Wilson Bueno
(Jaguapita, Provincia del Paraná, Brasil, 1949) falleció en desgraciadas circunstancias en su casa de Curitiba en 2010. Era uno de los más influyentes autores de Brasil, alcanzando a publicar algunos títulos fundamentales de la literatura brasileña moderna, como: "Bolero's Bar" (1986), "Manual de Zoofilia" (1991), "Cristal" (1995), "Pequeño Tratado de Brinquedos" (1996), "Jardim Zoológico" (1999), "A Cavalo" (2000), "Amar-te a ti nem sei se com Carícias" (2004) y "Cachorros do Céu" (2005).
Su libro "Mar Paraguayo" (1992) es un caso especial, es la única obra de Bueno que incursiona en la mixtura de tres lenguas: portugués, castellano y guaraní.
La primera edición de "Mar Paraguayo" es de Iluminuras, Brasil, 1992 con Prólogo de Néstor Perlongher. Fue reeditado luego en Chile a través de Intemperie, 2001; Tse-Tsé, Argentina, 2005; y Bonobos, México, 2006.
Revisa ahora una indagación del poeta paraguayo Christian Kent, quien a partir de un elemento mínimo -la figura de la "marafona"- aborda el complejo lenguaje del libro de Wilson Bueno.
Fronteras: En los entrecielos del lenguaje
Con Mar paraguayo (Iluminuras, 1992) deseé dar una respuesta estética al aislamiento histórico en que se encontraban sumergidas las lenguas del continente hispanoamericano. Al mismo tiempo, todo me indicaba la dirección de un personaje que fuese un poco nuestra alma común, nuestra alma cachorra y perturbada por el drama. De ahí la aparición de la protagonista del libro, “la muñeca del balneario”, con todo lo que eso implica de prosaico y de sublime. Situé la novela en Guaratuba, en la orilla del Paraná, no sólo porque allí se encontraba exiliado el recién depuesto dictador del Paraguay, Alfredo Stroessner, sino también porque la ciudad era efectivamente “el mar” de los paraguayos, balneario preferido por la clase media del país vecino.
Importante, de igual modo, que la novela Mar Paraguayo apuntase hacia la desterritoralización, que es una de las grandes marcas del neobarroco. En consecuencia, esa “geografía” enteramente inusitada, evidencia desde el título una cosa que no existe ni nunca existió. Con todo, al juntar las “geografías” y dotar al Paraguay –país mediterráneo– de un mar, hice como quien baraja todas las fronteras. De ahí la mezcla y la inversión de este libro, además de su inherente “perversión”...
Me parece asombroso que la lengua guaraní, presente en Mar... , haya sobrevivido a siglos de dominio, sometida al yugo a través de los métodos más infames, y que esté ahí, tensa, intensa, viva, dulcemente manejable por la poesía, ella misma poema en estado bruto.
Pero lo mejor de Mar Paraguayo, a mi entender, es ese borrar todas las fronteras, la indeterminación, como en la Teoría del Caos, generando leyes sutiles de determinaciones imprevistas. La ley de esta novela es la de que la lengua no tiene ninguna ley, constituyéndose invariablemente en “devenir”. Claro que me estoy refiriendo, desde el principio, a la lengua expresada en la novela por dos idiomas (el español y el portugués) que, como copulando, producen una tercera lengua, el portuñol, estilizado, igualmente reinventado como milagro y simulacro. Las palabras, en guaraní, son las flores en el envés de las lenguas.
En todo el transcurso de Mar... , el guaraní se impone, exiliado, hecho resistencia, palabras-poema, brillo y rebrillo, salpicones de luz. Con todo, el guaraní no se mezcla, se recusa a participar en ese juego floral entre el español y el portugués, a engendrar salvajadas portuñólicas. El guaraní es un elemento autóctono en el posible “panaroma” de Mar Paraguayo.
Ya el aspecto paródico que puntúa La copista de Kafka no pretende ser diferente, al inscribir las “fronteras” en su construcción. Fronteras entre lo real y la ficción, y como es natural en toda parodia, se imponen nuevas fronteras: las de lo ríspido de la dicción teutónica, tal como suena en nuestros oídos de parlantes de la “lengua brasileña”, en una metáfora de “autoritarismo” potencial que marca fonéticamente al idioma alemán.
