Armando Rojas Adrianzen
Nació en 1945 en el poblado andino de Huancabamba, departamento de Piura, en el norte del Perú. Como su compatriota César Vallejo, con quien no es indigno de compartir una página, murió en París. El cáncer acabó con él el 27 de junio de 1986, en el famoso hospital de La Salpetrière. Rojas se había enterado de su enfermedad un mes antes; aún no cumplía 41 años.
Se dice que los hombres nacidos en la sierra, como las montañas que se ven desde un valle, tienen siempre una cara oculta. Rojas, discreto y reservado, honraba esta unívoca taxonomía geográfica, pero también prodigaba su persona en la variada amistad y en los amores tumultuosos. Fue ante todo un poeta y no le bastó una sola vida para ser todos los hombres que había en él.
A mediados de los años setenta se fue del Perú. Dejaba todo lo que alguien puede dejar tras de sí: mujer, hijos, amigos, familia, un renombre incipiente y un empleo. Había renunciado a una cátedra de literatura en la Universidad de San Marcos en Lima para probar fortuna en París. Llevaba consigo un fajo de poemas y una completa experiencia editorial adquirida en varios años de publicar revistas literarias. Era todo lo que necesitaba para emprender, sin saberlo, el tramo final de su destino.
No fue el destino proverbial de los latinoamericanos en Europa. En la idea platónica del latinoamericano, que tantos se empeñan en imitar en este mundo y sobre todo en el viejo, coexisten la pereza, la improvisación, el exotismo deliberado, la disipación elevada a la categoría de principio ético. Unos renglones sin cantidad y sin hechizo, estampados durante una noche feraz en páginas sucias de vino, leídos una y otra vez en todos los recitales y publicados sin variaciones en cuantas revistas editen los amigos, dan a su autor una indeleble reputación de poeta, que éste se encarga de refrendar, para mayor regocijo de los europeos, vistiendo jorongos y calzando huaraches en las fiestas. Rojas se complacía en desmentir este arquetipo. Trabajó calladamente, constantemente. En cada nuevo recital leyó poemas nuevos, siempre mejores. Y cuando por fin desistía de corregirlos, cuando ya temía que otra revisión pudiera malograrlos, se deshacía de ellos siguiendo un método tradicional: los recogía en un libro modesto y lo entregaba a unos cuantos lectores. También regalaba algo que ahora es más raro que sus libros: su tiempo. Muchos latinoamericanos y europeos, menos industriosos o menos altruistas, pusieron en circulación sus escritos gracias a la generosidad de Rojas. Desde 1978 hasta su muerte dirigió, editó e imprimió Altaforte, una revista singular y elegante que publicaba en París poesía y prosa en español y en francés con la traducción de cada texto al otro idioma. Como adlátere de esta publicación fundó en 1981 la colección Quipu, de cuadernos de poesía impresos a cuenta del autor y del paciente trabajo editorial de Rojas. Por lo demás, supo encontrarse algunos ratos libres, en los que practicó la sobriedad con el mismo rigor ascético que sus amigos consagraban a la borrachera. Y en las ocasiones especiales, por un sentido pueblerino de la ceremonia que algunos confundieron con esnobismo y que lo convirtió en el más excéntrico de todos los latinoamericanos de exportación, Rojas usaba corbata y camisa limpia.
