NELLY FONSECA RECAVARREN
Nelly nació en Pacasmayo, Perú el 12 de octubre de 1922 y murió en Lima el 9 de abril de 1962 a la edad de 40 años.
Nelly Fonseca Recavarren fue una artista valiente que enfrentó los cánones sociales de su época sobre la base de una convicción basada en lo auténtico. Cada uno de sus poemas nos reta a develar el misterio de su verdadera identidad, aunque su enorme talento se encargó de que el tiempo se convirtiera en fiel guardián del secreto que entrañó su real naturaleza.
Su vida fue un emporio de admiración. Bondadosa y enérgica a la vez. Dulce pero dura, llegado el caso. Leal como pocos. Lógica y apasionada; a veces arbitraria pero humilde y sincera hasta lo increíble. Muy joven, a la edad de nueve años, producto de un golpe a consecuencia de una caída por las escaleras, su columna vertebral se vio afectada, lo que al poco tiempo la condena a una silla de ruedas. Desde entonces cambia su nombre por el de Carlos Alberto Fonseca. Con pelo engominado, terno, corbata y pañuelo en el bolsillo de la americana, según el canon de la elegancia de un hombre de la primera mitad del siglo XX, Fonseca se enfrentó a una sociedad que le restaba importancia a la expresión femenina en la literatura y nunca se dejó callar por los prejuicios de su época, que la acusaron de escribir una poesía cargada de un “sentimentalismo vacuo”.
La poeta escribió desde muy joven, nutrida por sus lecturas de los modernistas y vanguardistas en inglés, francés y portugués -idiomas que dominaba-, y marcó una época al dirigir, con poco más de veinte años, la página literaria del diario La Crónica. También mantuvo correspondencia con otras escritoras extranjeras, como la uruguaya Juana de Ibarbourou y la cubana Dalia Iñiguez, y dirigió la revista cultural Palabra Americana. En una entrevista ofrecida a un diario chileno en 1944, Fonseca afirmó que lo que más le desagradaba de la gente era “la estrechez de criterio, que la convierte en un fiscal de las vidas ajenas, y la hace condenar tantas alegrías y tantos sabrosos pecados”. Se declaró, además, admiradora de Julio César, al que consideró “una voluntad en marcha”, de la célebre bailarina norteamericana Isadora Duncan “que vivió entre la historia y la leyenda”, y del dramaturgo y ensayista belga Maurice Maeterlink “cuya serena filosofía tiene la virtud de fecundar almas”.
Su producción poética es amplia e incluyen títulos como Rosas matinales (1934); Heraldos del porvenir (1936); Luz en el sendero (1938), obra que fue premiada con la Medalla de Oro por la Municipalidad de Lima; El poema de América (1938); Voces de América (1940); Sembrador de estrellas (1942); Preludios íntimos (1945); Juan Carlos Croharé (1947); Herodes y Bethmoora, la que mira el mar (1949), entre otros poemas dramáticos. Asimismo, publicó Espigas de cristal y Raíz del sueño, ambos en 1955, bajo su verdadero nombre. Dejó inédito el libro Velero alucinado, que concluyó antes de morir (1963).
Su obra incluye dos piezas teatrales y otro puñado de libros con su nombre verdadero, todos con versos que expresan “un erotismo limpio de artificialidades, limpio de lugares comunes”, según la poeta Andrea Cabel. Ese erotismo ha sido calificado de “andrógino” por la también peruana Marita Troiano, quien destaca la originalidad del poemario Velero alucinado, cargado “de un lenguaje grandilocuente, depurada métrica y elaboradas metáforas”. Sencilla, ajena al intelectualismo, esta mujer no parece tener otra aspiración que lanzar sus ternuras al viento. Prisionera del amor, se enfrenta a las sombras esquivas creadas acaso por sus propias ilusiones. Por ser una receptora sentimental lleva las de perder, pero al menos consigue apoyarse en versos memorables. Ese es el consuelo que Dios le otorga a su alma sufrida. Atributo artístico. Privilegio de poeta.