La resonancia discursiva y de imagen del hitlerismo parece haber contaminado, de una vez por todas, la “expresión” germánica, sucia por el dominador que martillea insistentemente edictos, decretos, actos institucionales, palabras de orden. La copista de Kafka pretende ser, así, antes que nada, una severa denuncia contra la diabólica herencia del pasado reciente, que grabó en todos, y en cada uno de nosotros, la marca de la bestia.
La opción, en ese libro, por el romance entre Felice Bauer y Franz Kafka, construida de “sentimientos” vueltos letra y papel, de cierta forma autentifica una historia de amor que se arma, entre otras cosas, a través del desvelo, minucioso, del manuscrito gótico con que la copista mecanografía todo el imaginario de uno de los más importantes escritores del siglo XX. Trecho a trecho, La copista de Kafka va siendo edificado de tal modo que “transmita” una trayectoria existencial con primores de detalles, factuales, significativos todos ellos, de la vida “real” del escritor checo.
No escatimé esfuerzos, a lo largo de la obra, en el sentido de revelar lo “peor” de la personalidad de Kafka, sus represiones y sus frustraciones, sus neurosis más hondas. Con el propósito decidido –y posiblemente marcante– de poner al desnudo el autoritarismo que tiene vigor, desde siempre, en las relaciones humanas y que, de tiempo en tiempo, parece resugir más fuertemente en nuestro debilitado mundo. Casi una duplicación, ipsis litteris, de lo que vivimos en este tumultuoso inicio del nuevo milenio. El fantasma de Bush y el no menos capcioso fantasma de Osama Bin Laden, se propagan, en nuestros días, ensombreciéndolos, como también todo ensombrecía a Kafka, bajo el más oscuro miedo y la más siniestra paranoia.
El lineamiento de La copista de Kafka obedece a una ingeniería rigurosa: fragmento a fragmento, la novela se construye a partir de historias aparentemente “aisladas”, a las cuales, con todo, procura mantenerse subyacente un diapasón constante: la tentativa de atrapar el tono o el misterio de la dicción kafkiana y de su singularísima mirada. Caos, horror, histeria, dominadores y dominados, prosaísmos irascibles, el culto a la barbarie inserto en lo cotidiano, el marasmo, la miseria y el miedo.
Cuatro fragmentos de los diarios de Felice Bauer, escamoteados por la propia escritura que la novela impone, como que cosen, de punta a punta, los textos a primera vista independientes entre sí. Y revelan un dato, al menos ficcionalmente, precioso: la complicidad entre K. y su novia, al punto de que él traiciona al nunca asaz alabado Max Brod, al enviar a Felice manuscritos inéditos que el amigo jamás supo que existían.
A mi manera de ver, esta llave, entre otras, remite a la profunda ambigüedad de la novela, pasando a existir/insistir ahí la inusitada frontera entre lo real y la ficción. ¿Quién copia la copia de la copia de la copista de Kafka? ¿El autor de “La metamorfosis”? ¿La propia Felice en el afán de salvar del incendio los originales confiados a ella? ¿O sería el autor de La copista de Kafka? ¿O quizás ese ente, el lector?
Rendición a lo absoluto, la novela en pauta pretende ser un grito en la oscuridad en los albores del nuevo siglo, que en todo se asemejan a las turbulencias de las primeras décadas del siglo pasado. Los textos proféticos de Kafka denuncian aquí paródicamente, una vez más, el “huevo de la serpiente”, que ahora se repite, entre nosotros, con avasalladora exactitud.
Mar Paraguayo - La marafona de Guaratuba
Comenzando a leer "Mar Paraguayo" imaginé que "marafona" era una palabra cultivada en la “cachoeira” de su “ayvu” (palabra - lengua del hombre) irrestricto. Algo así como mar-(a)fona, mar silencio, mar (sin) ruido. Pero entonces, no contento con esta versión, busco marafona en Wikipedia, a enciclopédia livre (“se procura pelo futebolista, veja José Carlos Coentrao Marafona”): “A marafona é una muñeca de trapos, sem ojos, nariz o ouvidos, vestida com un colorida traje regional. Su esqueleto es una cruz de madeira revestida a tejido”.