Casi todos los escritores dan por terminada su labor cuando ponen el punto final al manuscrito. De ahí en adelante su obra, que acaso vuelve a pasar fugazmente por sus manos en la revisión de galeras, ya no les pertenece. Editores, linotipistas, correctores, impresores, distribuidores y libreros median entre el autor y el lector. Módica deidad de un panteísmo editorial, Rojas fue todos sus intermediarios. Escribió los poemas, escogió la tipografía, corrigió las pruebas, imprimió los folios, distribuyó los ejemplares entre los lectores que conocía o deseaba y llegó a ser vendedor para completar el precio de la edición. Sus libros son una prueba luminosa de que la galaxia Gutenberg no habrá de eclipsarse mientras haya quien experimente el placer físico de la página impresa. Entre 1978 y 1979 Rojas fabricó dos volúmenes. S & Q recoge tres series de poemas, una por cada signo del título, escritos entre 1975 y 1978; los 200 ejemplares del libro tienen la forma de una cartera en cuyo interior hay cuatro docenas de billetes de cartón con un poema impreso en cada uno; los billetes vienen sueltos como naipes, de modo que el lector reacio a la numeración inscrita al pie de cada poema puede barajarlos a su gusto. Tras la breve luz del día tiene el tamaño de un misal y reúne 15 poemas con sus versiones francesas a contrapágina; está compuesto de siete pliegos de un papel rugoso y espeso, doblados en cuatro y meramente acomodados dentro de la carátula, sin costuras ni pegamento; un grabado en tinta negra escolta, sin ilustrarlo, el título de cada poema; el tiraje consta de sólo 12 ejemplares, impresos a mano por el autor y por el grabador Jacques Vernière. En 1983 Rojas publicó El sol en el espejo, con dos series de poemas que también aparecen al lado de su traducción al francés; el tiraje llegó esta vez a 500 ejemplares numerados; salvo por la litografía del peruano Leoncio Villanueva que adorna los primeros 80 de la serie, ninguna versatilidad tipográfica distingue a este sobrio volumen. Fue el último que completó Rojas. Fue asimismo el mejor. Es probable que el libro que preparaba cuando lo interrumpió la muerte, y que ostentaba el título de Gaviotas en el lienzo en dos manuscritos inconclusos, hubiera seguido este ejemplo. El hacedor de libros había alcanzado el equilibrio entre el esplendor sonoro de sus poemas y el eco visual que les daba la imprenta.
De un poeta que conquista la intimidad con el idioma suele decirse que encontró su voz. La expresión, temeraria para quien desconfía del valor estético de la originalidad, es un mero sinsentido en el universo de Armando Rojas. “Por experiencia —apuntó en 1982— sabemos que toda escritura recuerda los denodados esfuerzos de nuestros padres, que un hallazgo verbal trasluce actos cautelosos: un solo borrón cuenta y amenaza los vacíos en el horizonte, la página ya no está en blanco y escribir es volver siempre al comienzo, al alfabeto adánico”. En el Génesis se lee que la primera tarea del hombre consiste en dar un nombre propio a cada cosa. Las sagradas escrituras atribuyen así a la palabra un doble poder inaugural: la palabra hace de Adán un hombre verdadero y del Paraíso la morada del sentido. La poesía de Rojas quiere repetir o imitar este milagro. Encargado de recrear sin fin el mundo, el poeta desnuda el lenguaje de su memoria para devolverlo a su condición inicial. Los elementos y la conciencia (la naturaleza y el hombre) quedan despojados de todo atavío superfluo en el jardín ultraterrestre del poema. Esa nueva experiencia paradisiaca les devuelve el poder de hablar por sí mismos para decir sus nombres en un idioma vigoroso, ajeno a la sintaxis de la razón humana. Rojas, con sabia humildad, calla su voz para que escuchemos en toda su pureza el canto de las cosas y el sonido elemental del habla.
Al igual que el inconsciente, el estado paradisiaco es prelógico, prerracional: de ahí que el intento de restituir en la poesía el lenguaje adánico tenga cierta afinidad con el surrealismo. Es lícito suponer que Rojas debe esta afinidad a una lectura atenta de Vallejo, a la que ningún poeta del Perú contemporáneo puede sustraerse, y a su frecuentación del otro César de la poesía peruana, el surrealista casi francés César Moro, a quien estudió y tradujo al español. La diferencia está en la manera de defender el poema de la acción corrosiva de la razón. El surrealismo predicó que la escritura automática derribaría las barreras de la censura y dejaría al poeta en libertad de escuchar los dictados del inconsciente; Rojas prefirió un camino más arduo, y ciertamente más atractivo, para oír y hacernos oír las voces del paraíso. Aplicado rigurosamente, el método automático de escribir elimina del texto los contenidos racionales, pero también tiende a corromper cualquier otro principio de orden. Para conjurar esta amenaza ya no de prosaísmo (pues la buena prosa tiene sus virtudes hasta en la poesía) sino de simple caos (pues el caos es intransferible) Rojas optó por conferir a sus poemas una forma deliberada y estricta: una forma racional para convocar en ella a los contenidos prerracionales. Capturado en un tejido de sutiles relaciones sonoras, como un pez vivo que se agita en la red del pescador, el paraíso no sólo comparece en el poema de Rojas, como comparece el inconsciente en el experimento surrealista; también dice, nos dice. En el principio fue la música, y por ella las palabras vinieron a significar.
