sábado, 9 de mayo de 2015

ARMANDO ROJAS ADRIANZEN [15.912] Poeta de Perú



Armando Rojas Adrianzen 

Nació en 1945 en el poblado andino de Huancabamba, departamento de Piura, en el norte del Perú. Como su compatriota César Vallejo, con quien no es indigno de compartir una página, murió en París. El cáncer acabó con él el 27 de junio de 1986, en el famoso hospital de La Salpetrière. Rojas se había enterado de su enfermedad un mes antes; aún no cumplía 41 años.

Se dice que los hombres nacidos en la sierra, como las montañas que se ven desde un valle, tienen siempre una cara oculta. Rojas, discreto y reservado, honraba esta unívoca taxonomía geográfica, pero también prodigaba su persona en la variada amistad y en los amores tumultuosos. Fue ante todo un poeta y no le bastó una sola vida para ser todos los hombres que había en él.

A mediados de los años setenta se fue del Perú. Dejaba todo lo que alguien puede dejar tras de sí: mujer, hijos, amigos, familia, un renombre incipiente y un empleo. Había renunciado a una cátedra de literatura en la Universidad de San Marcos en Lima para probar fortuna en París. Llevaba consigo un fajo de poemas y una completa experiencia editorial adquirida en varios años de publicar revistas literarias. Era todo lo que necesitaba para emprender, sin saberlo, el tramo final de su destino.

No fue el destino proverbial de los latinoamericanos en Europa. En la idea platónica del latinoamericano, que tantos se empeñan en imitar en este mundo y sobre todo en el viejo, coexisten la pereza, la improvisación, el exotismo deliberado, la disipación elevada a la categoría de principio ético. Unos renglones sin cantidad y sin hechizo, estampados durante una noche feraz en páginas sucias de vino, leídos una y otra vez en todos los recitales y publicados sin variaciones en cuantas revistas editen los amigos, dan a su autor una indeleble reputación de poeta, que éste se encarga de refrendar, para mayor regocijo de los europeos, vistiendo jorongos y calzando huaraches en las fiestas. Rojas se complacía en desmentir este arquetipo. Trabajó calladamente, constantemente. En cada nuevo recital leyó poemas nuevos, siempre mejores. Y cuando por fin desistía de corregirlos, cuando ya temía que otra revisión pudiera malograrlos, se deshacía de ellos siguiendo un método tradicional: los recogía en un libro modesto y lo entregaba a unos cuantos lectores. También regalaba algo que ahora es más raro que sus libros: su tiempo. Muchos latinoamericanos y europeos, menos industriosos o menos altruistas, pusieron en circulación sus escritos gracias a la generosidad de Rojas. Desde 1978 hasta su muerte dirigió, editó e imprimió Altaforte, una revista singular y elegante que publicaba en París poesía y prosa en español y en francés con la traducción de cada texto al otro idioma. Como adlátere de esta publicación fundó en 1981 la colección Quipu, de cuadernos de poesía impresos a cuenta del autor y del paciente trabajo editorial de Rojas. Por lo demás, supo encontrarse algunos ratos libres, en los que practicó la sobriedad con el mismo rigor ascético que sus amigos consagraban a la borrachera. Y en las ocasiones especiales, por un sentido pueblerino de la ceremonia que algunos confundieron con esnobismo y que lo con­virtió en el más excéntrico de todos los latinoamericanos de exportación, Rojas usaba corbata y camisa limpia.

