JUAN ANTONIO CAVESTANY
(1861-1924)
Literato español nacido en 1861 en Sevilla y fallecido en Madrid en 1924. Miembro de la Real Academia Española desde 1902, donde ingresó con un discurso sobre La copla popular. Cultivó el teatro, la ópera y la poesía. Entre sus obras dramáticas cabe destacar especialmente El esclavo de su culpa (1877). Sus poemarios incluyen Poesías (1883), Versos viejos (1907) y Tristes y alegres (1916). Es también autor de "El Parque de María Luisa", "El Piyayo" y otros temas andaluces (algunas de las partituras originales han desaparecido).
En 1985, al comprar la Diputación Provincial de Cáceres a la familia Cavestany-Carvajal el palacio de "Carvajal", este organismo comenzó a administrar la gran biblioteca del autor, en la que pueden encontrarse manuscritos de Ricardo León, Blanca de los Ríos, Muñoz Seca, Eduardo Zamacois, Jacinto Benavente, Linares Rivas, Emilio Carrére o Ricardo León, así como la obra que se conserva de Cavestany.
EL CIRCO ROMANO
(La muerte de Marciano)
Marciano, mal cerradas las heridas
que recibió ayer mismo en el tormento...
Presentóse en la arena, sostenido
por dos esclavos; vacilante y trémulo.
Causó impresión profunda su presencia;
“¡ Muera el cristiano, el incendiario, el pérfido.!”
Gritó la multitud con un rugido
por lo terrible, semejante al trueno;
Como si aquel insulto hubiera dado
vida de pronto y fuerzas al enfermo,
Marciano al escucharlo, irguióse altivo,
desprendióse del brazo de los siervos,
alzó la frente, contempló la turba
y con raro vigor, firme y sereno
cruzando solo la sangrienta arena
llegó al pie mismo del estrado regio;
Puede decirse que el valor de un hombre,
a más de ochenta mil impuso miedo,
porque la turba al avanzar Marciano,
como asustada de él, guardó silencio;
llegando a todas partes sus palabras
que resonaron en el circo entero:
-Cesar- le dijo- Miente quien afirme,
que a Roma he sido yo quien prendió fuego,
si eso me hace morir, muero inocente
y lo juro ante Dios que me esta oyendo.!
Pero, si mi delito es ser cristiano,
Haces bien en matarme, porque es cierto:
Creo en Jesús, practico su doctrina
y la prueba mejor de que en él creo,
es que en lugar de odiarte: ¡ te perdono.!
Y al morir por mi fe, muero contento.-
No dijo más tranquilo y reposado
acabó su discurso, al mismo tiempo
que un enorme león saltaba al circo
la rizada melena sacudiendo;
avanzaron los dos, uno hacia el otro,
el los brazos cruzados sobre el pecho,
la fiera, echando fuego por los ojos,
y la ancha boca, con delicia abriendo.
Llegaron a encontrarse frente a frente
se miraron los dos, y hubo un momento
en que el león, turbado, parecía
cual si en presencia de hombre tan sereno,
rubor sintiera el indomable bruto,
de atacarlo, mirándolo indefenso.
Duró la escena muda, largo rato
pero al cabo, del hijo del desierto
la fiereza venció, lanzó un rugido,
se arrastró lentamente por el suelo
y de un salto cayó sobre su victima.
En estruendoso aplauso rompió el pueblo...,
brilló la sangre, se empapó la arena
y aún de la lucha en el furor tremendo,
Marciano con un grito de agonía:
-Te perdono, Nerón – dijo de nuevo.
Aquel grito fue el último, la zarpa
del feroz animal cortó el aliento
y allí acabo la lucha. Al poco rato
ya no quedaba más de todo aquello
que unos ropajes rotos y esparcidos
sobre un cuerpo también roto y deshecho:
una fiera bebiendo sangre humana
y una plebe frenética aplaudiendo
EL PARQUE DE MARÍA LUISA
Escuche usté amigo,
usté ha estao en Sevilla.
¿Ha visto usté el parque de María Luisa?
¿Que no lo conoce?, ¿que no ha estao usté allí?
¡Pos usté no sabe lo que es un jardín!
¡No señó, no lo sabe usté, se lo digo yo!
El parque, el paraíso,
está a la orilla del río más juncá y más cañí
que quizo Dios par lucirse jaciendo río:
el Guadarquibí,
el río de la gracia y del salero
que en eso da lecciones hasta al mar.
