Kierkegaard o Nietzsche
—un tiempo en que cumplimos veinte años, sin festejos—
y nos empapamos en el “sentido trágico de la existencia”,
en sus abecedarios que empezaban por la zeta zigzagueantes
caminando sin sentido fijo a media noche
por san Pedro de los Pinos, los bolsillos rotos y callados.
La foto muda que nos deja mudos y sin tiempo,
cobija y descobija estos sentidos siempre,
y es por eso que Tomoko
temblorosa, ciega busca el pecho de su madre.
La vida muda nos enmudece, pero lloramos con ferocidad
cuando nos muerde, cuando mordemos la porción de vida y duele,
con sólo mencionarla duele, con soltarla un poco.
¿Dónde habrá quedado el alfiler de aquel milagro,
milagrito de metal que a veces te colgabas
en la solapa del saco? Los que restan
en ese cajón desastre que sale de la nada
—como el telegrama que mandó la vida—
tienen una punta terrible
donde sólo se desprenden nódulos de ausencias.
Pero aquel alfiler era distinto. Sostenía un corazón de latón,
un mundo que al combarse y extenderse nos dejaba adentro
en su reflejo, iluminados. Un corazón radiante y tibio
donde —sin lugar a dudas— la dulzura de Tomoko,
también la madre de Tomoko
habrían encontrado algún consuelo. Y luz.
FRAGMENTARIAMENTE / EL APARATO
...cantaba aquél junto a muros en ruinas
y el viento de Dios devoró su voz.
Georg Trakl
Bullicio alto. Lajas. Van cayendo.
Habrá otra guerra. Misma y otra. Nacen
una de la otra. Desde el vientre fósil de sus nietas
putativas, estentóreas, desplumadas por el miedo.
Repuntan sin cesar
y contra viento, polvo. Muelen. Alzan las
verbosas, amarillas crestas, los cocteles hipostáticos.
Colgajos. El sahorno con sahumerio
por contigüidad y de antemano espirituales
por cimiento, por principio se desecan cirujanas
las orugas dibujando malolientes remociones,
zanja, pelo, carne, fémur. La morralla
en la sonaja calva del registro noticioso,
los altares de chatarra ensimismados
bajo el átomo, el duchazo pesticida de la luna
para el brillo y esplendor de las intactas
las benditas bóvedas terrestres. El bullicio
grande, hueco más atrás del frente, de la doble frente
hasta incendiar los cráneos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y el fragmento que pervive si alguien silba. Es un viento
de vasijas rotas y caminos mordisqueados, los cristales
donde irrumpe la mirada de las cabras sordas, el mugroso
lagrimal de una tortuga en el manchón de aceite.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y esa nada a la que apuntan las palabras cuando apuntan:
el son del corazón, la luz radiante, la caída libre del silencio
encuentra en verso libre su sabor a esquirlas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ulula nuevamente el estertor
de un silbatazo en la ventisca:
la flauta raja su agotada cuenta,
la lira escupe un clavo ardiente
en el que afina la insufrible
escala con la cuerda,
con el nervio del poeta
crispado en el Jardín de las Delicias.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sólo dicen y se dicen los fragmentos. En la línea divisoria
donde Orfeo, tras su caja de herramientas confiscadas
corre hacia un bullicio rojo en el drenaje de Las Perras.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Canta la cabeza parlante —es el miedo mala paga—
y el traste del poema tose.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Una nube amarilla extiende su veladura
sobre el colchón manchado:
allí se ovilla un hombre de calzones sucios
suda la camiseta y el tirante
enseña los testículos estólidos
al joven que se asoma en la trastienda.
La radio y la botella en el buró
descabezadas
derraman su ruidosa sintonía
estacionada cacareando
a voz en cuello: sangre al río. Al río, tose.
TRASLADO (fragmento)
7
luego esas palabras de intercambio y mercancía requisada
hubo en el hubiera más hablado hablando de la lengua
de su noche en el haber y no sabemos hay un miedo
funcional atiborrado como paja de escritorio suman
restan ceros y dividen los jerarcas de la prisa la tv y altoparlantes
el tolete deducible descubierto en la otra orilla desbocada
gangas oratorias ambulantes y despidos
despellejes lacrimógenos rebanes
al país echado en un desagüe clandestino
de primera plana sordilocua
mientras alguien en la calle va de bote en bote
a la taquilla tricolor del carbohidrato acedo y otros
incorporan a sus lenguas las palabras senador encuesta
ejecutivo operativo viaipi la mezcla mexicana metanfetamina
globalworld y walmarchante dea migra cuello blanco
hasta vaciar el peso en la vasija del estómago vacío
en los cajones insepultos del tzompantli malamadre
bajo la mirada turbia y el morrión de látex de los zopilotes
con sus respectivos delegados tablajeros
ocupando el cupo del relleno indescriptible de la mano
con las sobriedades de “un borracho que se sienta en su ataúd”
y algo habrá en tu rostro memorable
—hacernos mundo— más que sombra o letra herida
o abanicos de humo desdichado
y un tablero
un puño contra el cargador del cielo
un meñique de su lumbre
entre la gleba de la plaza los botines y la bosta
me consume las dolidas fechas y los sacos rotos
bajo el cono amarillento dejo de escribir qué sucias
amarillas sábanas y qué más chingados se destiende
corroído por los ojos las antenas más extrañas
y los trajes de solapa insomne
y el cartón de mugre bajo los sayales de anestesia
deslavarme en el manchón creciente de la lluvia
con la inseparable música de los Stones
soldada en el miocardio de los microbuses
Gimme Shelter cuántas
cuentas sucesivas
escalera adentro
para dar contigo
en todos
—porque no se quiebran
bajan los peldaños cuesta arriba
por la carga y sus maniobras toleradas
porque duelen sin saberlo adoloridos en el nudo—
ya se trate de los tiempos indultados
y goteras ascendentes en el cruce
o el instante de sutura y el sudor biodegradables
esa cuenta sucesiva corre como el agua
entre las redes de adoquín al descubierto
y toda imagen va en la cuenta
de otra imagen
y en los incontables nudos de la luz
caemos en la cuenta con
interjecciones
garabatos
suspensivos
cuando el corazón regala triza
el pulso intransferible
por la noche de granito
por la sonda transparente de las voces empapadas
y el cielo se rehace
aquí sin cielo —hacernos mundo—
corre la cortina abierta
y es tu rostro hospitalario entre
los límites sin comas —ese
cuerpo que principia con el otro—:
la recámara más blanca
sin ventanas sin paredes
donde anido en ti
mi amor —de par en par—
respiro de tu lado
mi traslado sus
latidos silenciosos
para ti conmigo
AGRAZ: XI. ASONANTES. CONSONANTE
para Antonio Deltoro. A su pesar
Cerca del desierto
del adobe y de su estiércol.