Casi todos los escritores dan por terminada su labor cuando ponen el punto final al manuscrito. De ahí en adelante su obra, que acaso vuelve a pasar fugazmente por sus manos en la revisión de galeras, ya no les pertenece. Editores, linotipistas, correctores, impresores, distribuidores y libreros median entre el autor y el lector. Módica deidad de un panteísmo editorial, Rojas fue todos sus intermediarios. Escribió los poemas, escogió la tipografía, corrigió las pruebas, imprimió los folios, distribuyó los ejemplares entre los lectores que conocía o deseaba y llegó a ser vendedor para completar el precio de la edición. Sus libros son una prueba luminosa de que la galaxia Gutenberg no habrá de eclipsarse mientras haya quien experimente el placer físico de la página impresa. Entre 1978 y 1979 Rojas fabricó dos volúmenes. S & Q recoge tres series de poemas, una por cada signo del título, escritos entre 1975 y 1978; los 200 ejemplares del libro tienen la forma de una cartera en cuyo interior hay cuatro docenas de billetes de cartón con un poema impreso en cada uno; los billetes vienen sueltos como naipes, de modo que el lector reacio a la numeración inscrita al pie de cada poema puede barajarlos a su gusto. Tras la breve luz del día tiene el tamaño de un misal y reúne 15 poemas con sus versiones francesas a contrapágina; está compuesto de siete pliegos de un papel rugoso y espeso, doblados en cuatro y meramente acomodados dentro de la carátula, sin costuras ni pegamento; un grabado en tinta negra escolta, sin ilustrarlo, el título de cada poema; el tiraje consta de sólo 12 ejemplares, impresos a mano por el autor y por el grabador Jacques Vernière. En 1983 Rojas publicó El sol en el espejo, con dos series de poemas que también aparecen al lado de su traducción al francés; el tiraje llegó esta vez a 500 ejemplares numerados; salvo por la litografía del peruano Leoncio Villanueva que adorna los primeros 80 de la serie, ninguna versatilidad tipográfica distingue a este sobrio volumen. Fue el último que completó Rojas. Fue asimismo el mejor. Es probable que el libro que pre­paraba cuando lo interrumpió la muerte, y que ostentaba el título de Gaviotas en el lienzo en dos manuscritos inconclusos, hubiera seguido este ejemplo. El hacedor de libros había alcanzado el equilibrio entre el esplendor sonoro de sus poemas y el eco visual que les daba la imprenta.

De un poeta que conquista la intimidad con el idioma suele decirse que encontró su voz. La expresión, temeraria para quien desconfía del valor estético de la originalidad, es un mero sinsentido en el universo de Armando Rojas. “Por experiencia —apuntó en 1982— sabemos que toda escritura recuerda los denodados esfuerzos de nuestros padres, que un hallazgo verbal trasluce actos cautelosos: un solo borrón cuenta y amenaza los vacíos en el horizonte, la página ya no está en blanco y escribir es volver siempre al comienzo, al alfabeto adánico”. En el Génesis se lee que la primera tarea del hombre consiste en dar un nombre propio a cada cosa. Las sagradas escrituras atribuyen así a la palabra un doble poder inaugural: la palabra hace de Adán un hombre verdadero y del Paraíso la morada del sentido. La poesía de Rojas quiere repetir o imitar este milagro. Encargado de recrear sin fin el mundo, el poeta desnuda el lenguaje de su memoria para devolverlo a su condición inicial. Los elementos y la conciencia (la naturaleza y el hombre) quedan despojados de todo atavío superfluo en el jardín ultraterrestre del poema. Esa nueva experiencia paradisiaca les devuelve el poder de hablar por sí mismos para decir sus nombres en un idioma vigoroso, ajeno a la sintaxis de la razón humana. Rojas, con sabia humildad, calla su voz para que escu­chemos en toda su pureza el canto de las cosas y el sonido elemental del habla.

