martes, 12 de mayo de 2015

FEDERICO BALART [15.925]


Federico Balart

Federico Balart Elgueta (Pliego (Murcia) 22 de octubre de 1831 - Madrid, 11 de abril de 1905), periodista, poeta, crítico de arte, crítico teatral y humorista español vinculado al Realismo. En su carrera política en la estela republicana llegó a Consejero de Estado.

Llegó a Madrid con 19 años para estudiar Derecho. Sus primeras críticas literarias aparecieron en el periódico La Verdad de Murcia, hacia 1861 y firmando con el pseudónimo de 'Nadie'. En 1870 fue nombrado subsecretario del Ministerio de la Gobernación y posteriormente Consejero de Estado, diputado en Cortes por Granada en 1872 y, entre 1872 y 1873, senador por Castellón de la Plana. También trabajó como contable en el Banco de España y fue censor y director artístico en el Teatro Español. Colaborador habitual en La Democracia y en Gil Blas, alcanzó fama y respeto como crítico de arte y de teatro, ocupando un sillón en la Academia en 1891. Su matrimonio con la viuda Dolores Anza, y la temprana muerte de ella en 1879, fueron la materia poética del libro Dolores, publicado en 1894 y que conoció un éxito inusitado. Balart murió en Madrid, a los 73 años de edad.

Obras

Además del fondo elegíaco de Dolores, Balart desarrolla una poética sobre el sentido de la existencia, la fe y la inmortalidad, lo que le supuso ácidas críticas del clero, e incluso de escritores de juventud anarquista como José Martínez Ruiz, "Azorín", quien en su Charivari le acusó de ser un poeta "sin inspiración, prosaico, horriblemente difícil e insincero". También escribió el ensayo titulado Literatura y Arte y otros libros líricos como Novedades de antaño y Horizontes, además de los póstumos: Sombras y destellos y Fruslerías.

Memoria

En Pliego se le dedicó una calle y un busto en la Glorieta. También tiene calles en Mula y en el barrio de San Antolín en Murcia.



SOLEDAD

Cuando abatido dejo mi casa
y al campo salgo, triste y sombrío,
tal vez me quedo mirando al río,
tal vez me quedo mirando al mar:
Como esa linfa que pasa y pasa,
fueron mis dichas y mis venturas;
como esas olas mis amarguras,
que van y vienen sin descansar.
Mudo y absorto, solo y errante,
ya en mí se cifra mi vida entera:
nadie se cuida, nadie se entera
de los suspiros que al viento doy.
Ya no me queda ni un pecho amante
que con sus penas mis penas junte,
ni un dulce labio que me pregunte
de dónde vengo ni adónde voy.
Nadie ve el duelo que mi alma llena;
mis negras dudas a nadie fío;
todas mis fuerzas embarga un frío
que al fondo llega del corazón;
y a solas paso mi amarga pena,
y a solas vivo y a solas muero,
como en la nieve muere el cordero
que entre la zarza dejó el vellón.

(Dolores)



Restitución

Estas pobres canciones que te consagro,
En mi mente han nacido por un milagro.
Desnudas de las galas que presta el arte,
Mi voluntad en ellas no tiene parte:
Yo no sé resistirlas ni suscitarlas;
Yo ni aun sé comprenderlas al formularlas;
Y es en mí su lamento, sentido y grave,
Natural como el trino que lanza el ave.
Santas inspiraciones que tú me envías,
Puedo decir, esposa, que no son mías:
Pensamiento y palabra de ti recibo;
Tú en silencio las dictas; yo las escribo.


Desde que abandonaste nuestra morada,
De la mortal escoria purificada,
Transformado está el fondo del alma mía,
Y voces oigo en ella que antes no oía.
Todo cuanto, en la tierra y el mar y el viento,
Tiene matiz, aroma, forma o acento,
De mi ánimo abatido turba la calma
Y en canción se convierte dentro del alma.
Y es que, en estas tinieblas donde me pierdo,
Todo está confundido con tu recuerdo:
¡Sin él, todo es silencio, sombra y vacío
En la tierra y el viento y el mar bravío!