Un proceso consumado, como ya es para siempre la vida de Rojas, el hombre, desata la inútil propensión del intelecto a interpretar todos los hechos que lo componen como una serie de causas y efectos que ineluctablemente habrían de conducir al desenlace conocido. En uno de sus versos, que ahora se antoja premonitorio, Rojas pronunció "una palabra en fin contra la muerte". En otro, escrito también hacia 1978, advirtió: "vivo este cuerpo con la certeza que el silencio ha de ser total". El examen intencionado de todos sus poemas permitiría, sin duda, multiplicar este melancólico ejercicio de retrospección. Baste recordar que Rojas, el poeta, quiso contrarrestar con el verbo la fragilidad de los hombres que lo propagan:
Canta en mí poesía
Que al menos mis voces
No queden rezagadas
NOTA: Álvaro Uribe
Quinteto
Ven al fin
De este sueño hay un bosque de cristal
Siguiendo las colinas
Se llega a su encuentro
Blanco y pulido recuerda el vuelo
De la quimera
Todas las horas que de vuelo lleva
Nada puede negar su clara existencia
Sin exigirse esplende
Jóvenes ni dioses lo sustentan y es
El apoyo de forzada utopía
La que llevaran héroes y hombres
En época augusta
Nadie tampoco entregaría sus alas
Sus joyas a cambio de un reflejo
(Formas del ser que en siluetas reposa)
Pero cuántos lucharon
Proyectaron su vida al solo eco
De la leyenda
Igual nosotros damos cada día
Cada palabra en las esferas
Que mantienen y barajan al fondo
Enardecida sangre tibio aliento
Ven el mundo del ensueño
Forja un hombre y sus alegorías
Y cómo se concierta y entrevera
Su duración bajo lo nuestro
Pues todo lo que huyó de sus confines
Nos viene de ellos como sol
Y sustento.
Leyenda
Una extranjera a. mariyó a más datos
De Hispania y 23 años y un par de luces bien puestas
Id. 2 caracoles (donde oí donde bebí) y un campo
De miel bajo los párpados
(Temor tal vez disfuerzo)
Y
Un extranjero con pelos
Y señales aunque fuera de forma
Y en el trigésimo anni, etcétera.
Amaron se perdieron en un puntito
De París cuando bello
—Rétenlos memoria—
Y donde se podía ir en contra
Por los más mínimos meandros “Patria religión et al.”
Y proseguir después de todo
Pasos de lince son en llano minado
Fugitivos los dos se ampararon
En soledad y silencio
El suelo más exacto a su quimera
De prisa (todavía en las colinas) libraron su vivir
A despecho del cielo
Canta en mí
Canta en mí poesía
Arranca de mi boca este silencio
Y vayan mis voces como llamas
Y vientos por el cielo
Así nadie los oiga
Porque el sonido es otro
Que los hombres ya no sienten
Todo suena dicen
Sin embargo mi lengua sigue omisa
Mis labios tercamente sellados
En un instante el odio bajará
Luego el amor
Y mi corazón será un clavo ardiendo
Qué harás tú poesía por ser menos
Palabras hay
De donde no hay alcanzan
A aquel que no escucha
Ni siquiera detiene su alma a oír como se dice
Porque todo es tan falso
Completamente separado el mundo de los cuerpos
De ahí que el tiempo pasa
La vida pasa más precipitada
Canta en mí poesía
Que al menos mis voces
No queden rezagadas
Desastre de los cuerpos
Vivo este cuerpo con la certeza que el silencio
[ha de ser total
Todos los años sacudidos por una furiosa angustia
[vienen a decírmelo
Ved pues lo vivido
Una cabeza dos manos cinco sentidos en pos del universo
Astros rotos perdiéndose aquí y allá.