Y continúa: “Durante la festa, las muchachas casamenteras bailan con as marafonas. Despois da festa las muñecas son deixadas en cima de la cama donde tienen el poder de livrar la casa das tempestades y truenos, y del mal de ojo. En el día do casamento se guardam debaixo da cama (como no tienen ojos ni orejas ni boca, nada ven, nada oyen, nada pueden contar) para traer fertilidade al matrimonio. As marafonas están asociadas al culto da fertilidade”.
Etimológicamente, la palabra “marafona” viene del árabe “mara haina”, “mulher engañadora”. De ahí la marafona puede ser también una prostituta, la “cuñambatará” de Mar paraguayo, o bien una “mulher deleixada, desarreglada, kelembú”. Pero en esencia una mujer que engaña (“a ustedes que me leem como quien secretamente se posta ante la fresta de una puerta cerrada”).
Como sea, este es el personaje que narra en “Mar Paraguayo”, cuestión que sin esta aclaración quizás pase desapercibida. Esa marafona de Guaratuba, una “cuñambatará”, una “bonequinha” de trapo sin rostro -símbolo erótico- liada sin remedio a un viejo decrépito y vinculada con el vaho de su muerte, comienza un relato confesional que se despliega en círculos casi como un baile ritual en torno al acontecimiento que se repite; juego macabro, cómico –y en algún punto-, metafísico. La marea lingüística, diminutiva, aglutinante, desmedida y microscópica, va construyendo un universo simbólico dónde se debaten: la muerte, la enfermedad (“tasy”), la fugacidad de la vida (“tecovembiki”), lo divino (“tupa”), lo infernal (“añaretamegua”), lo sexual (“porenó”), la imaginación (“morangú”) el amor (“mboraihu”) y la literatura (“ñandutirenimbó” – telaraña).
Los límites del mundo son los límites de este raro, mítico “yopara”, esta “sopa paraguaya” epistemológica que dice el fallecido Nestor Perlongher... y están demarcados por la conciencia poética de la marafona de guaratuba, el poeta trasvestido y trastocado en esta graciosa muñequita sin cara, que al perseguir las razones de su crimen persigue también su identidad.
“Soy mi propia construcción e asi me considero la principal culpada por todos los andaimes derruidos de mi projeto esfuerzado. Se chagaré a mim? No sé y me persigo, de lo melhor modo: escribindome aún que esto me custe lancetadas en el ovário y el pulsar de una vena cerca del corazón”.
“Mar Paraguayo” es una confesión. La marafona de Guaratuba antes que nada desea consignar su inocencia en relación a la muerte del viejo; “No, cream-me, hablo honesto y fundo: yo no maté al viejo”. Pero la trampa urdida por la tarántula (“ñandu, ñanducabayú, ñanduti”) se va desplegando y se desborda hasta que todo cae en ella, ya no solo debe confesarse una inocencia, sino además a partir de la confesión debe emerger todo el devenir del “linguagem” y “do mundo”, de esa lengua que se va creando a sí misma en la evolución del relato, que se va inventando (“omboguerojera”, como el padre tutelar de la cosmogonía Mbyá) y solo puede referir los misterios que ella misma contiene. “Mar paraguayo” es una “linguagem marafona”, “mbatará”, océanica y milimétrica en la aparente misión de retener un acontecimiento cotidiano.
Es la aglutinación guaranítica aunando todo en una sola palabra kilométrica.
“Mar paraguayo” es un conjuro: “Escribo para que no se rompa dentro las cordas de mi corazón”.
Christian Kent
Un fragmento de Mar Paraguayo
Yo soy la marafona del balneario. Acá, en Guaratuba, vivo de suerte. Ah, mi felicidad es un cristal ante el sol, advinadora esfera cargada por el futuro como una bomba que se va a explotar en los uranios del día. Mi mar. La mero Merde la vie que yo llevo en las costas como una señora digna cerca de ser ejecutada en la guillotina. O, há Dios ... Sin, há Dios e mis días. Qué hacer?