Al igual que el inconsciente, el estado paradisiaco es prelógico, prerracional: de ahí que el intento de restituir en la poesía el lenguaje adánico tenga cierta afinidad con el surrealismo. Es lícito suponer que Rojas debe esta afinidad a una lectura atenta de Vallejo, a la que ningún poeta del Perú contemporáneo puede sustraerse, y a su frecuentación del otro César de la poesía peruana, el surrealista casi francés César Moro, a quien estudió y tradujo al español. La diferencia está en la manera de defender el poema de la acción corrosiva de la razón. El surrealismo predicó que la escritura automática derribaría las barreras de la censura y dejaría al poeta en libertad de escuchar los dictados del inconsciente; Rojas prefirió un camino más arduo, y ciertamente más atractivo, para oír y hacernos oír las voces del paraíso. Aplicado rigurosamente, el método automático de escribir elimina del texto los contenidos racionales, pero también tiende a corromper cualquier otro principio de orden. Para conjurar esta amenaza ya no de prosaísmo (pues la buena prosa tiene sus virtudes hasta en la poesía) sino de simple caos (pues el caos es intransferible) Rojas optó por conferir a sus poemas una forma deliberada y estricta: una forma racional para convocar en ella a los contenidos prerracionales. Capturado en un tejido de sutiles relaciones sonoras, como un pez vivo que se agita en la red del pescador, el paraíso no sólo comparece en el poema de Rojas, como comparece el inconsciente en el experimento surrealista; también dice, nos dice. En el principio fue la música, y por ella las palabras vinieron a significar.

Un proceso consumado, como ya es para siempre la vida de Rojas, el hombre, desata la inútil propensión del intelecto a interpretar todos los hechos que lo componen como una serie de causas y efectos que ineluctablemente habrían de conducir al desenlace conocido. En uno de sus versos, que ahora se antoja premonitorio, Rojas pronunció "una palabra en fin contra la muerte". En otro, escrito también hacia 1978, advirtió: "vivo este cuerpo con la certeza que el silencio ha de ser total". El examen intencionado de todos sus poemas permitiría, sin duda, multiplicar este melancólico ejercicio de retrospección. Baste recordar que Rojas, el poeta, quiso contrarrestar con el verbo la fragilidad de los hombres que lo propagan:

Canta en mí poesía 
Que al menos mis voces 
No queden rezagadas


NOTA: Álvaro Uribe



Quinteto

Ven al fin
De este sueño hay un bosque de cristal 
Siguiendo las colinas 
Se llega a su encuentro 
Blanco y pulido recuerda el vuelo 
De la quimera 
Todas las horas que de vuelo lleva 

Nada puede negar su clara existencia
Sin exigirse esplende 
Jóvenes ni dioses lo sustentan y es 
El apoyo de forzada utopía 
La que llevaran héroes y hombres 
En época augusta 

Nadie tampoco entregaría sus alas 
Sus joyas a cambio de un reflejo 
(Formas del ser que en siluetas reposa) 
Pero cuántos lucharon 
Proyectaron su vida al solo eco 
De la leyenda 

Igual nosotros damos cada día 
Cada palabra en las esferas 
Que mantienen y barajan al fondo 
Enardecida sangre tibio aliento 

Ven el mundo del ensueño 
Forja un hombre y sus alegorías 
Y cómo se concierta y entrevera 
Su duración bajo lo nuestro 
Pues todo lo que huyó de sus confines 
Nos viene de ellos como sol 
Y sustento.




Leyenda

Una extranjera a. mariyó a más datos 
De Hispania y 23 años y un par de luces bien puestas 
Id. 2 caracoles (donde oí donde bebí) y un campo 
De miel bajo los párpados 
(Temor tal vez disfuerzo) 
                                         Y 
                                              Un extranjero con pelos 
Y señales aunque fuera de forma 
Y en el trigésimo anni, etcétera. 
Amaron se perdieron en un puntito 
De París cuando bello 
                           —Rétenlos memoria— 
Y donde se podía ir en contra 
Por los más mínimos meandros “Patria religión et al.” 
Y proseguir después de todo 
Pasos de lince son en llano minado 
Fugitivos los dos se ampararon 
En soledad y silencio 
El suelo más exacto a su quimera 
De prisa (todavía en las colinas) libraron su vivir 
A despecho del cielo



Canta en mí

Canta en mí poesía 
Arranca de mi boca este silencio 
Y vayan mis voces como llamas 
Y vientos por el cielo 
Así nadie los oiga 
Porque el sonido es otro 
Que los hombres ya no sienten 