Todo lo que una existencia fue quemando al precio de su
designio
Como si vivir fuera al embate de un futuro sádico y feraz
Ved aquí mi cabeza
La ligera luz de mis tobillos
El cauce todavía visible de mis párpados
Vedme aquí en un derrumbamiento de cenizas
Para que otro viento más cruel
Y despiadado me disperse
Vida mía dorso que fue estrella
Dios que eras humano al contacto de mi corazón
Tornen a ti los más puros elementos
Y seas lo que mis labios en su mayor prodigio
De altivez y cólera no saben repetir
Mis dedos no pueden gobernar y más bien perdidas
Flechas lanzan por el yermo del cielo
A pesar de la mudez ya absoluta
A pesar de los miles de planetas que rotan vagantes el
desastre
A pesar de la desolación de los cuerpos y sus alas de
plomo
Seas
(Fragmento)
Una palabra vino (en la música descendía
El cosmos íntegramente real)
Como la aurora la vimos vaciarse en nuestro pecho
Invicta llegó hasta la linde de los sueños
El canto de los pájaros y de los hombres
Anunció lo que explayara su corazón
Quisimos tapar tanta claridad y los miembros
De leche rebotaron
Una palabra en fin contra la muerte
Y a la que enfrentan la angustia
El terror y a veces la nada
El tallo de hueso queda temblando
Las verdes esferas en el aire
Como quien mide la respiración y lleva desenvainados
Los nervios por una ácida recámara
La lucha es más allá del albedrío
Más allá del ser y sus aletas de vidrio
Más allá del sustento solar
Pura presencia de mineral en el vacío
(En la ribera del sueño la espuma del mundo era blanca
En la ribera del pensamiento la espuma del mundo
[era negra)
Entre pensamiento y sueño los cuerpos caían como
[gastado rocío
Entonces la palabra vino
Como la aurora entró con sus trazos reales
Cómo no la oímos cómo encerró toda verdad
Pero fue un canto o la onda trabada en los labios
[de estiércol
Para ti realidad para el mundo una utopía
Subiendo y bajando abismos humanos
Reténla atrapa con tu decir raudas enseñas
Ya no (un) ser murmurante y fluido sino (el) permanecer
Poseyendo tus vestigios azules
La vida leve y también el cuerpo
Lo llevado y presentido por las más remotas especies
Donde el saurio es la flama es
Oh manteniéndonos despuntándonos
Si volver fue vivir
Nuestra vida estos emblemas
Conclusión
El hombre es su deseo y a medida
Que cunde la sombra es real
Pues qué vivir sino el acto de un deseo
A menudo se advierte ese camino
Nos sujeta una sólida pisada
Proclámanos real el fondo puro de una cuchara
Y no lo reconocemos
El reverbero dejamos pasar porque la sombra perturba
Tiran los miembros y nos someten
Pasado el astuto muestra mentidos confines
No el centro el suelo dibujándose en la sangre
Y al que tendremos como un sueño a las criaturas
O las sombras a un rostro
Allí convergen las fontanas
El rayo azul de la delicia
Cuando se logra tal precisión el deseo nos conduce
E interminada va la silueta en las tinieblas
Adonde acechan anatomías glaucas
Y esa precisión (en su máximo poder) no viene de fuera
De muy hondo procede
Y es tierna mas implacable
Hasta volvernos al principio
El descubrimiento de la efigie extraviada
Perseguida en sueños
Candorosamente forjada hacia lo alto
El hombre es justamente su materia
Ceñido en un cuerpo es todo el mundo
Y los espacios que una creación despliega
Originalmente verdad luego armonía
Todas las yemas dispuestas a lo lejos
Así la vida vuela
Eternidad abre tus alas
Tras la breve luz del día
Nuestros cuerpos han de tirar
Entre las frondas
Y los vestigios
Y más aún entre los sones
De la cólera
Pues una luz inmensa
Nos procrea
Cielo vs. hombre
Laso encaro el cielo
En mi cuerpo entra la pesura
Hace una vaina mi corazón
Una cesta mis entrañas
Y finas muy finas redes
Mis arteriolas
Para atraparte alto
Sueño del guerrero
He apagado la luz
En las colinas lluvia inmóvil
Doblegando mi pecho
irisado poniente
Por qué sin paz el felino me habita
Poema del cazador del pescador
Como errante lucero por el alba
Lenta astuta sangre que me enredas
y amontonas en la cuenca azul del día
Como que engarza el vientre la esmeralda
Como que alada trucha sella el lago
Traspase mi saeta
la muchacha de arena se detenga
Poblado por el humo he de cazar
los andantes contornos el Majes
que Adelfas y Táuridos celaran
Canta imposible más alto que mi aljaba
Bebe la hiel y vuélvete falena
Errante oreja oye los adioses
sutiles del polen cuando cae
cuando acaricia el éter mi carnero
arroyos amarillos desenvainado viento
Qué he de oír aún bajo el latido
cuando el rumor celeste se deshaga
Iré al padre balbuceando el hijo
¡Alondra de mi vida eleva el canto!