En la selva auricular aireados
en la playa solitaria piedras.
Caminar y sobre todo
tierra. Tierra negra, roja.
Suela repartida, rota
a manos llenas y vacías.
Con la planta del primero
madrugado entre los días.
Con el último en la fila,
el ventanal, el hueco.
No la grey y su balar de goma
ni apoyarse destemplados
y rabiosos como pilas
de verduras en los tendajones.
Sólo voces anhelantes
y descalzo coro disolvente
disparate de saberse en todos
siendo nadie, nada, nunca
desafiar el alto
pentagrama de misantropía:
yo-tú-él-nosotros-ello
con la escala
del secreto
acorde
conmovido
vertical.
Humano.
Como los sollozos
asonantes. Consonante
rima interna
de un cachorro
abandonado
en el baldío.
Filos de un haz y envés, 2007
Cursó sus estudios básicos en Tijuana y estudió la licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana, así como la maestría en Literatura Mexicana (UIA-UNAM). También realizó estudios musicales en el Conservatorio Nacional de Música en la Ciudad de México.
Ha sido coordinador editorial de las colecciones Clásicos Americanos, Libros del Salmón, las series de poesía de Joan Boldó i Climent Editores y de Ediciones Toledo, Hotel Ambosmundos, y de la colección Teoría y Práctica del Arte, editada por el CNA. Al lado de otros miembros de su generación literaria es fundador de la revista independiente El Zaguán. Fue director de la revista Amerindia, publicada por la UABC, y miembro del consejo editorial de diversas publicaciones literarias, como El Cuento, Atonal, Alforja, Luvina, Revista de Estudios Budistas y de la revista electrónica El Poema Seminal.
Como traductor ha incursionado en la obra de Gary Snyder, John Haines, Michael McClure, William Carlos Williams, Marianne Moore, Thomas Merton, entre otros, así como en la poesía de las tradiciones indígenas norteamericanas.
Fue becario del Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos (Rockefeller / Bancomer / FONCA). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Ha realizado y participado en talleres y lecturas de poesía en diversos lugares de México y del extranjero y colaborado en numerosas publicaciones periódicas nacionales e internacionales.
Es autor de la antología Piedra de serpiente. Literatura de Baja California s. XVII-XX, (CONACULTA), y del extenso estudio introductorio que la acompaña. Ha publicado libros de poesía como Terrario (Latitudes); El circo silencioso (Fondo de Cultura Económica); La soledad del polo (Ediciones Toledo); Al margen indomable (CONACULTA) y una antología personal de su trabajo poético titulada Por el ojo de
una aguja (Biblioteca del ISSSTE). En prensa ha publicado Filos de un haz y envés (Trilce ediciones), La lámpara del cuerpo (El aduanero) y Talleres de Saturno (Circa).
Reflexionando sobre la poesía de Cortés Bargalló, Alberto Blanco dijo: “Me parece sentir en momentos, que el anhelo del poeta va todavía más lejos y que entre líneas nos esboza otra meta: llegar a escribir poemas donde no sólo los seres reales que los han provocado aparezcan vivos en la carne palpitante de las palabras y no sólo conseguir que cada uno de estos seres nos platique su propia, única e intransferible historia, sino que, mediante una verdadera alquimia del verbo, lograr que esa historia no sea ya más una historia personal”.
El también poeta y ensayista, Eduardo Hurtado, escribió sobre el libro Al margen indomable: “Por su proximidad con la condición fronteriza del arte en el arranque del nuevo milenio, este libro se nos impone como una de las propuestas más vivas de la poesía mexicana reciente”.
SELECCIÓN DE POEMAS DE LUIS CORTÉS BARGALLÓ
RETABLO
Piloto celeste
llévame hasta tu merced:
un poco de comida,
un poco de sueño,
un poco de amor
Piloto celeste
que no me cueste la vida.
ITINERARIO DE “LA MOSCA”
Acompáñame a la Plaza de Loreto
donde las frutas podridas florecen
y la sombra trasnochada se evapora
frente a los tibios murales del día.
Ya nos falta poco para llegar,
dos o tres cuadras, una vida por delante
para llegar al punto de partida
porque todos allí se están yendo.
Una mirada y ya estamos,
un remanso de paz bajo los árboles,
bajo el cielo veteado de la ciudad
y los floreros cromados de los escapes.
Humo, también ojos de humo en la maleza
y el perrerío de bocinas en las calles;
incendio, vida que se incendia, bonzo
en la sorda prendezón del cemento.
MAÑANERO
Franjas rosadas en el azul intenso
distensión y tregua
tras la lluvia nocturna
que me cala hasta los huesos
bajo los árboles
el sol se mete en el lugar de la sombra
y brotan caminos allí
donde libremente viajan las esporas
rebotan por el pavimento
abriendo leves grietas de silencio
miles y miles y miles
como en toda contingencia
también los cuerpos
que florecen en mi cigarrillo
se buscan en la luz,
aman, mueren con el viento.
CAMINO A CASA
Allá bajo los pies
en el oscuro lado
sumerjo un pensamiento
paso por el centro
me pierdo en la nada viva
doy un paso, regreso.
A la velocidad de la luz
la sombra crece
llena los valles con agua negra
las ciudades naufragan
en la verdosa balsa
de luz eléctrica
prendo un fósforo
en la catedral de mis manos
doy un paso, sólo hay una vida.
LA CASCADA DE AMIDA
Si miro con los ojos del tiempo
parpadeo
las formas ceden a la textura.
Si miro simplemente
me dejo caer
en el instante de la gota.
Si miro con el ojo de la mente
el agua
chorrea transparente sobre el agua.
Esto es lo que he visto:
un copo de nieve
no vive sobre las llamas.
El circo silencioso, 1985
LUCRECIO
Hizo un descubrimiento singular
y lo llamó: “el llanto de las cosas”.
Pensaba en el viento,
en las nubes que se deshacen
como un matorral en llamas sobre el horizonte;
pensaba en la montaña de arena
vertiéndose por un cauce seco,
en el hueso de Venus
que articula el cuerpo;
el botón de la biznaga
y los dioses diminutos del azar
acechando en las espinas.
Pensaba en la lluvia y la gota
que perfora el mundo.
Tuvo que abrir su corazón allí
para llorar con las cosas.
INDIA SONG
(sobre una canción de M.Duras-d’Alessio)
Reflejos, saltos de luz
en el agua de las cosas quietas,
música oscilante de las cosas quietas,
baile interminable de las cosas.