Hoy me vejo adelante de su olhar de muerto, esto hombre que me hace dançar castanholas en la cama, que me hace sofrir, que me hace, que me há construído de dolor y sangre, la sangre que vertia mi vida amarga. Desde sus ombros, mi destino igual quel hecho de uno punhai en la clave derecha del corazón.
Ahora, en neste momento, yo no se que hablar com su cara dura, rojos los olhos soterrados, estos que eram mis ojos.
No, no lo mate porque su vida se entranhava en la mia. No, fue la suerte, ya lo disse. Mi suerte advinadora de la esfera, bólide y cristal: antes de todo yo já lo via más muerto que la muerte.
Nasci al fondo del fondo del fondo de mi país - esta hacienda guarani, guarania e soledad. La primera vez que me acerque del mar, o que havia era solo el mirar en el ver - carregado de olas y de azules. Además, trazia dentro en mim toda una outra canción -trancada en el ascensor, desespero, suicidados desesperos y la agrura.
No tuve miedo del gran abisrno de água e espuma. Lo mire duramente aún que todo en mi era apenas una alegria de niña en el sol, yo que a este tiempo ya volvia, con terror e manchas blancas por los pelos, já volvia ya el Cabo de la Buena Esperanza.
Mi cuerpo que engordo por non salir de esta sala oscura ande trac;o el destino, melhor el dele, o deste hombre que mis manos acabaran de assessinar suavemente - con una disposición de cisne y sabre. Ó era el que acabava de morir?
Fue simples: solamente lo tome desprevenido e con una, una sola distracción y el malo que era ser su atendente y obrigatória esclava, lo jogue al sofá con terror y susto - estranhamente mudo y en abrupta soledad. Ninguna gota de sangre para me poner en apuros, no, ninguna.
Prossigo el arte de la sortista, casa térrea con mangueiras en el jardin e sombreros por los quintales, sin hablar del sol, del rude sol mañanas, tardes y noches - el espantoso verano de Guaratuba quando se é diciembre e el mundo se pone de barracas y chicos por las playas coloridas pela tarde - esta pequenha gran artista de las tintas del cielo.
A la noche tengo mi trabajo: no que me enamore, no, non es esto, lo que digo es todo um labirinto de aran has que van teciendo en las quinas de la casa, mientras me perca frente al televisor assistindo a la novela de Sonia Braga - sus ancas que me ponen en arrepios toda la vez que aparecen en el video como se fuera la derradera disposición de una vida, mi vida, la vida - de viés.
Yo se que muerto está, que muelto el viejo viverá para siempre acorrentado a mi pecho, lo nodoso recuerdo de su língua sutil a explotar-me con gusto, gozo y orgasmo.
Yo, a cada vez, sonaba más y más con Braga, esta Sonia de mi vida marafa, aquellos profundos negros ver-se¡ ver. Ah, aqui en el balneário de Guaratuba ninguno que hable, nadie, ninguém¡ mi idioma que no sea el demmado silencio de las siestas calcinadas por el estio, con cigarras agonicas de cantar e pajaritos en las copas del flamboyant todo de risa con el verano, su risa de rubra florada¡ cerca de lo ibisco que me dije que já es tarde, que já es mucho tarde para morir.
Que idéia, que idéia la mia - já me esquecia, toda olvidada, de la única companhia que me hace decir, sin error: esto es concreto como el ibisco: mi perro, mi tiquito perro que atende por el ruído de Brínks e es tan pequetito, tan juguete-de-pelos, tan colita acima como se fuera una coma móbile y bifurcada.
Ahora es el drama. Añareta. Añaretameguá.
Desde que es hecho estos climas de humo y ansienedad de la alma, de quien el hecho de viver así, pm entre copas y espinos, garras y los huevos tan hechos - como es hecho casi nascer - de los escmpiones que ya salen para esto mundo con su rude ferrón? Do que hablo, tan en circunloquios es del cabaré. Observo: acá uno se llega para supuesta alegria, a lá o a cá la siempre inalcanzable felicidad, e se pone de risas contra las chicas, levanta-Ihes las saias, mete los dedos en la cava de sus corpetes oferecidos. Nadie vive sin humildad. Ñemomirí'há. Ñemomirí'. En mi idioma nativo las cosas san más cortas y se agregan con surda fe-rocidad. Ñemomirí'. Ñemomirí'há.