Revueltos peñascales, áspera breña
Donde salta el torrente de peña en peña;
Corrientes bullidoras del claro río;
Religiosos murmullos del bosque umbrío;
Tórtola que en sus frondas unes tus quejas
Al calmante zumbido de las abejas;
Águila que levantas el corvo vuelo
Por el azul espacio que cubre el cielo;
Golondrina que emigras cuando el Octubre,
Con sus pálidas hojas el suelo cubre,
Y al amor de tu nido tornas ligera
Cuando esparce sus flores la primavera;
Aura mansa que llevas, en vuelo tardo,
Efluvios de azucena, jazmín y nardo;
Brisas que en el desierto sois mensajeras
De los tiernos amores de las palmeras
( ¡De las pobres palmeras que, separadas,
Se miran silenciosas y enamoradas!);
Pardas nieblas del valle, nieves del monte,
Cambiantes y vislumbres del horizonte;
Tempestad que bramando con ronco acento
Tus cabellos de lluvia tiendes al viento;
Solitaria ensenada, restinga ignota
Donde oculta su nido la gaviota;
Olas embravecidas que pone a raya
Con sus rubias arenas la corva playa;
Grutas donde repiten con sordo acento
Sus querellas y halagos la mar y el viento;
Velas desconocidas que en lontananza
Pasáis como los sueños de la esperanza;
Nebuloso horizonte, tras cuyo velo
Sus límites confunden la mar y el cielo;
Rayo de sol poniente que te abres paso
Por los rotos celajes del triste ocaso;
Melancólico rayo de blanca luna
Reflejado en la cresta de escueta duna;
Negra noche que dejas de monte a monte
Granizado de estrellas el horizonte;
Lamento misterioso de la campana
Que en la nocturna sombra suena lejana,
Pidiendo por ciudades y por desiertos
La oración de los vivos para los muertos;
Plegaria que te elevas entre la nube
Del incienso que en ondas al cielo sube
Cuando al Señor dirigen himnos fervientes
Santos anacoretas y penitentes:
Catedrales ruinosas, mudas y muertas,
Cuyas góticas naves hallo desiertas,
Cuyas leves agujas, al cielo alzadas,
Parecen oraciones petrificadas;
Torres donde, por cima de la veleta
Que a merced de los vientos se agita inquieta,
Señalando regiones que nadie ha visto
Tiende inmóvil sus brazos la fe de Cristo:
Luces, sombras, murmullos, flores, espumas,
Transparentes neblinas, espesas brumas,
Valles, montes, abismos, tormentas, mares,
Auras, brisas, aromas, nidos y altares,
Vosotros en el fondo del alma mía
Despertáis siempre un eco de poesía:
Y es que siempre a vosotros encuentro unido
El recuerdo doliente del bien perdido.
Sin él, ¿qué es la grandeza, qué es el tesoro
De la tierra y el viento y el mar sonoro?


Ya lo ves: las canciones que te consagro,
En mi mente han nacido por un milagro.
Nada en ellas es mío, todo es don tuyo:
Por eso a ti, de hinojos, las restituyo.
¡Pobres hojas caídas de la arboleda,
Sin su verdor el alma desnuda queda!

Pero no, que aun te deben mis desventuras
Otras más delicadas, otras más puras:
Canciones que, por miedo de profanarlas,
En el alma conservo sin pronunciarlas;
Recuerdos de las horas que, embelesado,
En nuestro pobre albergue pasé a tu lado,
Cuando al alma y al cuerpo daban pujanza
Juventud y cariño, fe y esperanza;
Cuando, lejos del mundo parlero y vano,
Íbamos por la vida mano con mano;
Cuando, húmedos los ojos, juntas las palmas,
En una se fundían nuestras dos almas:
Canciones silenciosas que el alma hieren;
Canciones que en mí nacen y que en mí mueren;
¡Hechizadas canciones, con cuyo encanto
A mis áridos ojos se agolpa el llanto!


Y aun a veces aplacan mis amarguras
Otras más misteriosas, otras más puras:
Canciones sin palabra, sin pensamiento,
Vagas emanaciones del sentimiento;
Silencioso gemido de amor y pena
Que, en el fondo del pecho, callado suena;
Aspiración confusa qué, en vivo anhelo,
Ya es canción, ya plegaria que sube al cielo;
Inquietudes del alma, de amor herida;
Vagos presentimientos de la otra vida;
Éxtasis de la mente que a Dios se lanza;
Luminosos destellos de la esperanza;
Voces que me aseguran que podré verte
Cuando al mundo mis ojos cierre la muerte:
¡Canciones que, por santas, no tienen nombres
En la lengua grosera que hablan los hombres!
Ésas son las que endulzan mi amargo duelo;
Ésas son las que el alma llaman al cielo;
Ésas de mi esperanza fijan el polo,
¡Y ésas son las que guardo para mí solo!