Todo suena dicen 
Sin embargo mi lengua sigue omisa 
Mis labios tercamente sellados 
En un instante el odio bajará 
Luego el amor 
Y mi corazón será un clavo ardiendo 
Qué harás tú poesía por ser menos 

Palabras hay 
De donde no hay alcanzan 
A aquel que no escucha 
Ni siquiera detiene su alma a oír como se dice 
Porque todo es tan falso 
Completamente separado el mundo de los cuerpos
De ahí que el tiempo pasa 
La vida pasa más precipitada 

Canta en mí poesía 
Que al menos mis voces 
No queden rezagadas



Desastre de los cuerpos

Vivo este cuerpo con la certeza que el silencio 
                                                [ha de ser total 
Todos los años sacudidos por una furiosa angustia 
                                               [vienen a decírmelo 
Ved pues lo vivido
Una cabeza dos manos cinco sentidos en pos del universo 
Astros rotos perdiéndose aquí y allá. 
Todo lo que una existencia fue quemando al precio de su
    designio 
Como si vivir fuera al embate de un futuro sádico y feraz 

Ved aquí mi cabeza 
La ligera luz de mis tobillos 
El cauce todavía visible de mis párpados 
Vedme aquí en un derrumbamiento de cenizas 
Para que otro viento más cruel 
Y despiadado me disperse 

Vida mía dorso que fue estrella 
Dios que eras humano al contacto de mi corazón
Tornen a ti los más puros elementos 
Y seas lo que mis labios en su mayor prodigio
De altivez y cólera no saben repetir 
Mis dedos no pueden gobernar y más bien perdidas 
Flechas lanzan por el yermo del cielo 

A pesar de la mudez ya absoluta 
A pesar de los miles de planetas que rotan vagantes el 
    desastre 
A pesar de la desolación de los cuerpos y sus alas de 
    plomo 


Seas



(Fragmento)

Una palabra vino (en la música descendía 
El cosmos íntegramente real) 
Como la aurora la vimos vaciarse en nuestro pecho 
Invicta llegó hasta la linde de los sueños 
El canto de los pájaros y de los hombres 
Anunció lo que explayara su corazón 
Quisimos tapar tanta claridad y los miembros 
De leche rebotaron 
Una palabra en fin contra la muerte 
Y a la que enfrentan la angustia 
El terror y a veces la nada 
El tallo de hueso queda temblando 
Las verdes esferas en el aire 
Como quien mide la respiración y lleva desenvainados 
Los nervios por una ácida recámara 
La lucha es más allá del albedrío 
Más allá del ser y sus aletas de vidrio 
Más allá del sustento solar 
Pura presencia de mineral en el vacío 
(En la ribera del sueño la espuma del mundo era blanca 
En la ribera del pensamiento la espuma del mundo 
                                                               [era negra) 
Entre pensamiento y sueño los cuerpos caían como 
                                                          [gastado rocío 
Entonces la palabra vino 
Como la aurora entró con sus trazos reales 
Cómo no la oímos cómo encerró toda verdad 
Pero fue un canto o la onda trabada en los labios 
                                                         [de estiércol 
Para ti realidad para el mundo una utopía 
Subiendo y bajando abismos humanos 
Reténla atrapa con tu decir raudas enseñas 
Ya no (un) ser murmurante y fluido sino (el) permanecer
Poseyendo tus vestigios azules 
La vida leve y también el cuerpo 
Lo llevado y presentido por las más remotas especies 
Donde el saurio es la flama es 
Oh manteniéndonos despuntándonos 
Si volver fue vivir 
Nuestra vida estos emblemas