Quando adentro a estos quadrantes del mistério manífico de existir, de que exista el pútrido, el sórdido, el luxuriante, quando me flagro asi, casi suprema, tornase unas quantas cosas dentro, cerca, de nuevo, del infierno. El existe - sobrado de incendio y chama, lámpara en el fondo de nuestros ollas quemados.
Añaretameguá.
Tengo medo, tengo mucho miedo do que se puede, más adelante, O daqui há pouco, acontecer. Puede que sea el milagro, puede que sea el abismo. Paraí'pí'eté es el abismo todo en el mar.
La verdade es que nunca no lo se, e esto me pone pérdidamente medrosa, sin coragem siquiera para salir en la calle e passear mis leves vestidos longos, los colares, los braceletes y las madreperolas del brinco de orelha. Y el medo es una cosa viscosa que viene de dentro - devagar, pastando sus patas-de-pelos, llegando, sutil, para te pegar, após em panico, para te pegar - definitivamente - por las cardas del corazón. Hay quien, en nestos momentos, costumbre matar-se. Añareta que se mueve. No há Dios?
SILÊNCIOS
Para Fernando Paixão
1
há um Deus de luto
no demasiado rútilo
que se liquida ao norte
por uma estrela-de-gelo
e a lua simples nos olmos
carrega em impuro siena
pelas mãos do Deus abrupto
acre oficina de sustos
2
há um Deus bem gaio
na sarabanda do outono
que daqui se vê todo ano
o mesmíssimo outono
de há quatro mil anos
com Deus pelos cantos
pondo branco no agapanto
e amanhecendo paineiras
3
há um Deus silente
na tinta incendiada
de sonetos e poentes
manhã de ouro encardida
cincerros da madrugada
sussuro de Deus com pluma
no andado quase ar voante
de chá e voal o vento
4
diante de tanto quanto Deus
dá-me que entenda
pelo juízo da veia
a via tácita ou láctea
de víscera expectante
pelo que Deus põe de tarde
numa abelha azul-da-prússia
e vos faz de céu e senha
Pelicanos
Os pelicanos são como avis raras, e moram, em seu silencioso coração, as reticências.
Arcar com o severo pesadume do bico é, deles, dos pelicanos, uma insubstituível marca e, de certo modo, um glorioso acinte. Pudessem, não envergariam pela vida afora os bicos como trombas tristes e nem exibiriam as longas melancólicas pernas feito uma humilhação compulsória.
Ah, guardam, no escuro papo guardam uma esmeralda viva e sonham por nós o sonho oblíquo de que sendo sumamente feios, de físico e de feição, nós, os dois, neste lago merencóreo, alcancemos soar, quem diria?, perfeitamente escarlates.
Voar não podemos dada a complexidade do corpo contra a magra asa. Assim, jaburu, o nariz e a dilatada marca de teu lábio inchado.
Chuvas
Bicho líquido de fiel transparência, as chuvas chovem no zinco de nosso teto humilde com a graça quase invisível de ariscas lagartas, e mínimas, muitas, coleantes, uma que vez cândidas.
Quis no verão sua morada, e o ímpeto com que serpenteia da nuvem ao telhado e dali às caleiras da casa, ninho suspenso entre o arrozal e as águas.
Há, contudo, diversas espécies de chuva — de chuviscagens a chuvões, veros maremotos, bebendo a Terra, rios e lagos, riachos e cascatas.
Se me sugas feito um vício eu sou a chuva que teu chão lambe com uma volúpia de amantes entranhados — um no outro encharcados até a última gota e a derradeira raiz mais chã.
Lavas-me o rosto a esguichos; brinco de intempérie sobre o vosso ventre. Líquidos e miasmas, cobrem meu corpo vossas mágoas. Águas? Cantam as calhas nosso lamento, longe, enxurrada em lá maior, aguaceiro, coral de anilhas.
Caramujos
Que de sons ecoa o tímpano do caracol? Enrodilhado em sua louça multicor acaso o ausente sexo freme? Um que de porcelana fosse dificilmente sobreviveria em sua fragilidade exaltada, e complexíssima.