Mantaro, adormideras
Qué apasionado sol mas la garúa
Qué lancinantes ficus en el viento
Los brotes suaves de avellano
potentes son aunque fingidos
Qué bullanguera el agua gota a gota
y las vueltas errantes del plumaje
Después del ángel nadie nada
Hierro en las ingles y de hiel el tiempo
Para el Mantaro, adormideras
¿No pasó él parsimonioso
en los róbalos blancos zurciendo parda espuma?
Merodeos y entrada
Cuántos osarios engendra la codicia
Dulces gorriones hiere el aliento
en las hojas
Encandila y despierta la nieve
No me preguntes por qué
O si el amaru rompe los huevos en tu mesa
Toda la fuerza para pulsar un astro seco
Los arrayanes forcejeando en la herida
Del borde del camino vemos el cielo flotar
Pendiente el mundo de tus ancas
Has soñado y al pasar el Río
recobramos los imperios deshechos
La anguila que certera
salta hilvanando lo indecible
Qué vanidad de hilo
Los sublimes a su duración te amarran
Tiemplan lo profundo a la pata
Intenta
Intenta comprender de la única ribera
Este mundo no abdica y ha cojeado el dios
Usura sólo afiladas garras en el ave
Con hambre con sed invadimos el corazón
Los regios irisados abismos escarbando
Ni vuelta que dar ésta es la entrada
La inaudita gloria del torrente
Sin estrépito se remontan las hojas
Alfojados confines
Vorágines
Pocos muy pocos reconocen su casa
Cartago
I
El viento viene de Cartago esta tarde
y ausculto mi pasión Díscolos punzantes favores
La noche no mueve su diamante
y el abejorro cae cae cae
Estrella de la gracia habita el vellocino
el lomo de la espada que al día desfallece
La espera desfallece
Sombras & Quimeras desatadas
Con los caballos rojos en el viento
II
A solas con la arena entono mi canción
Marinos y bajeles que no vi
sino en el pajarillo
en los muertos resecos
Zumbante es el grito y me hundo en las riberas
Me disputo un caracol un leño
¡Los eunucos me convidan la mar!
III
Los huesos del deseo están allí
con las muchachas con los heliotropos
los huesos del deseo están allí
vende tu fama véndenos tus hijas
IV
Todos se han ido La muchacha la sombra los niños
y la palpada losa es sólo olvido
Señora del amor que nutres al hijo de la muerte
El viento vuelve de Cartago
y estos luceros no nos devuelven a la vida
El habitante
Sin ser otro se sintió reír
Me estoy volviendo viejo pensó
apoyado aún entre los sueños que como un dios
lo habitaban a esa hora nula
Me estoy volviendo viejo y sordo gritó
armado en los rumores cada vez más intensos
más perfectos de la carne plateada
Tapó como pudo su vergüenza con las primeras hojas
con los guijarros fieles a sus labios
La frente estalló contra el aire sólido
Había muerto el zancudo en su mano
El planeta invisible aún brillaba
Ama tus muertos dijo y besó las vidas deshechas
el torbellino entonces pálido
El alma de la alhucema permanecía quieta
Como el vientre de Nazca soñó o pensó
Daba lo mismo al centro de la cabeza verde
Ah ah borrón del cuerpo en el verano sigiloso
que un simple aleteo trasporta en el agua
Los círculos cedieron bajo el peso
la hoja de azafrán se ocultó en el cántaro
En Nazca volaría la mariposa del tiempo irreal
Una tres veces se oyó el escándalo de pétalos
El quién vive del espíritu sobresaltándose
Las aves de la piel unieron los infiernos con el cielo
ah fluyente ah flotador ah flavo
La estrella de los pies en los ojos humanos
Resplandecía en la aladierna
Con estrépito los pétalos cayeron
El ojo palpitó detrás de la penumbra
Oh últimos centelleos anclando en el vacío
Muslos por debajo de la quietud sin límites
Insuflaba el día en las aves guturales
Nazca dijo recordándose
¡Quién podía desligar los soles de su cabeza muerta!