Conclusión

El hombre es su deseo y a medida 
Que cunde la sombra es real 
Pues qué vivir sino el acto de un deseo 
A menudo se advierte ese camino 
Nos sujeta una sólida pisada 
Proclámanos real el fondo puro de una cuchara 
Y no lo reconocemos 
El reverbero dejamos pasar porque la sombra perturba 
Tiran los miembros y nos someten 
Pasado el astuto muestra mentidos confines 
No el centro el suelo dibujándose en la sangre 
Y al que tendremos como un sueño a las criaturas 
O las sombras a un rostro 
Allí convergen las fontanas 
El rayo azul de la delicia 
Cuando se logra tal precisión el deseo nos conduce 
E interminada va la silueta en las tinieblas 
Adonde acechan anatomías glaucas 
Y esa precisión (en su máximo poder) no viene de fuera
De muy hondo procede 
Y es tierna mas implacable 
Hasta volvernos al principio 
El descubrimiento de la efigie extraviada 
Perseguida en sueños 
Candorosamente forjada hacia lo alto 
El hombre es justamente su materia 
Ceñido en un cuerpo es todo el mundo 
Y los espacios que una creación despliega 
Originalmente verdad luego armonía 
Todas las yemas dispuestas a lo lejos 
Así la vida vuela 
Eternidad abre tus alas




Tras la breve luz del día

Nuestros cuerpos han de tirar 
Entre las frondas 
Y los vestigios 
Y más aún entre los sones 
De la cólera 
Pues una luz inmensa 
Nos procrea



Cielo vs. hombre

Laso encaro el cielo 
En mi cuerpo entra la pesura 
Hace una vaina mi corazón 
Una cesta mis entrañas 
Y finas muy finas redes 
Mis arteriolas 
Para atraparte alto






Sueño del guerrero

He apagado la luz 
En las colinas lluvia inmóvil 
Doblegando mi pecho 
irisado poniente 

Por qué sin paz el felino me habita



Poema del cazador del pescador

Como errante lucero por el alba 
Lenta astuta sangre que me enredas 
y amontonas en la cuenca azul del día 
Como que engarza el vientre la esmeralda 
Como que alada trucha sella el lago 
Traspase mi saeta 
la muchacha de arena se detenga 
Poblado por el humo he de cazar 
los andantes contornos el Majes 
que Adelfas y Táuridos celaran 

Canta imposible más alto que mi aljaba 
Bebe la hiel y vuélvete falena 
Errante oreja oye los adioses 
sutiles del polen cuando cae 
cuando acaricia el éter mi carnero 
arroyos amarillos desenvainado viento 
Qué he de oír aún bajo el latido 
cuando el rumor celeste se deshaga 
Iré al padre balbuceando el hijo 
¡Alondra de mi vida eleva el canto!



Mantaro, adormideras

Qué apasionado sol mas la garúa 
Qué lancinantes ficus en el viento 
Los brotes suaves de avellano 
potentes son aunque fingidos 
Qué bullanguera el agua gota a gota 
y las vueltas errantes del plumaje 
Después del ángel nadie nada 
Hierro en las ingles y de hiel el tiempo 
Para el Mantaro, adormideras 
¿No pasó él parsimonioso 
en los róbalos blancos zurciendo parda espuma?



Merodeos y entrada

Cuántos osarios engendra la codicia 
Dulces gorriones hiere el aliento 
en las hojas 
Encandila y despierta la nieve 
No me preguntes por qué 
O si el amaru rompe los huevos en tu mesa 
Toda la fuerza para pulsar un astro seco 
Los arrayanes forcejeando en la herida 
Del borde del camino vemos el cielo flotar 
Pendiente el mundo de tus ancas
Has soñado y al pasar el Río 
recobramos los imperios deshechos 
La anguila que certera 
salta hilvanando lo indecible 
Qué vanidad de hilo 
Los sublimes a su duración te amarran 
Tiemplan lo profundo a la pata 
Intenta 
Intenta comprender de la única ribera 
Este mundo no abdica y ha cojeado el dios 
Usura sólo afiladas garras en el ave 
Con hambre con sed invadimos el corazón 
Los regios irisados abismos escarbando 
Ni vuelta que dar ésta es la entrada 
La inaudita gloria del torrente 
Sin estrépito se remontan las hojas 
Alfojados confines 
                              Vorágines
Pocos muy pocos reconocen su casa