Andam na noite, inenarráveis dromedários ou uma absurda espécie de formiga — levando às costas sua montanha de osso e marfim.
Onanistas, narcisos, centrados em sua têmpera, os caramujos, às frescas manhãs de areia e espuma, da longa praia deserta, são uma aleluia viva, e numerosa.
Prescindir da rubra curva de vossa nádega e ainda assim, encaracolado aos vossos crespos e pentelhos, imaginar com os ruflos de um colibri-de-asas, ramblas, ramonas, ai que te incenso a coxa grávida com meu filete d’água cinza-pálida.
Hienas
Se me perco de amor por vós pela galhofa com que me rides, carniceira, te esconjuro.
Alta noite é que estás rindo de meus odores, vossos incensos, a dura ambígua carne com que corrompo em vós o apodrecido encanto. Não somos seres de caça; antes provamos do banquete alheio os restos dele, as suas sobras.
Rasgo-lhe a cara a dentadas; furas-me o olho, sinistra. Finco em vossos esquálidos os meus caninos, os dois, como uma forma cruciante de gancho, ou de anzol. Ganindo persigo o cio aziago e sob a grande noite, seus quietos, seus possíveis duendes, capaz me mijes.
Amamos um ao outro, mas com tal ódio que, focinho em riste, mais que rir, uivo quebrado em dois, e magro. Sobre mim tripudias o solene cacto de nossa vida vesga. Vergas?
Ensinaram-nos o amor feito ele fosse a chibata. De que fezes, hiena, o vosso nojo?
Quatro dos treze textos inéditos que para compor uma futura reedição de Manual de Zoofilia
Vaga-lumes
Chegam pelas noites de verão – miríades deles num revôo de faíscas contra o azul profundo. Se um se ausenta, outro se assanha, abaixo, acima, de lado e a celacanto – assim tão sucessivamente que parece chovem sobre o quintal, entre os arbustos, os cactos e os eucaliptos.
Rever em vós o nítido contorno, a dura escorregadia couraça com que o corpo trincas (faíscas?) ao meio, a movimentos sincopados – o modo como escapas de meus dedos ávidos, e o sombrio gozo no coração do sinistro.
Desejar-vos a luminosa cola túrgida feito um veneno de iridescente apelo, e aprender à margem dos meus escombros de mim o quanto falhos fomos; e velhos em nossas luzes. Luzes?
Mais vale a alma sucinta do besouro para sempre condenado à uma morte de bruços, e cheia de pernas.
Perdoa o que fui de vosso látego e anátema; perdoa.
Então, amor, é que acendes, de inopino, toda uma floresta no escuro.
Formigas
Uma formiga de asas o que te supus, nupcial, bailarina, o império do vôo em véu por lâmpadas e candelabros – não, jamais este rastro de mínimas partículas provendo a casa, a cozinha, diligente suprindo a despensa de nossa casa.
Um oito de pernas és o que és andando o ninho, salivando abundante as crias com o insensato dom de reproduzir, aos milhares, aos milhões, a replicante sina de sua microscópica grafia.
Duro ferrão em riste a ríspida fagulha com que de noite me mordes, dilaceras?, o lábio, o braço, a exausta virilha, e passa-me ao sangue o veneno mortal de sua minúscula mandíbula.
Com raiva de nosso amor com raiva, da varanda assisto a você no jardim levando ao ombro as grandes folhas.
Te xingo, na cara te xingo – Tanajura! Tanajura!
Bicos-de-lacre
Mínimos, ciscos, sínteses, a parelha é quase um par de besouros voejando o ninho que deram de construir na velha acácia, esta que entrando janela adentro, vem, de longo tempo, assistindo-me a viver e a morrer todos os dias.
O ninho, ao modo de uma comprida meia, guarda ao fundo dois ovinhos azuis e se dependura do galho – embora os ventos e as tempestades, o sol do meio-dia e a orquestração de luz mal se levante do muro a manhã coalhada de passarinho, se dependura e balança – sublime trançado.
Punhal e agulha golpeio-te, num só arremesso de bico e dardo, o fundo do fundo do coração.
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