Arturo Castillo Alva
(Tampico, México, 24 de julio de 1946)
Poeta, Narrador y Dramaturgo
Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 1996
(Gob. del Estado de Guanajuato, Universidad Iberoamericana)
Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1995
(Universidad Autónoma de Zacatecas)
Premio Nacional Obra de Teatro 1992
(Gob. del Estado de Baja California, INBA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes)
Premio Estatal de Dramaturgia 1988
(Gob. del Estado de Tamaulipas, INBA, Programa Cultural de las Fronteras)
Premio Estatal de Poesía 1986
(Gob. del Estado de Tamaulipas, INBA, Programa Cultural de las Fronteras)
Premio Nacional Efraín Huerta 1984 (Categoría de cuento)
(Ayuntamiento de Tampico, Tam.)
Cargos:
1985-1986 Por encargo del Instituto Tamaulipeco de Cultura, coordina Taller de Creación Literaria en el Instituto Regional de Bellas Artes de Tampico
1989-1999 Ingresa como encargado del área de Literatura de la Dirección General de Extensión Universitaria de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Ahí, en diversas etapas, realiza, entre otras, las siguientes actividades:
Coordina Taller de Creación Literaria.
Funda y dirige la revista de literatura “Mar Abierta” de la cual publica 25 números.
Crea la colección editorial “Papeles de la mar” que edita cuatro títulos.
Organiza y coordina los encuentros “Escritores en las Universidades del Noreste de México” durante cinco años.
Crea la colección editorial “Desde la orilla” que edita ocho títulos.
1993-1999 Es nombrado Jefe del Departamento Editorial y Literatura del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, donde realiza, entre otras, las siguientes tareas:
Crea las colecciones editoriales “Letras en el borde”, “Nuevo amanecer”, “La huella de la tortuga Lora”, etc. y llegan a editarse, en total, más de cien títulos.
Organiza y coordina –a partir del tercero con la colaboración de Víctor Hugo Olivares-, cinco encuentros estatales de escritores “Letras del estío”.
Organiza los concursos de poesía y cuento “Juan B. Tijerina”.
Publicaciones:
En todos estos años (Poesía, 1984); Fragmentos rescatados del más grande poema tampiqueño jamás escrito –y otros fragmentos- (Poesía, 1986); Uno de elefantes, Aquí bailando, La fórmula secreta (Teatro, 1990); La fuerza divina (Teatro, 1994); Años sin viento (Poesía, 1996); Años más años menos (Antología poética, 1998); Los días perdidos –y otras pérdidas- (Ensayo y crónica, 2002); Días de amor –y otros olvidos- (Relato, 2004);
Un día de estos (Colaboraciones periodísticas, 2006)
Ha publicado textos suyos en los libros colectivos “Tarea Poética”, “Presos estás afuera y aquí”, “Mira que yo aquí” y en dos de las antologías producidas por los Encuentros de Escritores de la Frontera Norte en los ochenta.
Su relato “Teresa así (Una crónica rosa)” publicado en la revista El Cuento (No. 91, 1984), fue incluido en el libro “Amor, amor y más amor” (JV Editores, 1990) que reúne los mejores textos que con ese tema fueron publicados en los 25 años de la mencionada revista. Su relato “Días de amor”, fue publicado en el libro que reúne a los premiados de las cuatro ediciones del certamen donde fue ganador, “Concurso de Cuento Efrén Hernández” (Ediciones La Rana, 1996).
Tres de sus obras teatrales fueron publicadas por la Revista “Tramoya”.
Fue invitado participante del Encuentro Internacional de Escritores Letras en el Golfo en 2002.
Durante dos años fungió como editorialista del Noticiero Punto de Vista de Canal Siete, Tampico.
Mantuvo por dos años la columna semanal “Un día de estos” en el diario “La Razón”, Tampico.
Nombrado Creador Emérito de Tamaulipas en 2001
El escritor y su mundo: un acercamiento a la obra de Arturo Castillo Alva
Texto leído durante el minitaller "El escritor y su mundo" ofrecido por el Patronato de Bibliotecas Municipales de Tampico, en la Biblioteca de la Delegación Norte "Profra. Elena Maldonado Robles". Febrero de 2009.
I. Antología de un naufragio
Hará unos siete años Juan Jesús Aguilar me obsequió el libro de su autoría Veinte poetas del siglo XX, donde por primera vez, gozosa y extrañada, me encontré con las letras de Arturo Castillo Alva. Cuando empecé a leer “Fragmentos rescatados del más grande poema tampiqueño jamás escrito” estaba convencida de que, verdaderamente, ése era el más grande poema tampiqueño jamás escrito; Arturo Castillo debía ser un náufrago a quien una tempestad, en mar abierta, arrebatara su obra, de la que sólo algunos versos habían emergido desde las profundidades atlánticas.