Cartago


El viento viene de Cartago esta tarde 
y ausculto mi pasión    Díscolos punzantes favores
La noche no mueve su diamante 
y el abejorro cae cae cae 
Estrella de la gracia habita el vellocino 
el lomo de la espada que al día desfallece 
La espera desfallece 
Sombras & Quimeras desatadas 
Con los caballos rojos en el viento 

II 

A solas con la arena entono mi canción 
Marinos y bajeles que no vi 
sino en el pajarillo 
en los muertos resecos 
Zumbante es el grito y me hundo en las riberas 
Me disputo un caracol un leño 
¡Los eunucos me convidan la mar! 

III 

Los huesos del deseo están allí 
con las muchachas con los heliotropos 
los huesos del deseo están allí 
vende tu fama véndenos tus hijas 

IV 

Todos se han ido    La muchacha la sombra los niños 
y la palpada losa es sólo olvido 
Señora del amor que nutres al hijo de la muerte 
El viento vuelve de Cartago 
y estos luceros no nos devuelven a la vida




El habitante

Sin ser otro se sintió reír 
Me estoy volviendo viejo pensó 
apoyado aún entre los sueños que como un dios 
lo habitaban a esa hora nula 
Me estoy volviendo viejo y sordo gritó 
armado en los rumores cada vez más intensos 
más perfectos de la carne plateada 
Tapó como pudo su vergüenza con las primeras hojas 
con los guijarros fieles a sus labios
La frente estalló contra el aire sólido 
Había muerto el zancudo en su mano 
El planeta invisible aún brillaba 
Ama tus muertos dijo y besó las vidas deshechas 
el torbellino entonces pálido 
El alma de la alhucema permanecía quieta 
Como el vientre de Nazca soñó o pensó 
Daba lo mismo al centro de la cabeza verde 
Ah ah borrón del cuerpo en el verano sigiloso 
que un simple aleteo trasporta en el agua 
Los círculos cedieron bajo el peso 
la hoja de azafrán se ocultó en el cántaro 
En Nazca volaría la mariposa del tiempo irreal 
Una tres veces se oyó el escándalo de pétalos 
El quién vive del espíritu sobresaltándose 
Las aves de la piel unieron los infiernos con el cielo 
ah fluyente ah flotador ah flavo 
La estrella de los pies en los ojos humanos 
Resplandecía en la aladierna 
Con estrépito los pétalos cayeron 
El ojo palpitó detrás de la penumbra 
Oh últimos centelleos anclando en el vacío 
Muslos por debajo de la quietud sin límites 
Insuflaba el día en las aves guturales 
Nazca dijo recordándose 
¡Quién podía desligar los soles de su cabeza muerta!




El sol en el espejo

Una tarde. Un fresno se inclina inexorable; 
la fronda que se instala. 
A contrafuego, abajo, el muslo; 
atada la muñeca desatada en lo fugaz del óleo. 
Va a llover; cielos furiosos, verdes. 
Una tarde no como otras. 
Ni tú ni yo mas los murientes reinos en los ojos 
y un frío en las entrañas. 
Una tarde poblada de lanzas, de tambores 
y de más cerca el desgarrado giro de los ópalos. 

Tinieblas. Soledad. Se adormece el acerbo 
De más en más ceden los mármoles. 
Tu rodilla sitia el corazón del suelo. 
Un llorar en la piedra; más adentro, en el túmulo. 
Brasas. La carne duele. 
La pavesa ligera traspone la muralla. 

Se escuchan trinos. 
Argucia de lo oscuro. Nunca es mañana 
mas la memoria del sol en el espejo. 
No amanece y abres la ventana. 
Nunca sorprendes las vírgenes leonadas. 
Hoy siempre hoy bajo amargos ojuelos. 
Aunque fustiga el viento muy temprano 
dominas ángeles y bestias.