El sol en el espejo
Una tarde. Un fresno se inclina inexorable;
la fronda que se instala.
A contrafuego, abajo, el muslo;
atada la muñeca desatada en lo fugaz del óleo.
Va a llover; cielos furiosos, verdes.
Una tarde no como otras.
Ni tú ni yo mas los murientes reinos en los ojos
y un frío en las entrañas.
Una tarde poblada de lanzas, de tambores
y de más cerca el desgarrado giro de los ópalos.
Tinieblas. Soledad. Se adormece el acerbo
De más en más ceden los mármoles.
Tu rodilla sitia el corazón del suelo.
Un llorar en la piedra; más adentro, en el túmulo.
Brasas. La carne duele.
La pavesa ligera traspone la muralla.
Se escuchan trinos.
Argucia de lo oscuro. Nunca es mañana
mas la memoria del sol en el espejo.
No amanece y abres la ventana.
Nunca sorprendes las vírgenes leonadas.
Hoy siempre hoy bajo amargos ojuelos.
Aunque fustiga el viento muy temprano
dominas ángeles y bestias.
Fin del mundo que no tiene fin
El oquedal cruje ¿has pulsado las otoñales violas?
Se oye la sibila ¿trota el sol degollado en el vacío?
Mundo que no tiene fin mundo que no tiene fin
Cantan las hechiceras en las ondas
Del otro lado del cieno los ángeles musitan
¿Comienza tu reposo
la errante quietud de lo vivido?
Primera testa Insaciada quimera
Crujido chillido bramido
Resuella el viento su fatiga en las hojas
La certitud su río helado
Mas qué campana suena aquí
lo terso taladrando
Sin dios sin lar no tiemblo
El coro de los ángeles prosigue su estribillo
Ópalo ópalo ópalo pelaje enarbolado
Pero escuchas bajo tanto zureo
Agazapado finjo que me oyes
Como abeja presumo las flotadoras mieles
Es noche de brujas
El viejo tiempla su laúd como yo las afelpadas vidas
Ya no recuerdo esa tonada pero imagino la malévola
[estación
El muerto por las estrellas perseguido
La flauta mágica no responde a sus belfos
La misma eternidad le tuerce los cartílagos
Vejete súcubos atrocidades mías
que como un beso al cuerpo me condenan
y en la consciente luz siempre he lamentado
¿Sólo el vuelo de un fósforo
despliega la ilusión repentina de la muerte?
Mundo que no tiene fin ópalo ópalo ópalo
Si estalla la oreja queda la cúpula el marfil la oscilante
[armonía
La espiral se pierde el néctar de su fluido escapa
¡Tu sueño en la redoma permanece!
Ah dios criba lunar parpadeos
Un beso la niebla célibes mirtos sellan la grieta
Éter ovalante que vuelves boca arriba
Tiempo sin apariencia poseído
Esta desdicha aquellos bucles contaminan la luz
Córtalos si puedes
Tiende la banda de bólidos blanquísimos
Tu mano guía los desesperados
La núbil dama de rubíes
¡Delirantes pasiones!
Gaviotas en el lienzo
Mucho más que el cansancio
A mis hermanas
Nublado claro más bien tempestuoso
Es la mitad de Julio y se anuncia la fábula
del viento. Los pescadores y la tierra
fustigan de nuevo su santuario,
la soledad y la muerte que con los hongos crece.
Camino de la villa de Antonio cruzamos Pachacámac
lo que fue casa del sol es apenas un túmulo
donde nos falta el agua y una que otra muchacha.
Claro está que aquí no hay templos sino ruinas
y la música apagada de una lámpara.
¿Porque el mar está cada día más lejos
y un pez es un milagro en la furia de los médanos?
Seca flora de cardo el corazón golpea
Rojo Negro Rojo Negro Rojo Rojo
Muy vieja es nuestra lengua y nadie entiende
ni cambia su santuario; sin embargo se oye
como un trompo en el aire, como un toro perfecto.
Rojo Negro Rojo El corazón no ceja
Mucho más que el cansancio nublan la vista los incansables
tucos.