Me iniciaba formalmente, por aquellos días, en el oficio de la escritura y, debo ser franca, me había acercado apenas con cautela a los escritores tamaulipecos. Los poemas que inauguraron mi niñez fueron de Netzahualcóyotl y de Sor Juana –por un buen tiempo creí que todos los poemas del mundo eran al estilo del Barroco o de los Cantos Floridos del Anáhuac–; durante mi pubertad fui gran lectora de Poe, de Bécquer y de Wilde; recién entrada la juventud, me enamoré de los Simbolistas y de las sombrías metáforas de Sylvia Plath. De pronto, de la mano de Arturo Castillo, me descubrí vagando en un escenario cotidiano, lejos de las regiones exóticas y fantasmales a las que había sometido a mi espíritu: un Tampico anclado entre los años cincuenta y sesenta que no habité, que no me tocó ver y sin embargo me pertenecía de una manera absoluta. Entonces lo supe: yo también tenía una historia que contar a partir de mi raíz.
Fue en el primer Festival de Letras en el Golfo, entre una marejada de piernas y cabezas, donde me topé de frente con Arturo. Llevaba conmigo la antología de 20 poetas y le pedí que la firmara. “No me gusta dar autógrafos” me dijo secamente. Y firmó. Dos signos de interrogación, en medio la nada…
Volvería a encontrar al poeta una noche de invierno, en el Casino Tampiqueño: el grupo Erato, lectores de poesía en voz alta, presentaba la obra de autores tamaulipecos, entre los que Ana Elena Díaz Alejo –instructora del Seminario de Escritores Argos– generosamente me había incluido. La siguiente ocasión su voz fue amigable: “Escribes bien, chavita”; en la redonda inmediatez de sus ojos atisbé a un ser humano sencillo, ajeno a las poses muchas veces adoptadas en las esferas culturales del Puerto; un hombre que al hablar iba dejando en el aire un olor a olvido, a sal, a lluvia. “No vayas a dejar de escribir” me dijo en algún otro momento. Y le hice caso.
II. La tinta y el silencio
El Tiempo, con su costumbre de halar la juventud en los mares del rostro, me ha ido acercando poco a poco a la pluma de Arturo Castillo Alba: poesía, ensayo, crónica, narrativa y dramaturgia. Saber que hay páginas suyas, vírgenes todavía, me produce un secreto gozo. Definitivamente no es un escritor “apresurado” –como el pulso de la época actual parece exigirle a las nuevas generaciones. Él prefiere amasar lentamente –a lo largo de años, si es preciso– la tinta y el silencio hasta lograr un texto sólido. En Días de amor (y otros olvidos) afirma que los ocho relatos ahí reunidos son todos los que ha logrado concluir desde que se inició en la escritura –con la exclusión del primero de ellos–, en el trayecto de casi tres décadas.
Su manera de relatar es amena, con un flujo constante que va renovando las palabras hechas como la corriente de un río. Con frecuencia hace gala de una mordacidad luminosa para confesarse. Apunta en Los días perdidos (y otras pérdidas): “Dos sucesos terribles estremecieron mi infancia: el descubrimiento de que el dinero era necesario y el casi simultáneo de que no lo teníamos. Ni en casa ni en el barrio, que eran en esos años el límite de mi visión. (Tiempo después el descubrimiento de que dios no existía y de que, aparentemente para muchos, era tan necesario como el dinero iba también a estremecerme, pero nunca con la fuerza de los dos primeros).”
La poesía de Arturo, inevitablemente, me provoca una ternura que se vuelve sensualidad. Nostalgia a pesar –o precisamente por ello– de no traer en hombros un ayer demasiado extenso. “Finalmente la nostalgia sólo es posible cuando se posee aún cierta ternura y la ingenuidad suficiente para creer que el pasado fue un sitio donde, a pesar de todo, pudo un día habitar la felicidad… o la certeza de un futuro”.
Acudo ahora a la reflexión de Francisco Umbral acerca de la madurez: “no es llegar al orden, sino instalarse definitivamente en el caos. Aceptar el caos.” Me pregunto cuáles serán mis impresiones al leer la obra de Arturo dentro de veinte años, cuando todo rastro de juventud se haya fugado, para siempre, de mis manos.
III. Años sin viento
Este poemario, escrito entre 1988 y 1994, es una sola historia contada en fragmentos, la vida de un hombre que bien podría ser mi padre, mi hijo, mi hermano. Todos los hombres del planeta. Hay una intensa necesidad de mirarse al espejo como buscando la piel perdida, como si al nombrar los años muertos pudiese reanimarlos en una suerte de electroshock y volver, una vez más, a despertar en el regazo de un futuro que aún no se destruye.
Advierto a un artista comprometido con su época, que habla con desenfado acerca del amor, de las muchachas que se llevaron algo de su adolescencia entre las uñas; del dolor irremediable que brota en los estómagos sin pan, sin agua, sin dios; de un país al que ha visto desmoronarse como un montón de piedras en el polvo.