LA MUERTE EN LA POESÍA DE FEDERICO BALART

Por Juan Barceló Jiménez

LAS referencias a la muerte corren de continuo por todas las páginas de la poesía balartiana, sobre todo en Dolores y algo menos en Horizontes y en las demás obras. El tema ha distraído la atención de los literatos de todos los tiempos, sobre todo en España, aunque en cada época ha tenido un matiz distinto. Durante la Edad Media aparece como principio de una vida mejor—Berceo—, o bajo apariencias de angustia por su venida—Arcipreste de Hita—. 

En el siglo XV las Danzas de la Muerte son la muestra más característica de lo satírico y social. Su sentido democrático y su aspecto de lúgubre dramatismo señalan un castigo —según Díaz-Plaja— por la equivocación humana, por el error. En la Edad Media, predomina el terror ante ella, substituido por la «alegría placentera de vivir» en la época renacentista, y junto a este aspecto existe un ansia de morir, porque se espera mejor vida, en Encina, Manrique, y más tarde en los místicos, ya que para éstos no existe el dolor de morir, sino el placer de morir. Cervantes verá la muerte como acto de servicio, ya que la dura lección de Lepanto—donde tan cerca la tuvo—le hizo tener vivencia de dicha imagen. Los barrocos, con una visión de la España decadente, esperan la muerte con sentido amargo, y así—seguimos a Díaz-Plaja—Quevedo «se lamenta de la pérdida de la vida, descorazonado y triste ante lo inevitable». El siglo XVIIl dará un poco de lado a la muerte.

Es el siglo XIX, según la opinión de todos los críticos, el siglo por antonomasia de la muerte, no como danza medieval, aunque queden rastros, sino como tema artístico y literario. Los románticos, al volver sus ojos a la Edad Media, miran lo desolado, lo tétrico, lo macabro, y el tema de la muerte se convierte en principal, y la «amada ausente» es la glosa más querida de estos poetas. Cadalso, en pleno siglo XVIII, recrea su atormentado espíritu en imágenes sobre la muerte. Después Larra —el suicida—, Espronceda, Bécquer... Para éste—y ya nos vamos aproximando al matiz que nos interesa para Balart—, «la muerte es una continuación de la vida en donde el amado y la amada se unen para siempre» :


Mas nada hay fijo en la inconstante suerte:
Sordo tu cuerpo a mi gemido está,
Si hoy nos separa sin piedad la muerte,
ha muerte al fin a unimos volverá.


La muerte como símbolo- de soledad producido por la muerte de un ser querido, alimenta las páginas de Valero Martín, Riiiz Aguilera y Balart, entre otros. El materialismo arranca duras notas en Bartrina, continuando el tema hasta el momento con los nombres de Unamuno, A. Machado, García Lorca, Juan llamón, etc., dándole cada uno un peculiar sentido.

Vista a grandes rasgos la imagen de la muerte a través de nuestra literatura, entramos a analizar el tema en la poesía de Balart, adelantando previamente que el matiz en el poeta murciano guarda semejanzas con los prerrenacentistas castellanos—Manrique, Encina—y modernamente con Bécquer.

Ya en Preludio y Primer lamento, las estrofas se convierten reiteradamente en un canto a la muerte, donde el poeta en su delirio doloroso, la trata como mal físico; pero el sentido de la muerte está visto desde el punto de vista cristiano y sincero, no castigo, sino obra de Dios que nos prepara el camino hacia otra vida mejor, que nos abre las puertas de una vida eterna. Valbuena Prat, ha dicho con razón: «Morir es descansar en el seno de Dios; morir es despertar a la vida verdadera». Y con este sentido escribe Balart:



Yo te saludo, oh muerte redentora,
Y en tu esperanza mi dolor mitigo.
Obra de Dios perfecta; no castigo,
Sino don de su mano bienhechora.


En otra ocasión, el poeta goza con la muerte y la considera algo substancial a él:


—Los sollozos son mi canto
La muerte mi pensamiento;
Que, como es dura mi suerte
Y abrigo la convicción
De que en la gloria he de verte.
Sólo pensando en la muerte
Se me ensancha el corazón.