Cadencia sin fin de las cosas,
cabrillas grises en la noche negra.
Formas que quisieran amarse
justo a la orilla de los cuerpos fatigados
justo en el vaho de los cuerpos
que se rehacen en el silencio.
Formas que se abrillantan por salir del silencio,
que nacen al trazarlas
con el dedo en otro cuerpo
en el cuerpo sin cuerpo
de un murmullo.
LÜ/ EL ANDARIEGO
If love be not in the house there is nothing
Ezra Pound
El Pájaro Lü es el fuego...
bate las alas para no incendiarse,
irrumpe con alto vuelo
y un fanal diminuto
el orden de los astros cardinales;
no es la Trenza de Oro
ni la Carrera de Santiago,
su presencia es solitaria
y apunta un trazo apenas
para el viajero que perdió la ruta;
le sirve sólo de consuelo
pues el Pájaro Lü no tiene rumbo,
se posa incansable en una
y otra rama
como si quisiera zurcir
la cota rutilante,
la inflexible arboladura de los cielos.
El viajero baja la vista
y, como quien ve de noche,
mira las blancas piedras del camino,
siente bajo la pesada ropa
el dulce pulsar se su sangre:
“¡Hay amor!, si cada paso me llevara
hacia el lago tibio de tu pecho”.
Pero el viajero no puede detenerse,
si perde el camino
pierde la casa.
Dicho sea de paso,
el Pájaro Lü tampoco tiene descanso,
el Pájaro Lü es el amor.
OJO DE AGUA
Ya que el agua de manantial
suele correr más clara...
Jaufre Rudel
1
Vuelve a llover
y entre las sábanas revueltas del cielo
luces encarnada y como dormida;
así te puedo ver
en esa mudanza que lava la tarde
y luego la pule con la franela del olvido.
(Te miro:
corres por la calle
con una camisa azul
como la noche de estrellas mojadas;
y no es que te recuerde
sino más bien te sueño
y contra los sueños no hay nada.)
2
Vuelve a llover
en el ojo verde, café y azul de la tarde
y te digo,
no, no llores mujer
porque veo una mujer tras el ojo estriado,
no, no llores.
Nos separa y nos supera
aquello que brilló entre tus ojos y los míos;
aquello que aún no sabemos nombrar.
3
Llueve otra vez
y en algún rincón
flores de jacaranda, un ojo de agua
y el verso bizantino:
“Mira cómo vuelve a surgir
la dulce primavera”.
Imágenes vacías
que ocupan el lugar del sueño.
UNA TEORÍA SIN FUNDAMENTO
Bajo el sol de junio, por alguna razón, la savia se seca en las venas de la hierba y un chirriar de insectos, armas templadas y flamazos revolotean en el aire caliente. Las medusas y espirales de polvo buscan su lenta rotación como hastiados sistemas siderales.
Bajo el techo seco y basto, el canto de los termites horada, cruje, repica en los límites de la madera yerta.
Una esfera negra, un planeta diminuto —quizá naciente— busca su órbita en el vacío de la habitación. El esférico excremento del termite cae en una trayectoria incierta y el viento que pasa bajo la puerta pareciera darle vida. No obstante, termina por llegar hasta el rincón, junto al resto del ollín y el olvido inermes.
Siento como si las huecos perdieran acomodo, como si en cualquier momento, por alguna razón, el mundo se vaciara.
CEREMONIALES
Dos niños enfurecidos se revolcaban en la tierra del parque. A puños llenos levantaban una nube de polvo gris que poco a poco se les impregnaba en el rostro sudoroso, cada vez más la máscara ritual de un oficiante. Las cabelleras tupidas y prietas se habían convertido en pelambre de jabalí. Los rostros, enfrentados como en un emblema, resoplaban con ojos de piedra. El parque entero parecía haber caído bajo el conjuro de las dos bestias: el prado azufroso, el cielo de cobre, los árboles tapados de carbón y escamas minerales, las moscas sobre los odres abiertos del basurero.
Esto pasó como una nube: los niños descansaban ahora junto al brote de un laurel, un arbusto recién plantado.
ANTÍDOTO
¿Y si en verdad
la tarea no es ninguna
y todos los sueños, y todas las palabras
detonan como una parvada
por los huecos del cielo,
para perderse ahí
en esa página
lavada con los trabajos y los días inútiles,
ya reconciliados,
ya plenos en su falta de sentido?
La soledad del polo, 1990
AL MARGEN INDOMABLE (fragmentos)
2
Toda la noche un rumor que ronda en la jaula de agua.
(Ruido que articula sonidos que forman un vaho como cuerpos que tocan a la puerta del oído que abren desde adentro como embriones y rizomas espirales esqueje mugrón de nombres que se abisman al encuentro en los demás sentidos que rompen sus larvas en el laberinto que buscan su media naranja su doble pluma su nomeolvides como un corazón con el cascarón roto que anda perdido toda la noche por los rincones del cuerpo y clama con un rumor de cuerda que es un león alado una cabra una macarela una caballa víbora que ronda galopa olfatea arrastra su camino da la vuelta y forma un círculo repite y se arrepiente hasta disolver perderse nuevamente en el hueco de sus navegaciones pasos y pisadas alas invisibles garras sobre la percha en el péndulo grave y linterna oscilante pía brama silba canta balbuce siente sed en jaula de agua.)
Toda la noche un rumor que ronda en la jaula de agua.
4
Sondeando el oído, a veces la cala, el hueco estruendo animal en el arrecife: piedras vivas: piel de foca: branquias abiertas del escollo. Celda y alveolos, prominencia del hueco. Vulva castalia que succiona torrentes fosfóricos, pneuma.
Éstas son las ofrendas, o simples rasguños en la superficie:
En la arena, vidrio y oro de moscas, la trenza verde ámbar de una diosa desnuda y sin nombre; los aderezos triturados, los listones rojos salpicados de ceniza; una sola trenza sin cabeza, revuelta tras el festín, olor a tuétano y a huesos limpios.
En el aire frío, rondas de ángeles con túnicas zafiro pegadas al cuerpo de cristal. Canto. Pliegues y mangas radiales, círculos de plumas blancas.
Cubierto por la cobija de luz que en ese punto se deshilacha por el viento, el cuerpo de una gaviota muerta, seco, diamantino. Renovado retoma por su cuenta el vuelo, revive en un destello.
Máscaras de murciélagos, toros, monos, cerdos, tigres, iguanas, delfines, con pieles de alcornoque y eucalipto. Las gemas arrancadas de los ojos y del sexo donde ahora florean los oleajes como jirones de ropa vieja.