Porque el mar es más grande
y tié más agua, pero menos sal.
Un cachito de tierra, un cachito de gloria
se puso a echà flores, se puso a echá rosas
claveles y azahares y nardos y aromas.
Vamos, que las plantas se volvieron locas.
Y salió aquel Parque... ¡ay Jesú qué cosa!
como el regalo de una reina mora,
o para que los ángeles tuvieran alfombra;
un mantón de manila con mil bordados,
donde los pajarillos no son pintados sino de veras.
¡Hay ruiseñores que cantan por petenera!
Un mantón que deslumbra con su reflejo
donde las rosas nacen entre azulejo.
Y por hermosas también corren
la fuente sobre la rosa.
¿Quién bordó ese pañuelo de pedrerìa?
¡El sol, el sol bendito de Andalucía!
Pañuelo moro, al que dio por flecos sus rayos de oro.
En fin que es un Parque necto, serrano, andalú
con jechura, juncal, gitano, la maravilla
el pañolón... de flores de mi Sevilla.
Pos mié usté una cosa que no va a creer
a ese jardiniyo lo giso un francé.
¿Qué tendrá esa tierra, yo me jago cruces,
que hasta los franceses los guerve andaluces?
¿Qué dirá el gabacho cuando vaya al Roa?
Esto es cualquier cosa, pa jardìn allá.
Y querrá de fijo si se va a París
gacer otro Parque como lo guiso aquí.
Y no va a salirle, ¡qué le va a salir!,
si el sol de su tierra parece un candil
y las jembras dicen, madam... por gachí
que vengan primero si quieren lucí
a aprender el Sena del Guadarquibí.
Los claveles del Parque de mi Sevilla
se suben ellos sola a la mantilla
con los que en mayo nacen en su lindero
hay pa cubrir de rosas el mundo entero.
Ca naranjiyo tiene diez ruiseñores
y es aquello una orgía de luz y flores.
Cuando entre los rosales que besa el río
pasa dándoles celos el mujerío
aquello es gloria pura que Dios envía,
vamos, ¡la borrachera de la alegría!
¿Y usté no ha estao nunca en el Parque aquel?
Pues usté no sabe lo que es un vergel.
No señó, no lo sabe usté, se lo digo yo.
Calles entoldadas
El sol de Junio impiedad fulgura
del claro Betis sobre la ancha orilla,
y las alegres calles de Sevilla
ofrecen por doquier sombra y frescura.
La semioscuridad que les procura
la blanca vela, a modo de sombrilla,
es una triste lobreguez que brilla,
es una alegre claridad oscura.
Al todo protector clemente y pío,
todo se acoge mustio y sofocado.
Desde que empieza el fuego del estío,
con nardos y claveles por alfombra,
harto de claridad, de sol hastiado,
el pueblo de la luz vive en la sombra.
El primer hijo
En rosa de magnífica opulencia
el capullo de ayer se ha convertido.
¡Tan niña y madre ya...! Dios ha querido
partir en dos mitades tu existencia.
Yo te he visto nacer, y en tu presencia
hoy me siento turbado y conmovido;
¿por qué la que en mis brazos he tenido
veneración me inspira y reverencia?
¡Ah! Porque emblemas del amor sagrado
del sacrificio que con él se aduna,
de un bien perfecto, puro, inmaculado,
sólo dos nos ofrece la fortuna:
primero, el Hombre Dios crucificado;
después, una mujer junto a una cuna!
LA CUNA VACÍA
I
La dulce princesa de un reino de Oriente
Llevaba en el surco marcado en su frente
La huella profunda de oculto dolor:
Doncellas y pajes, con ánimo inquieto,
En vano intentaban saber su secreto;
Secreto, sin duda, de males de amor.
¿Por quién llorar puede la hermosa princesa?
¿Por qué la corona le irrita y le pesa?
¿Por qué su hermosura no quiere adornar,
Ni apenas recoge, como antes solía,
Los rubios cabellos, cual hebras del día
Que bajan humildes sus pies á besar?
Sus ojos azules, tan tristes ahora,
No tienen, como antes, destellos de aurora;
Tristeza de ocaso su luz empañó.
¿Qué oculta en su pecho, de amores morada.
La rubia princesa, la rosa tronchada?...
¡Tronchada y apenas sus hojas abrió!
II
Vagaba una tarde florida y serena
La pálida virgen, la blanca azucena,
Mirando á las olas la playa bordar...
Del sol á los vivos ponientes reflejos,
Su vista buscaba muy lejos, muy lejos...