Y este ansia de morir, como término de la vida y del dolor le hará posible unirse a la amada :


Por eso, en mi dolor, con ruego vano.
Pronunciando tu nombre miro al cielo,
Y sordo a todo llamamiento humano.
Morir, sólo morir doliente anhelo.


En horas de lucha, su naturaleza flaquea y un deseo de muerte le hace exclamar:


Manda un rayo de luz a mi agonía
¡ Y venga en él la muerte!


Un aliento de esperanza cubre al final la humanizada postura del poeta:


¡Misericordia, oh Dios! ¡Cese esta guerra.
Cese este ardiente anhelo;
Que me aguarda un cadáver en la tierra
Y un ánima en el cielo!


Donde Balart llega a vm sentido exacto y preciso de la muerte es en dos composiciones: en el soneto A la muerte y en Ceniza. En el primero, uno de los sonetos más perfectos del autor, alabado unánimemente, y sobre todo por el P. Restituto, la muerte es la reveladora de la vanidad irremediable de la vida, y por lo tanto, aplaude el poeta su necesidad en este mundo. El seco, pero exacto relato de fibra clásica, con su tinte estoico, más parece un soneto de nuestra mejor escuela clásica, que escrito en las postrimerías del XIX . Nos recuerda aquellos poetas de Cancioneros, Escrivá, los Manrique...


Yo te saludo muerte redentora,
Y en tu esperanza mi dolor mitigo,
Obra de Dios perfecta; no castigo.
Sino don de su mano bienhechora.
¡Oh de un dia mejor celeste aurora.
Que al alma ofrece perdurable abrigo.
Yo tu rayo benéfico bendigo,
Y lo aguardo impaciente, de hora en hora.
Ante las plagas del linaje humano.
Cuando toda virtud se rinde inerte.
Cuando todo rencor fermente insano.
Cuando al débil oprime inicuo el fuerte.
Horroriza pensar, Dios Soberano,
Lo que fuera la vida sin la muerte!


La otra composición. Ceniza, está incluida—a nuestro juicio indebidamente en Horizontes, dando ello cierta continuidad a los temas de Dolores en aquella obra. El pensamiento de Balart, respecto a la muerte, en esta composición está dentro del sentido estoico, cristiano, de tradición castellana de todos los tiempos y que recogieron nuestros mejores poetas y dramaturgos. ¿Hay posibilidad de entroncar este sentido balartiano de la muerte con las danzas macabras? Nosotros creemos que sí. Valbuena Prat, señala dos caracteres de estas manifestaciones literarias: el democratismo de una parte ; de otra, la lección moral, la amonestación predicadora, la ética senequista. Ambos caracteres los encontramos expuestos en la composición que nos ocupa y en otras, sin que ello quiera decir que estamos ante, un motivo característico del género.

Así el tema de la muerte compañera:

—que mientras por la vida caminamos
Siguiendo nuestros pasos va la muerte.
O el de su sentido universal y democrático:
Que a esa cita, más tarde o más pronto.
Nadie ha de faltar.
¿Qué hay de seguro en la vida, qué?—¡La muerte!


Y en Ceniza:


Hemos de ser, unidos en la fosa.
Ante Dios una vez todos iguales.


Vemos que la composición de Balart desarrolla sin estricto sentido de danza, la tradición medieval española; claro está, que la época finisecular no podía tener tan arraigado el sentido satírico-moralista de la etapa prerrenacentista, pero también en el dolor produce unos efectos moralizadores y se convierte en aviso a la humanidad :


Deja tu mascarada escandalosa,
Y ven a meditar donde te espero:
Aquí, lejos del mundo vocinglero;
Aqui donde, siniestra y misteriosa.
Habla la muerte su lenguaje austero


Y continúa después llamando:


Ven, pues, mi llamamiento no te asombre;
Que al fin has de venir, mal que te cuadre.
Donde vino tu padre,
¡Donde vendrá el postrero de tu nombre!
Presentando el aspecto desolador de la carroña :
Aqui donde en el fondo de la huesa
Toda humana existencia se derrumba.
El inquieto gusano de la tumba
Nunca en su destructor trabajo cesa.