6
Tras la espuma, allá en el día corredizo, con el lomo lanceado bajo el paladar de nubes.
Su insoportable sombra paralela viaja, raja con sus quillas, con su diente verde y amarillo, el gis de la neblina.
7
Sin embargo, empujaría con todas mis fuerzas, con toda el alma, esa pelota que ahora levantan contra el viento de la tarde las muchachas. ¡Ah!, cómo cantan y sonríen... Con esos dedos, con esas manos jugaría a tener mi corazón en vilo, jugaría a regalarlo,
de no esfumarse todo, involuntario en la borrasca...
..........................................................................
(Aquellas manos que me hubieran cobijado, aquellos dedos que jugaban con mi vida... )
¡Oh Capitán!, te oigo llorar / Al menos una voz ¡Mi Capitán!, / por qué siempre con ese aire melancólico. Al menos una voz. Al fin ese poeta que no nos hablaba de “lo cotidiano”, fijo ante el espejo del lavabo.
Inhallables huellas, inhalables, a quién a qué caminos, en qué regreso, en qué recodo, ya condescendemos a llorar juntos.
Contar las horas nocturnas apuntadas ayer, cruzar a tientas buscar la orilla de los planos... sentimentales. Un suspiro en las branquias del escollo, prender el radio:
(What lonely hours
the evening shadows brings
what lonely hours
with memories lingering
like faded flowers
life can mean anything
when your lover has gone.
Cantada por Chet Baker.)
12
..........................................................
Mi mujer abrió la ventana y entró un aire frío y salado que me arrancó de la cama; era la realidad o ese brillo inexplicable; el magnetismo, el tumulto de las olas tempraneras, las redes azules deshilachadas como medias caídas al pie de la escalera que llevaba al mar, al verdadero mar, “hermoso guardián insobornable”. Al verlas sentí una sacudida, el temor insospechado, la moderna incertidumbre de olfatear algo cierto, definitivo, único.
Esta revoltura de aire fresco y somnolencia, esta lucidez irracional que no perdura. Como lo malo del vino, del sueño, de las drogas, eso, no perduran, sólo la vida mientras pasa, perdura y siempre. En su propia misteriosa vacuidad, perdura...
Como un extraño lamento, como música de negros, Levee Low Moan; como esa exhalación que empuja las velas y susurra su secreto entrecortado: and the wind cries Mary, and the wind screams Mary.
13
Esa gran corriente de diminutos rostros de plata, toda esa algarabía de cornetes dilatados, voces de agua, lenguas indias. Salta del mar y regresa; contra las casas del sol, por los esteros de la luna.
Ese tropel de gargantas que arrebatan el pecho sereno de las olas, que lo hacen llorar como dioses tumultuosos sobre las palmas de un peregrino aullante. Es una multitud de sonajas que lleva en hombros las reliquias; polvo que rueda a empellones con los ojos cosidos y la lengua hinchada; es una bandada que toma los caminos, conmueve los ramajes, la hierba, los arroyos, los cañones.
Un largo murmullo, que va de boca en boca; del pezón a la úvula golosa, de la madriguera del ratón al gañote prieto del cuervo que repite
¡xá! ... ¡xá! ;
una corriente de lenguas diminutas que trepa por la fronda de los álamos, que inflama los alveolos, crispa, hierve, trueca las hojas perennes (al abnegado alumbramiento / estremecimiento);
es el amasijo turbio del sotol, es la yuca que chifla con las greñas peinadas al oriente. Borrachera del cabrón coyote que pone blanca la luna.
La media luna, yaiowá jalá tukuñam, la que tiene los cuernos hacia el oeste, la luna cinco de los kiliwa, los paipai, los k’miai, que bajaron a la playa tras el susurro de Meltí ?ipá jalá (u) de palabras confusas. Los que arrancaron de las olas la raíz, el sonoro xá que calzaron a todo lo que venía del agua. Llamaron al mar grande xá tai tukuñan. Al mar de los peces xá tai iñom. A la laguna salada xá ti’ilm. Al mar del sur, desconocido por estar en la casa del padre, xá juim o’wá ?ipá.
Esas lenguas decían en el aire xá, en el abismo de su desolación, en su vuelo sin retorno.
15
Llaves en la cerradura de la roca, en el diamante seco de los grillos. Tardes junto al mar, sus orillas voraces que anudan el aire frío. Tardes que no serían sin el despojo naranja, rosa polvoriento de la infancia.
Más allá de la memoria, quiero creerlo, también hay una vida. Está una foto, con sus márgenes blancas, dentadas; una foto en blanco y negro que se lava entre la ropa también blanca de la espuma:
Un hombre con saco de lana y camisa blanca, con las sienes canas y el bigote poblado, un hombre que representa la edad de su instinto, que sonríe mientras levanta a su hijo... como que lo hace volar, lo empuja del nido para que pruebe fuerzas. En una soledad total; en un día que es como la noche emplumada de nieve. Alrededor, el mundo es el mar escalonado y ancho; la lejanía, fugas de cordeles grises que van perdiendo el foco.
—(Estoy aislado. Me cargabas sobre tu cabeza, de cara al mar, y era una tarde casi helada —digo, me represento para no hablar solo—. Respiraba sobre la piel sensible; veía como sólo un niño tan pequeño puede ver, con esos ojos en ascuas que anteceden a cualquier palabra.)
La vida de esa criatura y la mía están de alguna manera —misteriosa— conectadas, pero éste que habla solo se parece más al hombre de la foto, se parece más a su padre que a sí mismo.
Es una foto que la familia se ha encargado de escombrar con los recuerdos, con el relato que la vuelve desesperada y verosímil: “ése eres tú”, gesticulan; y así son las familias.
De cualquier manera, no se puede quitar el pozo que te dejan sin saberlo. El pozo que cada día voy alimentando.
Morder el polvo anaranjado rosa de las tardes, las márgenes picadas de la espuma;
volver a lo inasible, al paréntesis escurridizo, así sea una noche en que el mar de vino se mete por la playa hasta lamer las rocas apiladas al borde de la carretera, donde crepita, prístino en la lejanía polvorienta, el diamante seco de los grillos.
17
Y olas enloquecidas llegan hasta las orillas del país del silencio
donde los hombres sin memoria se afanan por perderlo todo.
Aldo Pellegrini
En los lavaderos de tierra, en aquellos lodazales que perfilan los meandros; en el nudo de arroyos grises que llegan al mar...
Bajo la sombra caligráfica del avefría y el chorro de hielo seco despumado en las alturas; bajo el viento fétido que dobla los juncales...