En toda su poesía, Nelly cultiva el verso modernista con un buen manejo de la rima y la métrica. En varios de sus textos se desarrolla una pequeña historia, en la que destacan la precisión de las metáforas. Además de poeta, Nelly sobresalió como periodista y promotora cultural. Fue galardonada con el Primer Premio y Medalla de Oro del VIII Certamen de Liniers de la República Argentina en 1937; obtuvo el Primer y Tercer Premio en Homenaje a la Madre Americana de La Habana en 1940. Es, además, autora del Himno Premilitar, el Himno del Rotary Club y el Himno a Barranco, distrito limeño en el que vivió toda su vida.
Como ha escrito R. Vaisman en Caretas, tal vez su travestismo se debió a la necesidad de ocultar sus piernas marcadas por la parálisis; tal vez fue un recurso para hacerse un hueco en una época en que las mujeres ni siquiera tenían derecho a votar. O quizás ante el destino trágico que se le reveló desde chica, su reinvención fue muestra de rebeldía. Fue posibilidad de una nueva vida, de una nueva estrella. Pero admirada o criticada, como Nelly o como Carlos, su voz fue una y no necesitó tener cojones para dejarla hablar.
SOLEDAD
Mi madre debió llamarme
Soledad.
Nombre inmenso como el cielo;
nombre amargo como el mar...
Mi madre debió llamarme
Soledad.
Soledad, porque mi boca
se ha olvidado de besar;
porque las rosas se mustian
sin abrirse en mi rosal,
mi madre debió llamarme
Soledad.
Un ángel negro, a mi vera,
siembra mis huertos de sal,
Jazmín que mi mano toca
no reflorece jamás.
Mi madre debió llamarme
Soledad.
Me llaman con otro nombre
que suena a plata y cristal.
Me llaman, mas no respondo;
pues, en mi lírico afán,
yo se que debí llamarme
Soledad.
Soledad de noche oscura
que presagia tempestad.
Soledad de campo raso
sin un árbol ni un cantar.
Soledad de lo infinito:
Soledad de cielo y mar...
Soledad como la mía:
¡Soledad!
Los últimos centauros
Aquel centauro estaba enamorado
Sin presentir de quién. La primavera
Desataba sus galas sobre el prado,
Y flotaba en el aire perfumado
Algo así como un hálito de hoguera…
Era el reclamo del Amor… Los seres
Rendíanse a su cetro de dulzura
Como al mayor poder de los poderes,
Y era todo suspiros y placeres
Y besos de pasión en la espesura
Los sátiros andaban al acecho
Tras el trémulo biombo del follaje,
Y su lujuria improvisaba un lecho
En las frescas guirnaldas del helecho
O bajo el verde toldo del ramaje…
Una explosión de cánticos y aromas
Envolvía al centauro enamorado…
Arrullaban su dicha las palomas,
Y hasta insinuaba el vello de las pomas
La suavidad de un cutis sonrosado…
Más de una vez con ojos envidiosos,
Junto a la fuente de serenas linfas,
Oyó un rumor de besos melodiosos,
Y presenció turbado los retozos
De los lascivos faunos y las ninfas…
Una tarde, también, en su camino
Sorprendióle una náyade desnuda,
Mas contuvo su impulso repentino
Temiendo herir el cuerpo alabastrino
Bajo el ardor de su caricia ruda.
En acecho una vez, furtivamente,
Se agazapó a la sombra de un peñasco,
Pero el tropel de ninfas, sonriente,
Huyó por entre el bosque floreciente
Ante el rítmico golpe de su casco.
Y él, que en la plenitud de su carrera
Desafiaba las cuadrigas de Eolo,
Humillado se vio, por vez primera,
Y, sin gustar ni un ósculo siquiera,
Hallóse al fin desorientado y solo.