Allá, donde se unen el Cielo y el Mar.
Sondaba afanosa la azul lejanía,
Buscando algo en ella que no descubría,
Tal vez de la niebla perdido en el tul...
Sus ojos, ansiando rasgar ese velo,
Decir parecían al agua y al cielo:
¿Miradnos despacio; copiad nuestro azul.
Un paje al mirarla, su paje querido,
Sin duda el más bello y el más atrevido,
Se acerca á la hermosa princesa ideal;
Con gesto gracioso saluda y se inclina,
Y asi le pregunta con voz argentina:
-¿Qué tienes, Señora? ¿Quién causa tu mal?
Yo sé muchos cuentos y trovas de amores;
Sé historias de ninfas, de guerras, de flores,
Que son en las penas de extraña virtud.
¿Cuál de ellas te canto? Mi voz vibra y besa.
Por darte consuelo, mi dulce princesa,
Los dedos y el alma pondré en el laúd.
- No cantes, mi paje; tus trovas no quiero.
- ¿Qué anhelas entonces?~Que venga el que espero
La rubia princesa responde al doncel.
- Le estoy aguardando de noche y de día,
Y el Hada me dijo que no tardaría...
La vida y el trono me sobran sin él.
De pronto un objeto, rompiendo la bruma
Y envuelto en un nimbo de luz y de espuma,
Se vio de las olas surgir y avanzar.
La niña dio un grito.-¡Por fin! ¡Es mi amado!
Y un carro de nácar, por cisnes tirado,
Con rumbo á la orilla flotó sobre el Mar.
Y él era. Llegaba gallardo, arrogante,
Ceñidas las sienes por blanco turbante,
Sediento de goces, rendido de amor;
Mostrando sus galas, su porte sereno,
Su noble apostura, su rostro moreno,
Sus ojos rasgados de ardiente fulgor.
- ¡Por Dios, que tardaste!-gimió la doncella.
- ¡Mi bien! - dijo el mozo, corriendo hacia ella
Apenas la playa tocó su bajel.
Después... ¿quién describe tan hondo embeleso?
Fué un soplo, un instante, lo breve de un beso...
¡De un beso y dos almas prendidas en él!
Al dia siguiente los tiernos esposos
De Dios ante el ara llegaron dichosos,
Fundiendo dos vidas un mismo crisol;
Y uniéronse en lazo de amor verdadero
La rubia princesa y el joven guerrero
Venido sin duda del reino del Sol.
Llevaba el mancebo rizada gorguera,
Y un casco de plata con larga cimera
Y un manto bordado, color carmesí;
La niña con perlas trenzado el cabello,
Y en hilos de aljófar, pendiente del cuello,
Rival de sus labios, un claro rubí.
¡Cuan noble en su dicha la amante pareja!
Los grandes felices y el pueblo sin queja,
Todo era ventura del trono en redor;
Y más cuando uniendo tesoro á tesoro,
Con un bello infante, más rubio que el oro,
Feliz heredero dio al reino su amor.
Jamás fué la suerte más plena y brillante
Las hadas vertieron en torno al infante
Riquezas y honores y gloria y poder.
La dicha perfecta se da en esta vida,
Porque ambos esposos la vieron cumplida
Meciendo la cuna del ser de su ser.
III
¿Qué tiene la dulce princesa de Oriente?
De nuevo los surcos que marcan su frente
Las huellas delatan de oculto pesar.
¿Qué tiene el esposo tan bello y amado,
Gentil mensajero de un reino ignorado,
Que en carro de cisnes llegó por el Mar?
La hermosa no lleva brillantes al cuello,
Ni trenza con perlas el rubio cabello,
Ni en hilos de aljófar ostenta el rubí;
Su amante no luce la blanca gorguera,
Ni el casco de plata con larga cimera
Ni el manto bordado color carmesí.
¿Qué tienen, que lloran? La dócil fortuna
¿No es siempre su esclava? ¿Del hijo la cuna
No pueden felices mirar y mecer?
Meciéndola pasan la noche y el dia...
Pero ¡ay! ya no encierra la cuna vacia
Los tiernos hechizos del ser de su ser.
Ya el arca no guarda su antiguo tesoro;
Perdieron al ángel más rubio que el oro,
Que huyó de sus brazos y huyó de su amor...
Meciendo esa cuna - la luz de su nido-
No mecen y arrullan al ángel perdido,
Que mecen y arrullan su propio dolor...
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