Junto al pecio que se trajo el nombre incompleto del navío, junto al chasís de un Chévrolet 52...
Un jacalón de lámina rojiza, un perro astroso, un niño, una mujer con botas de minero.
Ellos no son de aquí, llegaron hace poco, no saben cómo ganarse el sustento; sólo llegaron, como los restos de un naufragio.
Trepan por encima del tiradero, hurgan bajo los cartones y las latas, suben un poco más; sus cuerpos vibran con la luz que rebota en las aguas estancadas. Tienen la piel reseca y en la lejanía de sus ojos amarillos se dilatan una flor espinosa, un grano de arena, una carretera que cruza el desierto. Un lugar entre la tierra y el cielo: ese sillón en el patio apisonado, esos resortes salidos que empujan las nubes; esta sucia tapicería sin color ni decorado.
19
El cuerpo de mi mujer que sale del mar, su rostro de luna llena que tantas veces he besado, lunas de México, “lugar del ombligo de la luna”; luna de trigo en Kensington Gardens; lunas españolas en el Albaicín, rojas como el agua suspirante de Granada; luna de nieve y vellón salvaje sobre San Pedro Mártir y La Rumorosa.
Se ve tan hermosa con sus lóbulos mojados como perlas nativas. Y pensar que nos encontramos en la orilla, nos abrazamos en nuestras soledades, nos perdemos tristes a lo lejos como un copo de ceniza. Las ventanas, luminosas ventanas.
20
Marianne Moore: “... O tumultuous / ocean lashed till small things go / as they will, the mountainous / wave makes us who look, know / depth.”
(la línea en llamas y telón de carne rosada reverberantes en el cuerpo sin cuerpo de una ola sombras incoloras que se desgajan desde otras vidas y la mía y el miedo el alma la trampa sueños máscaras sucesión de ropajes de agua que se hinchan como bocas de anémona se vierten como relámpagos de jibia en la férrea profundidad anudada trabazón y palanca de una lengua perdida in illo tempore como la línea blanca en el fondo la estela de una espadilla el flagelo volátil de la anguila en la cerviz del antílope en las remeras del cormorán y el collar del jabalí la línea la marca el ombligo el entrecejo la llama pálida que inflama incolora la coronilla la mancha de plancton sus dedos de tinta roja extendiéndose por la negrura elevados en las burbujas blancas del sitio donde emergen barcas de nuestra partida la ceniza que flota en la superficie de tensiones puras que ya son con su brillo martillado... el fin de la pertenencia...)
Pero no basta el tumulto ni la transparencia de las viejas sombras. Sumergido en el paisaje de la mente hay un paisaje todo él hecho de dolor y desconsuelo, piedras quebradas, brechas de fuego, zanjas, huesa de ciudades perdidas, pavesas en el humo que se quedan, vibran, vibran como una mancha de sol en la retina.
27
La tormenta
Del mar a la ciudad de la ciudad al mar y de regreso esa lentejuela de la valva seca que se arraiga tierra adentro. Como la cola velada de un film noir, como ese camellón empapado que se interna resbaloso en el invierno. Una concha inmensa cierra su apretado molusco de nubarrones y ennegrece la ciudad inerme, amedrentada bajo la sombra de un iceberg. El viento arrecia, todo arrecia y se repite ondeando sus repeticiones estrepitosas sobre la cortina de lluvia que se cierra tras los ventanales endebles de este restaurante de chinos de la Constitución. Intransitables las banquetas, los portones atascados; manos fuera del alcance; con el agua entre los muslos todos buscan asidero lejos del rumor voraz de las orillas, torbellinos interiores desatados al pavor que saja desde el cielo. Luego una avalancha, rocas, lodos que jamás coagulan, automóviles, bardas, alambradas como redes y pellejos muertos, el deshielo repentino del glaciar sobrepoblado en los cañones estruendosos. Las bombillas repitiéndose agotadas con su filamento rojo serpenteando hasta apagarse en un suspiro. Una roca gigantesca, negra como el miedo, y otra más y pulpos, envoltorios que sumergen sus tentáculos de lodo mortecino, sacos llenos con la arena del espanto y esos “hombres huecos... embutidos de aserrín” al descubierto tras su línea telefónica. Un relámpago repite y otro, se repiten vibraciones en los ventanales repetidos por el suelo, por los túmulos anegados. Aquellos dedos que jugaban con mi vida —aquellos costurones, rajas del acantilado vociferante— hasta fundirse con la oscuridad y el tiempo, sin refugio.
Antes del amanecer la superficie del agua tocó suavemente el lodo espeso de las banquetas rotas; una mujer con botas, un hombre, unos niños con jirones de aguacero, luego otros repetían los pasos, otros se cruzaban chapaleando en el limo verdoso de la madrugada. The echo of my footsteps resonando en el boquete abierto donde la tormenta se internaba en el corazón, ¿he dicho corazón?, un músculo un molusco desplazando nubarrones densos dentro del oscuro remolino de la sangre.
Parado en la orilla, en otro lugar,
(oleaje insaciable pero sosiegos los columpios de viento desmemoriado les désolantes suggestions que ce cri envoie jusqu'aux mansardes, à travers les plus hautes brumes maderos náufragos que regresan también los restos que fueron y serán la orilla y los nombres como nunca prendidos a ella la tierra la arena que los va tapando removiendo en la tormenta en la marea más alta y ahora bordes de un apóstrofe de una coma de un punto y comillas y el ojo de una o y el vacío de una u que ya escarbo en el escombro de los malecones ladrillos pilotes quebrados láminas con letras sílabas imposibles para la fonética la sintaxis desastrada sufijos preposiciones desinencias que se encajan en el lodo la tinta la celulosa la pasta en los secadores en la plana tachonada que se oxida se desbarba como basura lírica se repite una orilla un borde pacientemente una diez mil veces en los columpios desmemoriados hasta leerse a sí misma à travers les plus hautes brumes ... ol... o... que... que... da... de ... ol... vi... o... que... que... da... ad...)
en otro lugar, en la inmensidad de una letra devastada.
Al margen indomable, 1996, 2011
TENTATIVA AL CARBÓN
Miro la sombra. El otro filo
de la sombra irremovible.
Tras la superficie donde proyectada.
Sombra que se cruza despegó despega
parte de la sombra en otro sitio.
Llega más allá de sí de mí de sol
la sombra en el teclado eriza. Resbalones
dedos. Y toda sombra —clara infinitesimal
oculta cuando falta sombra—
se construye se concluye —frase hecha
con su sombra— a simple vista de lo mismo
con la sombra. Sale de la sombra. Del sujeto.