Y al volverse, turbado todavía,
Divisó entre las frondas rumorosas
Otro joven centauro que reía
Con maligno destello de alegría
De sus frustradas ansias amorosas
Maliciosa y sutil, la risa aquella
Vibró como un escarnio en sus oídos,
Y, sintiendo burlada su querella,
Se arrojó con afán tras de su huella
Bajo los grandes árboles floridos
Huyó el centauro, díscolo y travieso,
Lanzando un grito retador y agudo,
Y, en la embriaguez del máximo embeleso,
Cruzaron ambos por el bosque espeso,
En un galope retumbante y rudo…
Cimbrábase los troncos a su paso,
Desgajábase el palo de las hidras,
Tronchábanse las ramas al ocaso,
Y saltaba un enérgico chispazo
Al golpe de sus pasos en las piedras…
Y así, en la loca exaltación del juego,
Salvaron sin sentirlo la espesura,
Y, envueltos en un hálito de fuego,
Siempre al galope, se lanzaron luego
Por el verde tapiz de la llanura…
Al ritmo de esa bárbara armonía
Despertábase el valle primitivo,
Y, el postrer alarde de energía,
Ya el sudor del esfuerzo humedecía
La grupa del gallardo fugitivo…
De pronto, como eslástica serpiente,
Vio surgir de los altos roquedales
La crencha luminosa de un torrente,
Donde prendía el sol resplandeciente
Su irisada peineta de cristales…
Y, en un impulso de arrogancia suma,
Precipitóse, en rápida carrera,
Y, venciendo el cansancio que le abruma,
Rompió los abanicos de la espuma
Hasta alcanzar la plácida ribera…
En pos de él, con deleite repentino,
Ya olvidado tal vez de su querella,
Llegó el otro centauro al remolino,
Y salpicando en polvo diamantino,
Cruzó, jadeante, por la misma huella…
Y, al pie de los pinares susurrantes,
Alcanzóle, rendido ante el asalto,
Y, el poder de sus músculos vibrantes,
Cayó sobre las ancas palpitantes
En la grácil parábola de un salto…
Y aprisionando el torso musculoso
Entre sus fuertes brazos juveniles,
Le miró desmayar, ebrio de gozo,
Al sentir sobre el cuello voluptuoso
La agresión de sus besos varoniles…
YO QUIERO SER UN MÁSTIL
Yo quiero ser un mástil erguido entre la niebla
para orientar el vuelo de las aves remotas.
Y sentiré en mi tronco latir un alma de árbol
la noche en que rescate a una gaviota.
Yo quiero ser un mástil erguido entre las sombras
que la aurora empavese con grímpolas de seda,
y escuchar las salmodias del viejo campanario:
el grave hermano blanco que ahuyenta estrellas.
Yo quiero ser un mástil inmóvil, solitario,
con la quietud más noble, la soledad más buena.
Erguido en el regazo sereno de la tarde.
Erguido entre la orquesta triunfal de la tormenta.
Qué superior destino que es el de asomarse a un mundo
en donde danzan locas girándulas de estrellas,
y ensartar una noche, tal como un pez de vidrio,
el disco transparente de cualquier luna nueva!
Yo quiero ser un mástil erguido entre las sombras
en donde cuelgue el viento sus diáfanas banderas...
¡Y el día que rescate tu corazón de náufrago
serán como un arrollo de música mis venas!
RAÍZ DEL SUEÑO
Te llevo en mí, como raíz del sueño,
penetrando mis hondas soledades.
De tu recuerdo nacen los poemas,
pero se van nutriendo con mi sangre.
Hubo en tu vida comunión más íntima…
¡Hubo, acaso, emoción más perdurable?...
Sobre mi vida en flor cruza tu aliento
Tal como un ancho río fecundante.
Cada estrofa que se abre entre mis manos,
-hecha a tu propia imagen-,
trae consigo un hálito infinito
que no logran los frutos de la carne.
Otras pueden tomar sobre tus labios
La caricia fugaz, el beso fácil.