Cuando una rama de melocotonero
halla otra rama de melocotonero
Como una rama de melocotonero pliega la luz y el aire
salado
Tiendes tu cuerpo sin que nadie lo impida
Ni el abatimiento ni la mala yerba
Y en la mitad de mayo el mundo permanece quieto
Llevándose la mosca lo acerbo de la tierra
Lacio el corazón y los lebreles incógnitos al fondo
Como otra rama de melocotonero anula lo perfecto
Se desenlaza del lenguaje del cielo
del ritmo de millares de estrellas
Peligrosamente se inclina hacia el musgo
Conos y círculos en la pendiente que ha ornamentado
[tu piel
Y el sol rehúsa, del éter divino
se aparta
y baja a tenderse en el cuenco de una imagen final
al lado de sus restallantes frutos y sus aves
Como es tú y yo cuando vienen a combarnos los deseos
y escuchas más allá de la pureza de sus láminas
más allá del silbo del escorpión
y en tu seno esperas más que el monólogo de las piedras
Como es tú y yo cuando ya no hay arcángeles
ni corazones celestes chorreando por el pasto
ni el vertiginoso anhelo de la tierra bajo el lomo del
[caballo
Sino esas dos ramas inútiles pero maravillosamente
juntas
en un creciente bamboleo sobre el gras
Esta vida irreal que ha de quebrarse en un beso real
Extraño ¿no? Sublime ¿no? Humanamente ajeno
Lo que hasta ayer fuera un árbol insensible
con ramos de hielo y flores de tinieblas
cambia rápidamente en el traspaso de dos leños
en el destino fulgurante de unas hojas
Espera el advenimiento de los brotes y el estampido
bajo
Que es bello y colosal trabarse la cabeza en la luz
Olvidar las manos y los ojos en el pecho de la aurora
Y todo porque una rama de melocotonero quiso ser yo
en su descenso
Y otra rama no quiso perecer sino aferrarse
Ocurre claro y así es todo
Créelo por Dios la sangre quema en tus labios y va
[susurrando
una nueva locura
Violación & prodigios
Como impulsando al agua uno que otro guijarro
miro tu cuerpo y su dulce inminencia
La nieve que fustiga y se retrae
legándonos un aterciopelado paraíso:
Roncos, extraños, negruzcos deterioros.
Circundado de bestias, de estrepitosos fuegos
vuelvo a mirar tu cuerpo:
cuántas especies rastrean lo escondido
Luego todo es acecho
las impías cabezas del verano y los tábanos
interminable acecho
¡Gacela vuelta a los orígenes
y envuelta en la celada de ramajes perpetuos!
Se desparrama el pelo, centellean las manos
es noche y la sangre no soporta sus doradas colmenas
Y mientras una a una recoges las abejas
se abalanza el sordo, delirante planeta
Y entonces un milenio
una cerrada tempestad de silencios tira su red y nos
[atrapa
Como queriendo hallar un suelo quieto
Escribiré una vez y otra vez y alguna vez
este poema
hasta que en la colina no haya árboles
Ni césped ni testigos
Tampoco haya sol y la casa en verano
esté iluminada por las pobres palabras
Escribiré mil veces sobre el musgo
Como queriendo hablar un suelo quieto
El único lugar que escapa al pico del verdugo
En este yermo vivir tal vez es bueno
y nunca faltan cuerpos, ángeles extraviados
Pero fatiga el tiempo y muchas
son las palabras falsas o sangrantes
A veces hay espejo, lámpara, botella
que se quiebran se quiebran se quiebran
Su diálogo de amor son alaridos
intermitentes en tu sueño, en mis gastadas
páginas: Escríbelo
Y es imposible entonces corregir
Con tinta falsamente clara retrasar el huidizo
corazón que nos falla.
Firmemente en los Lieder
¡Aleluya!
Hacemos el amor y en lo alto del limbo canta el ángel
[amado
Dichosa es tu loa de la luz, salvaje mi dibujo de la nieve
pero ambas alas ocultan la barbarie de nuestros corazones
hasta encerrarnos firmemente en los lieder
como si luego del amor amáramos
como si fueran tú y yo pura sangre de albatros
[iluminando abismos silenciosos
¡Aleluya!
Porque nunca oyera la trompeta de mi linaje en ti
aunque en verdad en tu sangre ya hubiera palpitado
Y es que estábamos solos amor mío
Hicimos el amor y en la mente de Dios nos rehuían los
[arcángeles.
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