Borro del follaje la presión y la corteza
—liga del volumen con la sombra—
y el recuerdo de una sombra entumecida
por su sitio. La creciente crezca —talla ampliada
hasta crecerse. Negro crezca: negro de los
intersticios y el cociente indi-visible
negro de los sexos y la entraña de un abrazo
negro de espesura. Negro el corazón
del habla ausente de la sombra
prójimos carbones retirados de la hoguera
de los tiempos más sombríos
y del ojo. Lo que cabe en la negrura
y los heraldos negros de su hora horadan.
Cabe el más estrecho abdomen de la palabra
África. Sus ébanos desarraigados en las cercas
—y el talón desnudo con su púa de aguanieve roja.
El escombro removido a la ventana de alquitrán.
Ahlam. Ahmed. Los callejones derruidos clausurados
la angostura estrangulada de la Franja de Gaza.
El traslado la mudez y los despojos desescriturados
las exhumaciones el traspatio de la América Latina.
Niños madres en la sombra de humo. Negras migas
“de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.
Y es el ojo que se cruza y ya no caben
cuarteaduras en el iris que bordeó el silencio
y el tocón el tajo que se abrió camino
desfondó los márgenes —a media tinta—
bosquejando de la rama la carencia
el enunciado arborescente
de los frutos del grafito —choque de armaduras—
bajo las literas a regañadientes
los nudillos cárdenos
los ácaros. La uña desvelada
negra. El escozor de eternidad —pulgones—
la negreada rosa de la carne viva.
Cerrar los ojos ya cerrados in abstracto
levantando el carboncillo
de las letras desenvaginadas las
nerviosas combustiones infinitas las sinapsis
amorosas. Acercado anverso de la tapia
sonic boom de los abismos
y la luz sorbida por la sed del cielo
abrirlos al momento con su sitio
y enramadas. Entregarlos. Incansables.
Que de nueva cuenta vista al gato
al garabato de la lengua —claroscura
incertidumbre—
siempre dos se enlazan
en la sombra —la parrilla—
y en su dicha pasajera
reclinados bajo el techo
se lamentan. Se deshojan
de lo oscuro ensombrecidos
cara a cara adelantados
un minuto de silencio.
Respetuosamente
—a la luz de vela un punto
el ángulo tangible. Cabecera:
Kasimir Malevitch yace
en una sábana
al carbón que vela su
Cuadrado negro
sobre fondo
blanco.
Espaciosos: sin metáforas
tampoco —sólo abiertos.
DE TÀPIES Y JOYCE
si
riuretorn del món.
Ramón Xirau
Éste es
el blanco
inicio
imagen
que desborda
late
en blanco
en banda
escribe
sí
sí quiero.
Porque duele
sí. Raspar la
sangre seca
de la tela
enjabonada
noche
donde sólida
disipa
los tachones
coagulados
líquida
como la luna
hiende
un campo
un camposanto
malva nieve:
el hueso
de su día
sí como
el granito
en su altitud
y timbre
tónico
y agudo sí
del turbio
seminal
flamazo
del desfogue
y periferia
suburbana
suspendido
sobre el punto
inmóvil
blanco
sí
por el dolor
que abrasa
e incolora
los colores
indoloros
en la imagen
la materia
que desconcha
en sí
por sí
la misma
carne trapo
escaldadura
velo ardiente
cada vez
cambiante al
desbandarnos
solitarios
al origen
intervalo
firme
cierto
en el
desierto
sólo solo
sí
EL BAÑO DE TOMOKO / TRÍPTICO
para el Dr. Rafael García Carrizosa,
para Aurorita. A la memoria
de Rafael García Gamboa (1951-2001)
1
El otoño de 1971 —poco antes de su muerte—,
Eugene Smith fotografió en Minamata
el baño de Tomoko —casi mudo, sin sosiego—
pero llegó puntual —las 3:00 p.m.—
como tantas veces en la trinchera
o en la ventana del Village,
como tantas preguntándose a través
de los jirones de cortina o los vendajes enlodados:
“¿Por qué lloro fácilmente?”
En Minamata ya no había escamas en los cestos,
la lechuga reclinaba su corona negra, sus maullidos
entre surcos demenciales. Esto es literal
como esas dos mujeres de flagrante luz
que lo esperaban tras el vano
como el vano mismo con su lámpara de sal.
2
En el cubo de la bañera
la madre toma entre sus brazos
toma el cuerpo estremecido de Tomoko
que se extiende por el arco gutural de sus parálisis.
La muchacha inclina la cabeza bajo el techo claudicante
y la astilla que el miedo descañona de su pelvis
anticipa sobre el agua un aleteo descarnado.
La madre —con un pañuelo blanco en la cabeza—
con un ala sin sombra en su mirada, sin la sombra
limpia el pecho, las axilas liminares, los humores.
Lava la negrura contra el charco que en el fondo
se evapora. Si es que tienen fondo las pupilas.
Los cuerpos tiemblan de amor —su desamparo—
lo descubren y se tocan. Son el uno para el otro
son las hojas de una planta de raíz herida. Dos mujeres
pendientes de una luz azul y dolorosa, placentaria.
Prendidas al instante que revela
con su contractura la fracción precisa,
la simple fracción que dobla sus articulaciones
musitando una plegaria muda.
Dime, señora, ¿qué te asiste?, ¿quién?
Pero la madre arropa a la cría indefensa
la cubre con sus alas de vapor atribulado.
Aunque llorar no es fácil
esta desnuda Pietà en blanco y negro
nos echa una mirada como dando unas semillas
a los pájaros famélicos. De mirada en mirada
se alimenta un surco. De mirada en mirada
crece cierta luz —otra mirada—
se hace sombra y el vapor de sombra. Se anudan
esos cuerpos desolados aunque tibios.
Entre una mirada y otra sube una marea amarga, estéril
como los terrenos de Minamata —donde los trabajadores
de la Chisso Corporation edifican a matacaballo
centros de investigación sobre “la enfermedad de Minamata”.
3
Poco después de tu muerte
—Rafael, como tu padre—
recordé la foto de Smith que nos dejaba mudos, desarmados,
y el poco miedo que tenías de tu propia, prolongada muerte.
Y el enorme dolor, “¡Ké dolor!”, decía el telegrama del Ruben
—lo encontré doblado en uno de tus libros— cuando supo
en los ochentas de la muerte de tu madre y de tu hermana.
Cuando al poco tiempo el Ruben se volvía ausencia.
—tanta muerte taladrando en ese telegrama que mandó la vida,
“¡Ké dolor!” en esa entrega inmediata, para recordarme vivo, deshojado.