Fin del mundo que no tiene fin

El oquedal cruje ¿has pulsado las otoñales violas? 
Se oye la sibila ¿trota el sol degollado en el vacío? 
Mundo que no tiene fin mundo que no tiene fin 
Cantan las hechiceras en las ondas 
Del otro lado del cieno los ángeles musitan 
¿Comienza tu reposo 
                            la errante quietud de lo vivido? 
Primera testa Insaciada quimera 
                                                  Crujido chillido bramido 
Resuella el viento su fatiga en las hojas 
La certitud su río helado 
Mas qué campana suena aquí 
                                             lo terso taladrando 
Sin dios sin lar no tiemblo 
El coro de los ángeles prosigue su estribillo 
Ópalo ópalo ópalo pelaje enarbolado 
Pero escuchas bajo tanto zureo 
Agazapado finjo que me oyes 
Como abeja presumo las flotadoras mieles 
Es noche de brujas 
El viejo tiempla su laúd como yo las afelpadas vidas 
Ya no recuerdo esa tonada pero imagino la malévola 
                                                                     [estación 
El muerto por las estrellas perseguido 
La flauta mágica no responde a sus belfos 
La misma eternidad le tuerce los cartílagos 
Vejete súcubos atrocidades mías 
que como un beso al cuerpo me condenan 
y en la consciente luz siempre he lamentado 
¿Sólo el vuelo de un fósforo 
despliega la ilusión repentina de la muerte? 
Mundo que no tiene fin ópalo ópalo ópalo 
Si estalla la oreja queda la cúpula el marfil la oscilante 
                                                                      [armonía 
La espiral se pierde el néctar de su fluido escapa 
¡Tu sueño en la redoma permanece! 
Ah dios criba lunar parpadeos 
Un beso la niebla célibes mirtos sellan la grieta 
Éter ovalante que vuelves boca arriba 
Tiempo sin apariencia poseído 
Esta desdicha aquellos bucles contaminan la luz 
Córtalos si puedes 
Tiende la banda de bólidos blanquísimos 
Tu mano guía los desesperados 
La núbil dama de rubíes 
                                      ¡Delirantes pasiones!



Gaviotas en el lienzo


Mucho más que el cansancio

A mis hermanas 
Nublado claro más bien tempestuoso
Es la mitad de Julio y se anuncia la fábula 
del viento. Los pescadores y la tierra 
fustigan de nuevo su santuario, 
la soledad y la muerte que con los hongos crece. 
Camino de la villa de Antonio cruzamos Pachacámac 
lo que fue casa del sol es apenas un túmulo 
donde nos falta el agua y una que otra muchacha. 
Claro está que aquí no hay templos sino ruinas 
y la música apagada de una lámpara. 
¿Porque el mar está cada día más lejos 
y un pez es un milagro en la furia de los médanos? 
Seca flora de cardo el corazón golpea 
Rojo Negro Rojo Negro Rojo Rojo 
Muy vieja es nuestra lengua y nadie entiende 
ni cambia su santuario; sin embargo se oye 
como un trompo en el aire, como un toro perfecto. 
Rojo Negro Rojo El corazón no ceja 
Mucho más que el cansancio nublan la vista los incansables 
    tucos.