El mismo aspecto desolador, y de donde pueden proceder algunos detalles de Balart, tiene la muerte en ,el poeta portugués Abilio Guerra Junqueiro. La composición de «A Velhice do padre eterno», titulada A vala común, lo expresa desde el comienzo hasta el final:


E onde as larvas proletarias
Dévoram—lúgubres festins¡ —
Gránios de herois, ventres de parias,
Carcassas podres de arlequins.


Sobre este llamamiento tétrico de la muerte a los mortales, se deslizan las consideraciones ético-morales, de tradición senequista y el poeta se convierte en un hermano de Jorge Manrique. Presentando esa alegría de vivir:

¡Bebed!, ¡reid!,
¡cantad! La alegre mesa
Rebosa de manjares y de risa.
¡Bebed!, ¡reid al borde de la huesa!
El gusano fatal no tiene prisa. 


Pero la consideración empieza. ¿Qué queda de las glorias pasadas? ¿Qué ha dejado a su paso la muerte? Nada, ni de las pasadas grandezas:


¡Oh mortal miserable!
Por más que tu soberbia desatada
De tu prosapia y tu poder nos hable.
Tu estirpe está de antiguo averiguada: 
¡Siempre serás, reptil abominable.
Hijo del cieno y nieto de la nada!


Sobre la vida « ¡ viento fugaz perdido en el espacio!», la sentencia del moralizador aparece a nuestros ojos:

Mas no: si a Dios tu espíritu se eleva
Y en la esfera inmortal del bien se arroba.
No temas, no, la irremediable prueba:
La muerte, hambrienta como hambrienta loba.
Cuando en tu ser mortal el diente ceba
Sólo la vil mortalidad te roba. 


-He aquí la imagen de la muerte en Balart en este sentido de semejanza con las danzas falta, desde luego, el sentido dramático, satírico y animado de las composiciones medievales, pero estos dos aspectos en su obra—visión tétrica, repugnante, avisando a los mortales y el aspecto resignado y moralizador—dan permanencia al tema en la época postromántica, campeando, no el sentido materialista de Bartrina, sino el moralizador de la mejor escuela, también tratado con cierto matiz romántico.

Nos queda una visión balartrina de la muerte, de fibra muy poética:

es la imagen de la muerte como sueño, emparentando antes con Bécquer y después con A. Machado y otros. Vemos en Balart:


¡No hay en el mundo sueño más tranquilo
Que el sueño de la tumba!


Antes Bécquer, en una de sus Rimas, había dicho:


De aquella muda y pálida
Mujer, me acuerdo y digo:
¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!


Y después A. Machado, el gran lírico de la Generación del 98, exclamó, refiriéndose a la muerte de un amigo:


Definitivamente
Duerme un sueño tranquilo y verdadero..


La imagen de la muerte es tan idéntica en los tres, que no da lugar a comentario. Pero hay más. Amado Nervo, tiene una imagen parecida en la composición «Como callan los muertos» de La Amada Inmóvil:


¡Qué despiadados son
En su callar los muertos!
Con razón
Todo mutismo trágico y glacial.
Todo silencio sin apelación
Se llama: un silencio sepulcral.


Con lo expuesto pensemos, que la imagen en Bécquer, es todavía efecto de un amor fallido, el recuerdo es el que le hace hablar de este modo, la muerte será un motivo de descanso. En Balart, la muerte es el descanso de una vida dolorosa:

Por eso, en mi dolor, con ruego vano.
Pronunciando tu nombre miro al cielo,
Y, sordo a todo llamamiento humano.
Morir, sólo morir doliente anhelo.


En iguales extremos se expresa el italiano Leopardi:


Y tú, a quien ya desde la infancia mia
Siempre honrándote invoco.
Bella Muerte; tú sola
Compadecida del dolor terreno.
Si celebrada fuiste
Alguna vez de mí, si del ingrato
Vulgo quiere enmendar la injusta ofensa
Al devolverte a tu esplendor primero.
No tardes más, accede,
Al ruego inusitado.
Cierra a la amarga luz mis ojos.


En Antonio Machado, poeta más que filósofo—pero también esto—, el hombre de los sueños, la muerte es un verdadero sueño, es la vida de descanso. Junto a la muerte y sus consideraciones, el estado del poeta es la tristeza resignada, característica fundamental de las manifestaciones artísticas de la época contemporánea. 





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