Y sentir tanta vergüenza, tanta pena, tanta muina.
Tu otra hermana, Tita, no puede decir nada, nunca ha podido y sobrevive lejos de tu muerte en una silla de ruedas, su regazo claudicante;
tu padre está despoblado, ecce homo, pero saca alguna fuerza
y acaricia a Tita. Quien te amó aún te ama y eso dura lo que
dura una verdadera eternidad en su demora.
Y hablar en el vacío con vehemencia
es algo que a la mala hacemos bien... y a medias
si se trata de vivir en el vacío
y escuchar la vida que nos ciñe cuando la invocamos
y embocamos y la lengua se retrae y quema;
cuando apenas puede devolvernos una espina
que tutea, te tutea, nos tutea
y es la vida la que aprieta, y cómo me tutea, te tutea.
Y la muerte sólo sabe mascullarle sus espasmos a la vida
porque no le queda dónde más hincar
el tiempo desmedido de su diente.
La foto que nos entristecía es muda. Y apariencia.
Se trata de la vida hablándole a la vida más allá de las palabras
—y a esto le llamamos belleza y acudimos a sus grados quebradizos.
La vida es muda como esa reproducción de la Pietà en miniatura
que se queda en la mesa limpia de tu comedor
como una especie de esencia abandonada en este lado de la escena
donde todo clama derrumbado por algún sentido.
Hubo un tiempo en el que fuimos al cine tres veces al día,
nos desvelábamos hablando de Kierkegaard o Nietzsche
—un tiempo en que cumplimos veinte años, sin festejos—
y nos empapamos en el “sentido trágico de la existencia”,
en sus abecedarios que empezaban por la zeta zigzagueantes
caminando sin sentido fijo a media noche
por san Pedro de los Pinos, los bolsillos rotos y callados.
La foto muda que nos deja mudos y sin tiempo,
cobija y descobija estos sentidos siempre,
y es por eso que Tomoko
temblorosa, ciega busca el pecho de su madre.
La vida muda nos enmudece, pero lloramos con ferocidad
cuando nos muerde, cuando mordemos la porción de vida y duele,
con sólo mencionarla duele, con soltarla un poco.
¿Dónde habrá quedado el alfiler de aquel milagro,
milagrito de metal que a veces te colgabas
en la solapa del saco? Los que restan
en ese cajón desastre que sale de la nada
—como el telegrama que mandó la vida—
tienen una punta terrible
donde sólo se desprenden nódulos de ausencias.
Pero aquel alfiler era distinto. Sostenía un corazón de latón,
un mundo que al combarse y extenderse nos dejaba adentro
en su reflejo, iluminados. Un corazón radiante y tibio
donde —sin lugar a dudas— la dulzura de Tomoko,
también la madre de Tomoko
habrían encontrado algún consuelo. Y luz.
FRAGMENTARIAMENTE / EL APARATO
...cantaba aquél junto a muros en ruinas
y el viento de Dios devoró su voz.
Georg Trakl
Bullicio alto. Lajas. Van cayendo.
Habrá otra guerra. Misma y otra. Nacen
una de la otra. Desde el vientre fósil de sus nietas
putativas, estentóreas, desplumadas por el miedo.
Repuntan sin cesar
y contra viento, polvo. Muelen. Alzan las
verbosas, amarillas crestas, los cocteles hipostáticos.
Colgajos. El sahorno con sahumerio
por contigüidad y de antemano espirituales
por cimiento, por principio se desecan cirujanas
las orugas dibujando malolientes remociones,
zanja, pelo, carne, fémur. La morralla
en la sonaja calva del registro noticioso,
los altares de chatarra ensimismados
bajo el átomo, el duchazo pesticida de la luna
para el brillo y esplendor de las intactas
las benditas bóvedas terrestres. El bullicio
grande, hueco más atrás del frente, de la doble frente
hasta incendiar los cráneos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y el fragmento que pervive si alguien silba. Es un viento
de vasijas rotas y caminos mordisqueados, los cristales
donde irrumpe la mirada de las cabras sordas, el mugroso
lagrimal de una tortuga en el manchón de aceite.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y esa nada a la que apuntan las palabras cuando apuntan:
el son del corazón, la luz radiante, la caída libre del silencio
encuentra en verso libre su sabor a esquirlas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ulula nuevamente el estertor
de un silbatazo en la ventisca:
la flauta raja su agotada cuenta,
la lira escupe un clavo ardiente
en el que afina la insufrible
escala con la cuerda,
con el nervio del poeta
crispado en el Jardín de las Delicias.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sólo dicen y se dicen los fragmentos. En la línea divisoria
donde Orfeo, tras su caja de herramientas confiscadas
corre hacia un bullicio rojo en el drenaje de Las Perras.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Canta la cabeza parlante —es el miedo mala paga—
y el traste del poema tose.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Una nube amarilla extiende su veladura
sobre el colchón manchado:
allí se ovilla un hombre de calzones sucios
suda la camiseta y el tirante
enseña los testículos estólidos
al joven que se asoma en la trastienda.
La radio y la botella en el buró
descabezadas
derraman su ruidosa sintonía
estacionada cacareando
a voz en cuello: sangre al río. Al río, tose.