Cuando una rama de melocotonero

halla otra rama de melocotonero

Como una rama de melocotonero pliega la luz y el aire 
salado 
Tiendes tu cuerpo sin que nadie lo impida 
Ni el abatimiento ni la mala yerba 
Y en la mitad de mayo el mundo permanece quieto 
Llevándose la mosca lo acerbo de la tierra 
Lacio el corazón y los lebreles incógnitos al fondo 
Como otra rama de melocotonero anula lo perfecto 
Se desenlaza del lenguaje del cielo 
del ritmo de millares de estrellas 
Peligrosamente se inclina hacia el musgo 
Conos y círculos en la pendiente que ha ornamentado 
                                                                          [tu piel 
Y el sol rehúsa, del éter divino 
se aparta 
y baja a tenderse en el cuenco de una imagen final 
al lado de sus restallantes frutos y sus aves 
Como es tú y yo cuando vienen a combarnos los deseos 
y escuchas más allá de la pureza de sus láminas 
más allá del silbo del escorpión 
y en tu seno esperas más que el monólogo de las piedras 
Como es tú y yo cuando ya no hay arcángeles 
ni corazones celestes chorreando por el pasto 
ni el vertiginoso anhelo de la tierra bajo el lomo del 
                                                                     [caballo 
Sino esas dos ramas inútiles pero maravillosamente 
juntas 
en un creciente bamboleo sobre el gras 
Esta vida irreal que ha de quebrarse en un beso real 
Extraño ¿no? Sublime ¿no? Humanamente ajeno 
Lo que hasta ayer fuera un árbol insensible
con ramos de hielo y flores de tinieblas 
cambia rápidamente en el traspaso de dos leños 
en el destino fulgurante de unas hojas 
Espera el advenimiento de los brotes y el estampido 
bajo 
Que es bello y colosal trabarse la cabeza en la luz 
Olvidar las manos y los ojos en el pecho de la aurora 
Y todo porque una rama de melocotonero quiso ser yo 
en su descenso 
Y otra rama no quiso perecer sino aferrarse 
Ocurre claro y así es todo 
Créelo por Dios la sangre quema en tus labios y va 
                                                             [susurrando 
una nueva locura




Violación & prodigios

Como impulsando al agua uno que otro guijarro 
miro tu cuerpo y su dulce inminencia 
La nieve que fustiga y se retrae 
legándonos un aterciopelado paraíso: 
Roncos, extraños, negruzcos deterioros. 
Circundado de bestias, de estrepitosos fuegos 
vuelvo a mirar tu cuerpo: 
cuántas especies rastrean lo escondido 
Luego todo es acecho 
las impías cabezas del verano y los tábanos 
interminable acecho 
¡Gacela vuelta a los orígenes 
y envuelta en la celada de ramajes perpetuos! 
Se desparrama el pelo, centellean las manos 
es noche y la sangre no soporta sus doradas colmenas
Y mientras una a una recoges las abejas 
se abalanza el sordo, delirante planeta 
Y entonces un milenio 
una cerrada tempestad de silencios tira su red y nos
                                                                       [atrapa



Como queriendo hallar un suelo quieto
  
Escribiré una vez y otra vez y alguna vez 
este poema 
hasta que en la colina no haya árboles 
Ni césped ni testigos 
Tampoco haya sol y la casa en verano 
esté iluminada por las pobres palabras 
Escribiré mil veces sobre el musgo 
Como queriendo hablar un suelo quieto 
El único lugar que escapa al pico del verdugo 

En este yermo vivir tal vez es bueno 
y nunca faltan cuerpos, ángeles extraviados 
Pero fatiga el tiempo y muchas 
son las palabras falsas o sangrantes 
A veces hay espejo, lámpara, botella 
que se quiebran se quiebran se quiebran 
Su diálogo de amor son alaridos 
intermitentes en tu sueño, en mis gastadas 
páginas: Escríbelo 
Y es imposible entonces corregir 
Con tinta falsamente clara retrasar el huidizo 
corazón que nos falla.



Firmemente en los Lieder
  
¡Aleluya! 
Hacemos el amor y en lo alto del limbo canta el ángel 
                                                                        [amado 
Dichosa es tu loa de la luz, salvaje mi dibujo de la nieve 
pero ambas alas ocultan la barbarie de nuestros corazones
hasta encerrarnos firmemente en los lieder 
como si luego del amor amáramos 
como si fueran tú y yo pura sangre de albatros 
                       [iluminando abismos silenciosos 
¡Aleluya! 
Porque nunca oyera la trompeta de mi linaje en ti 
aunque en verdad en tu sangre ya hubiera palpitado 
Y es que estábamos solos amor mío 
Hicimos el amor y en la mente de Dios nos rehuían los 
                                                                  [arcángeles.



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