Yo apenas te retengo en esa zona
Donde el instinto se convierte en arte.
Y estás en mí, como raíz del sueño,
poseyéndome el alma, sin tocarme.
Tú eres el carrillón y yo el sonido
que se fuga en el viento de la tarde.
TRANSFIGURACIÓN
Antes que mi mano
conmovida
templará el arco del
primer empeño
soñaba el corazón
sentirse dueño
de una pasión ardiente y
sin medida…
Dios hizo carne mi
ilusión florida
idealizando el alma de mí
ensueño
y ante el milagro de tu
amor risueño
como un rosal se perfumó
mi vida…
Después te vi perderte en
el camino…
Pero mi amor se venga del
Destino
cuando las redes del
dolor me apresan
Y, ciego por el ansia de
adorarte,
se empina el corazón para
besarte
sobre todos los labios
que me besan!
Despedida
Alma de vórtices y de alturas
como la cumbre del
Aconcagua:
tu supiste mejor que
nadie
que el aplauso no vale
nada,
que el ensueño no nos
libera
ni la gloria nos
acompaña.
Tras tu durísimo
destierro
hoy Dios se acuerda de tu
alma!
Desde mañana y para
siempre,
-lamparera de azules
lámparas-
han de cuidar tus manos
puras
de la estrella de la
mañana!
Aquel día
Amor mío:
Si la muerte algún día nos separa,
nada tendrás de mí: ni un juramento.
ni un beso, ni una lágrima.
Jamás tu mano aprisionó mis manos;
jamás tembló tu boca en mi garganta.
Sólo tus ojos me han besado el rostro,
sólo tu voz me ha acariciado el alma.
Tu corazón y el mío
se abrazan con las alas...
Pero aquel día en que por fin me pierdas,
no te quedará nada:
ni el temblor de mis labios en los tuyos,
ni el clamor de mi queja solitaria.
Sólo estos versos tristes, que te besan
la voz y la mirada,
y el humilde recuerdo
de un corazón que se quebró las alas,
como un pájaro ciego, que golpea
una puerta sellada...
Llama escondida
Jamás, pensé que tu amor
Pudiera ser mi castigo...
Cierra un instante los ojos
Que se prenden a los míos
Y van encendiendo hogueras
Sobre mis cinco sentidos.
Si me quieres, alza entre ambos
Una muralla de vidrio...
(¡Ay ,que mis ojos te vean!
¡Que te escuchen mis oídos!
Pero no alcancen mis brazos
lo que no pueden ser mío!...)
¡No me digas que me quieres
Ni con la voz de un suspiro,
Que tus palabras serían
Como dardos encendidos,
Traspasándome los miembros
Sobre otra cruz de martirio!
Quiero arder en tus recuerdos,
Silenciosa, como un cirio
Que va entregando su vida
En llamas de sacrificio.....
¡La que tú soñaste tanto
sin haberla poseído!
¡Ay, amor de mis amores,
Cómo es de dulce el suplicio
De ir por la vida tan juntos,
Cada cual por su camino,
Sabiéndote tan ajeno,
Y, sin embargo, tan mío!
Qué lindos vestidos confeccionaste al misterio! Como el mar, de la pena a la pasión te erguiste. Y tu triunfo Nelly, fracturó las estrellas y las hizo trozos de pan enjugados del allá de tu mirada, y que, en cada poema, nos rumorea aquí, generosa tu sangre, restallando sin copas tus misas astrales.
ResponderEliminarEstaremos recordando a esta tan distinguirá poetiza pacasmayina el jueves 29 de setiembre en la casa de la cultura de Pacasmayo 6:00 pm mi. privilegio sera recitar su poesia
ResponderEliminarHola. Alguien sabe, por favor, a qué poema pertenece este fragmento? "La muchedumbre miserable hervía, con violentos vaivenes de marea/ carne de tentación y rebeldía/ detrás de cada frente relucía/ el astro ensangrentado de una idea.
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