TRASLADO (fragmento)
7
luego esas palabras de intercambio y mercancía requisada
hubo en el hubiera más hablado hablando de la lengua
de su noche en el haber y no sabemos hay un miedo
funcional atiborrado como paja de escritorio suman
restan ceros y dividen los jerarcas de la prisa la tv y altoparlantes
el tolete deducible descubierto en la otra orilla desbocada
gangas oratorias ambulantes y despidos
despellejes lacrimógenos rebanes
al país echado en un desagüe clandestino
de primera plana sordilocua
mientras alguien en la calle va de bote en bote
a la taquilla tricolor del carbohidrato acedo y otros
incorporan a sus lenguas las palabras senador encuesta
ejecutivo operativo viaipi la mezcla mexicana metanfetamina
globalworld y walmarchante dea migra cuello blanco
hasta vaciar el peso en la vasija del estómago vacío
en los cajones insepultos del tzompantli malamadre
bajo la mirada turbia y el morrión de látex de los zopilotes
con sus respectivos delegados tablajeros
ocupando el cupo del relleno indescriptible de la mano
con las sobriedades de “un borracho que se sienta en su ataúd”
y algo habrá en tu rostro memorable
—hacernos mundo— más que sombra o letra herida
o abanicos de humo desdichado
y un tablero
un puño contra el cargador del cielo
un meñique de su lumbre
entre la gleba de la plaza los botines y la bosta
me consume las dolidas fechas y los sacos rotos
bajo el cono amarillento dejo de escribir qué sucias
amarillas sábanas y qué más chingados se destiende
corroído por los ojos las antenas más extrañas
y los trajes de solapa insomne
y el cartón de mugre bajo los sayales de anestesia
deslavarme en el manchón creciente de la lluvia
con la inseparable música de los Stones
soldada en el miocardio de los microbuses
Gimme Shelter cuántas
cuentas sucesivas
escalera adentro
para dar contigo
en todos
—porque no se quiebran
bajan los peldaños cuesta arriba
por la carga y sus maniobras toleradas
porque duelen sin saberlo adoloridos en el nudo—
ya se trate de los tiempos indultados
y goteras ascendentes en el cruce
o el instante de sutura y el sudor biodegradables
esa cuenta sucesiva corre como el agua
entre las redes de adoquín al descubierto
y toda imagen va en la cuenta
de otra imagen
y en los incontables nudos de la luz
caemos en la cuenta con
interjecciones
garabatos
suspensivos
cuando el corazón regala triza
el pulso intransferible
por la noche de granito
por la sonda transparente de las voces empapadas
y el cielo se rehace
aquí sin cielo —hacernos mundo—
corre la cortina abierta
y es tu rostro hospitalario entre
los límites sin comas —ese
cuerpo que principia con el otro—:
la recámara más blanca
sin ventanas sin paredes
donde anido en ti
mi amor —de par en par—
respiro de tu lado
mi traslado sus
latidos silenciosos
para ti conmigo
AGRAZ: XI. ASONANTES. CONSONANTE
para Antonio Deltoro. A su pesar
Cerca del desierto
del adobe y de su estiércol.
En la selva auricular aireados
en la playa solitaria piedras.
Caminar y sobre todo
tierra. Tierra negra, roja.
Suela repartida, rota
a manos llenas y vacías.
Con la planta del primero
madrugado entre los días.
Con el último en la fila,
el ventanal, el hueco.
No la grey y su balar de goma
ni apoyarse destemplados
y rabiosos como pilas
de verduras en los tendajones.
Sólo voces anhelantes
y descalzo coro disolvente
disparate de saberse en todos
siendo nadie, nada, nunca
desafiar el alto
pentagrama de misantropía:
yo-tú-él-nosotros-ello
con la escala
del secreto
acorde
conmovido
vertical.
Humano.
Como los sollozos
asonantes. Consonante
rima interna
de un cachorro
abandonado
en el baldío.
Filos de un haz y envés, 2007
FISURAS DE MEDIODÍA EN XILITLA /
EDWARD JAMES
1
Al sólido naranja y el requinto
silban los pájaros de brisa
mojan los peldaños
con su bronce galopado
contrafuertes musculares
compás en alas de garza
partida uVe por el peralte del sueño:
la selva que hierve y deriva
–cierra lo ojos/ llora lágrimas aladas
empuja hacia la luz/ abre sal verdea–
conciencia original le llaman al llamado
que remonta y alcanza
la grieta que también es peldaño
parpadeo levedad de lo concreto
pisas
El umbral es el umbral
perpetuo
y el espejo de la mente
una fuente
un loto y llama
hierbazal
manojo de
caminos
olas
tejidos concordantes
ojo
portal escalinata
espiga punta flecha
pararrayos
grito
2
Remonta y alcanza, grieta,
navega entre las sienes
con su aguja de marear
sutura punza junta.
Saliva la forma en las mandíbulas del ojo
mas la piel serena y sabia
suda
como la fronda, nimbostratos de clorofila
goteando sus monedas ardientes
alguien se busca: trancos, brazadas, lazos
sobre el cristal arrugado del agua
botareles, loggias
arcadas, vértebras vegetales
florescencia y obelisco
libélula del chorro
caracol, conducto
alguien
va por Jaidhpur, Sanchi,
Ruan, Santiago, Tours,
Bauvais, Micenas, Karnac,
raíces helicoidales
pernoctables al hormigón, al molde y
la varilla,
sombras sepultas
en el líquen, espora, musgo
micelios
bajo sus propios pasos
la sombra unipersonal
que se presiente ya
tumbada en el escombro.
3
Fuste para un penacho de cielo abierto
brazo, mano, palma
con gesto interminable
inconcluso.
Inmerso en el agua fría,
llovizna, vapor
aullidos
entre velámenes y mástiles
despego
¿adonde?, ¿por dónde?
las construcciones quedan
epifitas en la ceiba del mundo
y sólo el hombre navega
por el vacío
destapado y transparente
de su propio laberinto.
Las fachadas se desbocan
alveolo, semillero
celda en el corazón de la granada.
Los pájaros suben
de nuevo
salen y regresan por el pecho
jaula sin rejas
palabras aladas.
Y cómo no, siquiera este momento
detenido
junto al rumor solidario de la cascada,
reflejos, destellos en el estanque
bañándome con mis amigas.
4
Edward James, constructor que quiso morir como poeta:
“porque he visto tanta belleza como rara vez se puede ver”.
Y era la terrible belleza inevitable
la ruinosa casa del arte
inhabitable.
Y este olor a flores podridas
que el arroyo arrastra en su lomo
hasta las fosas más graves.
Y en el último rayo cenital
la bruma infundada
que –a piedra y lodo– sella las grietas.
PARA UNA BAILARINA DE OTRO MUNDO
Mantenerse en el mundo
tiene que ver con
el muslo tenso y vertical
sedente de una danza
y su plano inclinado
levantarse
sobre una piscina de luz
compacta
levantarse de un largo sueño
sin tocar el suelo
Virpi Pakinen desanda la orilla
baila
el silencio del cuerpo
sabe
cuánto depende del plexo aéreo
de su triángulo inverso
la roca la nube
la inscripción que flota en el trapecio
crece y el exfolio sube hasta los pies
que tocan la planta intocada
por el brote más alto
es el silencio del cuerpo y la cesura
la espesura del centro
que baja hasta su fondo ubicuo
irradia
un cuerpo
renacido
a la luz nerviosa
y al músculo del aire
vertical como un reflejo
cuánto depende pues
del trazo que sigue su camino
por la trama luminosa
cuánto del río de lava
que se apaga
fuera de la manga
de los haces
por más que se aferre
con manos de nudoso encino
su punto de apoyo
lo sabe
no saldrá
no brota del piso
_______________________________
Nota: Virpi Pakinen es una bailarina extraordinaria de origen finlandés. Hace unos años tuvo una participación destacada, con una serie de obras solistas, en el Festival Internacional de Danza de San Luis Potosí.
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