La Poesía de Arturo resulta estremecedoramente sencilla y alcanza en esa misma sencillez, un retrato de lo universal. La complejidad del alma. No recurre a las grandes metáforas. No invoca a Homero, a Virgilio, ni a Dante y sin embargo están todos presentes en la búsqueda de una patria inalcanzable, en el oscuro descenso a los infiernos, en el reconocimiento amoroso de la compañera que comparte su vida.
Orgulloso hijo de la clase obrera, el Infierno que retrata el poeta no es el del más allá, sino el de los tormentos del aquí y el ahora –los únicos que realmente importan–, la carencia, el sinsabor, la iniquidad –por todos conocida en este país–, la condición de millones de seres humanos a quienes no les queda más remedio que dejar la vida entre la maquinaria del mundo: todo se produce en serie, menos los sueños.
dame dinero dios dame dinero
y carne firme dame y una cama
y un pedazo de tierra donde
pueda después pudrirme todo cuesta
Pero en el abismo está contenida, ya, la salvación a través de la palabra y, definitivamente, la imagen de lo bello. En medio del Paraíso Eva se multiplica en zutana, mengana, fulana y perengana. Y como Beatriz a Dante, Olivia –su amada– lo conduce en la estancia final del libro, a la orilla de “otras premoniciones”.
El narrador se asoma con frecuencia a los territorios del poema, sin robarle plenitud a la poesía; más aun, enriqueciéndola.
los jóvenes obreros queríamos la luna llena
de las nalgas monumentales de ana bertha lepe
y no obstante que en ese barrio
éramos de los pocos obreros bien pagados del país
no queríamos trabajar
Una pulsión teatral divide los poemas en estancias, a manera de actos, con escenarios entrelazados y personajes que se mueven ligeros entre los versos: muchachas, amigos, un padre, algún vecino, uno que otro actor anónimo. No es difícil ver huellas familiares; mis padres, hermanos y tíos andan por ahí con el nombre prestado. Tal vez yo misma. Quizá tú, que ahora estás leyendo.
IV. Los fragmentos extraviados
No puedo soslayar esa cadencia de agua salada que encuentro en “Fragmentos rescatados del más grande poema tampiqueño jamás escrito”. Me atrapa como a un pez. Me seduce. Me inquieta. Fue el primer texto de Arturo Castillo que llegó a mis manos, y por ello le tengo un especial apego.
El poeta comienza su viaje hacia los túneles de la memoria, mimetizado con el entorno húmedo de Tampico –que envejece de pronto–, se vuelve hacia dentro de sí mismo para contemplar un ayer que no acaba de alejarse.
ahora
mientras en la media tarde de junio el verano retrocede
ante un ataque de densas nubes bajas
y desciende el viento por túneles profundos
arrasando en su humedad
el humor de frutales corrompidos a ras de tierra
mientras las cortinas se desbocan
y tiemblan papeles sobre la mesa oscurecida
ahora mientras escribo ahora
mientras me masturbo
y pájaros alborotados ebrios en el borde del miedo
copulan en la huida con olores de la memoria
o revientan implumes en la tarde declinante
precipitadas creaturas gotas de agua
y a punto del orgasmo me levanto
recorro desnudo la casa
como la risa triste de un gato joven
y sordos golpes estremecen mi vientre
ablandan mi pene
ahogado doloroso como un mástil sin velamen
El poema se sostiene en un ritmo azulino, lúbrico, llameante; los caminos andados por los obreros y los hijos de los obreros al inicio de la segunda mitad del siglo; los hombros frágiles de Ana, que sólo tenía catorce años; la sospecha de un progreso que no había de incluir a los pobres –que siempre seguirán siendo muchos, los únicos que en realidad pagan.
todo se paga sólo los pobres pagan
los pobres padecen los castigos con una dignidad innoble
y ana entre sonrisas tímidas
mudaba de un pie al otro el peso de sus sueños mínimos
mientras hablaba
el pelo brillando en minúsculas gotas
su pelo como un jardín de donde serían expulsados los serafines
No hay final glorioso en esta epopeya urbana, el héroe –que por cierto no es ni poderoso ni eterno– se embarca en la nostalgia y atraca en el desencanto. ¿Cuál es, entonces, el amparo que otorga la poesía? La reinvención. La permanencia de lo fugaz.
V. A manera de advertencia
Hasta aquí estas breves líneas acerca de la poesía de Arturo Castillo Alva. No he hecho más que hablar de mis impresiones personalísimas, que bien podrían no ser las más atinadas. ¿Podrías continuar tú, lector, este ensayo en tu mente? Espero no te hayas aburrido demasiado pronto y aún me estés leyendo. ¡Ah!, una advertencia: no hay en Años sin viento –ni en ningún libro escrito por Arturo, que yo sepa– un llamado a lo imposible. Todo te resultará conocido, íntimo, natural –aún lo fantástico. Ha dicho el poeta oportunamente: “no me interesa ninguna literatura que, para escribirse, no le baste la vida como es […]”
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